jueves, 19 de mayo de 2011

Creed en Dios y creed también en mí

Os aseguro que el que cree en mí hará las obras que yo hago y las hará aún mayores que éstas, porque yo me voy al Padre. (Jn 14,12)

Reconozco que pierdo fácilmente la calma cuando me paro a reflexionar sobre la realidad que me rodea. No voy a negarlo.
Me inquieta la falta de vocaciones y la indiferencia religiosa, me da mucha pena de ver cómo aparecen con frecuencia gestos de rechazo total a mi fe. Me preocupa el desprecio por nuestros símbolos, por nuestros valores y hasta podemos ver cómo se ataca a la misma persona de Jesús o a la Virgen.
Todavía me angustia más la respuesta que observo en muchos sectores de la Iglesia y en muchos obispos. Me refiero a la añoranza por el pasado que me da la impresión de que oculta un rechazo total del Concilio Vaticano II. Parece cómo si al laicismo y a la hostilidad creciente hacia la Iglesia hubiese que responder con la vuelta al latín o con la amenaza de la condenación.
Hoy el Señor me anima a no perder la calma. Y creo que si lo miro a Él, clavado en la cruz y resucitado para siempre, puedo encontrar motivos para la esperanza: Él ha vencido al mundo con su amor, con su entrega y su obediencia.
Ante esta situación la respuesta, creo yo, no puede ser encerrarnos en nosotros mismos para protegernos del mundo, porque eso nos haría perder la fuerza evangelizadora. No puede ser volver a la liturgia rancia y alejada de la realidad. No puede ser volver a una religión del miedo y de la lejanía de Dios. Porque Jesús no nos ha enviado a eso sino a comunicar al mundo el Amor de Dios, a dar esperanza a los pobres y a proclamar por todas partes la Buena Noticia de su Reino.
Frente a esta realidad tan poco halagüeña hay que creer en él que está vivo, que murió pero ahora vive para siempre y no nos dejará solos ni un solo instante.
Si creo en Él, haré cosas grandes, porque así me lo ha prometido.

Aunque todo me indica que las cosas van mal, yo quiero apoyarme en ti, porque sé que nunca me vas a fallar. Hoy seguiré proclamando que tú eres el único Salvador, la única esperanza para el mundo. Hoy seguiré confiando en ti y esperaré a ver cómo transformas esta realidad en la que me encuentro. Me mantendré unido a ti y seguiré orando y meditando tu Palabra.

sábado, 7 de mayo de 2011

Era necesario que el Mesías padeciera

"¡Qué torpes sois y qué tardos
para creer lo que dijeron los profetas!
¿No era necesario que Cristo sufriera todo eso
para entrar en su gloria?". (Lc 24,25-26)

Puedo sentir que hoy es a mí a quién Jesús tiene que reprender. Reconozco que también me dejo llevar de los sentimientos humanos y me siento muchas veces fracasado creyendo que todo está perdido. En momentos así hay que mirar a Cristo crucificado.
Esta es la gran paradoja, que para entrar en su Gloria el Mesías tenía que padecer. Así lo habían explicado los profetas y los salmos.
También el Señor ha explicado muchas veces que los signos de la llegada de su Reino serán las persecuciones y las catástrofes. Como decimos coloquialmente no hay gloria sin cruz.
Pero también hemos de tener el convencimiento de que Dios no abandona a sus hijos y al final brilla ante todos su voluntad.
Creo que hoy podemos sentirnos identificados con los discípulos de Emaús. El Evangelio es una invitación a ir haciendo con ellos el camino.
Nosotros esperábamos… ellos habían esperado en un triunfo de Jesús humano, en una liberación política y por eso se sintieron decepcionados al verlo morir en la cruz. Como si todo estuviera perdido. Tal vez tú has puesto también en el Señor esperanzas equivocadas y has tenido la impresión de que no ha servido de nada. Es duro, porque a veces estas experiencias nos hacen poner en duda los fundamentos de nuestra fe.
Era necesario… Jesús explica las escrituras y les hace caer en la cuenta de que lo que ha sucedido es lo que anunciaron los profetas. Dios no detiene la libertad del hombre, y esa libertad puede hacerle cometer el pecado y la injusticia. Pero Dios no se queda callado, y hace que todo sea para el bien. Así, suceda lo que suceda, Dios hará que siempre salga un bien. De la muerte de Cristo nos vino el perdón de los pecados y de su Resurrección nos ha llegado la Vida eterna. No tengas duda en que también Dios sacará grandes beneficios de todas tus experiencias por negativas y tristes que sean.
Ha resucitado el Señor… Al partir el pan se les abrieron los ojos y lo reconocieron. La Eucaristía nos permite reconocer a Jesús, en medio de nuestro camino partiéndonos el pan. Es la fe que proclamamos juntos, en comunidad, en la Iglesia. A pesar de los contratiempos de la vida, sentimos que el Señor está con nosotros y lo experimentamos en su Iglesia. Necesitamos compartir con los hermanos esta experiencia y así enriquecernos los unos a los otros.

Quédate con nosotros que viene la noche y las dudas pueden ensombrecer nuestra vida. Entra en nuestra casa y pártenos el pan para que se abran nuestros ojos y podamos reconocerte y así, llenos de alegría, vayamos corriendo a contar a los hermanos que tú estás vivo.