viernes, 20 de diciembre de 2013

El anuncio a José

José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un Hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados. (Mt 1,20-21)

Las palabras del ángel a José revelan la grandeza del misterio de Jesús. Él no tiene un padre humano porque su padre es Dios. A José le corresponde el papel de ser su padre en la tierra. En realidad es todo un honor que nunca se habría llegado a imaginar: conocer al Mesías y amarlo como un padre. El ángel llama a José con el título de hijo de David, recordándole que con él se cumplirán las antiguas profecías que anunciaban que el Mesías sería un descendiente del rey David.
También le dice qué nombre le tiene que poner. Así que el nombre del niño viene dado también por Dios. Le pondrá por nombre Jesús, que significa: “Dios Salva”. Y así, en el nombre ya se está diciendo la misión que se le encomienda al niño: salvar a su pueblo de los pecados.
Dios cumplirá así la promesa que hizo en los comienzos de la historia a Adán y Eva. Después de la caída de nuestros primeros padres, Dios anunció que la cabeza de la serpiente sería aplastada por la mujer. El pecado tenía que ser vencido para que la creación recuperara la armonía primordial.
Jesús viene a este mundo para ser salvador. Se equivocan los que sólo buscan condenar, se equivocan los que han hecho de la religión una lista de normas agobiantes que nos encierran en los pecados y nos mandan directos al infierno. Para eso no ha venido Jesús al mundo.
Los pecados nos han hecho infelices, han traído sobre nosotros la desgracia, han hecho que nuestras relaciones sean tensas, han acarreado toda clase de sufrimientos y hasta nos han causado la muerte.
Jesús viene a traer la salvación. Su vida será la muestra del amor de Dios que quiere que todos nos salvemos para estar eternamente con él y llenarnos de su amor. Nos ofrece el perdón de todos nuestros pecados y nos muestra el camino de una vida santa.
Por eso podemos celebrar estas fiestas llenos de alegría. Dios se hace hombre, Dios entra en nuestra vida para salvarnos y librarnos de todo lo que nos hace esclavos. Estábamos destinados a la muerte, pero Él nos ha traído la vida.
Seamos testigos ante el mundo de esta luz de la Navidad. Sepamos agradecer al Señor lo que ha hecho por nosotros y comunicar a todos la alegría de este amor infinito.


Yo sé que nunca seré digno de todos los dones que me has dado. Conozco mis pecados y sé que ellos me apartan de ti. Pero tú has venido a mí para sanarme y devolverme la dignidad de pertenecer a ti. Por pura gracia estoy salvado. La oscuridad de mi corazón se llena con tu luz y se irradia a mi alrededor. Ayúdame a ser un instrumento de tu amor entregando mi vida cada día por los demás.

sábado, 14 de diciembre de 2013

Las señales del Reino

Los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. ¡Y dichoso el que no se sienta defraudado por mí! (Mt 11, 5-6)

Jesús no sólo tiene palabras para anunciar el Reino de Dios que ha llegado con él, sobre todo puede ofrecer los signos claros que demuestran que se han cumplido las profecías.
Tal vez Juan el Bautista estaba desconcertado. Jesús no ha venido con el hacha para talar los árboles que no dan fruto ni pretende quemar la paja separada del grano. Más bien anuncia la llegada del perdón y de la misericordia, y presenta a Dios como padre que espera pacientemente el retorno del Hijo pródigo.
Ahora que vamos a celebrar un año más su venida en la carne podemos esperar que seguirá realizando ante nosotros estos prodigios que nos devuelven la confianza en Dios. No viene como juez para condenarnos por nuestros pecados sino que quiere curarnos nuestras heridas. Viene para devolvernos la ilusión y la confianza y para animarnos a sembrar el mundo de gestos positivos.
Es posible que no veamos esos grandes milagros que lo acreditaban como Hijo de Dios, pero, si abrimos bien los ojos podemos descubrir su acción en pequeños signos de nuestra vida. También así podemos sentir que está con nosotros y no nos defrauda.
¿No ves cómo te abre el oído cada día para que escuches su Palabra? ¿No ves cómo te abre los ojos para que contemples todo lo bueno que hay a tu alrededor?
También te llenará de vida y de entusiasmo para que puedas dar a otros la Buena Noticia, será la Buena Noticia del amor de Jesús pero que se hará realidad en todos los gestos de amor que pones en todo lo que haces. Cuando alguien se sienta tu acogida o tu perdón, cuando has comprendido al que te busca, cuando has socorrido al que tenía un problema… tú también estás anunciando que Jesús es el que tenía que venir.


Yo soy el que está ciego porque no soy capaz de ver todo lo que haces y me encierro en mis tinieblas y en mi tristeza. Yo soy el que está sordo y cierro mis oídos a tu Palabra, me quedo inactivo y no construyo tu Reino. Yo mismo soy un pobre que cree que todo está perdido. Pero tú vienes a mí y de forma admirable me abres los ojos y los oídos y me sacas de mi pasividad para que pueda llenar de alegría a mis hermanos.

sábado, 23 de noviembre de 2013

Jesús en la cruz

A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido. (Lc 23,35)

Cuando Jesús estaba en la cruz muchos se burlaron de él. Es curioso que reconocían que había salvado a otros. Por eso lo estaban sometiendo a una prueba: que se salve a sí mismo. Querían de esta manera comprobar que de verdad él era el Mesías.
Pero, en realidad es todo lo contrario, la prueba de que Jesús es verdaderamente el Elegido de Dios ha sido que ha salvado a otros, que toda su existencia ha sido siempre para servir y salvar a los otros. Así se ha manifestado el amor.
Tal vez aquellas palabras eran un eco de las tentaciones del desierto. Allí también Satanás lo animaba a preocuparse de sí mismo en lugar de obedecer a Dios. Pero Jesús es el Mesías, el Elegido y por eso se ha negado a sí mismo como el Siervo que se pone en el lugar del pecador.
No hay duda de que ha salvado a otros, a todos los otros. Entre los que han sido salvados por Él estamos tú y yo. Con su entrega nos ha sacado del dominio de las tinieblas. Sin él estábamos dominados por el pecado, agobiados por la muerte y el sufrimiento. Pero ha dado la vida para que tengamos la luz. Nos ha mostrado su Reino.

Hoy me siento salvado por ti. Cuando me cierro en mis fracasos o en mis errores, tú me demuestras todo el bien que puedo hacer cuando te dejo entrar en mi vida, me perdonas los pecados y me llenas de gracia para luchar contra el mal. Me has llevado a la luz de tu Reino. Hoy recibo una lección al contemplarte en la cruz. Tengo que negarme a mí mismo y dar la vida para los demás. No he de temer nada porque tú vas  a estar siempre conmigo.



sábado, 9 de noviembre de 2013

LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS

En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. (Lc 20,37)

Si hubiera que resumir en pocas palabras en qué creemos los cristianos, creo que sería muy sencillo: que Cristo ha muerto y ha resucitado. Esto es el núcleo de la fe de la Iglesia. Por eso la fe en la resurrección no es un cuestión secundaria sino algo esencial, ésa es la Buena noticia que anunciamos. Y Cristo ha resucitado para prepararnos sitio, para ofrecernos a todos, después de la muerte una feliz que no se puede comparar con la vida terrena y que no es capaz de alcanzar nuestra imaginación.
Creer en la Resurrección es un alivio para nuestros sufrimientos, nos da una luz al tener la esperanza de que algún día todo lo malo terminará. Es también un consuelo ante la muerte, porque sabemos que no hemos perdido para siempre a nuestros seres queridos, que volveremos a estar con ellos en una vida diferente. Es verdad que no nos quita el dolor y la desolación por la muerte pero la vivimos con esperanza.
Pero también la fe en la resurrección de los muertos tiene que ser un motivo para plantearnos cómo hemos de vivir esta vida terrenal.  El Señor nos ha dicho en muchas ocasiones que atesoremos tesoros en el cielo. Puesto que sabemos que las cosas de este mundo son caducas y que no nos vamos a llevar nada a la otra vida, lo mejor es que no andemos pensando sólo en el bienestar material o en las riquezas y los placeres del mundo. Esto es algo que termina tarde o temprano. Los que esperamos la Resurrección final, tenemos que pensar en acumular otra clase de tesoros que no son caducos y no terminan nunca.
Por eso es mejor escuchar las enseñanzas de Jesús, dejarnos guiar por todo lo que nos dice. Es mejor vivir el amor y desprendernos de nuestras cosas y hacer el bien a los demás: así tendremos un tesoro en el cielo. Es mejor acercarnos a Dios y disfrutar de su presencia para poder después sentirnos plenos cuando lo estemos contemplando cara a cara.
En definitiva, vamos a usar los bienes de este mundo para alcanzar con ellos los bienes eternos.


Tú eres el Dios de los vivos. Por eso confío en que tú nos harás ver el triunfo de la vida. No dejarás que mi espíritu se quede perdido en la nada. Tú puedes hacer que reviva en todos nosotros el entusiasmo por amarte y servir a los demás, tú nos sacarás de todas nuestras tinieblas porque la muerte ha sido vencida por tu amor y tu entrega. 

sábado, 19 de octubre de 2013

Orar sin desanimarse

Pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas?
Os digo que les hará justicia sin tardar.
Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra? (Lc 18,8)

El Señor nos ha enseñado como es Dios. Con Él hemos aprendido que Dios es Padre, que nos ama profundamente como a hijos y por eso está siempre esperando que volvamos para abrazarnos y llenarnos de su amor. También sabemos que Dios lo puede todo porque todo lo que existe es obra suya. Esta es la razón de nuestra confianza en él. Podemos pedirle cualquier cosa que necesitamos porque sabemos que lo puede todo y que nos ama.
Esto es lo que hemos aprendido en nuestro camino de discípulos de Jesús. Él Es nuestro maestro y nos ha explicado con detalle cómo no tenemos nada que temer y cómo podemos confiar en aquel que alimenta a los pájaros del cielo y viste a las flores del campo. A nosotros nos ama mucho más y está dispuesto a darnos mucho más. Pero luego está la vida, el día a día. En nuestro camino cotidiano por este mundo lo que vemos muchas veces es que las cosas nos salen mal. Seguimos el consejo de nuestro Maestro y buscamos al Padre para suplicarle por aquello que necesitamos y, sin embargo, parece que no tenemos respuesta.
Como discípulos de Jesús tenemos que fijarnos siempre en su misma persona. También Jesús oró en el huerto de los olivos pidiendo que se apartara de Él el cáliz de la amargura. Pero culminó su obediencia entregando la vida y dándolo todo en la cruz. A pesar de todo la carta a los Hebreos nos dice que el Señor fue escuchado en su angustia. Que fue escuchado, no quiere decir que Dios le evitó el trago amargo de la cruz, pero sí que lo confortó y estuvo a su lado para que pudiera llevar hasta el final la redención de los hombres.
Así aprendemos la lección de orar siempre sin desanimarnos. Podemos tener la sensación de que Dios no nos escucha o de que no le importan nuestros problemas. Pero, en medio de estas dudas, hemos de mantener viva la fe. La realidad nos puede presentar el vacío o el fracaso de nuestra oración. La fe nos dice que Dios nos escucha y que no nos deja solos, aunque no se cumplan nuestros deseos según nuestra forma de entender. Dios tiene su ritmo y su forma de hacer las cosas y todo será siempre para nuestro bien.
Ya nos había dicho Jesús también que basta con que tengamos fe como un grano de mostaza y podremos cambiar este mundo por completo.
Yo he ido purificando mi fe y haciendo que mi oración sea más madura. Es verdad que muchas veces se hace duro el aparente silencio de Dios pero también puedo descubrir cuántas cosas he recibido y cómo ha respondido a todas mis plegarias.

Padre, Me pongo en tus manos. Haz de mí lo que quieras. Sea lo que fuere, Por ello te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo.
Lo acepto todo, Con tal de que se cumpla Tu voluntad en mí Y en todas tus criaturas. No deseo nada más, Padre.

Te encomiendo mi alma, Te la entrego Con todo el amor de que soy capaz, Porque te amo y necesito darme, Ponerme en tus manos sin medida, Con infinita confianza, Porque tu eres mi Padre. (Carlos de Foucauld)

viernes, 11 de octubre de 2013

Los diez leprosos

Uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, 
  y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y éste era samaritano. 
(Lc 17,15-16)

En la vida ordinaria sabemos que hay que ser agradecidos y demostramos nuestra buena educación aprendiendo desde pequeños a decir “gracias”. También es necesario mirar  a Dios con gratitud por todo lo que recibimos de Él.
Cuando damos gracias hacemos un acto de humildad porque reconocemos que hemos recibido algo que se nos ha regalado.  Nos damos cuenta de que lo que hemos recibido no era un derecho nuestro sino un don que se nos otorga. Y como todo es un don no podemos apropiarnos nada de forma egoísta sino que todo ha de servir para la gloria de Dios y el bien de los hermanos.
 En la parábola sólo vuelve dando gracias el samaritano. Los otros nueve tal vez pensaron que tenían derecho a ser curados por ser judíos. Por eso a él se le anuncia que su fe lo ha salvado. Todos han sido curados pero sólo uno ha sido salvado.
Cuando damos gracias estamos reconociendo el amor del Padre que se nos hace presente hasta en los más pequeños detalles. Podríamos orar reconociendo todo lo que Dios nos ha dado en nuestra vida. Pensar detalladamente en todos los dones recibidos: las cosas importantes como la vida, la familia, el amor… las cosas pequeñas de cada día como una sonrisa, un gesto de cariño, un saludo o una sencilla oración… las cosas materiales como la casa, el trabajo, el alimento… y también los dones espirituales como el perdón de los pecados, la oración, la fe, la esperanza en la vida eterna…
Son muchos bienes los que el Señor ha derrochado sobre nosotros.


Señor Jesús, yo también estaba manchado con la lepra del pecado y tú has tenido compasión de mí. Me has devuelto la carne sana con tus palabras de vida, con tu entrega hasta la muerte y con tu resurrección. Me has llamado para servirte y me has enviado tu Espíritu  para que actúe conmigo y me ayude a superar mis limitaciones. Me has rodeado de personas que me hacen llegar tu amor cada día con su cercanía. Todo lo que hay en mí es un motivo para darte gracias de todo corazón.

sábado, 5 de octubre de 2013

La fe

Auméntanos la fe (Lc 17,5)

El papa Benedicto XVI nos propuso vivir un año de la fe, por eso siguiendo su indicación toda la Iglesia ha puesto en marcha diferentes iniciativas para reanimar la fe de los cristianos. La verdad es que nos ha tocado vivir una época donde la vida religiosa no es muy valorada y, en algunos casos, es rechazada. Pero esto tiene que convertirse para nosotros en una llamada a vivir con mayor entusiasmo y con mayor vitalidad nuestra fe para poder testimoniar que es Jesús quién sostiene nuestra vida.
Es verdad que vivimos muchas veces experiencias frustrantes como la del profeta Habacuc, que está cansado de confiar en Dios y de pedirle auxilio para no recibir respuesta. Posiblemente cada uno de nosotros puede contar cosas muy concretas.
El Señor anima a Habacuc diciéndole que tenga paciencia porque todo llegará a su momento y le recuerda que el justo vivirá de su fe.
Tal vez, en la situación en la que muchos se encuentran de falta de recursos, por el paro o por los problemas diferentes que estamos viviendo, está haciendo falta que alguien tenga mucha fe para poder dar esperanza y animar con su entusiasmo a trabajar para cambiar las cosas. Alguien que sepa confiar en Dios que no te falla y que si te llama es el primero que está actuando para que todo funcione. Ahí está hoy nuestra responsabilidad. Tenemos un reto por delante: anunciar a Jesús con obras y palabras, y cambiar la vida de las personas para que todos seamos más felices. No se trata de voluntarismo, no es cuestión de embarcarse en muchas cosas para luego quedarse a medias, es más bien respuesta a la llamada del Señor. Por eso es necesaria la fe. Lo que nos mueve es el amor de Jesús que ha dado la vida por nosotros y su promesa de estar siempre a nuestro lado.

Soy un pobre siervo, tú me has llenado de dones y me has puesto ante los ojos todo el amor que nunca habría llegado a imaginar y yo he estado perdido en mi egoísmo, incapaz de descubrir lo que me estabas ofreciendo. Has contado conmigo, sabiendo mi pobreza y mi poca capacidad para llevar a cabo tu proyecto y tienes paciencia con mis quejas, con mi lentitud en el camino y mis tropiezos. Ni siquiera puedo decir que he hecho lo que estaba mandado, sólo puedo reconocer que soy un pobre siervo y que tú eres un gran Señor.

jueves, 26 de septiembre de 2013

Lázaro y el rico

Hijo, acuérdate de que tu recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, en cambio, males; ahora aquí es consolado y tú atormentado. (Lc 16,25)

Jesús predicó la misericordia de Dios. ¡Qué paz sentimos al oír y meditar la parábola de la oveja perdida o del Hijo pródigo! En ellas se nos muestra el amor de un Padre que supera nuestra forma de entender a Dios.
¿Cómo es posible que el mismo Jesús nos cuente también una parábola donde se habla del horror del infierno? ¿No es posible la misericordia del Padre con el rico egoísta?
No puedo pensar que Jesús se contradiga. Por eso con la misma sencillez que acojo la enseñanza amable de las parábolas de la misericordia ahora debo acoger la enseñanza terrible de esta parábola.
Lo primero que descubro es que tengo que ir adquiriendo en mi vida los mismos sentimientos de mi Padre Dios. No tiene sentido que yo desee recibir la misericordia de Dios pero que no sea capaz de compadecerme de los demás. Jesús había dicho que se nos medirá con la medida con que midamos.
También había dicho el Señor que nos ganáramos amigos con el vil dinero para que nos recibieran en las moradas eternas. Tal vez sea esta parábola una forma clara de explicarnos qué significa esa invitación.
Abraham le recuerda al rico que recibió sus bienes durante su vida. Esto quiere decir que los bienes no eran una propiedad sino algo recibido. Podía haberlos empleado para hacerse buenos amigos con ellos, para haber socorrido al necesitado y haberse preparado un tesoro en el cielo. Pero fue sordo a las palabras de los profetas y prefirió disfrutarlos egoístamente.
La parábola parece que nos introduce en la otra vida y nos permite contemplar lo que pasa después de la muerte. Allí se cumplen las palabras de Jesús: “Bienaventurados los pobres-ay de vosotros los ricos” allí se entiende muy bien que es mejor tener el tesoro en el cielo que acumular bienes en la tierra. Es terrible la escena del infierno y del rico torturado por las llamas, pero también resulta muy útil para nosotros darnos cuenta de la importancia de escuchar la Palabra del Señor y llevarla a la práctica porque lo que está en juego es nuestra felicidad eterna.
Creo que tenemos muchas posibilidades de conocer el camino a seguir. Constantemente estamos oyendo el Evangelio y se nos explica su sentido de muchas maneras. No podemos decir que no sabíamos nada porque Dios se ha hecho el encontradizo en nuestra vida y nos ha explicado lo que espera de nosotros. Si nos damos cuenta, es en la vivencia de la Caridad en lo que más nos insisten estas enseñanzas. El Señor espera de nosotros una vida intachable, quiere que nos apartemos del pecado y que lo busquemos a Él en todas las circunstancias, pero, sobre todo, quiere que amemos de corazón al hermano y que pongamos todos nuestros bienes para servir a los pobres y necesitados.
En esto consiste una vida verdaderamente religiosa.


Deseo tener un tesoro grande en el cielo, tenerte a ti  para disfrutar de tu compañía durante toda la eternidad. Ahora que te encuentro en todos los hermanos que vienen a mí puedo mostrarte cuánto te amo amándolos a ellos y dando mi vida por ellos. Tú eres mi único tesoro y me permites encontrarte cada día en los pequeños y en los humildes.

viernes, 20 de septiembre de 2013

Los hijos de la luz

Los hijos de este mundo son más sagaces en lo suyo que los hijos de la luz. (Lc 16,8)

San Pablo nos recuerda que somos hijos de la luz, porque hemos sido iluminados por Cristo. Nuestra luz es el conocimiento de Dios, es su Palabra salvadora, es todo el amor que hemos recibido a pesar de nuestros pecados. Ciertamente hemos sido iluminados. Nuestros pecados han sido perdonados, nuestro sufrimiento ha sido transformado en fuerza redentora, y hasta la muerte se ha llenado de sentido con la Resurrección del Señor: esperamos vivir una vida nueva llena de gozo para siempre.
Ciertamente después de haber recibido tanta luz, tenemos que vivir como hijos de la luz. La lámpara no se enciende para esconderla sino para ponerla en el candelero y que alumbre a toda la casa. Hemos recibido la luz del Evangelio para ser lámparas que alumbren a todos y hagan desaparecer las tinieblas. Lámparas que alumbran con la esperanza de la vida eterna, que iluminan con el testimonio del Evangelio, que brillan por las buenas obras capaces de alegrar a todos. Tenemos que vivir como hijos de la luz por nuestra lucha por la fraternidad, por nuestra entrega a los pobres, por nuestra vida desinteresada y honesta.
Jesús, en la parábola del administrador infiel, quiere que nos demos cuenta de que en esta lucha tenemos un enemigo poderoso. Fijémonos cómo los hijos de este mundo dedican tiempo, dinero y toda clase de sacrificios para sacar adelante sus asuntos. Aunque sea triste reconocerlo, pensemos en los riesgos que corren algunos para traficar con drogas, en el tiempo que dedican los terroristas para cometer un atentado, en lo que son capaces de hacer los que trapichean para conseguir dinero fácil… son los hijos de este mundo en sus asuntos. El Señor nos quiere llamar la atención para que pongamos mayor empeño aun en los asuntos de su Reino. La fraternidad merece también nuestra dedicación y nuestro sacrificio, la educación en valores cristianos también nos exige esfuerzo y tiempo, la lucha por la justicia y por la paz son tan importantes que hay que estar dispuestos también a correr riesgos si es necesario; en definitiva, las obras de la luz se merecen mucho más empeño que las obras de las tinieblas. Si por dinero somos capaces de dedicar tiempo, esfuerzo y sacrificio, estemos dispuestos a mucho más por hacer la voluntad de Dios. Que no nos quepa duda: es mejor servir a Dios que servir al dinero y no se puede servir más que a uno de los dos.


Señor Jesús, tú nos llamas a construir tu Reino y nos has dado todos los medios para llevarlo a cabo. Contamos con tu presencia, con la fuerza del Espíritu Santo y con la ayuda de los sacramentos. Toda esta gracia que recibimos no puede caer en saco roto. Mira nuestro mundo lleno todavía de dolor y confusión, mira cómo unos se enriquecen más cada día mientras otros son cada vez más pobres. Que tu Iglesia llegue a ser una luz para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando.

sábado, 3 de agosto de 2013

Así será el que amasa riqueza para sí y no es rico ante Dios. (Lc 12,21)

Las noticias nos ponen muchas veces ante los ojos hasta dónde es capaz de llegar mucha gente por su afán de dinero. Todos nos sentimos indignados cuando vemos a los que se han enriquecido con métodos injustos, muchas veces a costa del sufrimiento de otras personas. Parece que el dinero actúa como una droga que te va pidiendo cada vez más y te obliga a hacer lo que sea para lograrlo. Al final acaba siendo una esclavitud y nos priva de las cosas buenas de verdad.
Puede ocurrir que sintamos admiración por los que logran el éxito limpiamente y convertimos en un ejemplo a los que tienen muchos bienes. En el fondo, deseamos tener más. Tenemos que reconocer que se nos pega el espíritu del mundo con mucha facilidad.
Jesús es muy claro en su mensaje. Para él son felices los pobres y por eso nos anima a tener nuestro tesoro en el cielo, a vender nuestros bienes y repartirlos en limosnas.
Recientemente, el papa Francisco expresó su deseo de tener una iglesia pobre para evangelizar a los pobres. Así que tenemos mucho trabajo por hacer para lograr esa meta, porque la tentación del dinero es grande y hay que vencerla con mucho desprendimiento de las cosas de este mundo.
Ser ricos ante Dios es todo un ideal para dedicar la vida entera. En lugar de buscar bienes terrenales hay que aspirar a los bienes del cielo. Es mejor despojarse del hombre viejo y revestirse de Cristo: tener sus sentimientos y mirar al otro como él lo mira. Jesús ha entregado la vida por todos, miremos a cada persona como alguien por quien Cristo se ha ofrecido en la cruz. Esto es hacernos ricos para Dios. Por eso más que buscar riquezas o grandezas hay que mirar el bien de los otros, hacerse servidores de los demás, desprenderse de los bienes aspirando a bienes mucho más grandes.


Señor Jesús, tú has sido mi buen samaritano deteniéndote ante mí y curando mis heridas, me has cuidado y me has devuelto la vida con tu entrega. Así me has dejado abierto el camino de la verdadera riqueza. Vivir el amor sin reservas y estar así siempre cerca de Dios que es Amor. 

sábado, 27 de julio de 2013

El Padre Nuestro

Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que no debe algo, y no nos dejes caer en la tentación.

Los discípulos de Jesús veían que su maestro oraba con frecuencia. A pesar de tanta actividad cómo tenía, siempre encontraba tiempo para retirarse. Ahí estaba la clave de su fortaleza en la misión. Jesús sabía que no estaba sólo en su dedicación a los demás, que alguien lo había enviado y que era Él quien lo sostenía para que pudiera cumplir con su misión. La petición de los discípulos está provocada por la misma actitud de Jesús. Ellos dicen: enséñanos a orar, porque desean sentir la seguridad y el entusiasmo que ven en su maestro y han comprendido que todo eso lo recibe en esos encuentros con el Padre.
Jesús, aprovechando esa petición nos enseñó el Padre Nuestro, que es para nosotros una señal de identidad, es la oración de los cristianos. En ella le pedimos a Dios por sus cosas: Su Reino, su voluntad, su Nombre… y por las nuestras: nuestro pan, el perdón de los pecados, la tentación.
Es también una oración comprometida. Pedimos que nos perdone como nosotros perdonamos, esto quiere decir que después de orar y pedir lo que necesitamos sabemos que tenemos que volver a la vida de cada día con actitudes de Hijos y hermanos. Es natural. Si hemos llamado a Dios Padre tendremos que obedecerlo como hijos y respetarlo y amarlo. Además hemos dicho “nuestro” en lugar de “mío” con lo que estamos reconociendo a todos los demás como hermanos. Esto nos obliga a mirar a todos con ojos de hermano. ¡Cómo cambiaría nuestro mundo si rezáramos el Padre Nuestro de corazón, y viviéramos lo que decimos en esta oración!

De tu mano he podido reconocer la bondad de mi Padre Dios, he experimentado su amor a pesar  de mis pecados. He sentido todo lo que hace por mí cada día, he visto cómo renueva mi vida y como escucha con interés todo lo que le digo. Así se va cambiando mi vida y me hace empeñarme en ser también más comprensivo, más paciente y más entregado a los demás.

viernes, 19 de julio de 2013

Marta y María

María, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su Palabra. (Lc 10,19)

El apóstol Pablo era un verdadero místico, aunque su carácter fuera duro y veamos en sus cartas un hombre impetuoso, no cabe duda de que era un verdadero hombre de Dios, con una espiritualidad muy profunda. Así nos deja testimonio de su unión íntima con el Señor hasta el punto de decir que todo lo demás es una pérdida comparado con el conocimiento de Cristo Jesús. Por esa unión íntima con Cristo, también sufre en su propio cuerpo las marcas de la Pasión. Él dice que está completando en su carne la pasión de Cristo. De esta manera el sufrimiento por la iglesia no le produce tristeza sino alegría. La alegría de compartir con el Señor todo su amor por su pueblo, por el que ha entregado la vida.
Sentir alegría por sufrir es, sin lugar a dudas, una tremenda paradoja. Para llegar a comprenderlo tenemos que alcanzar el nivel de espiritualidad de San Pablo, y estoy convencido de que necesitamos llegar a esa meta. La vida nos va a traer muchas contradicciones y podemos afrontarlas con amor y con esperanza si estamos profundamente unidos a Jesús.
Es verdad que nuestro mundo material nos hace que parezca inútil o pérdida de tiempo la vida espiritual, pero no debemos dejarnos engañar. El mismo Jesús, ante la inmensidad de la mies, lo primero que nos propone es orar: “rogad al dueño de la mies”. Y es que no debemos perder nunca de vista que todo está en las manos de Dios. Por eso lo que mejor le podemos ofrecer a nuestro mundo es una experiencia de intimidad con Dios, una vivencia mística.
Como María, sentémonos a los pies del Señor para escuchar sus Palabras. Esto es escoger la mejor parte.
Ella supo dejar de lado otras preocupaciones para contemplar a su Maestro y escuchar su Palabra. Todo lo que va diciendo va calando en ella, le aclara muchas dudas, le ayuda a comprender muchas cosas y también la va preparando para poder afrontar las nuevas dificultades que surjan en el futuro. La Palabra del Señor la irá transformando y luego ella actuará respondiendo a todo el don recibido.
Encuentra momentos para el silencio, céntrate en la persona de Jesús, medita su Palabra y déjate inundar por ella. Verás cómo estos encuentros te van transformando día a día. También el Señor nos ha ofrecido la gran ayuda de los sacramentos: la Eucaristía y la Penitencia. Seguro que puedes encontrar tiempo para celebrar la Eucaristía aunque no sea día de precepto y recibir a Cristo como fortaleza para tu vida. Este encuentro con el Señor Resucitado que perdona los pecados y te alimenta con su propio cuerpo, también va transformando tu vida.
No vale decir que hay mucho por hacer para buscar una excusa y dejar de lado la vida espiritual. Porque precisamente por eso, porque la mies es mucha, hay que escoger la mejor parte que consiste en llenarse del amor del Señor. Él mismo será quien te envíe a transformar el mundo con un corazón renovado.
Todos los días vienes a mí buscando mi hospitalidad. Eres tú mismo quien llama a mi puerta y me pide un poco de tiempo, algo de comprensión, un buen consejo… que te trate con amor. Tal vez me pasas desapercibido, pero siempre que acojo al que viene a buscarme es a ti mismo a quien estoy recibiendo. Lo recordaré para ofrecerte lo mejor de mí mismo.


sábado, 15 de junio de 2013

La mujer pecadora

Sus muchos pecados están perdonados
Porque tiene mucho amor. (Lc 7, 47)

La mirada de Jesús es como la mirada de una madre que siempre sabe descubrir en sus hijos todo lo bueno. Tal vez nosotros nos fijamos en los fallos y en los pecados de los demás para juzgar pero él no. Él quiere devolver la paz y la dignidad a todas las personas y, por eso, está cerca de los más humillados y despreciados.
Me llena de paz saber que el Señor se fija siempre en todo lo bueno que hay en mí. Cuando estoy en su presencia, él me va mostrando todas las posibilidades que tengo de hacer el bien y me va animando a ser testigo de su amor. Yo llego muchas veces ante él con el peso de mis pecados, a veces casi con miedo por sentirme indigno de su amor. Él conoce mejor que yo todos mis límites, y ante él de nada me sirven mis justificaciones absurdas. Pero Jesús me tiende siempre su mano, me consuela porque sólo quiere ver lo bueno que hay en mí.
Todo esto no me hace sentir soberbia, yo sé bien que todo es gracia. Sé que tengo que convertirme y ser más generoso, más austero, más agradecido. Siempre puedo amar más y dar más, y orar más o desprenderme más. Pero Jesús ya valora mucho todo lo que he llegado a hacer por seguir su llamada.
Ahora bien, este don que recibo al estar en presencia del Señor es como una llamada a mirar así también a mis hermanos. En lugar de fijarme en sus defectos, mucho mejor será que descubra todas sus posibilidades. Es sorprendente cuántas cosas buenas encontramos en cada persona. Creo que muchas veces, cuando la gente se siente valorada, le estamos ayudando a superar también sus defectos. Tengo que acercarme sobre todo al más humillado o despreciado, al que no es capaz de valorarse a sí mismo, a quien cree que ya no tiene salida. Para todos hay una palabra de perdón y una invitación a emprender una vida nueva. El Señor podrá comunicar su paz y su bendición a quien más lo necesita.


Has puesto en mi vida a muchas personas a las que amar y valorar y también has puesto dentro de mí un amor que parece inagotable. Es la mejor forma de conocerte y de estar unido a ti. Tú me has hecho solidario de todos y por ellos te pido cada día en mi oración.

viernes, 7 de junio de 2013

La alegría del cielo

Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.( Lc 15,7)

Es importante que leamos el Evangelio siempre como si fuera la primera vez, así nos podremos dar cuenta de cómo nos desconcierta este mensaje. Pensemos bien en el sentido de la parábola de la oveja perdida y veremos cómo rompe todos nuestros esquemas: No es lógico que un pastor deje a noventa y nueve ovejas en el campo para buscar a una que se ha perdido, no cabe tampoco en nuestra forma de pensar que alguien se alegre por un malo que se arrepiente y no se alegre de tener a noventa y nueve personas buenas. ¿Cómo es posible que Dios, en cambio, actúe así? Sin lugar a dudas, esta parábola está dando la vuelta por completo a nuestra forma de pensar.
Para nosotros lo justo es que cada uno se lleve lo que se merece. El bueno se merece el premio y el malo se merece el castigo. Pero la justicia de Dios va por un camino diferente, porque Dios se mueve siempre por el amor. Es verdad que el malo se merece el castigo, pero el malo, el pecador, es también amado por Dios, por eso Él espera con paciencia que se arrepienta y cambie. Cuando esto sucede, la alegría es desbordante, tanto que supera a la alegría de tener a los buenos.
Si nos consideramos buenos nos podremos sentir profundamente defraudados. Porque Dios no se alegra por nosotros tanto como por los pecadores que se arrepienten.
Ahora bien, podríamos descubrir que también está el pecado en nosotros. Que también tenemos que arrepentirnos por no haber amado lo suficiente, por no habernos desprendido lo suficiente, porque siempre podemos dar más, y trabajar más por el Reino. Así también Dios se llenará de alegría por nuestra conversión.
Todavía podríamos ir más lejos, creo yo. Podríamos unirnos tanto a Dios, podríamos estar tan identificados con nuestro Maestro, que también amáramos a todos como Él. Entonces llegaríamos a participar con Dios de su alegría desbordante por cada pecador que se convierta. La inmensa alegría de haber recuperado a un hermano que estaba perdido.


Señor Jesús, a medida que voy conociendo la grandeza de tu Corazón, siento que tengo que transformar todo mi ser. Tú me has invitado a ser un odre nuevo para poder contener el vino nuevo del Evangelio. Tu amor es tan sublime que en toda mi vida no habré llegado a conocer más que una chispa de ese fuego abrasador. Yo soy como el barro en manos del alfarero. Modela tú mi pobre ser para que pueda responder a tus dones.

sábado, 18 de mayo de 2013

Pentecostés


Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. (Jn 20,21)

Después de la ascensión, Jesús ya no está de forma visible entre nosotros. Pero el mundo sigue necesitando de Él. Seguimos necesitando el consuelo del Evangelio, seguimos necesitando el anuncio del amor de Dios, el perdón de los pecados, la salud de los enfermos. Por eso antes de marcharse envió a sus apóstoles a ser los que continuaran haciendo presente su Reino. Para que puedan cumplir este encargo sopla sobre ellos el Espíritu Santo y les da poder para perdonar los pecados.
Después de los apóstoles, Dios sigue llamando y enviando a hombres y mujeres para extender por todas partes su Reino, para anunciar su Palabra y comunicar su gracia y para transformar el mundo con su amor.
No esperes que sean otros los que respondan a la llamada. Eres tú quien tiene que sentir que el Señor te envía. Te necesita para seguir comunicando al mundo su amor y su gracia.
Es verdad que ante la llamada  de Dios lo primero que se descubre es la pequeñez personal. ¿Cómo construiré el Reino yo que soy débil, que tengo tantos pecados, que me cuesta tanto vivir la santidad del Evangelio? ¿Cómo anunciar el Evangelio si tengo dudas, si tengo miedo a la crítica, si no sé hablar? ¿Cómo transformar el mundo si tengo muchos apegos egoístas y me cuesta tanto perdonar? Dios puede encontrar a otros muchos mejor que yo. En cambio, me ha llamado, te ha llamado. Y ante la llamada de Dios es mejor no poner muchas excusas, hay que decir que sí y dejarse llevar por él. El que comienza en ti la obra buena, él mismo la llevará a término.
Como a los apóstoles, también a nosotros nos envía su Espíritu. Y así se realiza el milagro, lo que parece imposible se va haciendo realidad de forma sorprendente. Vemos una iglesia en medio del mundo marcada por debilidades y defectos. A veces escándalos que dan mucho que hablar a la gente y que sirven de argumentos para los que no creen. Pero también vemos cómo se sigue anunciando el Evangelio, cómo mucha gente siente el consuelo de la fe en medio de sus sufrimientos, cómo muchos niños se entusiasman con una vida entregada a Jesús, cómo se sigue transmitiendo al mundo la santidad a través de los sacramentos. Jesús sigue viniendo a estar entre nosotros en la Eucaristía; la oración sigue siendo un estímulo para la gente sencilla que encuentra a su Señor tan cercano. Seguimos viendo cómo la Caridad transforma el mundo, hace que muchos se comprometan por la paz y por un mundo mejor, a veces poniendo en riesgo sus vidas.
Puede parecer contradictorio y hasta lo tachan de hipocresía. Pero es la acción del Espíritu Santo en su Iglesia. Hombres débiles y pecadores capaces de llenar el mundo con la santidad y el amor de Jesús. No tengas miedo, escucha la llamada del Señor y responde que sí.

Eres tú quien me ha elegido y yo no puedo hacer otra cosa que responder que sí. Siempre apoyado en ti, unido a ti, llegaré a dar el fruto abundante. Envía tu Espíritu, Señor, y renueva mi corazón. Que transforme todo mi ser, que renueve la faz de la tierra.

viernes, 10 de mayo de 2013

La Ascensión del Señor


¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?
El mismo Señor que os ha dejado para subir al cielo
volverá como le habéis visto marcharse. (Hch 1,11)

Jesucristo ha subido al cielo y está sentado a la derecha del Padre. Así lo decimos en el credo; también afirmamos que vendrá de nuevo con gloria para juzgar a vivos y muertos. Pero mientras se produce esa venida gloriosa tenemos una importante misión que llevar a cabo en este mundo. No es tiempo de quedarse absortos mirando al cielo y esperar pasivamente que vuelva el Señor. Más bien es el tiempo de construir el Reino cada día con mucho esfuerzo y dedicación.
Es la hora de anunciar a todos el mensaje de la salvación con obras y palabras y defenderlo ante aquellos que quieren atacarlo como algo pasado de moda, o ante los que quieren adulterarlo para rebajar su exigencia y hacerlo menos incómodo.
Es la hora de hacer presente a Jesús a través del anuncio de su Palabra y de la celebración de los sacramentos. Porque el Señor no nos ha abandonado sino que sigue con nosotros de forma espiritual pero real. Él sigue perdonándonos, fortaleciéndonos, alimentando nuestro espíritu. Podemos hablar con él y sentir su cercanía en la oración y en la Eucaristía.
Es la hora de vivir el amor de forma total, como Jesús nos mandó, poniéndonos al lado de los pobres con todas sus consecuencias, aceptando la pobreza como el mejor medio para evangelizar.
Es la hora de denunciar todas las injusticias que destruyen la vida de la gente y de transmitir la esperanza de la llegada de un nuevo orden, porque el Señor de la historia y del mundo es Jesucristo y su Reino está presente en medio de nosotros.
El Señor volverá con gloria y hará nuevas todas las cosas; por eso no perdemos la esperanza, a pesar de las dificultades.

Señor Jesús, siento que estás siempre conmigo y que eres tú quien me llevas de la mano para cumplir tus mandatos. Que tu amor inunde el mundo y cambie el corazón de los hombres.

viernes, 12 de abril de 2013

El Resucitado se aparece a los discípulos


Aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro: Es el Señor. (Jn 21,7)

Los discípulos habían decidido volver a su vida cotidiana y de nuevo vuelven a su tarea de siempre, a pescar. Pero cuando Jesús no está con ellos todo es triste: es de noche y no han pescado nada. De pronto Jesús aparece ante ellos. Con el Señor todo cambia. Ahora es de día, están llenos de alegría y de optimismo y la pesca ha sido abundante. Han comprendido que Jesús ha resucitado verdaderamente y que vive para siempre. Han comprendido que no están solos y que tienen una importante misión que llevar a cabo, porque tienen que proclamar a todo el mundo esta Buena Noticia.
Podemos apreciar en el libro de los Hechos de los apóstoles la transformación que llegaron a vivir en su espíritu. Con la certeza de la Resurrección y con la fuerza del Espíritu Santo, ya no tenían miedo a nada. Sabían que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres y se llegaban a sentir contentos por los ultrajes recibidos en nombre de Jesús.
Abramos nuestros ojos para contemplar la obra de Dios porque tenemos que animarnos y anunciar a todo el mundo el triunfo de la vida sobre la muerte. Si dejamos que la voz de Jesús cambie nuestras vidas, es posible todavía la alegría y la esperanza para todos. No nos dejemos impresionar por los que quieren que nuestra fe se esconda en lo privado; tenemos una buena noticia que proclamar al mundo y hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. Aunque esto nos llegara a costar incomprensiones o persecuciones tendremos que seguir transmitiendo la alegría de conocer a Jesucristo. Que no nos desanime la indiferencia ni el relativismo, porque si reconocemos al Señor en nuestra vida y le abrimos nuestra puerta, él podrá llenar también nuestra red de peces grandes: hará que reine la fraternidad, que seamos más solidarios, que entre nosotros haya más respeto, que brille la solidaridad… vencerá la luz a las tinieblas.
Cuando Jesús no está todo es triste, no hay pesca, es de noche: se pierde la esperanza, reina el egoísmo y todos salimos perdiendo. Pero Él está con nosotros. Nos sigue hablando a través de la Iglesia, nos sigue sanando de nuestras heridas, nos sigue acompañando en nuestros sufrimientos, nos sigue alimentando con  su propio cuerpo. Con él llega la luz y la alegría para todos.
A pesar de mis dudas y de mis quejas, a pesar de mi cobardía y de mis debilidades, a pesar de mis pecados, de mi egoísmo, de mi pereza y de mi soberbia… a pesar de todo esto yo sigo aquí, tratando de hacerme digno de la vocación a la que me has llamado. No soy digno de proclamar tu nombre, pero te amo y tú eres mi única fuerza. En ti encuentro la alegría y la esperanza de mi vida, tú eres un compañero  fiel; eres el perdón de mis culpas y el amor que aun no tengo. Tú pones la humildad que me falta y los méritos que necesito ante el Padre. Tú eres mi Señor y mi Salvador y mi vida te pertenece sólo a ti.

viernes, 5 de abril de 2013

Creer sin ver


Jesús dijo a Tomás: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo sino creyente.” (Jn 20,27)

Creo que puedo escuchar hoy las palabras de Jesús echándome en cara mi incredulidad como a Tomás. Por eso yo soy muy comprensivo con la actitud de Tomás, que me parece que es muy habitual entre nosotros. Porque cuando vemos que las cosas van bien es fácil alabar a Dios y darle gracias por todo lo que nos da. Pero otras muchas veces todo se vuelve oscuro, no vemos salida y Dios nos sigue llamando a la confianza en él.
Puedo entender que Tomás estuviera lleno de dudas habiendo visto al maestro morir en la cruz sin que Dios viniera a salvarlo. ¿Cómo es posible creer que alguien que ha muerto ante todos y que ha sido sepultado puede estar vivo?
Yo miro mi vida y también siento que estoy como muerto. Me doy cuenta de que ya no tengo el ardor de otros tiempos, de que la vida me ha hecho más realista y, tal vez, más pesimista. Llevo mucho tiempo viendo cómo mi trabajo pastoral resulta más bien estéril y todos estamos siendo testigos del declive de la fe cristiana en nuestra sociedad: baja la asistencia a misa, los niños abandonan en masa la iglesia después de hacer la primera comunión, se cierran conventos, los seminarios también van descendiendo… y en medio de esta oscuridad vital y espiritual, el Señor me dice que confíe en Él y no sea incrédulo.
También la vida social aparece poco esperanzadora. Estamos cada día oyendo hablar de crisis, de aumento del desempleo, vemos cómo cada día somos más pobres, cada vez más familias en situaciones de verdadera  necesidad… y el Señor sigue queriendo que seamos creyentes y que confiemos en Él.
San Juan estaba desterrado en la isla de Patmos, tenía muchos motivos para pensar que estaba todo perdido. Otros apóstoles habían muerto de forma violenta por anunciar el Evangelio y los cristianos estaban siendo perseguidos, condenados al exterminio. Jesús se le apareció para darle ánimos: Él también estuvo muerto pero ahora está vivo y es quien tiene las llaves de la muerte y del infierno.
En el libro del Apocalipsis de San Juan se nos presenta la historia como una batalla constante entre las fuerzas del bien y del mal, entre Dios y el diablo. Aparecen muchas pruebas, muchos sufrimientos. Pero la victoria final es siempre de Dios, del bien, de la vida.
Está claro que Dios no nos va a librar de la cruz, tampoco libro a su Hijo. Pero, en medio de la oscuridad de todas estas pruebas Jesús está con nosotros. Él ha vencido a la muerte y está vivo para siempre. Vamos a abrirle nuestra puerta para que pueda entrar en nuestra vida y nos transforme para siempre.

Yo también necesito ver para creer y tú me insistes cada día en que debo confiar y esperar en ti. Sé que eres tú quien conduce mi vida y que nada de lo que ocurre se queda fuera de tus planes. Ayúdame a ver la luz para que pueda ser un signo de esperanza para los pobres que buscan una palabra de consuelo. 

miércoles, 20 de marzo de 2013

La muerte de Jesús


Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen (Lc 23,34)

Sobre Jesús han caído todos los pecados. Es como si el furor del diablo se cebara con Él al saberse vencido. Para condenarlo se ha tomado el nombre de Dios en vano, se han levantado falsos testimonios, han comprado a un traidor, han dictado una condena injusta; sobre Jesús ha venido la cobardía de sus amigos, los insultos y burlas de sus enemigos, lo han humillado, lo han maltratado con una violencia atroz, le han robado lo único que tenía: su ropa; y lo han matado convirtiéndolo en un espectáculo ignominioso.
El pecado es un veneno mortal pero existe un antídoto que puede neutralizarlo y Jesús lo ha aplicado en todo momento. Ese antídoto es el Amor. A todas estas afrentas, Jesús responde con amor.
Es capaz de curar la oreja del soldado, de animar a Pedro y a los otros discípulos, de consolar a las mujeres que lloran, de darle esperanza al malhechor arrepentido y, sobre todo, de orar por sus enemigos y pedir para ellos el perdón. La forma de derrotar el pecado es ofreciendo el perdón, de todo corazón.
Para culminar este acto supremo de amor, Jesús se encomienda al Padre y pone en sus manos esta obra redentora.
El pecado ha sido perdonado, Satanás ha quedado derrotado.
Acércate a la cruz para poder enriquecerte de todos sus beneficios. En ella encontrarás el perdón de tus culpas, en ella tendrás el consuelo de tus sufrimientos y en ella encontrarás a Jesús que te enseña la lección del amor a Dios y al prójimo.

En la cruz está la vida y el consuelo y ella sola es el camino para el cielo. (Santa Teresa de Jesús)

viernes, 15 de marzo de 2013

La adúltera


Tampoco yo te condeno; anda, y en adelante no peques más. (Jn 8,11)

El apóstol Pablo, a pesar de su carácter fuerte, era un místico y su fuerte experiencia espiritual lo convirtió en el testigo que llegó a ser. El conocimiento de Jesús le había transformado la vida por completo hasta el punto de entregarse por completo a darlo a conocer a todos. Su experiencia espiritual lo llevó a compartir los padecimientos y morir su muerte para alcanzar así la Resurrección.
Por eso, al acercarnos al Evangelio, no debemos quedarnos sólo en un recuerdo emotivo de las cosas que hizo el Señor durante su vida pública sino que hemos de meditarlo y contemplarlo como un encuentro vivo, como una relación personal con Jesús que también nos quiere transformar como a San Pablo. La meditación del Evangelio es una forma de conocer a Jesucristo y descubrir que este conocimiento es lo único verdaderamente valioso en la vida.
Jesús, que ha venido a revelar el gran amor del Padre, se presenta en el Evangelio cercano a los pecadores y misericordioso con todos. Él no condena, sino todo lo contrario, viene a perdonar y a llamar a la conversión.
Al escuchar este episodio de la adúltera hay  que contemplar a Jesús para conocerlo mejor. Vemos cómo no pierde la calma. Mientras los otros callan el escribe algo sobre la arena y espera. Podemos imaginar que conoce el interior de cada uno, tal vez ellos también lo saben y por eso, al final, deciden marcharse. Podemos imaginar a aquella mujer completamente asustada recibiendo de Jesús esas palabras llenas de misericordia, sintiéndose amada a pesar de su pecado.
Después de esta contemplación yo me miro a mí, delante de Jesús, también acusado por mis pecados y me siento amado y perdonado. Este encuentro me transforma la vida, como a Pablo. Puedo decir que es verdad que este conocimiento es lo único que vale, que todo lo demás es una pérdida.
Así es cómo siento la necesidad de anunciar a todos esta verdad. También me siento llamado a mirar a los demás con misericordia, a tratar a todos con  el mismo amor y la misma bondad con la que a mí me ha tratado mi Señor.

Después de perdonar mis pecados me has invitado a no pecar más. Me has devuelto la alegría y la ilusión por cambiar el mundo cambiando mi propia vida. Ven en mi ayuda para que pueda ser testigo de tu presencia entregando mi vida por amor.

sábado, 2 de marzo de 2013

Llamada a la Conversión

¿Creéis que aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre de Siloé y los mató eran los únicos culpables entre todos los vecinos de Jerusalén? Os digo que no. Todos pereceréis igualmente si no os arrepentís". (Lc 13,4-5)

El tiempo de Cuaresma nos llama a la Conversión. Para nosotros se trata de prepararnos espiritualmente para celebrar la Pascua. La participación en los misterios de la Muerte y Resurrección del Señor será una renovación de nuestra vida y merece la pena que nos preparemos seriamente durante este tiempo.
Jesús se vale de unos acontecimientos trágicos que han sucedido para llamar la atención de sus oyentes sobre la necesidad de la Conversión. Estas cosas no son consecuencia de los pecados personales de la gente, por lo tanto le pueden ocurrir a cualquiera. Por eso, lo mejor es estar siempre preparados.
Si tu corazón está sólo apegado a este mundo: al dinero, al bienestar, a la familia o a las cosas meramente terrenales, de pronto puede suceder algo que haga que todo se derrumbe. Por eso lo mejor es acercarse a Jesús y dejarse orientar por él.
Jesús, como el buen labrador, ha preparado tu vida como una planta querida. Te ha quitado los matorrales y las piedras, porque se ha entregado por ti para librarte de tus pecados. Te ha purificado y te ha preparado un corazón limpio. También te ha abonado, porque puedes alimentarte con su Palabra y puedes recibirlo a Él en persona al comer su Cuerpo en la Eucaristía. Ahora espera que produzcas fruto, y ese fruto es la Conversión. Transforma tu vida, escucha su llamada y respóndele entregándote a los demás.

Señor tú escuchas siempre el grito de los pobres que te buscan y te piden ayuda. Tú quieres responder a sus oraciones y me has elegido a mí para que vaya en tu nombre y les muestre tu amor entrañable. Yo sé que no soy nada, pero tú me ofreces la fuerza de tu Espíritu, por eso me atrevo a responder: aquí me tienes para hacer tú voluntad.

sábado, 23 de febrero de 2013

La transfiguración


Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de blancos. (Lc 9,29)

                Jesús ha subido al monte para orar con sus discípulos. A lo largo de su vida nos ha demostrado que necesita la oración para sentirse unido al Padre. Los discípulos llegaron a comprender, aunque torpemente, que Jesús salía fortalecido y animado de esos encuentros frecuentes con el Padre. Puedo pensar que aceptaron gustosos la propuesta de retirarse para orar con él.
                En el contexto de ese retiro presenciaron algo inaudito. Pudieron ver a Jesús con toda su gloria de Hijo de Dios. Se les quedó grabado fuertemente cada detalle de aquel momento.
                Más tarde, en otro monte, sucedería justo lo contrario. En este monte han visto el rostro de Jesús lleno de gloria y sus vestidos deslumbrantes, en el otro monte verán el rostro del Señor desfigurado y su cuerpo desnudo sobre la cruz. En este monte han contemplado la grandeza del Mesías, ante el cual, se presentan Moisés y Elías, los grandes hombres de la historia de Israel. Pero en el otro monte verán a su Maestro humillado y convertido en la burla de todos los que pasan por allí.
                Una voz del cielo, la voz del Padre, les revela el misterio de aquel hombre: “Este es mi Hijo, el escogido, escuchadlo”. Jesús no era un hombre más. Aunque lo vean morir en una cruz deben tener la seguridad de que él es de verdad el Salvador. Sus palabras son Palabras de Vida. Escuchar a Jesús es acercarse a Dios y comprender lo más íntimo de Él, es conocer el camino que nos lleva a la Vida y sentirnos llamados a vivir como criaturas nuevas.
                Cuando celebramos la Eucaristía contemplamos también, en el pan consagrado, al mismo Jesús. Nuestra oración nos permite experimentar su cercanía, sentirnos sostenidos por él en los momentos difíciles y animados a vivir de su amor. Por eso necesitamos también retirarnos de vez en cuando para desconectarnos de los problemas materiales y quedarnos a solas con el Señor, como diría santa Teresa, tratando de amistad con quien sabemos nos ama.
                Habrá momentos en la vida en que no veamos la gloria sino la cruz y tenemos que estar preparados para afrontarlos con valentía y no dejar que nuestra fe se apague por eso.
                Tú mostraste a los apóstoles un nuevo rostro lleno de esplendor, así los preparaste mejor para sobrellevar el escándalo de la pasión. Tú puedes también hoy transformar nuestra vida, cambiar el rostro de tu Iglesia para que se presente ante el mundo como una luz y una esperanza; puedes cambiar la vida de los creyentes para que te hagan presente cada día con sus obras; puedes cambiar mi vida para que me aparte de todo lo que me aleja de ti y me entregue con alegría a los demás.

sábado, 16 de febrero de 2013

Jesús tentado por el diablo


Cuando terminó de poner a prueba a Jesús, el diablo se alejó de él hasta el momento oportuno. (Lc 4,13)

También el Salvador del mundo se vio sometido a la tentación y así nos ha podido mostrar el camino para vencerla.
Creo que la tentación tiene mucho que ver con la fe que tenemos en Dios, porque se pone a prueba nuestra confianza en Él y nuestra capacidad para seguir su llamada pase lo que pase.
En las tres tentaciones que nos narra el Evangelio el diablo pretende que Jesús consiga el éxito fácil, que se aproveche de su poder para su propio beneficio convirtiendo las piedras en pan; que alcance el poder para dominar todos los reinos del mundo, aunque para eso tiene que adorar al demonio; y finalmente le pide que haga la prueba de tirarse del alero del templo, a ver si es verdad lo que decía la escritura.
Tal vez estas tentaciones representan las pruebas a las que nos vemos sometidos diariamente y que, a veces nos engañan y nos apartan de Dios: La tentación del egoísmo y de buscar el beneficio personal aunque sea quedando bien; también la tentación del poder que puede estar motivada por razones muy nobles porque teniendo poder será más fácil llegar a la gente o influir en la sociedad; o la tentación de poner en duda el amor y la presencia de Dios porque nos gustaría más ver con claridad que Dios nos acompaña y nos libra de todo mal pero el mundo sigue adelante con sus sufrimientos.
El diablo dejó a Jesús hasta el momento oportuno. Ese momento será la pasión, ahí tendrá que superar la prueba definitiva. La gente le dirá: sálvate a ti mismo, al igual que el diablo lo invita a convertir las piedras en pan, las autoridades gritarán: ¿no dices que eres hijo de Dios? que te libre si tanto te quiere, y no faltará también la tentación del poder, recordemos cómo Pilato le pregunta si es el rey de los judíos. Pero Jesús sabía que tenía que llegar hasta el final en el cumplimiento del mandato del Padre.
He recibido el testimonio de tu victoria frente a Satanás. Tú no te has dejado engañar por ninguna de sus trampas porque sabías bien que tu Padre no te fallaría. Con tu ayuda deseo también ser fiel a la misión que tú me has encomendado y proclamar a todos tu amor y tu misericordia.

sábado, 9 de febrero de 2013

Pescador de hombres


No temas, desde ahora serás pescador de hombres. (Lc 5, 10)

Jesús nos llama para una misión muy especial. Tenemos que llevar la luz al mundo envuelto en tinieblas, hay que ayudar a los que andan perdidos a encontrar el camino. Esa luz y ese camino es el mismo Cristo y lo que nos pide es que seamos sus testigos y que anunciemos a todos su mensaje.
Cuando sentimos esta llamada, enseguida nos topamos con nuestra  incapacidad para responder. ¡Si fuéramos capaces de vivir unidos y dar un ejemplo de amor! ¡Si de verdad viviéramos el Evangelio! Pero vemos que no es así. Que también somos débiles, que también somos materialistas, que también nos dejamos llevar de la ira, que somos egoístas… ¿Cómo hablar de amor y de santidad, de pobreza y de entrega, si nosotros tampoco lo vivimos?
Cuando Pedro entendió quién era Jesús, él mismo se postró y le dijo: “Apártate de mí que soy un pecador”. Le había ocurrido lo mismo al profeta Isaías: “Ay de mí, que soy un hombre de labios impuros”, y también a Pablo: “Yo no soy digno de llamarme apóstol”. Grandes santos como ellos, también sintieron su indignidad para la misión. Pero en ayuda de todos ellos vino la Gracia. San Pablo dirá: “Por la gracia de Dios soy lo que soy”, y a Isaías un ángel le acercó un ascua a la boca, y también a Pedro Jesús le insiste: “No temas”.
Pedro experimentó su debilidad hasta el punto de negar al Señor, lo que le hizo llorar amargamente. A pesar de todo, su pecado no lo paralizó. Supo acoger el perdón que Jesús le ofreció y tuvo la oportunidad de experimentar de una manera muy personal la misericordia de Dios. Tal vez su propia cobardía lo hizo muy comprensivo con los pecados de los demás, muy paciente con los que dudan o tienen miedo. Así cuando proclama el gozo de haber encontrado a Cristo Resucitado puede compartir que él también ha experimentado la misericordia y  que el perdón ha transformado su vida. Al final tendrá la oportunidad de entregar la vida por su Maestro.
Ahora mira cómo Dios te llama a ser una luz. Ya no puedes poner la excusa de tus pecados o de tus dudas. Él te dice: no temas. Y su amor es como un ascua ardiendo que purifica tus labios. Sólo espera que le digas que sí; Él pondrá sus palabras en tu boca, Él pondrá en tu corazón todo su amor, Él transformará tu vida para hacerte capaz de ser su instrumento. Anímate a decir como Isaías: “Aquí estoy, envíame”.

Señor tengo las redes vacías. He trabajado con afán, he dedicado todas mis energías, he puesto todo mi empeño… pero mis redes están vacías y la noche me envuelve. Tú me dices que reme mar adentro y que las eche de nuevo. Contigo empieza a amanecer y la luz del día me llena de esperanza. Echaré de nuevo las redes por tu Palabra.

jueves, 24 de enero de 2013

Hoy se cumple esta Escritura


"Hoy se cumple ante vosotros esta Escritura".
 (Lc 4,21)

Hoy también se cumple la escritura. Hoy está Jesús en medio de nosotros librándonos de nuestros males, hoy también nos ofrece la gracia del perdón y nos propone volver a empezar. Hoy quiere estar con nosotros para ayudarnos a comprender que no estamos solos en este camino arduo y difícil de la vida.
Él es la Buena Noticia para los pobres, porque siendo pobre ha podido transformar el mundo. Es la Buena Noticia de que Dios está cerca de los pequeños y de los que no cuentan nada, es más, son ellos los elegidos para mostrar al mundo su poder.
Jesús nos trae también la liberación, podemos confiar en que las cosas van a cambiar, y podremos cantar llenos de alegría por haber visto la salvación de Dios. Jesús nos traerá la liberación, después de la noche volverá a llegar la luz del día.
Dios no falla nunca, cumple lo que promete y, como un Padre que tiene entrañas de misericordia, acoge siempre nuestra oración y no es sordo a nuestras peticiones. Jesús es la prueba evidente de que Dios cumple siempre lo que promete, porque en Él se han cumplido las profecías.
Al comenzar su ministerio, el Señor ha escogido esta lectura que presenta su misión. Todo lo que allí se anuncia es Buena Noticia, liberación, gracia. Porque Jesús ha venido como salvador, para traernos la alegría y no la condenación. No se habla del infierno ni del castigo, sino del año de Gracia del Señor, porque viene a mostrar su amor y el perdón de los pecados.

Al encontrarte tan cerca de mí, mi corazón se llena de alegría. Estar contigo es gozar de la alegría de tener un gran amigo, el mejor amigo del mundo. Tú me haces sentir el amor más grande, me animas a sacar de mí todo lo bueno que el Padre me ha concedido, a esforzarme por ser como tú y llevar este amor y esta alegría a todos. En ti encuentro razones para luchar, fuerza para perdonar, amor para entregar mi vida por los demás. Tú eres la Buena Noticia que todos deben conocer.

sábado, 19 de enero de 2013

Una boda en Caná


Así, en Caná de Galilea, Jesús comenzó sus milagros, manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él.
(Jn 2,11)

Jesús ha comenzado a revelarse en una boda y el primer milagro que ha realizado ha consistido en convertir el agua en vino. En el relato de este acontecimiento aparece de forma muy particular la madre de Jesús. Es ella la que se da cuenta de que falta el vino, la que acude a Jesús para decirle lo que pasa y la que anima a hacer lo que Jesús diga.
El vino es todo un signo de alegría y de fiesta, que no puede faltar en una celebración. El agua es también signo de vida y de limpieza. Pero tal vez aquí el agua es señal de vacío, de falta de sabor y color.
María acude a Jesús porque no quiere que la gente se quede sin su fiesta y su alegría y el Señor no puede negarse a lo que su madre le ha pedido.
Estaba yo pensando en el significado de todo esto relacionado conmigo y con la situación concreta en la que estamos viviendo. Creo que hemos perdido la alegría y la ilusión de otros tiempos y miramos el futuro con pesimismo, creo que nos estamos resignando a que las cosas no van a cambiar y parece que nos vamos conformando con lo que hay. Podríamos decir que nos hemos quedado sin vino: sin la alegría y la fiesta. Y somos como el agua: incolora, inodora e insípida.
El episodio de Caná me llena de esperanza. En él veo que María no es indiferente nuestra situación, y siento que ella está indicándole a su Hijo que nos falta la alegría y que no puede quedarse indiferente. Nosotros somos como el agua que llenó las tinajas hasta lo alto  pero Él, con su poder, puede transformarnos a todos en un vino sabroso y abundante.

Aquí estoy yo como el agua que no tiene sabor ni olor ni color, incapaz de cambiar el mundo, incapaz de cambiar mi corazón. Contemplo a la gente que sufre a mi alrededor, a los que andan despistados por caminos equivocados y no sé cómo llevarlos a ti para que encuentren sentido y alegría.
Sé que tu madre, que es mi madre, mira con preocupación esta situación y que ella te lo está indicando.
Convierte esta agua en vino. Transforma mi mediocridad en la alegría de la amistad; que llegue la fiesta de la solidaridad; que brote la ilusión de mejorar este mundo en que vivo llenándolo de amor y de entrega; que descubra una vez más la alegría de compartir con lo demás, el gozo de sentir el perdón que recibo de ti y la satisfacción de perdonar.
Tú eres la fiesta porque contigo llega la esperanza y el amor; porque tu perdón y tu cercanía son una alegría infinita.
Espero contemplar tus signos para ver tu gloria y aumentar mi fe en ti.