viernes, 24 de febrero de 2012

Las tentaciones

Jesús estuvo en el desierto durante cuarenta días, siendo tentado por Satanás; y vivía entre las bestias salvajes, pero los ángeles le servían. (Mc 1,13)

Jesús decidió pasar cuarenta días en el desierto. Allí se ponía a prueba su resistencia frente al diablo. Es como si hubiera hecho unos auténticos ejercicios espirituales antes de empezar su ministerio público.
Estos cuarenta días iban a ser para él un encuentro muy íntimo con el Padre que le permitiría comprender bien su misión y sentir muy fuerte la presencia y la protección de aquél que lo había enviado a este mundo. Fueron cuarenta días de auténtica experiencia mística.
Pero como todo en la vida tiene sus luces y sus sombras, también aquellos días en la soledad del desierto se iba a encontrar con Satanás y su empeño por apartarlo de Dios Padre. La tentación es la seducción de un camino más fácil y también la duda sobre el sentido de la misión. ¿No es mejor el poder y la riqueza para llevar el Evangelio? ¿De verdad está Dios contigo y no te abandona? ¿Morir como un malhechor va a servir par algo?
La tentación permitió a Jesús salir fortalecido de la prueba y decidido a continuar la misión comenzada por Juan Bautista, que había sido apresado. Está claro que el sacrificio de Cristo no fue inútil sino al contrario: su sangre derramada ha sido un río de gracia para toda la humanidad.

He querido hacer yo también estos ejercicios espirituales y espero que todo este tiempo de Cuaresma sea para mí una experiencia fuerte de Dios que me ayude a vencer la tentación. A cada una de las trampas del diablo quisiera responder apoyado en el Evangelio.
¿Crees de verdad que merece la pena entregarle a Dios tu vida cuando la sociedad rechaza la religión y sólo ve en vosotros cosas negativas?
Por cada una de las personas que todavía creen que el Evangelio y los sacramentos les ayudan en su vida merece la pena todo el esfuerzo y todo el sacrificio. Pero aunque todos me rechazaran creo que seguiría convencido de la fuerza del Evangelio y del gran regalo que ha sido para mí conocer a Jesucristo y poder dedicarme a su servicio. Ser sacerdote es para mí lo mejor que me ha pasado en la vida es como si Dios me hubiera preparado el corazón para esta misión y ya ninguna otra cosa podrá llenarme.

Pero ¿no te das cuenta de que ni siquiera significas nada para la iglesia? ¿Acaso no te han dejado solo en momentos difíciles? ¿No te das cuenta de lo bien que han sabido otros alcanzar puestos de relevancia?
Es que la Iglesia no son sólo las autoridades, son todas las personas de buena voluntad que vienen a celebrar los sacramentos, son los niños que vienen a la catequesis o los catequistas que los preparan, son los ancianos y las monjas y todos los que colaboran por llevar a la gente el Evangelio y hacer más humana la vida de los pobres. Estoy seguro de que todos ellos aprecian y valoran mi ministerio. Pero aunque no fuera así, el hecho de llevar a la gente a Cristo y poder comunicar la gracia de Dios es más que suficiente para seguir adelante.

¿Pero quién te has creído que eres? Mírate en tu interior y date cuenta de todos tus pecados y de todas tus debilidades, hasta tu propia naturaleza está en tu contra. ¿No ves que no vales para nada, no ves que todos pueden contigo y que siempre tienes dudas? ¿De verdad crees que tú puedes hacer algo por los demás?
En realidad descubrir que estas cosas son un mensaje diabólico me llena de paz y de optimismo. Yo no le quito importancia a mis pecados ni a mis dudas pero miro al Señor que me ha llamado y sé que es Él quien pone remedio a todo. Dios ha querido contar conmigo sabiendo mejor que yo mis limitaciones pero me acompaña con su gracia para que pueda superarme cada día. Dios me recuerda cuánto me ama y todo lo que significo para Él y pone ante mis ojos a la gran familia humana a la que quiere reunir en torno a la mesa de su Reino. Si Dios me llama lo único que yo tengo que hacer es decir que sí y dejarme llevar por él.

También yo siento cómo los ángeles vienen a servirme. Tú me vas poniendo cada día en el camino los signos que me hacen ver con claridad que no estoy solo en esta lucha.

sábado, 4 de febrero de 2012

La actividad de Jesús

Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios. (Mc 1,34)

Jesús sabe que ha sido enviado por el Padre, tiene una misión que cumplir para bien de todos.
Esa misión consiste en predicar. Por eso se dedica a ir por las aldeas predicando, cuando descubre que la gente anda como ovejas sin pastor se pone a enseñarles con calma. La predicación es algo esencial para ayudar a toda aquella gente a convertirse en los protagonistas de su propia historia. Necesitan conocer a Dios de verdad, acercarse a Él y experimentar su amor, todo lo que valen ante sus ojos; necesitan saber que Dios es un Padre que no quiere que nadie se pierda y que cuida personalmente de cada uno, que escucha todas sus oraciones y que se compadece con entrañas de misericordia. Se trata de una predicación liberadora. También la predicación es una llamada a llevar una vida entregada a los demás, a hacer realidad la fraternidad. Enseñar que Dios es Padre lleva consigo descubrir a los demás como hermanos, recibir el amor de Dios compromete a vivir el amor al prójimo con todas sus consecuencias, experimentar el perdón de los pecados nos obliga a perdonar también de corazón las ofensas y aspirar al Reino de Dios supone trabajar en este mundo por la justicia y la paz para que el Reino llegue a nosotros.
Como Jesús sabe que ha sido enviado necesita también sentirse sostenido por el amor del Padre. Por eso se retira al descampado para orar. Todo su ministerio está marcado también por la oración. Está claro que ahí encuentra la fuerza y la luz para predicar y hacer el bien a los demás.
Pero todo quedaría vacío si no fuera acompañado por las obras. Por eso a sus palabras se unen también los hechos. La oración y la predicación tienen como objetivo la liberación de todos los males.
El Evangelio nos dice que Jesús curó de muchos males a los enfermos y los liberó de los demonios. Está claro que los males no son sólo las enfermedades. Jesús nos libera de nuestras dudas y de nuestra tristeza, de todo lo que nos hace mal. Y expulsa de nosotros nuestros demonios, nuestro egoísmo o nuestro afán de comodidad.
A cambio de los males nos ofreces sus bienes.

Quiero darte gracias porque me has concedido el gran honor de poder servirte. Porque me has dado el don de ser portavoz de tu Palabra, porque has querido contar conmigo para transmitir a todos tu amor infinito. Yo no soy nada pero tú has llenado mi vida al llamarme y colmarme con tu Gracia. Ay de mí si no anuncio el Evangelio.