sábado, 18 de mayo de 2013

Pentecostés


Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. (Jn 20,21)

Después de la ascensión, Jesús ya no está de forma visible entre nosotros. Pero el mundo sigue necesitando de Él. Seguimos necesitando el consuelo del Evangelio, seguimos necesitando el anuncio del amor de Dios, el perdón de los pecados, la salud de los enfermos. Por eso antes de marcharse envió a sus apóstoles a ser los que continuaran haciendo presente su Reino. Para que puedan cumplir este encargo sopla sobre ellos el Espíritu Santo y les da poder para perdonar los pecados.
Después de los apóstoles, Dios sigue llamando y enviando a hombres y mujeres para extender por todas partes su Reino, para anunciar su Palabra y comunicar su gracia y para transformar el mundo con su amor.
No esperes que sean otros los que respondan a la llamada. Eres tú quien tiene que sentir que el Señor te envía. Te necesita para seguir comunicando al mundo su amor y su gracia.
Es verdad que ante la llamada  de Dios lo primero que se descubre es la pequeñez personal. ¿Cómo construiré el Reino yo que soy débil, que tengo tantos pecados, que me cuesta tanto vivir la santidad del Evangelio? ¿Cómo anunciar el Evangelio si tengo dudas, si tengo miedo a la crítica, si no sé hablar? ¿Cómo transformar el mundo si tengo muchos apegos egoístas y me cuesta tanto perdonar? Dios puede encontrar a otros muchos mejor que yo. En cambio, me ha llamado, te ha llamado. Y ante la llamada de Dios es mejor no poner muchas excusas, hay que decir que sí y dejarse llevar por él. El que comienza en ti la obra buena, él mismo la llevará a término.
Como a los apóstoles, también a nosotros nos envía su Espíritu. Y así se realiza el milagro, lo que parece imposible se va haciendo realidad de forma sorprendente. Vemos una iglesia en medio del mundo marcada por debilidades y defectos. A veces escándalos que dan mucho que hablar a la gente y que sirven de argumentos para los que no creen. Pero también vemos cómo se sigue anunciando el Evangelio, cómo mucha gente siente el consuelo de la fe en medio de sus sufrimientos, cómo muchos niños se entusiasman con una vida entregada a Jesús, cómo se sigue transmitiendo al mundo la santidad a través de los sacramentos. Jesús sigue viniendo a estar entre nosotros en la Eucaristía; la oración sigue siendo un estímulo para la gente sencilla que encuentra a su Señor tan cercano. Seguimos viendo cómo la Caridad transforma el mundo, hace que muchos se comprometan por la paz y por un mundo mejor, a veces poniendo en riesgo sus vidas.
Puede parecer contradictorio y hasta lo tachan de hipocresía. Pero es la acción del Espíritu Santo en su Iglesia. Hombres débiles y pecadores capaces de llenar el mundo con la santidad y el amor de Jesús. No tengas miedo, escucha la llamada del Señor y responde que sí.

Eres tú quien me ha elegido y yo no puedo hacer otra cosa que responder que sí. Siempre apoyado en ti, unido a ti, llegaré a dar el fruto abundante. Envía tu Espíritu, Señor, y renueva mi corazón. Que transforme todo mi ser, que renueve la faz de la tierra.

viernes, 10 de mayo de 2013

La Ascensión del Señor


¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?
El mismo Señor que os ha dejado para subir al cielo
volverá como le habéis visto marcharse. (Hch 1,11)

Jesucristo ha subido al cielo y está sentado a la derecha del Padre. Así lo decimos en el credo; también afirmamos que vendrá de nuevo con gloria para juzgar a vivos y muertos. Pero mientras se produce esa venida gloriosa tenemos una importante misión que llevar a cabo en este mundo. No es tiempo de quedarse absortos mirando al cielo y esperar pasivamente que vuelva el Señor. Más bien es el tiempo de construir el Reino cada día con mucho esfuerzo y dedicación.
Es la hora de anunciar a todos el mensaje de la salvación con obras y palabras y defenderlo ante aquellos que quieren atacarlo como algo pasado de moda, o ante los que quieren adulterarlo para rebajar su exigencia y hacerlo menos incómodo.
Es la hora de hacer presente a Jesús a través del anuncio de su Palabra y de la celebración de los sacramentos. Porque el Señor no nos ha abandonado sino que sigue con nosotros de forma espiritual pero real. Él sigue perdonándonos, fortaleciéndonos, alimentando nuestro espíritu. Podemos hablar con él y sentir su cercanía en la oración y en la Eucaristía.
Es la hora de vivir el amor de forma total, como Jesús nos mandó, poniéndonos al lado de los pobres con todas sus consecuencias, aceptando la pobreza como el mejor medio para evangelizar.
Es la hora de denunciar todas las injusticias que destruyen la vida de la gente y de transmitir la esperanza de la llegada de un nuevo orden, porque el Señor de la historia y del mundo es Jesucristo y su Reino está presente en medio de nosotros.
El Señor volverá con gloria y hará nuevas todas las cosas; por eso no perdemos la esperanza, a pesar de las dificultades.

Señor Jesús, siento que estás siempre conmigo y que eres tú quien me llevas de la mano para cumplir tus mandatos. Que tu amor inunde el mundo y cambie el corazón de los hombres.