sábado, 27 de abril de 2019

LAS LLAGAS GLORIOSAS


Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos.
Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. (Jn 20,19-20)

Los discípulos están encerrados y tienen miedo. Su mirada es humana, se queda tan sólo en lo que han podido ver. Pero sin que ellos lo esperen Jesús Resucitado irrumpe de pronto y se presenta ante ellos. Todo cambia, ahora el miedo da paso a la alegría.
Jesús les mostró las manos y el costado. En sus manos están los agujeros de los clavos y en el costado está la herida de la lanzada. Son sus llagas, los signos de su sufrimiento y de su muerte que se han convertido en signos de gloria y de salvación, son sus gloriosas llagas. Son las heridas que nos han curado.
Ante la presencia del Resucitado la mirada de los discípulos va superando su comprensión meramente humana y material para dar paso a una visión creyente. Ante la presencia de Jesucristo, vivo para siempre, comprenden que todo lo que ha sucedido tiene un significado mucho más profundo: los caminos de Dios no son nuestros caminos.
Todo es un proceso, no cambian de la noche a la mañana. A los ocho días siguen encerrados. Tendrá que venir sobre ellos el Espíritu Santo el día de Pentecostés para que se lancen a predicar el Evangelio. Pero al final se produce en ellos esa transformación que culminará con la entrega de sus vidas y el entusiasmo al hablar de su Señor.
El poder del Señor resucitado se hace realidad en ellos hasta el punto de convertirlos en imagen viva de Jesucristo: en su nombre pueden realizar curaciones y expulsar los demonios. El Espíritu Santo los ha llenado hasta el punto de hacerlos irradiar esa energía poderosa que todo lo sana y lo llena de vida y de luz. Los lugares por donde ellos están presentes se llenan de alegría y la gente da gloria a Dios por lo que pueden llegar a ver.
Pienso cómo yo también intento muchas veces encerrarme lleno de miedo ante los retos del presente, lleno de miedo al verme tan incompetente y tan débil. Pero el Señor Resucitado viene y me enseña sus heridas llenas de gloria. Son las llagas gloriosas que yo mismo he reconocido en los pobres, en los enfermos, en  los extranjeros y en muchas personas con nombres y rostros, que me han llenado de luz con su fe profunda a pesar de sus sufrimientos.

Hoy siento dentro de mí tus palabras que me ofrecen la paz. Porque tú estás vivo, aunque estuviste muerto. Ya no hay nada que pueda detener la fuerza de tu Palabra. Hoy siento que me muestras tus manos y tu costado y que me invitas a tocar tus llagas como a Tomás para que ya nunca más tenga miedo y pase de ser incrédulo a ser creyente. Hoy siento cómo la energía del Espíritu Santo entra dentro de mí porque también me has enviado tu soplo; es la alegría que empieza a abrirse camino echando fuera el miedo, es el poder de curar y de expulsar todos los males. Cuando me encierro y me quedo en lo exterior se me escapa todo lo que realmente está sucediendo, pero cuando entras en mi vida y descubro tu presencia mi corazón y mi mente se abren a la Novedad de la Resurrección: a la irrupción de tu Reino.

sábado, 6 de abril de 2019

LA ADÚLTERA


Como  insistían en preguntarle él se incorporó y dijo:
- «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y se quedó Jesús solo con la mujer que seguía allí delante. (Jn 8,7-9)

En estos años hemos sido testigos de muchos políticos que se ponían muy subidos cuando sus adversarios habían cometido algún delito pero que después, habían caído por aquello mismo que habían juzgado de los demás.
No digamos de la iglesia en el tiempo actual. Los que durante tanto tiempo le habíamos dado lecciones de moral al resto del mundo, ahora más bien debemos guardar silencio, viendo como sacerdotes, obispos y cardenales están siendo juzgados y condenados.
Y es que el pecado es una realidad que se ha metido en nuestras vidas muy de lleno y nos domina a todos. Así que, antes de juzgar a los demás o de ponernos muy serios por las cosas malas que vemos de los otros, mejor es que miremos a nuestro interior para tratar de poner orden cada uno en nuestra propia vida.
Se dice popularmente que: de lo que veas la mitad y de lo que te digan ná. Y es que, cuando nos ponemos a juzgar la vida del prójimo, incluso por lo que hemos podido ver, nos faltan muchos datos para sabe la verdad o los porqués de eso que hemos visto. Mejor, vamos a ver todo lo que podemos transformar en nuestro propio corazón.
Esto no significa que nos dé todo igual. No podemos estar conformes con la injusticia ni con la violencia, claro que no; claro que no podemos tolerar la mentira o la manipulación. Pero recordando siempre que no podemos ser jueces de la vida de los demás porque primero tendremos que ser jueces de nosotros mismos.
Así es como podemos acercarnos a Jesús, sentir en nuestra vida su misericordia, sus palabras de aliento que no nos condenan sino que nos animan a no volver a pecar, pero no porque tengamos que tener miedo de un terrible castigo, sino porque el pecado nos hace mucho daño y también hace mucho daño a los demás. Esto es en realidad imposible de conseguir; el pecado no dejará de estar en nuestra vida y constantemente tendremos que buscar a Jesucristo para recibir su perdón y la fuerza de su Espíritu para seguir caminando. Y esto es lo que podremos también ofrecer a los demás: el conocimiento de Jesucristo que es quien lo llena todo, la experiencia viva de su amor por nosotros. Así pues, en lugar de dar lecciones a nadie como si fuéramos superiores, vamos a acercarnos a Jesucristo y a proponerlo a todo aquel que quiera buscar una razón para la alegría y la confianza.

A veces me lleno de nostalgia viajando a un pasado en el que creía que todo iba mejor, pero tú me has animado a gozar del presente. ¡Cuántas cosas extraordinarias estás realizando ante mis ojos! El pasado no es tan ideal como mi imaginación quiere verlo, también había sufrimientos y contradicciones. Y tú me estás regalando este momento de gracia, me estás permitiendo conocer grandes amistades, vivir muy cerca de ti para dejarme transformar por tu Palabra, y sentir el poder del Espíritu Santo que queda impregnado en los lugares donde alguien vivió de verdad la radicalidad del Evangelio. Esta novedad que estás haciendo en mí es también una fuerza de futuro que me permitirá retomar con alegría y con entusiasmo tu llamada a construir tu Reino en medio de este mundo.