sábado, 26 de octubre de 2019

El fariseo y el publicano


El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
“¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo:
“Oh Dios!, ten compasión de este pecador”. (Lc 18,11-13)

Escuchando Radio María, había algunos programas que dejaban el micrófono abierto para que la gente llamara y contara algo. Me sorprendía escuchar siempre a gente que llamaba para contar lo buenas personas que eran y las muchas cosas buenas que hacían. Gente que reza a menudo, gente que se preocupa mucho de los demás y está siempre dándolo todo para los que lo necesitan, que ayudan a todo el mundo… nadie llamaba para decir que habían hecho algo malo y que se arrepentían de ello. Es normal que uno no cuente sus pecados en la radio. Pero esto me ha hecho ver cómo la actitud del fariseo de la parábola sigue siendo muy actual. Es más lógico que nos veamos como personas justas y que valoremos todo lo bueno que hacemos. Además creo que es justo también que tengamos en cuenta nuestras cosas buenas.
Lo malo del fariseo era su desprecio a los que consideraba peores que él. Si tenemos en cuenta que se consideraba muy bueno, todos los demás eran peores que él. Tal vez ese pecado, de falta de amor al prójimo es más grave que ningún otro.
Hay gente también como el publicano, que están acostumbrados a que les digan que todo lo que hacen está mal y se lo reprochen constantemente. Por eso mismo sienten que son muy pecadores y sólo les queda como salida confiar en la misericordia de Dios. También los he conocido.
Sorprendentemente, Jesús alaba la actitud del publicano y no la del fariseo. Por eso mismo hemos de mirar así nuestras propias actitudes.
En realidad es muy saludable que nos paremos a considerar nuestros pecados para que así seamos jueces de nosotros y no de los demás. Sólo Dios es juez. Seguro que cada uno puede reconocer muchas cosas buenas en su vida, pero no es sano creerse mejor que nadie y mucho menos despreciar a los que viven de otra manera. No podemos saber las batallas que cada cual está viviendo y por eso es muy injusto juzgar a los otros.
Si Dios nos mira con infinita misericordia, también hemos de mirarnos con misericordia y sobre todo hemos de mirar a los demás con el mismo amor y la misma comprensión que Dios nos mira a nosotros.

Yo siento el peso de mis pecados sobre mí pero siento con mucha más fuerza tu comprensión, tu confianza en mí. He aprendido a superar mis traumas y a levantarme de mis caídas porque me he encontrado siempre con tu rostro amoroso de padre y de madre, y me has hecho descubrir cuánto valgo para ti. Te doy gracias porque me has justificado por tu gracia.