sábado, 7 de diciembre de 2019

MARÍA INMACULADA


María contestó: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» (Lc 1,38)

Me siento un poco cansado de leer o escuchar acusaciones señalando lo malos que son los demás. Desgraciadamente los hechos malos son los que se convierten en noticia. Pero esto, creo yo, nos transmite también un sentimiento de pesar, parece que no podemos fiarnos de nadie o que cualquiera de nosotros puede sacar en cualquier momento su peor rostro. Yo quiero convencerme de que las cosas no son así. Tengo motivos para creer de verdad en la bondad de la gente, también en la bondad de aquellos que aparecen como malos sin remedio. Estoy seguro de que el peor de todos tiene también una oportunidad de cambiar y sacar todo el bien que hay en su interior.
María me permite descubrir la bondad humana en toda su grandeza. Hoy toca hablar de una gran mujer, una mujer santa a la que el pecado no la tocó jamás.
Dios la eligió y la preparó desde toda la eternidad para ser la que llevara en su seno al Redentor de la humanidad. Se formó en ella una digna morada. El ángel le dijo que había encontrado gracia ante Dios y por eso ella traería a Jesucristo al mundo.
María es como la imagen de todo lo que estamos llamados a ser cada uno de nosotros. En medio de la sencillez y de la pobreza, ella nos enseña a confiar en Dios y a obedecerlo siempre. Ella nos demuestra que se puede hacer mucho por los demás cuando se tiene una firme voluntad, incluso que se puede vivir con fe en medio del sufrimiento porque Dios es fiel y nunca falta a su Palabra.
Con María como guía caminemos juntos hacia la meta. Los sacramentos, la oración y la Eucaristía nos permiten ir dando pasos en ese camino de santidad al que todos estamos llamados.

Virgen Inmaculada me presento ante ti pequeño y herido por el pecado. Siento una gran admiración por tu grandeza de espíritu. Siento que tú has sido una guía para mi vida desde el silencio y la sencillez. Quiero que sigas siendo el apoyo de todo lo que hago y que no me falte tu presencia para que pueda acercarme a Jesús y proponer su mensaje de amor a todo el mundo.

domingo, 1 de diciembre de 2019

ESTAD PREPARADOS


Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre». (Mt 24,44)

El primer domingo de adviento nos anima a estar en vela. El anuncio es de algo muy bueno: el Señor va a venir. Para los que viven en las tinieblas es una llamada a la conversión, para que hayan podido renovarse cuando llegue, porque el Señor hará justicia y nos pedirá cuentas de lo que hemos hecho.
Pero si estamos con él no tendremos nada que temer y sí mucho que esperar. El Señor va a venir y va a librarnos de la violencia. Los que son culpables de la violencia serán los que tendrán que estar asustados.
El señor va a venir y nos va a librar de la mentira, pero los mentirosos se tienen que ir preparando.

El Señor va a venir y nos va a llenar de alegría porque viene a instaurar su Reino de amor y de paz. Los que se estaban aprovechando de las enemistades y desigualdades van a perder su poder y su riqueza injusta. Pero el mundo se alegrará de la venida del Señor que nos trae el bienestar y la prosperidad.
El  Señor va a venir y hemos de despojarnos de las obras de las tinieblas: del rencor, de la mentira, de los malos deseos, de la violencia, del desprecio a los demás, del afán de dinero o de poder… todo esto hemos de arrojarlo fuera de nosotros. Tenemos que pertrecharnos con las armas de la luz: con la oración, con los sacramentos, con el arrepentimiento de los pecados y sobre todo con el amor al prójimo y el respeto por todos aunque piensen distinto.
El Señor va a venir y todo será paz y bienestar con él, porque nos enseñará la verdadera sabiduría para el camino de la vida. Vistámonos del Señor Jesucristo intentando reproducir su imagen en nuestra vida.

Señor Jesucristo te esperamos porque tú eres el único que puedes transformarlo todo. Te alabamos y te bendecimos porque eres nuestro Señor y nuestro salvador. Ven a librarnos del poder del maligno que se ha metido entre nosotros. Tráenos la paz y llena nuestros corazones de tu gran amor y de tu pasión por el mundo. Ven a salvarnos, ven pronto, Señor.

domingo, 24 de noviembre de 2019

NUESTRO REY CRUCIFICADO


«A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido». Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:
«Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». (Lc 23,35-37)

Hoy contemplamos a Jesucristo como rey. Pero curiosamente su trono no es un gran asiento dorado sino que es el madero de la cruz. Su corona es una corona de espinas y en lugar de aclamaciones está recibiendo insultos y burlas. Pero él es de verdad el rey.
A otros ha salvado: Ha venido para ser salvador y su vida es una entrega. No ha pensado en sí mismo sino que, para salvar a otros, a todos nosotros, ha estado dispuesto a morir.
También ha salvado, en el último instante, al malhechor arrepentido. En el peor momento de su vida este hombre infeliz ha encontrado a Jesús y ha tenido la oportunidad de morir en paz, porque ha recibido la promesa del paraíso.
También hoy, pese a la indiferencia que parece que nos domina, Jesucristo es el Rey del universo. Su Reino no se impone por la fuerza sino que se va construyendo con el testimonio de los pequeños, de todos aquellos que han sabido encontrar en Jesucristo una razón para la alegría y la paz.

Señor hoy me permites contemplar la fe de aquel bandido que estaba condenado junto a ti. Su ejemplo me recuerda el testimonio que he recibido de muchos ancianos y enfermos que saben vivir con amor los momentos difíciles de su vida, porque confían en ti. He tenido la oportunidad de ver muchos gestos de perdón, de fe en medio de las dificultades, de paciencia ante los sufrimientos y hasta de alegría en medio de la enfermedad que he visto claramente que tú reinas entre nosotros.


domingo, 17 de noviembre de 2019

EL FINAL DE LOS TIEMPOS


Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo.
Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio. (Lc 21,12-13)

Jesucristo nos habla con estas imágenes apocalípticas de cómo las cosas terrenas tienen su final. También el templo de Jerusalén, que había sido la admiración de muchos visitantes, quedó destruido y sólo conservamos de él el muro de las lamentaciones. No tiene sentido aferrarnos a las cosas mundanas, por bellas o buenas que sean, porque todo se termina. Mejor que pongamos nuestro corazón en Dios, en su Palabra, en sus promesas, en las cosas del cielo que son las que durarán para la vida eterna.
De este modo podremos vivir con paz los momentos difíciles, que nunca nos faltarán. Cuando pasemos por grandes sufrimientos, por duros que sean, podremos convencernos de que son pasajeros, como todo lo de este mundo, y tenemos la certeza de que nos espera entrar en la presencia de Dios y  encontrarnos con nuestro salvador.
Hoy en día tenemos noticias de persecuciones a los cristianos, de mártires actuales que nos recuerdan los primeros siglos del cristianismo. Ellos encuentran fuerza y ánimo en estas palabras de Jesús. Están comprobando en sus personas que la persecución es una ocasión para dar testimonio de su fe en Cristo, pueden darse cuenta de que es verdad que el Señor pone en sus bocas palabras llenas de sabiduría. Yo he tenido la suerte de conocer a Elías, un sacerdote de Alepo y me ha impresionado el testimonio de reconciliación de su comunidad cristiana después de la guerra. La persecución y la destrucción de su catedral fueron una oportunidad para ser testigos del amor de Jesucristo y de su llamada a vivir de verdad la paz y el perdón. No olvidemos a estos hermanos y oremos por ellos para que nuestra oración los sostenga y su testimonio siga siendo una semilla del Evangelio en este mundo. Tengamos nosotros siempre la mirada en el Señor para que no nos vengamos abajo ante cualquier dificultad. El Señor nos anima a la perseverancia en medio de las pruebas que nos correspondan en cada momento.
Tal vez para nosotros la prueba es la apatía, la indiferencia de nuestro mundo ante el Evangelio. Pues también estamos llamados a la perseverancia en medio de esta situación. Aunque todos abandonen la práctica religiosa mantengámonos firmes en la oración, en la vida cristiana de cada día, en la alegría de sentirnos hermanos de todos, en la misa de cada domingo y en el esfuerzo por vivir la caridad con el prójimo; seamos así testigos de Cristo en nuestros ambientes y no pongamos nuestro corazón en cosas materiales que al final se desmoronan sino en Jesucristo que vive para siempre.

Tú eres la verdadera sabiduría que se puede encontrar. Tu mensaje es la verdad que nos hace libres y tu presencia viva me sostiene cada día y deja siempre una huella fuerte en mí.

domingo, 3 de noviembre de 2019

ZAQUEO


«Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido». (Lc 19,10)

Hoy me llaman la atención en este relato las palabras de Jesús. Contrastan con la opinión de la gente. Para la gente Zaqueo era un pecador y no parecía que fuese la persona más idónea para acoger a Jesús, pero la mirada del Señor es diferente. Jesús quiere hospedarse en su casa, porque sabe bien lo que tiene que hacer. El Evangelio que predica el Señor proclama la misericordia de Dios y su anuncio no son sólo palabras sino que sobre todo son hechos. Él es el médico que no busca a los sanos sino a los enfermos para sanarlos. Además, también vemos que Jesús es quien toma la iniciativa; Zaqueo tan sólo quería verlo pasar, pero el Señor se fija en él y lo llama por su nombre.
El encuentro de Zaqueo con Jesús ha significado un cambio radical en su vida. Jesús ha dejado una huella profunda en él y su conversión no se ha quedado sólo en buena voluntad sino que ha dado pasos muy concretos: devuelve lo que ha robado multiplicado por cuatro y entrega la mitad de sus bienes a los pobres. Ha pasado de ser un ladrón a ser un hombre generoso que se desprende de todo lo que tiene.
Pero además de la conversión de Zaqueo ha ocurrido algo mucho más importante, que tal vez no se pueda descubrir a simple vista: ha llegado la Salvación a su casa. La presencia de Jesús en casa de Zaqueo le ha llevado la paz y sobre la casa descansa la paz del Señor. Toda la familia ha sido bendecida por el hecho de haber tenido a Jesucristo en aquella casa.
Este hecho ha sido la oportunidad para que Jesús nos recuerde, una vez más, que él ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.

Hoy siento que tengo que abrirte mi casa, Señor Jesús para que entres y me traigas también salvación. Y siento una gran necesidad de pedirte por todos aquellos que necesitan tu presencia y tu bendición.


sábado, 26 de octubre de 2019

El fariseo y el publicano


El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
“¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo:
“Oh Dios!, ten compasión de este pecador”. (Lc 18,11-13)

Escuchando Radio María, había algunos programas que dejaban el micrófono abierto para que la gente llamara y contara algo. Me sorprendía escuchar siempre a gente que llamaba para contar lo buenas personas que eran y las muchas cosas buenas que hacían. Gente que reza a menudo, gente que se preocupa mucho de los demás y está siempre dándolo todo para los que lo necesitan, que ayudan a todo el mundo… nadie llamaba para decir que habían hecho algo malo y que se arrepentían de ello. Es normal que uno no cuente sus pecados en la radio. Pero esto me ha hecho ver cómo la actitud del fariseo de la parábola sigue siendo muy actual. Es más lógico que nos veamos como personas justas y que valoremos todo lo bueno que hacemos. Además creo que es justo también que tengamos en cuenta nuestras cosas buenas.
Lo malo del fariseo era su desprecio a los que consideraba peores que él. Si tenemos en cuenta que se consideraba muy bueno, todos los demás eran peores que él. Tal vez ese pecado, de falta de amor al prójimo es más grave que ningún otro.
Hay gente también como el publicano, que están acostumbrados a que les digan que todo lo que hacen está mal y se lo reprochen constantemente. Por eso mismo sienten que son muy pecadores y sólo les queda como salida confiar en la misericordia de Dios. También los he conocido.
Sorprendentemente, Jesús alaba la actitud del publicano y no la del fariseo. Por eso mismo hemos de mirar así nuestras propias actitudes.
En realidad es muy saludable que nos paremos a considerar nuestros pecados para que así seamos jueces de nosotros y no de los demás. Sólo Dios es juez. Seguro que cada uno puede reconocer muchas cosas buenas en su vida, pero no es sano creerse mejor que nadie y mucho menos despreciar a los que viven de otra manera. No podemos saber las batallas que cada cual está viviendo y por eso es muy injusto juzgar a los otros.
Si Dios nos mira con infinita misericordia, también hemos de mirarnos con misericordia y sobre todo hemos de mirar a los demás con el mismo amor y la misma comprensión que Dios nos mira a nosotros.

Yo siento el peso de mis pecados sobre mí pero siento con mucha más fuerza tu comprensión, tu confianza en mí. He aprendido a superar mis traumas y a levantarme de mis caídas porque me he encontrado siempre con tu rostro amoroso de padre y de madre, y me has hecho descubrir cuánto valgo para ti. Te doy gracias porque me has justificado por tu gracia.

sábado, 28 de septiembre de 2019

LÁZARO Y EL RICO


Sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno. (Lc 16,22-23)

En la parábola se habla con una pincelada de la situación de los dos personajes en esta vida. Uno disfruta y el otro sufre. Pero a los dos les llega la hora de la muerte y todo cambia. La parábola se detiene más en lo que sucede después de esta vida. A fin de cuentas los placeres o los sufrimientos de esta vida son pasajeros pero lo que sucederá después de la muerte es eterno.
En la otra vida todo ha cambiado de forma radical y trágica para el rico. Yo reconozco que siempre he sentido más compasión con el trágico final del rico que con los sufrimientos de Lázaro antes de su muerte. Yo pienso que Jesús pretende que veamos la gravedad de lo que sucede en la otra vida si terminamos siendo condenados.
El rico pide muy poco, no pide ser liberado de esas llamas sino tan sólo que Lázaro moje la punta del dedo y le refresque la lengua. Pero ya, después de la muerte no es posible ni siquiera algo tan simple, hay un abismo inmenso.
Pero ¿Qué pecado había cometido el rico para ir al infierno?
Tal vez, si pensamos en los pecados concretos contra los diez mandamientos podríamos decir que no había cometido ningún pecado: no ha matado a nadie ni ha robado ni ha mentido ni ha ofendido a Dios. Tan sólo disfrutaba de sus cosas. ¿Por qué ha terminado en el infierno?
No podemos olvidar que los mandamientos de Dios tienen un sentido que va más allá de las prohibiciones. El mandamiento principal es el amor a Dios y al prójimo. No amar al hermano que sufre es un pecado muy grave que merece la condena del fuego. Este era el pecado del rico. La indiferencia ante el sufrimiento de Lázaro demostraba que no amaba a su prójimo. Es posible que fuera muy cumplidor de sus deberes religiosos, pero se había saltado el más importante.
Si hubiese escuchado a los profetas, es decir si hubiese meditado de verdad la palabra de Dios, podría haber comprendido el mal de su indiferencia.
Esta historia puede que no se quede tan lejos, que sea todavía una realidad. ¿No es cierto que todavía hoy muchos disfrutan de sus bienes, hacen fantásticos viajes, visten con todo lujo, banquetean y viven indiferentes al dolor del prójimo? Después de escuchar esta parábola de Jesús no deberíamos de quedarnos tan tranquilos, sino pensar bien cómo estamos nosotros viviendo. Creo que las palabras de Jesús deben, al menos, dejarnos inquietos y preocupados por hacer algo concreto que ayude a los más pobres, a los que más sufren. Para nosotros escuchar a Moisés y a los profetas consiste en conocer el Evangelio y escuchar al Señor. Jesús nos animaba a ganarnos amigos con el dinero injusto, a tener tesoros en el cielo y ser ricos para Dios. Una forma de hacer esto es luchar contra la indiferencia y sentir como propios los padecimientos de los demás.
Es verdad que cambiar estas situaciones de injusticia requiere mucho más que la buena voluntad de unos cuantos. Pero, al menos, no dejemos de informarnos de estas cosas, colaboremos con las organizaciones que trabajan por sacar a los pobres de su miseria, y estemos atentos también a los que tenemos cerca para mostrar siempre nuestra solidaridad. Y todo esto hay que llevarlo a cabo viviendo con sencillez.

Tú, Señor, nunca fuiste indiferente ante el sufrimiento de los hombres. Viniste a vivir entre los más pobres y elegiste compartir el destino de los últimos, muriendo en la cruz. Contemplando tu vida encuentro la respuesta que tengo que dar ante las situaciones de injusticia y desigualdad. Te pido que me acompañes para que siga tus pasos, me haga pobre y pequeño como tú; me acerque a los últimos como un instrumento en tus manos para comunicar la Buena Noticia. Corrígeme siempre que me desvíe de tu camino.

domingo, 22 de septiembre de 2019

HIJOS DE LA LUZ


Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz. Y yo os digo: ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas. (Lc 16, 8-9)

A veces nos quejamos de lo mal que van algunas cosas y nos rebelamos cuando se critica a la iglesia, en muchos casos por asuntos que son verdad y son escandalosos y en otros casos por cosas que no son ciertas o que están manipuladas. Pero hay que decir que quejarse de esto no sirve para nada. Lo que tenemos que ver es qué podemos hacer nosotros para ser más convincentes.
Si de verdad creemos que el Evangelio es un mensaje que trae la luz y la salvación tendremos que ser creativos para que llegue a todos y sea atractivo para todos. Yo pienso que no se trata de enfrentarse con nadie, ni de refutar a los que dicen cosas en contra sino de entusiasmarnos con la persona de Jesús y presentarlo a todos como camino de salvación.
Los hijos de este mundo, para las cosas de este mundo son muy sagaces: saben utilizar los medios, se hacen notar y están dispuestos a arriesgar muchas cosas. A veces se trata de conseguir poder o dinero y otras veces se trata de ideales que pretenden alcanzar.
Frente a esto los hijos de la luz, para alcanzar los objetivos del Reino de Dios, estamos llamados a ser también astutos. Nuestro ideal de vivir todos como hermanos es muy superior a todos los demás y tenemos como guía a Jesucristo que por él ha dado la vida y ha llegado hasta el final.
Para esto hemos de estar dispuestos a dedicar también nuestro tiempo, a arriesgar y a dar lo máximo. Porque no se trata de quejarnos de lo mal que están haciendo otros las cosas sino de hacer nosotros todo el bien posible y mostrar el rostro amable de Jesucristo ante el mundo.
Jesús habla de ganar amigos con el dinero injusto. Nos recuerda que somos receptores del don de Dios. Todo lo que tenemos lo hemos recibido, somos administradores. Podemos administrarlo todo de forma egoísta para buscar nuestro propio bienestar, pero algún día nos faltará y nadie vendrá a ayudarnos; pero podemos administrarlo de forma generosa poniéndolo al servicio del bien común, buscando no nuestro propio interés sino la alegría de todos; entonces ganaremos amigos y, cuando nos falte, tendremos quien venga a ayudarnos; sobre todo al final de esta vida, que tendremos que dar cuenta de lo que hicimos con lo que se nos dio, nos recibirán en las moradas eternas.
Al final, Jesús hace una declaración muy radical: no se puede servir a Dios y al dinero. Servir a Dios sabemos que es exigente y que puede incluso resultarnos muy duro. Ya nos advirtió el Señor que tenemos que sentarnos a echar cuentas para ver si podremos llegar hasta el final. Pero si hemos decidido que lo vamos a servir a él, todas nuestras energías deben estar dirigidas a este servicio.

Yo me he decidido a confiar en ti, Señor, y a aceptar todo lo que tú quieras de mí. Por eso quiero servirte únicamente a ti. Sé muy bien que el espíritu es decidido y la carne débil, por eso elevo hacia ti mi oración con las manos limpias para que tú me escuches y me acompañes siempre.



domingo, 15 de septiembre de 2019

EL DOLOR DEL HIJO Y DE LA MADRE


Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna. (Heb 5,7-9)

Cuando medito la pasión del Señor encuentro siempre alguna luz nueva que me permite comprender el porqué del sufrimiento de Jesús. Unido al dolor del Hijo encontramos también el dolor de la madre.
Nos dice el autor de Hebreos que Cristo oró a gritos y con lágrimas, y nos recuerda la oración de Jesús en Getsemaní. Los evangelistas nos cuentan cómo estaba lleno de tristeza y cómo llegó a sudar goterones de sangre. Porque era muy duro para él enfrentarse a la pasión. Recordamos bien su oración: Padre, si es posible aparta de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino tu voluntad.
El autor de Hebreos nos dice que la oración de Cristo fue escuchada por su actitud reverente. Nos podríamos preguntar por qué entonces el Padre permitió que el Hijo sufriera y muriera. ¿Es que la voluntad del Padre era la muerte del Hijo? A veces es esto lo que pensamos y nos quedamos muy desconcertados. ¿Por qué el Padre se complace en la muerte de su Hijo?
Pero la voluntad del Padre abarcaba mucho más que aquel momento concreto. Ya desde los comienzos cuando el pecado entró en el mundo Dios se comprometió a salvarnos de esa esclavitud. La voluntad del Padre era la Salvación del género humano.
El pecado y la muerte entraron en el mundo por un acto de desobediencia, por la soberbia de querer ser dioses. Para cancelar el poder del pecado era necesario un acto de amor sublime. Y como el mismo Jesucristo nos dice: nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Jesucristo aprendió sufriendo a obedecer. Frente a la desobediencia de Adán está la obediencia total del Hijo Unigénito. Y por este acto el pecado ha quedado derrotado, hemos sido salvados y podemos alcanzar la Vida eterna. Él es el autor de la Salvación eterna.
Con él, encontramos a María al pie de la cruz. Ella compartió los sufrimientos del Hijo y unida a él es colaboradora de la Redención.
En ese momento final le ofreció al discípulo amado como hijo y a ella se la ofreció como madre. Desde ese momento, nos dice el Evangelio, el discípulo la recibió en su casa. Por eso María es tan activa en nuestra liberación del pecado. Por eso podemos contar siempre con ella y dirigirnos a ella en la oración, puesto que el mismo Jesús la ha encomendado como madre de todos los discípulos.

Señor Jesucristo, quiero estar al pie de la cruz junto a tu madre para unir a tu pasión todos mis sufrimientos. Tú me has enseñado a aceptar la voluntad del Padre y a vivirlo desde el amor y la obediencia. Así puedo colaborar contigo para la salvación del mundo.


sábado, 7 de septiembre de 2019

PARA SEGUIR A JESÚS


«Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.
Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío. (Lc 14,26-27)

El Señor es un maestro desconcertante. A la hora de exigir lo pide todo y pone unas condiciones que son humanamente imposibles de cumplir. ¿Quién querrá ser discípulo de un maestro tan exigente? Él mismo nos dice que hay que pensárselo, hay que echar cálculos.
Me lo voy a pensar.
Pienso en el mensaje tan extraordinario que habla de Dios y me hace descubrir el valor de las cosas espirituales. Es verdad que vivimos en un mundo material y tenemos necesidad de todas las cosas de este mundo pero cuando escucho a Jesús siento que hay algo más, que puedo encontrar algo mejor. Él me hace ver a Dios y descubrir todo su poder y todo su amor.
Pienso también en la llamada a construir el Reino de Dios y hacer de esta humanidad una familia en la que veamos a todos como hermanos. Así se terminarían todas las injusticias y nos haríamos mucho más felices unos a otros.
Pienso en el gran poder que tiene el mandamiento del amor, que es una verdadera revolución, la revolución de la ternura.
Por eso quiero ser discípulo de Jesús y seguirlo con todas las consecuencias. Sé que es duro y muy difícil. Tengo que prepararme bien y necesito la ayuda de la oración y de los sacramentos.
Al renunciar a todo por él descubro con sorpresa que recibo dones y bienes muy superiores. Al cargar con la cruz y estar dispuesto a llegar hasta el final es cuando estoy recibiendo la vida con más plenitud y mayor sentido. En la medida que me voy dando al Señor voy recibiendo mucho más de lo que puedo imaginar y me hago más útil para el bien de mis hermanos.

Señor Jesucristo quiero hacerme digno de tu Reino y seguirte en todos tus caminos: quiero ir contigo en tus luchas, en tu entrega a Dios y a los demás; quiero acompañarte también en tus sufrimientos y cargar la cruz contigo; quiero llegar a alcanzar tu gloria por haberme hecho pequeño y servidor. Yo soy débil y necesito siempre que tú me sostengas en el camino.


sábado, 31 de agosto de 2019

EL ÚLTIMO PUESTO


Cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga:
“Amigo, sube más arriba”.
Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales.
Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido». (Lc 14,10-11)

 Meditando las palabras de Jesús creo que buscar el último puesto es algo que no me brota de forma espontanea. Lo que mi mente me pide es más bien destacar y ser reconocido. Como no lo consigo, porque el éxito y el reconocimiento no son algo para todos los días, muchas veces lo paso mal y tengo envidia de los otros. Pero eso no es todo, cuando consigo algo no me quedo del todo satisfecho, porque tampoco responde a mis expectativas. Vamos, que nunca estoy conforme con nada.
En este sentido, la  propuesta de Jesús es verdaderamente liberadora porque si lo que busco es el último lugar, ése lo tengo ya garantizado y no me voy a sentir mal por lograrlo, porque cualquier cosa, por pequeña que resulte, será siempre más de lo que yo esperaba, aquí no hay expectativas. Así que esta propuesta de Jesús es en realidad una medicina para el orgullo y la envidia y además me libera de muchos malos ratos. Tengo que practicarlo más, porque reconozco que no lo he logrado todavía y sigo enredándome en envidias y ambiciones que no me hacen ningún bien.
Hay otro mensaje de Jesús muy desconcertante, es el de la gratuidad, es decir, hacer el bien sólo por el bien mismo. Así, cuando ni siquiera se recibe el agradecimiento o incluso cuando a cambio se recibe el desprecio, todavía mejor: porque significa que lo que se ha hecho ha sido por puro amor. La mejor recompensa es la conciencia de haber sido útil y haber construido el Reino de Dios. Hay muchos que lo han comprendido y desgastan su vida en silencio dejando una huella imborrable. No los conocemos porque no tienen ni siquiera la recompensa de ser reconocidos y salir a la luz, pero Dios, que lo ve todo, sí conoce todo el bien que están sembrando.

Te doy gracias, Señor, porque me has permitido conocer a sacerdotes, a religiosos y religiosas y a mucha gente que te han conocido y te han seguido en tu humildad y en tu gratuidad y  dan su vida, su tiempo y sus bienes para hacer felices a los demás y anunciar así que tu Reino está en medio de nosotros.

sábado, 24 de agosto de 2019

LA PUERTA ESTRECHA


Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, pero vosotros os veáis arrojados fuera. (Lc 13,28)

El Señor nos pone ante una situación terrible. Que después de nuestra muerte nos viéramos privados del Reino de Dios, que veamos cómo todos los santos son allí felices pero nosotros no podemos entrar, que incluso veamos que allí hay lugar para gentes de diferentes lugares y razas, porque Dios es padre de todos y su Reino es para todos. ¡Qué triste situación!
¿Es que el Señor quiere meternos miedo para que obedezcamos sus mandatos? Yo pienso que no, porque su mensaje no ha sido nunca de miedo sino todo lo contrario: él nos ha hablado siempre del amor y de la misericordia de Dios Padre. 
Pero, claro, esto no se puede convertir en una excusa para despreocuparnos de todo y no hacer nada. Descubrir que Dios es Padre y que Dios es misericordioso nos tiene que mover a vivir como hermanos de todos y a ser también misericordiosos. Es decir, que en lugar de dejarnos tranquilos e inactivos, la Buena Noticia nos empuja a salir de nosotros mismos, de nuestras comodidades y de nuestra desidia para ponernos manos a la obra. Jesús habla de esforzarse en entrar por la puerta estrecha.
Si vamos recordando todo lo que hemos escuchado en estos domingos, podríamos explicar en qué consiste la puerta estrecha.
Una enseñanza fue la oración que confía en la bondad de Dios Padre.
Otra la vanidad de las riquezas y la llamada a ser ricos ante Dios.
Nos dijo: Vended los bienes y dad limosnas, para tener bolsas que no se rompen.
Por último, estar dispuestos a afrontar la persecución, a llevar la cruz.
Escuchar a Jesús no puede quedarse en una simple admiración, en pensar que es muy bonito lo que nos dice. Sus palabras nos están llamando a la acción, a llevar una vida diferente que pueda cambiar las cosas. Por eso no basta decir que lo hemos escuchado, porque él dirá que no nos conoce de nada y nos arrojará fuera. Además de escucharlo hay que hacer el esfuerzo de llevar a la práctica sus palabras.
Es verdad que lo que nos pide es muy difícil. Por eso hay que estar caminando toda la vida y corriendo hacia la meta.

¡Cómo deseo estar contigo y sentir fuertemente tu amor y tu compasión! Espero llegar, después de esta vida a tu Reino y tú me dices que entre por la puerta estrecha. Yo quiero seguirte y hacer lo que me pides. Pero soy débil y necesito tu ayuda. El mundo, con sus ofertas me seduce y pierdo el rumbo con frecuencia. Corrígeme, aunque me duela, para que no me aparte de ti.

sábado, 17 de agosto de 2019

EL FUEGO DE JESÚS


He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla! (Lc 12,49-50)

El mensaje de Jesús no son sólo palabras, es fuego que prende y se extiende por todas partes.
Es el fuego de la fe que despierta la esperanza en los corazones, porque cuando se tiene fe todo es posible: Mirar a Dios como Padre, descubrir a Jesucristo como salvador es un fuego que enciende dentro de nosotros una nueva alegría y nos da ilusión para vivir y para trabajar por transformar este mundo.
Es el fuego de la oración que nos permite entrar en el mismo cielo y sentir la presencia viva de Jesús que está siempre atento a nuestros problemas, que nos escucha y que también nos habla y nos consuela y nos muestra el camino a seguir.
Es el fuego de la Caridad que nos empuja a amar a nuestros hermanos y a hacernos solidarios de los pobres y nos abre caminos para construir la fraternidad y hacer de este mundo una gran familia.
Viendo este fuego, cómo desearía yo también ver que la tierra está ardiendo.
Pero para prender este fuego ha sido necesario pasar por un bautismo, es decir, por la cruz. Jesús no nos engaña. El proyecto de su Reino es apasionante y hay que decidirse por él, pero también es difícil y se encuentra siempre con la resistencia de los que no quieren que las cosas cambien. Pero la dificultad, la calumnia o la persecución se convierten también en una oportunidad para el testimonio del perdón; como siempre la cruz se transforma en fuerza de vida y de salvación.
He tenido la oportunidad de conocer a Elías, un sacerdote de Alepo y me ha impresionado su labor para trabajar por la reconciliación de los habitantes de la ciudad que han visto sus casas y su catedral destruidas. Me emocionó la actitud de fe en la celebración de Navidad con la catedral en ruinas y su deseo de no avivar el rencor sino de ser instrumentos de paz y convivencia.
Es el poder del Espíritu Santo que actúa en la Iglesia y hace que hasta la destrucción y el odio den paso a un testimonio fuerte y luminoso de fe en Jesús y de vida evangélica.
Que este fuego arda también en nosotros por la fuerza de nuestra fe, por nuestra oración constante y confiada, por nuestras celebraciones llenas de vida y por nuestra caridad activa y nuestro compromiso con los pobres.

Señor enciende en mí el fuego del evangelio y haz que se irradie por todas partes. Yo estoy siempre muy alejado de ti, me domina el pecado, me dejo vencer por el desánimo, no soy un modelo para los demás; pero tú estás conmigo y haces que mi ministerio sea fecundo. Has cuidado de mí y me has ofrecido muchos medios para mi formación y mi santificación. La mecha está prendida y con tu ayuda la iré extendiendo por todas partes. Aquí estoy para hacer tu voluntad.




sábado, 10 de agosto de 2019

UN TESORO INAGOTABLE


No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino. Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos bolsas que no se estropeen, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.  (Lc 12,32-34)

Una primera reflexión sobre este texto es que soy pequeño, todos somos pequeños. No nos ha de asustar el hecho de ver que no estamos a la altura, que nos cuesta ser fieles al Señor, que entre nosotros no llegamos a amarnos como hermanos. Somos muy pequeños en todos los sentidos y lo que Jesús nos pide supera todas nuestras capacidades. Sin embargo nos dice: No temas, y es verdad que al vernos tan débiles y tan alejados de la santidad podríamos desanimarnos y pensar que nunca llegaremos a vivir de verdad el Evangelio. Pero Jesús nos dice que el Padre nos lo ha dado, nos ha dado el Reino; es una forma de mostrarnos que hemos recibido también el don de llegar a ser santos y vivir la Vida Nueva del Reino de Dios. Somos pequeños pero Dios Padre nos lo ha dado, nos ha dado a su Hijo, porque así lo ha querido.
Esto significa que todo es un don: todo lo que somos, todo lo que tenemos. No hay nada que no hayamos recibido de Dios. Por lo tanto, el Padre que nos ha dado todas las cosas seguirá velando por nosotros y seguirá dándonos mucho más de lo que podemos imaginar. ¿Por qué aferrarnos a cosas de este mundo si podemos alcanzar bienes mucho mayores?
Es verdad que tenemos necesidad de las cosas materiales, nos alegran, nos solucionan muchos problemas y son buenas para nosotros. Son regalos de Dios y no hay que despreciarlos. Pero si estos bienes de la tierra son buenos los bienes del cielo serán todavía mejores. Las cosas buenas de este mundo son una muestra de los bienes extraordinarios que gozaremos junto a Dios.
Por eso Jesús nos anima a repartir lo que tenemos y así conseguir un tesoro inagotable en el cielo, el tesoro que no se corroe ni se pueden llevar los ladrones. Es un tesoro que podremos tener en el corazón. En definitiva es el amor que somos capaces de entregar. Por este amor lo daremos todo, porque el que encuentra un tesoro escondido vende todo lo que tiene para hacerse con él y nosotros hemos encontrado ese tesoro que es Jesucristo.

Estando contigo se alejan mis temores porque tú me transmites seguridad. Sé que no me fallas nunca y que tus promesas siempre se cumplen. Por eso sigo confiando en ti a pesar de las turbulencias.

sábado, 27 de julio de 2019

APRENDER A ORAR


Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo:
«Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos».
Él les dijo:
«Cuando oréis, decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación”».

Los discípulos han observado al Señor retirándose con mucha frecuencia a orar. En aquellos retiros Jesús entraba en relación con su Padre y este trato con él lo fortalecía, lo animaba y lo consolaba; también le ayudaba a decidir el camino en esa lucha interior entre el espíritu del mundo y la voluntad de Dios. La oración le permitía a Jesús entrar en el mismo cielo y volver con nuevas energías. Por eso los discípulos quieren aprender, quieren recibir también ellos la fortaleza y el consuelo y la luz que ven en su maestro.

Con frecuencia nos enseñan oraciones que dicen ser muy poderosas. La verdad es que la oración dirigida a Dios tiene mucho poder, sin lugar a dudas, más de lo que nos imaginamos. Pero si hay oraciones poderosas, yo pienso que ninguna se puede comparar con el Padre Nuestro, que nos la ha propuesto el mismo Cristo. Y podemos ver que ciertamente contiene todo aquello que necesitamos pedirle a Dios. Es como un resumen en forma de oración de lo que el Señor predicaba por los caminos.
Tal vez llegamos a desanimarnos cuando no vemos que después de orar se produce un milagro. Por eso el Señor nos anima a orar con insistencia, a mirar a Dios como un padre que nos ama, que es bueno y que quiere darnos lo que nos hace falta. Yo pienso que antes de orar es necesario el convencimiento de que me estoy dirigiendo a mi Padre y sé que me escucha con atención y desea darme todo lo mejor. Entonces también sentiré que yo he entrado en el mismo cielo para recibir de él su fortaleza y su consuelo. Entonces sabré aceptar su voluntad y estaré decidido a obedecer lo que me pida y llegaré a comprobar el poder que tiene la oración.

Señor Jesucristo, me dirijo a ti porque tú mismo me animas a buscarte cuando estoy cansado y agobiado. Concédeme el don del Espíritu Santo para que mi fe sea fuerte, concédeme confiar en el Padre como tú para que no decaiga mi oración y acompáñame siempre en el camino del Evangelio para que pueda ser testigo de tu Reino. Aleja de mí todo mal, purifícame de mis pecados y ayúdame a obedecer siempre tus mandamientos.

domingo, 16 de junio de 2019

La Santísima Trinidad


El Espíritu Santo me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará. (Jn 16,14-15)

El pecado entró en el mundo por la desobediencia del hombre y nos trajo la muerte, la división, el sufrimiento y nos alejó de Dios, desfiguró la imagen de Dios que había en nosotros. Pero Dios no se resignó ante esta situación desgraciada del ser humano, sino que desde el comienzo trazó un plan para salvarnos. 
Este plan de Dios tiene su momento culminante en la muerte y la Resurrección de Jesucristo. Él es el Mesías que los profetas habían anunciado que cumpliría todas las promesas que se habían hecho a nuestros padres. Y la salvación de Jesucristo se sigue haciendo real cada día gracias a la acción del Espíritu Santo. Porque gracias a la acción del Espíritu Santo podemos celebrar los sacramentos, podemos recibir la Palabra de Dios y podemos vivir el amor y la entrega a nuestros hermanos. El Espíritu Santo nos permite glorificar a Cristo, acercarnos con confianza al Padre y conocer el misterio de Dios que está por encima de nuestra capacidad.
Este es el misterio de la santísima Trinidad que encierra la historia del amor de Dios que lo da todo por cada uno de sus hijos, porque no quiere perder a ninguno. Dios Padre quiere que todos sean una gran familia junto a Él.
Después de esta historia de salvación, contemplando tanto amor por parte del Padre, contemplando al Hijo que obedece todo lo que el Padre le ha mandado porque también nos ha amado y por eso entrega su vida por nosotros y se queda para siempre con nosotros; después de abrir nuestro corazón al don del Espíritu Santo que nos sana de nuestros pecados y nos llena de amor y de fuerza para vivir la Vida Nueva del Evangelio… ¿Cómo nos vamos a resistir a este don? Sólo nos queda decir que sí, aceptar y acoger todo este amor y dejar que nuestra vida se transforme.
Es una luz que brilla en nuestro mundo y nosotros podemos ser el candelero para que pueda alumbrar a todos. Es una alegría que se puede sentir dentro de cada uno y que necesitamos compartir con todos los que andan buscando un sentido a su vida. Es la Buena Noticia que estamos llamados a acoger, vivir y proclamar por todas partes.

Te alabo Padre Santo, te doy gracias por tu gran amor por mí. Yo no soy nada pero tú no has dejado de fijarte en mí y de cuidarme y protegerme cada día.
Te alabo mi Señor Jesucristo, te doy gracias por haber venido a estar en medio de nosotros; y no tengo palabras para alabar la entrega de tu vida en la cruz, que me ha lavado de mis pecados y me ha reconciliado con el Padre para que me convierta en Hijo. Te adoro, Señor Jesucristo, porque en la Eucaristía me permites entrar en tu pasión redentora y en tu Resurrección gloriosa; y en el pan consagrado te conviertes en el alimento que me  permite vivir como discípulo.
Te alabo Espíritu Santo porque estás en mí llenando mi vida de sentido. Siendo pequeño me haces poderoso y grande para Dios. Pones en mi corazón un amor extraordinario, que me supera y no llego a comprender, y me permites abrir los ojos a mis hermanos para acercarme a aquellos que me necesitan, como portador de la gracia recibida.
Te adoro Trinidad gloriosa de amor y misericordia.

viernes, 17 de mayo de 2019

EL MANDAMIENTO NUEVO


En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros. (Jn 13,35)

Es bueno detenerse a considerar cómo hemos pecado y cómo nos hemos alejado de Dios, porque este ejercicio no nos humilla sino que nos pone delante el don que hemos recibido del perdón y la gracia. Todo ha venido de la mano de Jesús, el Señor, el Hijo amado de Dios que ha entregado su vida y ha derramado su sangre para nuestra salvación. ¿Cómo no alabarlo y darle gracias constantemente? Nos ha reconciliado con el Padre y nos permite también reconciliarnos con nosotros mismos y levantar la cabeza alta porque hemos merecido el precio de su sangre para nuestro rescate, tan valiosos éramos para él.
Es curioso que habiendo dado tanto para nuestra salvación no nos reclame el amor a sí mismo sino que nos pide que nos amemos unos a otros. Claro que quiere ser amado, el que ama desea ser correspondido y Jesús, que es amor, desea que lo amemos también. Pero su mandamiento no insiste en que lo amemos a él sino en que nos amemos unos a otros, como el signo que nos identifica como discípulos suyos. Es como si nos dijera que el camino para mostrar nuestro amor hacia él y nuestro agradecimiento porque nos ha salvado la vida no es otro que el amor entre nosotros. Porque un amor que sólo sean palabras no nos lleva a ninguna parte. Amamos a Dios, amamos a Jesucristo, cuando amamos de corazón al hermano y damos la vida.
Podemos, tal vez, llegar a la conclusión de que no se nota que somos sus discípulos, porque no nos amamos de verdad unos a otros, porque todavía quedan entre nosotros muchas envidias, muchas críticas, muchas zancadillas… que ponen en evidencia lo débil que es nuestro amor.
Pero Jesús ha entregado su vida por nosotros para rescatarnos del poder del pecado. Porque es Satanás el que nos tienta para que se siembre en nosotros todo lo negativo que nos separa de los demás. Pero el diablo está ya derrotado por la sangre de Jesús. Si nos acogemos a la salvación que se nos ha ofrecido podemos vencer el mal y sembrar en nosotros el amor, que es el que nos identifica como cristianos, discípulos de Jesucristo. El amor es el arma más poderosa para vencer todo el mal.
Al obedecer al Padre hasta las últimas consecuencias, Jesucristo le está ofreciendo el verdadero culto de alabanza. Su sangre derramada es la mayor alabanza porque es el sacrificio más puro y más verdadero que se le puede ofrecer. Dios ha sido glorificado recibiendo la entrega y el amor de su Hijo amado que no se ha reservado nada para cumplir su voluntad de salvar al mundo. Glorifiquemos nosotros al Padre, obedeciendo al Hijo, viviendo el amor mutuo entre nosotros, como la señal de que somos discípulos suyos.

Te glorificamos, Cristo Jesús, te damos gracias y te alabamos por haber llegado tan lejos para rescatarnos del pecado y ofrecernos de nuevo la vida.
Te glorificamos, te alabamos y te damos gracias, Dios Padre de misericordia  por la Resurrección y el triunfo de tu Hijo amado que muestra ante nuestros ojos que nunca abandonas a tus elegidos y que transformas todo lo que sucede, incluso el mayor pecado, en fuerza de salvación y de liberación.
Te glorificamos, te alabamos y te damos gracias, Espíritu Santo defensor, porque pones en nosotros la fuerza del amor que vence todo el pecado.




domingo, 12 de mayo de 2019

EL BUEN PASTOR


Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. (Jn 10,27-28)

En la vida siempre he necesitado alguien en quien confiar y en quien apoyarme. No puedo andar solo, no puedo tomar las decisiones importantes sin pedir al menos consejo, no puedo valerme solo para todo. Siempre necesito a alguien y tengo que buscar ayuda. Me imagino la situación de las ovejas cuando no tienen pastor, cómo están desorientadas, cómo se sienten perdidas… yo me siento muchas veces así. Necesito quien me enseñe a caminar por la vida, quien me muestre el camino; pero también necesito quien me cure de mis dolores y me busque cuando me pierdo, necesito quien me proteja de los peligros. Por eso soy como una oveja que necesita un pastor.
Y aquí se me presenta Jesucristo, el Señor. Él es quien me guía por el camino de la vida, quien me levanta si caigo, quien me sana si estoy herido, quien me limpia y me alimenta, quien me protege de todos los peligros. Si lo tengo a él ya no tengo nada que temer. Y por otra parte: ¡qué triste si me alejo! menos mal que también me busca cuando me pierdo. Con él todo está asegurado.
Él me conoce mejor que yo mismo y no se asusta de mis fragilidades sino que me tiende su mano para que me levante siempre que caigo. Es verdad que también me hace enfrentarme con mis zonas más oscuras, que a veces yo no quiero reconocer, porque también quiere corregirme; pero no para condenarme sino para ayudarme a superarme y caminar con más firmeza.
Nadie me arrebatará de su mano. Mira que yo le he dado motivos para que se canse de mí, pero no. Ha derramado su sangre para rescatarme y ganarme la vida eterna. Ha pagado por mí un precio muy alto y no va a permitir que el mal me aleje de él.  Mis dudas, mis crisis, mis noches oscuras… todo esto culminará en una fe más limpia, en una entrega más sincera y en una esperanza más firme.
El Buen Pastor no se queda sólo en una experiencia espiritual. El Señor ha querido hacerse visible de forma sacramental. Para que yo no me sienta perdido me ha puesto en el camino a muchos sacerdotes, que son verdaderos padres y guías para mí, verdaderos apoyos que me hacen sentir la presencia de Cristo muy activa en el camino de mi vida. El Buen Pastor se deja reconocer también en las comunidades cristianas a las que acompaño, en todos los discípulos que las forman con sus diferentes formas de ser, que también me aportan luz y apoyo en el deseo de hacer real el Evangelio.

Escuchar tu voz es muy grato para mí, Señor Jesús mi Pastor. Yo soy demasiado exigente conmigo pero veo cómo tú eres muy paciente. A mí me cuesta mucho perdonarme y tú, sin embargo, me perdonas fácilmente y confías en mí más que yo mismo. Escuchar tu voz es dulce y agradable porque me permite sentir dentro la fuerza de un amor que está dispuesto a darme y perdonarme todo para sanarme y hacer de mí una persona nueva y fuerte.