viernes, 15 de marzo de 2013

La adúltera


Tampoco yo te condeno; anda, y en adelante no peques más. (Jn 8,11)

El apóstol Pablo, a pesar de su carácter fuerte, era un místico y su fuerte experiencia espiritual lo convirtió en el testigo que llegó a ser. El conocimiento de Jesús le había transformado la vida por completo hasta el punto de entregarse por completo a darlo a conocer a todos. Su experiencia espiritual lo llevó a compartir los padecimientos y morir su muerte para alcanzar así la Resurrección.
Por eso, al acercarnos al Evangelio, no debemos quedarnos sólo en un recuerdo emotivo de las cosas que hizo el Señor durante su vida pública sino que hemos de meditarlo y contemplarlo como un encuentro vivo, como una relación personal con Jesús que también nos quiere transformar como a San Pablo. La meditación del Evangelio es una forma de conocer a Jesucristo y descubrir que este conocimiento es lo único verdaderamente valioso en la vida.
Jesús, que ha venido a revelar el gran amor del Padre, se presenta en el Evangelio cercano a los pecadores y misericordioso con todos. Él no condena, sino todo lo contrario, viene a perdonar y a llamar a la conversión.
Al escuchar este episodio de la adúltera hay  que contemplar a Jesús para conocerlo mejor. Vemos cómo no pierde la calma. Mientras los otros callan el escribe algo sobre la arena y espera. Podemos imaginar que conoce el interior de cada uno, tal vez ellos también lo saben y por eso, al final, deciden marcharse. Podemos imaginar a aquella mujer completamente asustada recibiendo de Jesús esas palabras llenas de misericordia, sintiéndose amada a pesar de su pecado.
Después de esta contemplación yo me miro a mí, delante de Jesús, también acusado por mis pecados y me siento amado y perdonado. Este encuentro me transforma la vida, como a Pablo. Puedo decir que es verdad que este conocimiento es lo único que vale, que todo lo demás es una pérdida.
Así es cómo siento la necesidad de anunciar a todos esta verdad. También me siento llamado a mirar a los demás con misericordia, a tratar a todos con  el mismo amor y la misma bondad con la que a mí me ha tratado mi Señor.

Después de perdonar mis pecados me has invitado a no pecar más. Me has devuelto la alegría y la ilusión por cambiar el mundo cambiando mi propia vida. Ven en mi ayuda para que pueda ser testigo de tu presencia entregando mi vida por amor.

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