domingo, 31 de marzo de 2019

EL PADRE Y LOS DOS HIJOS


Este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida,
se había perdido y ha sido encontrado.
Y se pusieron todos a festejarlo. (Lc 15,24)

En esta parábola podemos descubrir el amor de Dios por cada uno de nosotros y podemos también asombrarnos y sentirnos sobrecogidos ante tanto amor. Confieso que, cada vez que la leo y medito con ella, descubro algo nuevo que me hace estremecerme.
Esta vez he pensado en el desengaño de aquel joven cuando se encuentra lejos de su padre. Él había creído que sería feliz malgastando sus bienes y viviendo como un libertino. Pero llega el momento en que se encuentra con la cruda realidad. Entonces es cuando piensa en su padre.
Me parece que no es por arrepentimiento. La frase tan bien pensada es una forma de justificar su vuelta a casa. Lo que le hace pensar en regresar es el hambre y la situación lamentable en la que ha llegado a encontrarse.
Por otra parte me imagino al padre conmovido al contemplar a su hijo en esas condiciones. No es el momento de reprocharle nada, no es el momento de escuchar justificaciones. Sólo desea abrazarlo, besarlo y darle todo el amor que le tenía preparado durante mucho tiempo.
Al padre no le interesan las explicaciones. Siente una alegría muy profunda y quiere celebrar una fiesta para que todos compartan ese gozo con él. Ha encontrado a su hijo perdido. Ha vuelto a la vida el que estaba muerto.
Si tú estás muerto por tus pecados. Si has caído en un estado lamentable por haberte apartado de Dios. Estás a tiempo. Regresa. Verás cómo te espera, cómo te abraza, cómo te besa. No te pide explicaciones, tan sólo se alegra enormemente de tenerte a su lado y grita con toda la creación el gozo de haberte recuperado. Sí. La creación entera es el grito festivo de Dios.
Si, como el hermano mayor, has estado siempre con él. No reproches nada. No juzgues a nadie. Goza de saber que todo es tuyo. Disfruta del amor de este Padre bondadoso. Participa tú también de la fiesta del perdón. Entra en ese abrazo de amor y reconciliación y participa de los besos que el Padre está dando a lo hijos que regresan. También es para ti ese derroche de amor.

Tanto amor me sobrepasa, Señor Jesús. Cuando todavía yo no acabo de aceptar mis propios pecados vienes tú a anunciarme que Dios lo olvida todo. Siento tu abrazo en el perdón y tu gran Amor en el pan que se parte cada día en la Eucaristía. Te digo: No soy digno, pero tú interrumpes con tu gozo mis palabras y comienzas la fiesta.


domingo, 17 de marzo de 2019

LA TRANSFIGURACIÓN


En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén. (Lc 9,28-31)

Nos cuenta el Evangelio que Jesús invitó a tres discípulos a subir al monte para orar con él. Me imagino que estos discípulos debieron sentirse muy afortunados. Ellos veían que su maestro se retiraba a orar con mucha frecuencia; sabían que algo muy especial sucedía en aquellas oraciones porque el maestro regresaba con nuevas energías. En aquel monte los tres discípulos tuvieron el privilegio de orar junto a Jesús, despejaron sus dudas y descubrieron el gran poder que tiene la oración.
Cuando Jesús oraba su rostro cambió y sus vestidos brillaban de blancos. ¡Qué momento tan impresionante vivieron aquellos discípulos! ¡Qué poder tan increíble tiene la oración que puede llenar a Jesús de gloria! Lo que ha sucedido es verdaderamente extraordinario.
La oración de Jesús lo ha introducido en el cielo, en la morada de Dios, por eso se ha podido mostrar ante los apóstoles con la gloria de su divinidad; además, al estar en el cielo se encuentra con los santos, con Moisés y Elías, y se oye la voz del mismo Dios que los cubre en forma de nube.
Este momento de la transfiguración nos está contando lo que sucede en la oración, así lo creo. Es verdad que nosotros no llegamos a vivir esos hechos tan sobrecogedores, pero la oración realiza el mismo prodigio. Cuando hacemos silencio en nuestro interior para buscar al Señor nos estamos introduciendo en el cielo y nuestra persona se está llenando de gloria, porque Dios nos está iluminando fuertemente y también es verdad que al entrar en el cielo vienen los santos a acompañarnos y de un modo muy particular la Virgen María, que quiere estar con nosotros cuando oramos y buscamos a su Hijo.
También es verdad que Dios nos habla, por eso en la oración hay que hacer silencio para dejar espacio a Dios que se nos quiere comunicar. El Padre nos señala al Hijo para que lo sigamos y lo escuchemos. En la oración que hacemos los cristianos nos estamos uniendo al Hijo amado de Dios. En él hemos puesto todas nuestras energías, nos sentimos atraídos por él y llegamos a dejarlo todo para poder contemplarlo.
Cuando te retiras a orar en cualquier circunstancia está sucediendo todo esto aunque no te des cuenta. Esto hace que la oración tenga siempre un enorme poder. Es necesario poner mucha fe para experimentar toda esta gloria que nos trasciende.
Cuando celebramos la Eucaristía estamos viviendo juntos este momento de la transfiguración. Juntos estamos entrando en el cielo y estamos viendo cómo todo se transforma. Con nuestros cantos y nuestras oraciones y también con nuestro silencio hacemos posible que el cielo venga hasta nosotros y llegamos incluso a contemplar al mismo Cristo en el pan Eucarístico y escuchamos la voz del Padre que nos anima a escucharlo y a seguirlo.
Después nos pasa como a los discípulos, que hay que volver a la vida de cada día. La oración nos ha acercado al Señor y nos ha llenado de paz y de alegría pero hay que volver a las tareas y hay que cargar con la cruz. La gloria de Jesús se consumará en Jerusalén con su muerte en la cruz y de esto hablaba con Moisés y Elías. Y la vida de cada día no deja de presentarnos dificultades y a veces momentos muy duros y noches muy oscuras. Por eso, estos momentos, que nos han permitido estar en el mismo cielo, nos llenan también de energía para sobrepasar las dificultades y nos siguen animando a la fe y a la confianza en el Señor Jesucristo, que no puede faltar a su palabra.

Tú has confiado en mí, a pesar de conocer bien lo poco que soy. Te has empeñado conmigo y no te has desanimado aunque soy duro y me resisto mucho a tus llamadas. Ahora siento que yo no puedo hacer otra cosa que confiar en ti, porque Tú sí que eres digno de confianza. Por ti tendré que dejarlo todo, tendré que llegar a olvidarme de mí mismo y ponerme en camino. El camino será muchas veces incierto, me llegaré a sentir perdido, pero seguiré confiando en que tú sabes bien a dónde me llevas porque cuando te he conocido y he estado contigo y he escuchado tu voz, nada me puede hacer dudar de cuánto me amas.

sábado, 9 de marzo de 2019

JESÚS Y EL DEMONIO


En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. (Lc 4,1-2a)

Esta estancia de Jesús en el desierto me presenta la lucha interior que hay dentro de cada uno y por tanto dentro de mí. Es una lucha entre el espíritu de Dios y el espíritu del mundo, pero es mucho más, es una batalla escatológica entre el demonio y Dios.
Ahora que hemos comenzado el tiempo de Cuaresma, también nosotros somos invitados por la Iglesia para ir al desierto como Jesús y llevar a cabo esta batalla contra las seducciones de este mundo y contra el demonio que nos quiere poner también a prueba de muchas maneras.
La batalla que está dando el diablo en medio del mundo creo que es visible con tantas cosas que están sucediendo, algunas nos hacen ver la capacidad tan grande que tiene el mal llegando a verdaderos horrores. Desgraciadamente hay muchas noticias tristes que no nos llegan porque los informadores las consideran irrelevantes, pero hay muchos cristianos perseguidos y asesinados de forma cruel por su fe. Hace poco conocimos la muerte de un misionero español a manos de un grupo terrorista.
Y también esta batalla se está dando dentro la misma iglesia: Me parece evidente que al demonio no le ha gustado nada nuestro papa Francisco y se ha encargado de crearle enemigos muy fuertes en muchos frentes. Yo creo que detrás está el que divide, el diablo, el maestro de la confusión capaz de mezclar la verdad con la mentira para dejarnos más desconcertados. Así también podemos ver su obra destructora en los delitos abominables o también en la mediocridad en la que nos hemos instalado. Me parece que lo estoy viendo frotándose las manos y divirtiéndose a costa de la  humillación y el descrédito de la Iglesia.
El diablo no deja también de tentarme y debilitarme a mí mismo. Tengo que acogerme mucho a la Palabra de Dios y a la fe para no caer en sus redes. Me quiere hacer creer que no sirve para nada lo que estoy haciendo, que soy indigno de anunciar a Cristo, que cualquier otro es más creíble que yo… un largo etcétera. El demonio también se ceba conmigo, pero sé que no es tan poderoso como pretende porque Jesucristo es el único Señor de este mundo y no él; porque su sangre derramada en la cruz lo ha derrotado y  lo ha humillado por mucho que pretenda ser altanero. No tiene nada que hacer en mi vida porque yo he confiado en mi Señor Jesús y voy de su mano.
Es verdad que estoy lleno de pecados pero el Señor me los ha borrado con su sangre. Es verdad que estoy lleno de debilidades y que soy incompetente, pero Jesucristo me ha llenado del Espíritu Santo para hacer de mí una nueva criatura y me ha otorgado poderes extraordinarios, como hacer visible a Jesucristo en los sacramentos y poder comunicar la gracia de Dios a través de ellos y ser instrumento de su amor con mi vida y mi amor a los demás, me ha dado el poder de expulsar y debilitar al demonio con la fuerza del Evangelio. Es verdad que yo no soy nada pero el Señor me ha elegido por eso, porque no soy nada para que así quede en evidencia que él es todo y lo puede todo.
Es verdad que no puedo convencer a nadie por mi mediocridad y mi vida errada por el pecado; pero la Palabra de Dios que proclamo es convincente porque es de Dios. Esta Palabra es la fuerza de Dios, es Cristo mismo, es el poder del Espíritu Santo y por lo tanto es poderosa por sí misma y la gente sabe acogerla y llevarla a la  práctica.
  
Señor Jesucristo, te contemplo en el desierto tentado por el demonio y quiero salir contigo y enfrentarme a él junto a ti. El Espíritu Santo también está en mí y me conduce ante ti durante este tiempo. Junto a ti dedicaré mi tiempo a la oración y a la penitencia.  Quiero compartir contigo la lucha por el Reino, el anuncio de la Palabra de Dios y vivir la fuerza poderosa del amor que lo limpia y lo transforma todo.

domingo, 3 de marzo de 2019

EL DISCÍPULO Y EL MAESTRO


¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.

En estos días ha habido una cumbre sobre los abusos a  menores en el Vaticano porque la Iglesia está atravesando una crisis muy grave por el comportamiento indigno de muchos sacerdotes y obispos. Yo mismo puedo decir que me siento muy avergonzado y muy dolido por todo esto. La impresión que me queda es que la Iglesia ha perdido su credibilidad ante el mundo. Pero, como siempre, cuando me detengo a pensar despacio sobre todo lo que ocurre y lo contrasto con la Palabra de Dios voy descubriendo que todo contribuye siempre para algo bueno. Intentaré explicarme.
Tal vez los católicos, sobre todo los sacerdotes y obispos, habíamos llegado a creernos que éramos maestros de la moral o de la vida recta y nos atrevíamos a dar lecciones al resto del mundo desde una pretendida superioridad.  Pero tan sólo éramos el ciego que pretende guiar a otro ciego y, tenía que suceder, hemos caído en el hoyo, como dice Jesús en el Evangelio.
El papa ha comparado varias veces a la iglesia con un hospital de campaña, es decir, un lugar donde todos estamos heridos, pero tenemos al médico que es Jesucristo, sólo él está sano y limpio, los demás estamos todos heridos y necesitamos la medicina que él nos proporciona. Es decir, que los sacerdotes y obispos, o las religiosas o los católicos más comprometidos, todos estamos también heridos por el pecado y también a nosotros nos afecta la ambición, la lujuria y todo aquello que nos aleja del bien. No somos modelos.
 Es el evangelio  el que nos va renovando; los sacramentos nos ofrecen el perdón y el alimento espiritual para ser fuertes ante todas estas flaquezas humanas; la presencia de Jesucristo y su amistad, nos animan a vivir la vida nueva y a tratar de superar todas nuestras bajezas; el Espíritu Santo entra en nosotros y nos mueve y nos puede llevar a realizar cosas que no imaginábamos. Por eso, aunque estamos también heridos, no perdemos la esperanza. Esto es lo que la Iglesia puede ofrecer al mundo. Porque los cristianos no somos maestros, somos discípulos de Jesucristo y no podemos pretender dar lecciones a nadie, porque nuestros propios pecados nos dejan en evidencia; pero sí podemos anunciar a Jesús y proponerlo a todos como Maestro que nos enseña, que ha dado ejemplo y nos puede transformar en nuevas criaturas. Cuando terminemos el aprendizaje, o sea después de toda una vida, podremos llegar a ser cómo él.

      En ti, Señor Jesucristo he puesto mi confianza porque de ti me llegará la Victoria. Junto a ti me espera la vida eterna y la felicidad de tu Reino. Tú haces que mi esfuerzo no sea vano y tu vida me anima a darlo todo por ti y a no desanimarme por las dificultades.
       Fortaléceme, Señor, lléname de alegría, aparta de mí el miedo y el desánimo, porque dedicar el tiempo al anuncio de tu Palabra es lo más maravilloso que un hombre puede hacer en este mundo.