domingo, 18 de septiembre de 2022

SERVIR A DIOS

 

Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero. (Lc 16,13)

 

Servir a Dios significa reconocer su grandeza y alabarlo por todo, darle gracias por todos sus bienes, todo lo que tenemos es un don que hemos recibido de él.

Servir a Dios es también venir a su encuentro. Jesucristo ha venido a estar entre nosotros y quiere compartir su vida y su poder con nosotros. Así viene también a nosotros en la eucaristía. En realidad servir a Dios, servir a Cristo, es más recibir que dar, porque este servicio se convierte en un honor. Una de las oraciones decía nos haces dignos de servirte en tu presencia.

Servir a Dios es, por supuesto, estar al servicio de su Reino, es defender la causa de los pobres y de todas la víctimas, es transmitir su evangelio y dar a conocer sus valores, compartir con los demás esta sabiduría que Cristo nos ha ofrecido. Servir a Dios es llenar este mundo de su bondad y atraer así la felicidad y la alegría que esto supone.


Frente a esto está el servicio al dinero. Por dinero mucha gente no duda en maltratar a los demás o en hacer la guerra. Para lograr riquezas se dedica, tal vez, demasiado tiempo y demasiados recursos. No hay corazón cuando el dinero está en juego, por eso se despide a un padre o a una madre de familia dejándolos sin el sustento necesario para su familia o se engaña a otros para que atraviesen el mar en malas condiciones y con riesgo de sus vidas. Jesús decía que los hijos de este mundo son más astutos que los hijos de la luz.

 

Yo quiero servirte a ti y quiero poner toda mi dedicación y todos mis medios en hacer tu voluntad. Tú eres la verdadera riqueza y por ti tengo que sacrificar mucho más que por todas las riquezas del mundo.

domingo, 4 de septiembre de 2022

RENUNCIAR A TODOS LOS BIENES

 

Todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío. (Lc 14,33)

 

Jesús nos habla con tantas exigencias que parecería que no quisiera tener discípulos. Es verdad que mucha gente lo buscaba tal vez por curiosidad, porque veían cosas extraordinarias, es posible que otros fueran con él porque querían curarse de sus enfermedades y yo estoy seguro de que muchos lo seguían porque su mensaje es fascinante. Pero  llega el momento de tomar decisiones trascendentales y la propuesta es muy radical: renunciar a todo, incluso a lo más querido como es la propia familia y además cargar con la cruz. Entonces es cuando podemos ser discípulos.

Una propuesta tan radical requiere, sin duda, de nuestros cálculos.  Hay que pensarlo bien.


Podemos decidir que no queremos complicarnos mucho la vida, la verdad es que muchos han tomado ya esa decisión. Pero podemos pensar que el mensaje del evangelio es el que transforma el mundo, que vivir el amor y la fraternidad son sin duda ideales por los que merece la pena arriesgarlo todo, podemos pensar que la persona de Jesús llena nuestra vida de sentido y nos da energía para afrontar los problemas de la vida; podemos descubrir que esta vida es un paso y que nos espera una eternidad por la que vale la pena trabajar… podemos echar nuestros cálculos y llegar a la conclusión de que es mejor ser discípulos de Jesucristo aunque haya que cargar con la cruz y renunciar a todos los bienes. Y después de tomar nuestra determinación vamos a ir dando pasos con su ayuda para despegarnos de todas las cosas de este mundo y unirnos más fuertemente a él.

 

Señor Jesucristo te amo y quiero seguirte, quiero ser tu discípulo pero mis apegos a este mundo son muy fuertes todavía. Yo me uno cada vez más a ti, te busco en todas las circunstancias, te hablo en la oración y te recibo en la eucaristía. Tú me iras mostrando el camino cada día.