sábado, 29 de noviembre de 2014

VIGILAD

Mirad, vigilad porque no sabéis cuándo es el momento. (Mc 13,37)

           El Señor viene y quiere encontrarnos dispuestos. Escuchemos su llamada.
          Hay que estar vigilantes para hacer siempre el bien, para mantenernos activamente ayudando a  los hermanos necesitados; con los ojos bien abiertos para descubrir a quien nos necesita antes de que nos lo pida.
        Hay que estar vigilantes para no dejarnos engañar por las seducciones del maligno, para no decaer en nuestra tarea por las dificultades, para no creer que es inútil nuestro esfuerzo, para no dejar de confiar en el Señor que nos ama y cuenta con nosotros porque confía en nuestra bondad. Vigilantes también ante las pruebas que nos pone el tentador, para no apartarnos nunca del bien y de la bondad, para no alejarnos de Dios.
         Estando vigilantes, en el momento que menos esperemos se presentará el Señor en nuestra vida. Algún día llegará nuestra hora final y podremos presentarnos ante Él con la alegría de haber hecho lo que nos pedía. Se presentará con gloria al final de los tiempos para juzgar a las naciones y nos invitará a entrar en su Reino. Y también, en cualquier momento de nuestra vida se está presentando ante nosotros en cada persona que nos busca y en cada acontecimiento de nuestra vida.


                Hoy grito una vez más: Ven Señor. Necesitamos de ti para salir adelante. Todavía no ha llegado la paz a nuestro mundo, todavía sigue existiendo la injusticia y la desigualdad, todavía nuestra vida no es completamente para ti. Pero tú vas a venir y nos vas a llenar de alegría. Ven pronto, Señor, ven Salvador.

viernes, 21 de noviembre de 2014

EL JUICIO FINAL

Señor, ¿Cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el Rey les dirá: Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos conmigo lo hicisteis. (Mt 25,37-40)

En esta parábola del juicio final aparecen los justos, que son los que han dedicado su vida a hacer el bien. Lo que los ha distinguido no han sido sus palabras bonitas o sus actos religiosos sino su amor desinteresado por los pobres.
Cuando ayudaban a los demás no estaban pensando en otra cosa  que aliviar sus sufrimientos y alegrar sus vidas, ni siquiera lo hacían para ganar el cielo. De su corazón lleno de amor y de misericordia salió como fruto el bien hacia el prójimo. Ni siquiera pretendían agradar a Dios o tranquilizar su conciencia. Querían sencillamente aliviar el sufrimiento de alguien a quien amaban sin más.
Así entiendo yo su sorpresa cuando el Rey de la Parábola les dice que lo estaban haciendo con él. Sin saberlo, estaban socorriendo a Cristo en persona.
Hoy me vienen a la mente las personas que se han arriesgado a socorrer a los enfermos de ébola. A pesar del miedo que causa en la sociedad la posibilidad del contagio de esta enfermedad sabemos que mucha gente han tenido más amor que miedo y han considerado más importante el bien de los enfermos que su propia seguridad. Algunos se han contagiado y otros no, pero creo que todos merecen mi reconocimiento, mi admiración y mi respeto. Algún día también ellos oirán la voz del Señor que les dirá: “lo estabais haciendo conmigo.”
Como estas personas sabemos que hay por todo el mundo mucha gente que es capaz de sacrificar su tiempo, su futuro o su vida entera por servir a los más pobres. Sabemos que también están entre nosotros muchas personas que tienen un amor grande y una generosidad digna de admiración.
Tenemos que animarnos a seguir este ejemplo. Tenemos que dejar que el Evangelio renueve así nuestras vidas para amar y dar la vida como Jesucristo la dio por nosotros. Así  escucharemos, al final de los tiempos, la invitación a heredar el Reino preparado desde el principio.


Señor, te haces presente constantemente en mi camino. Me pides ayuda, comprensión, paciencia. Vienes a mí y yo quiero acogerte y mostrarte el amor que necesitas. Posiblemente muchas veces, sin darme cuenta, te he asistido y otras he podido ser indiferente ante tus problemas. Por eso me dirijo a ti para pedirte que me abras los ojos para descubrir a mi hermano necesitado y que me ensanches el corazón para que esté siempre dispuesto a darlo todo. Por las veces que he pasado de largo te pido perdón y te ruego que me des la oportunidad de corregirme.

sábado, 15 de noviembre de 2014

LOS TALENTOS

Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes, he ganado otros cinco talentos sobre ellos. (Mt 25,20)

Como a los empleados de la parábola, el Señor nos ha dejado también a nosotros unos talentos para que obtengamos con ellos alguna ganancia.
A la luz de estas palabras de Jesús llega para mí el momento de meditar sobre todo aquello que tengo de bueno. No se trata de vanagloriarme de mis cualidades ni de caer en la soberbia, pero tampoco sería verdadera humildad dejar de reconocer lo que Dios me ha dado. Sobre todo, creo que es importante saber que lo que tengo es un don recibido. No hay motivos para la vanidad si reconozco que lo he recibido. Además, al reconocer que todo lo bueno que hay en mí es un don de Dios, tengo claro que debo emplearlo para su servicio, es decir, para construir su Reino y dar frutos de justicia y de paz.
Son dones de Dios mis cualidades y mis capacidades personales  pero también lo son mis posibilidades materiales, el cariño de la gente, el apoyo de mi familia y de mis amigos. Todo es un regalo de Dios. Por todo le tengo que estar agradecido y he de cantar continuas alabanzas. Al hacer este ejercicio puedo ver las cosas en positivo. El Señor me ha dado mucho más de lo que yo esperaba y todo ello sin merecerlo.
También es un gran don la fe en Él, por haberlo conocido desde pequeño. Poder rezarle cada día y sentir que está conmigo y que no me deja solo. Es un don que tengo que compartir con los demás para que también llegue a todos la alegría de sentirse salvados por Jesús.


Señor Jesús, me has dado el don de una vocación que supera todas las posibilidades humanas. Siendo un pobre pecador me has convertido en administrador de tu gracia y en portavoz de tu mensaje. Por ti lo dejaré todo y trabajaré para que esta gracia produzca mucho fruto.