sábado, 31 de diciembre de 2016

La fórmula de bendición

‘Que el Señor te bendiga y te proteja;
 que el Señor te mire con agrado
y te muestre su bondad;
que el Señor te mire con amor
y te conceda la paz.’ (Nm 6,24-26)

La liturgia de este primer día del año nos propone la fórmula de bendición. El Señor le prometió a Moisés que así Él bendeciría a su pueblo. Ellos invocan al Señor, lo recuerdan, acuden a Él, y Dios los bendice y los protege.
Esta propuesta es una fórmula sencilla que podemos convertir en un saludo. De esta manera también en nuestra vida cotidiana estamos recordando al Señor, estamos reconociendo que lo necesitamos y que Él se anticipa a nuestros deseos. Al desear la bendición del Señor estamos también poniendo esa luz en nuestro ambiente.
Desear la bendición de Dios no es sólo una palabra bonita. Si yo le pido a Dios que te bendiga no puedo maldecirte a continuación. Si yo deseo que el Señor te bendiga tengo que esforzarme también por ser una bendición para ti.
Es una frase simple, pero creo que está muy llena de contenido.

Al comenzar un nuevo año me dirijo a ti, Señor, y te pido que nos traigas la paz al mundo, que terminen las desigualdades, que se supere la pobreza para que a nadie le falte lo necesario. Te pido por todos los que nos han dejado en este año que ha terminado, porque confío en tu misericordia y sé que los llevarás a tu Reino. Quiero pedirte también por la Iglesia para que tú la ayudes a ser la luz del Evangelio en el mundo, un recinto de paz y amor, de libertad y justicia, para que todos encuentren en  ella un motivo de esperanza.


sábado, 24 de diciembre de 2016

EL PESEBRE


Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. (Lc 2, 12)



En esta noche santa de Navidad me siento impulsado a contemplar al Señor en el pesebre y tratar de comprender todo lo que me está diciendo al nacer en estas circunstancias.

Los profetas habían anunciado lo que iba a suceder y muchos hombres de fe esperaban que llegara este gran día.

Unos pastores fueron los afortunados que recibieron la Buena Noticia, la gran alegría para todo el pueblo. El Salvador ha nacido. Los coros de los ángeles cantan la gloria de Dios y la luz inunda a aquellos pobres hombres. Dios ha cumplido su promesa y ha venido a este mundo.

Ahora llega la sorpresa. Dios no aparece de forma espectacular, es un niño pequeño que está envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Porque Dios no hace las cosas de forma espectacular sino que se deja ver en medio de lo cotidiano. Es un Dios escondido que se muestra para el que tiene fe.

Para alguien que esperara signos espectaculares y un poder fuera de lo común, esto puede resultar una gran decepción. Dios prefiere mostrar su gloria desde la más absoluta pobreza. Esta es la gran alegría para todo el pueblo. Dios no está entre los grandes y poderosos, porque entonces sería inalcanzable. Ha preferido estar entre los humildes para que todos lo podamos sentir cercano.



Si te miro desde la fe yo también podré descubrirte cada día en mi vida a través de cosas sencillas y cotidianas y podré contemplar tu gloria.

sábado, 19 de noviembre de 2016

VOLVER AL PARAISO


Hoy estarás conmigo en el paraíso



Al comienzo de la creación, nos cuenta la Biblia que Adán y Eva vivían en el paraíso. Era la expresión de la bondad y del amor de Dios que lo había hecho todo bien y quiso que fuéramos felices con él. Pero el pecado entró en el mundo y así llegaron las tinieblas. Entró el pecado y trajo la muerte y el sufrimiento. Adán y Eva fueron expulsados del paraíso.

Pero también desde el principio se nos cuenta que Dios se compadeció de la desgracia del hombre y se propuso salvarlo. Por eso, llegado el momento, envió a su Hijo para que nos devolviera la esperanza.

Él nos ha sacado de las tinieblas, que son el pecado, la muerte, el sufrimiento. Nos ha llevado al Reino de su Hijo querido y nos ha redimido por su sangre. Jesucristo, con su sangre nos ha logrado la Redención. Ha puesto todo el amor, toda la obediencia, todo el perdón… para que quede eliminado el poder del pecado. Es verdad que todavía tenemos que seguir luchando, pero con la certeza de que hemos logrado la Victoria por la sangre de Cristo.

En el momento último, el Señor le promete a aquel infeliz, condenado en la cruz como él, que estará con él en el paraíso.

Aquel hombre sabe que ya está todo perdido, pero ha llegado a comprender que Jesús es verdaderamente rey y que llegará a su Reino, que está por encima de las cosas de este mundo. Jesús, en recompensa a su fe le promete el paraíso. El Reino de Dios es el paraíso, donde todo es alegría y felicidad. No tendrá que esperar mucho para llegar allí. Cuando termine su vida terrena, será hoy. Estará con el mismo Señor gozando de los bienes definitivos.



 Hoy he recibido  un testimonio de fe al contemplar a un hombre que lo tiene todo perdido humanamente y que se acoge a ti en el último momento de su vida. No tengo motivos para perder la esperanza, por mal que vayan las cosas. He puesto mi confianza en ti y tú tienes poder para salvarme de la muerte.


sábado, 1 de octubre de 2016

AUMENTA NUESTRA FE


Dijeron los apóstoles al Señor: Auméntanos la fe. (Lc 17,5)



El  Señor ha valorado muchas veces la fe de la gente. Recordemos cómo admiraba la fe de algunos paganos, como el centurión o la mujer cananea. A muchos enfermos los despedía diciendo: tu fe te ha salvado. Comprendo que los apóstoles aprendieron una buena lección cuando reflexionaron un poco sobre todas estas cosas. Tal vez miraron sus actitudes y entendieron que su fe era muy débil. A ellos, ciertamente, les reprochó también en varias ocasiones su falta de fe.

Si yo tuviera que hablar de mí mismo, más bien me veo en la postura de los apóstoles. A mí el Señor me reprocharía mi falta de fe, y con el agravante de que yo también he podido sentir muchas veces cómo actúa y cómo va mostrándome su grandeza y su poder en los momentos más inesperados. Mi fe es más pequeña que un grano de mostaza y por eso mismo, no obtiene nada especial. La petición de los apóstoles tengo que hacerla mía, porque entiendo que tener más fe es una gracia que el Señor me puede conceder.

Tal vez nos podemos sentir muchas veces decepcionados porque no comprendemos el silencio de Dios ante las injusticias, porque desearíamos una intervención más clara para defender a los inocentes, porque vemos como triunfan los malos y a los buenos todo se les vuelve en contra… estas cosas ponen a prueba nuestra fe, la debilitan. Pero el Señor no está callado, lo que ocurre es que su mirada va mucho más lejos que la nuestra. Él sabe sacar provecho hasta de los pecados más graves o de las injusticias más clamorosas, recordemos que de la muerte de Jesús vino la salvación para todos.

En estas circunstancias lo que nos queda es saber confiar, esperar con paciencia y a su tiempo tendremos la respuesta.



Me has enseñado cómo tú eres el Padre de todos, yo te he dicho que estoy puesto en tus manos. Es verdad que no entiendo muchas cosas, pero sigo diciéndote que sí. Aquí me tienes para lo que necesites de mí. Tú me das siempre mucho más de lo que yo pueda sacrificar. Esperaré con paciencia y llegará tu Palabra en el momento oportuno.

sábado, 27 de agosto de 2016

LA VERDADERA GRANDEZA

Cuando des un banquete, invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten a los justos. (Lc 14,13-14) 

¡Qué grande es sentirse elegido y amado por Dios! Ésta es la gran noticia del Evangelio. Yo he sido amado con una ternura extraordinaria porque Dios es mi padre, mi madre. Efectivamente, nunca olvidaré el amor de mis padres, siempre entregados a mí a pesar de mis fallos, incluso a pesar de mis actitudes muchas veces desatinadas. Siempre supieron perdonarme y nunca dejaron de dármelo todo. Y Dios es mucho más generoso, mucho más misericordioso conmigo. Mira que le he sido infiel muchas veces, y, sin embargo, sigue contando conmigo y confiando más en mí que yo mismo. 
Por eso quiero sentir lo pequeño que soy. Reconocer con mucha sencillez que realmente no soy nada y que todo lo bueno que tengo lo he recibido como un regalo para darlo yo también a los demás. He aprendido del Señor la lección de no querer figurar ni buscar reconocimiento alguno sino, mejor, ponerme en el sitio de los últimos. Es un buen sitio, porque así estoy cerca de los pequeños y de los que no cuentan en este mundo, así me hago cercano a todos porque me ven como uno más.  
Esta fue la forma de proceder del Señor, mi maestro. El Evangelio nos cuenta cómo se acercó a los pecadores, a los enfermos, a las mujeres y a los niños. Entre sus discípulos estuvieron siempre los sencillos y se llenó de alegría al ver que los grandes misterios se les revelan a los pequeños y no a los sabios y los entendidos. Para entrar por la puerta estrecha no hay más remedio que menguar, que hacerse pequeño, como en aquella escena de Alicia en el país de las maravillas.  
La otra lección que he aprendido es la de la gratuidad: Invitar a los que no me van a devolver el favor porque así tendré la recompensa de mi Padre del cielo. Cuanto más dé sin recibir nada, mayor será  el tesoro que se acumulará para mí en la otra vida. Esto es saber vivir con agradecimiento al Señor que lo ha dado todo por mí sin que yo mereciera nada. Puedo entender entonces el sentido del mandamiento de amar a los enemigos. 
Hoy contemplo también a María. Ella cantó la grandeza del Señor que se fijó en su humillación, a ella la llamamos todos bienaventurada por las cosas grandes que Dios ha realizado en su persona y con ella, también nosotros alabamos al Señor que derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, que llena de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los ricos. 

En ti, Señor Jesucristo, he conocido el valor de la verdadera grandeza. Tú te has despojado de todo, naciendo en un pesebre, viviendo entre los pobres y muriendo en una cruz como un criminal. Sin duda, tú has elegido el último lugar. Pero Dios te ha enaltecido, te ha llevado a la plenitud de la gloria y te ha convertido en el único nombre que puede salvarnos. Tú eres mi único Señor y no quiero servir a nadie más que a ti.

sábado, 20 de agosto de 2016

LA PUERTA ANGOSTA


Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán. (Lc 13,24)



Ante la pregunta sobre si serán pocos los que se salven, Jesús, anima a los discípulos a entrar por la puerta estrecha. La salvación no va a ser un logro personal pero no podemos excusarnos en el amor y la bondad de Dios para dejar la vida pasar sin aportar nada.

Hoy en día no se habla tanto de la condenación y del infierno como en otros tiempos y yo no pienso que haya que volver a meter miedo y a proponer una relación con Dios basada en el temor condenarse.

Pero el encuentro con el Señor no puede ser algo rutinario y vacio. Si yo he conocido cuánto me ha amado Dios y he experimentado en mi vida el poder de su presencia, entonces, su Palabra tiene que dejar huella en mí. Y el Evangelio es Buena Noticia pero también es un mensaje exigente.

En los domingos anteriores se nos han propuesto cosas tan radicales como vender todos los bienes y dar limosna para tener un tesoro en el cielo, se nos ha hecho ver el absurdo de poner el corazón en las riquezas. También nos ha animado a prender ese fuego en nosotros y a estar dispuestos a afrontar la persecución. Así que no podemos pensar que el Señor nos diga que nos quedemos tranquilos porque Dios nos quiere mucho y no nos dejará condenarnos. No. Hay que entrar por la puerta angosta y hay que esforzarse.

Pienso que en estos momentos que vivimos no puede servir para nada una vida cristiana rutinaria, que se limita a cumplir lo mínimo. Hay que esforzarse en vivir con más autenticidad, en hacer que nuestra relación con el Señor nos vaya marcando el camino.

Hay que entrar por la puerta estrecha de una vida espiritual profunda, seria. Una vida de oración que significa que estamos permanentemente en relación con el Señor. Puede parecer que orar es perder el tiempo porque hay muchas cosas que hacer, pero no debemos dejarnos engañar por esos planteamientos materialistas. El Señor nos enseñó con su ejemplo la necesidad de la oración y despertó en los apóstoles el deseo de orar como él.

Hay que entrar por la puerta estrecha de la Caridad, del desprendimiento. Tenemos que ser capaces de vivir con sencillez, como nos dice el lema de Cáritas, para que otros sencillamente puedan vivir. Y deberíamos de tener siempre el deseo de hacer más y de ser capaces de una entrega mayor.

Hay que entrar por la puerta estrecha del testimonio. El testimonio será mi presencia como creyente que ora y se entrega a los demás en medio de mi vida cotidiana, en mi familia, en mi trabajo en mis relaciones con los demás. Así estaremos prendiendo ese fuego que Jesús quería ver ya extendido por todas partes.



Cuando medito tus palabras, Señor, descubro lo lejos que me encuentro de tu propuesta de vida, pero también veo que tú me has marcado el camino  para que vaya por él. Me envías siempre señales que me orientan, me corriges como un Padre para que no me desvíe. Estoy todavía lejos de la meta, pero camino por la ruta que tú me has marcado y tú me guías con tu acción humilde y callada.

viernes, 12 de agosto de 2016

PRENDER FUEGO EN EL MUNDO


He venido a prender fuego en el mundo y ojalá estuviera ya ardiendo. (Lc 12,49)


El Señor nos ha comunicado un mensaje que no puede dejarnos indiferentes. Si acogemos sus palabras algo empezará a arder dentro de nosotros. Y el fuego se contagia y se va extendiendo por todas partes.
La experiencia de haber conocido a Jesús no puede pasar desapercibida, se tiene que notar. Los que nos llamamos cristianos tenemos que tener algo dentro de nosotros que sea como un fuego que se extiende y lo transforma todo.
Pienso en nuestras celebraciones, de modo particular en la Eucaristía. Ahí se tiene que notar ese fuego que arde por dentro de nosotros. Se tiene que sentir la presencia del Señor y la alegría de una comunidad que está viviendo ese encuentro con él. La celebración de la Eucaristía con sus cantos, con sus momentos de silencio y oración y con esos momentos cumbres de la consagración y la comunión tienen que prender fuego en nosotros, de modo que salgamos de aquí con el corazón inquieto, deseoso de buscar el bien y la verdad.
El fuego tiene que arder en nuestra oración, ese encuentro de amistad con el Señor que nos permite sentirnos acompañados por él y sostenidos por su amor. Un encuentro que nos hace ver las cosas con la mirada de Dios.
El fuego tiene que prender en nosotros también por la Caridad, por nuestro esfuerzo en vivir la fraternidad y por nuestro compromiso activo por la justicia y por la paz.
Pienso también que este fuego que arde dentro de nosotros se nota en la insatisfacción constante, porque descubrimos que todavía no hemos hecho lo suficiente y deseamos seguir avanzando.
Si no está ardiendo este fuego dentro de nosotros tendremos que preguntarnos por qué.

Envíanos, Señor, tu Espíritu que haga arder en nosotros ese fuego de tu amor. Acompaña a tus hijos para que se llenen de tu alegría y se pongan en camino para extender por todas partes tu Evangelio.

sábado, 6 de agosto de 2016

BOLSAS QUE NO SE GASTAN

Vended todo lo que tenéis y repartidlo en limosnas. Haceos bolsas que no se gasten y acumulad riquezas celestiales que no se acaban, pues allí no pueden llegar ni ladrón ni polilla que las destruyan. Porque donde está tu tesoro, ahí también estará tu corazón.(Lc 12,33-34)

Con la parábola de aquel hombre que tuvo una gran cosecha nos advirtió el Señor sobre la vanidad de las riquezas materiales. En su lugar nos proponía ser ricos para Dios. Se trata de valorar las verdaderas riquezas que no tienen nada que ver con los lujos ni los placeres.
En lugar de tener tesoros materiales que terminan destruyéndose y que no  podremos llevarnos después de esta vida, lo mejor es preparar riquezas celestiales, bolsas que no se gasten. Esto sí que nos lo vamos a llevar con nosotros cuando tengamos que rendir cuentas ante Dios.
El Señor nos dice que vendamos lo que tenemos y lo repartamos. Lo mismo le dijo al joven rico. Los bienes materiales que disfrutamos son un regalo que Dios nos ha dado pero nos anima a usarlos para construir el Reino. Son una oportunidad para vivir la fraternidad y para hacer con ellos que nuestros hermanos puedan vivir con dignidad.
¿Dónde está mi corazón? Si mi corazón está apegado a las cosas de este mundo me dedicaré a conseguirlas y a conservarlas a toda costa. Pero será diferente si mi corazón está puesto en el Señor. Mi vida entera será una entrega a su causa. Si miro a mis hermanos con amor verdadero y me duele el drama de los pobres, entonces no estaré buscando ganancias a toda costa sino que me esforzaré y pondré todo lo que tengo para mejorar las condiciones de vida de mis hermanos.
Si mi corazón está puesto en el Señor, buscaré los bienes del cielo y trabajaré en esta vida por ellos. Pondré en marcha mis talentos, todo lo que he recibido para que produzcan un fruto abundante. Esto sí que será una riqueza que no se corrompe.
La experiencia me demuestra que Dios nos va premiando ya en esta vida. Que es cierto que recibimos el ciento por uno de lo que dejamos. De forma asombrosa, el Señor nos va demostrando que hay más felicidad en dar que en recibir.

No puedo negar que todavía estoy muy apegado a las cosas de este mundo. Por eso quiero buscarte y encontrarte. Quiero sentir que eres tú mi única riqueza y que contigo lo tengo todo y lo demás no significa nada.

sábado, 11 de junio de 2016

LA MUJER PECADORA


Una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume, y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. (Lc 7,37-38)


Uno de los artículos de fe que profesamos en el credo es el perdón de los pecados, y está claro que éste es uno de los mensajes más importantes de Jesús. Su presencia entre nosotros tenía como objetivo librarnos del peso de nuestras culpas con la gracia del perdón. Su sangre se ha derramado por nosotros para el perdón de los pecados.
Me imagino cómo podría sonar este anuncio en todos los que se sabían pecadores y habían llegado a considerar que lo tenían todo perdido. Me imagino cómo recibirían la parábola de la oveja perdida o del hijo pródigo. Sin duda, era toda una sorpresa saber que Dios los amaba con una ternura infinita que los estaba esperando para alegrarse de su retorno y comenzar la fiesta del encuentro.
Me pongo en el lugar de esta mujer. Seguramente había recibido muchos desprecios y muchos reproches por su vida alejada de la moral. Ella escucha a Jesús haciéndole una invitación a experimentar la misericordia que ha venido a traer de parte de Dios. Se enciende en su interior una luz y recobra su autoestima, comprende su dignidad. Dios en persona ha venido a buscarla para ofrecerle la salvación.
Me parece que no fue una casualidad  que encontrara a Jesús en aquella casa del fariseo. Andaba buscándolo y encontró el momento oportuno para mostrarle su gratitud. Fue también una oportunidad para el Señor de anunciarnos el poder del perdón que nos libera de nuestros pecados.
El texto del Evangelio nos muestra diferentes actitudes que merece la pena considerar. El fariseo es un hombre seguro de su piedad y mira con desprecio a la mujer, y también a Jesús por dejarse tocar por ella.
Jesús, en cambio tiene una actitud de amor hacia todos. También hacia el fariseo, puesto que ha aceptado su invitación. Pero con su mirada amorosa descubre el amor que hay en la pecadora y ayuda a Simón a reflexionar sobre su actitud.
Luego tenemos a la mujer, que ha sentido la llamada a la conversión porque se ha sabido amada y perdonada.
De todo esto aprendo que no he de sentirme mejor que nadie ni compararme con otros. No soy juez de los demás, mejor dejaré que Dios juzgue a cada uno. Yo puedo ser juez de mí mismo para descubrir que también soy un pecador necesitado de misericordia. Así buscaré a Jesús agradecido por haber entregado su vida para obtenerme el perdón. Siento que Él me mira con ternura y que descubre el amor que pongo en todo lo que hago. El amor es el antídoto contra el pecado. La conversión a la que el Señor me llama es vivir el amor para que se destruya en mí la fuerza del pecado. No puedo olvidar que, al final de la vida, el examen será sobre cómo he amado a mi prójimo.

Señor Jesucristo, me presento ante ti débil y sintiendo el peso de mis pecados. Tú me llamas para una misión extraordinaria; para anunciar tu Evangelio y ser ministro de tu misericordia ante mis hermanos. Una misión para la que nunca estaré preparado. Pero cada día me sanas con la gracia de tu misericordia. Tú modelas mi vida según tu corazón. Tu Espíritu pone en mí todo lo que no tengo y haces así que llegue a ser un instrumento eficaz para el bien del mundo.

sábado, 28 de mayo de 2016

EL SACERDOCIO DE CRISTO


Comieron todos y se saciaron y cogieron las sobras: doce cestos. (Lc,9-17)


El libro del Génesis nos cuenta un extraño episodio en el que aparece un personaje misterioso llamado Melquisedec. Lo presenta como sacerdote del Dios Altísimo y nos dice que ofreció pan y vino y que Abraham le dio el diezmo de todo lo que tenía.
Más adelante, un salmo anuncia al Mesías como “sacerdote eterno según el rito de Melquisedec”.
Me resulta muy curioso comprobar cómo la revelación de Dios se va llevando a cabo a través de estos escritos, que se llenan de sentido cuando Jesucristo aparece en el mundo como salvador. En la persona de Cristo podemos ver que se ha hecho realidad el anuncio del salmo: es el sacerdote eterno que nos ha ofrecido pan y vino, pero mucho más, nos ha ofrecido su propia vida en el pan y en el vino. Sabemos que ya no tenemos ante nosotros pan y vino sino al mismo Cristo en persona.
Es una forma diferente de sacerdocio. Muy distinto al sacerdocio tradicional que consistía en ser el que ofrecía en el altar sacrificios de animales. Jesucristo es sacerdote eterno y ofrece su persona como sacrificio. Este sacramento de su Cuerpo y Sangre se inauguró en la víspera de su pasión y muerte. En sus palabras nos está indicando ya que su muerte será la entrega por nosotros para el perdón de los pecados.
El sacerdocio de Cristo, según el rito de Melquisedec, nos está anunciando una religión nueva, un culto diferente. Ya no nos valen los simples rituales ni el cumplimento de normas religiosas. Nuestra religión es la Caridad. Nuestro culto ha de ser la entrega de nuestra propia vida por amor a los demás.
Cuando celebramos la Eucaristía estamos  haciendo presente el sacrificio único y verdadero que es el Señor que ha entregado su vida por nosotros. Es un sacrificio muy poderoso porque en Él está puesto todo el amor y toda la obediencia que nosotros no alcanzamos a ofrecer. Pero con Él nos estamos ofreciendo también nosotros para obedecer a Dios que nos llama a construir su Reino.
Cuando Jesús multiplicó los panes y dio de comer a la multitud también nos estaba anticipando el banquete de la Eucaristía. Así nos enseña que hemos de vivir nuestra entrega a Dios dando de comer a los demás. Podemos reconocer que nuestra aportación es muy pequeña, pero no debe eso ser excusa para evitar nuestro compromiso. No olvidemos que nuestra pobre entrega la estamos poniendo en manos del Señor que puede multiplicarla y hacer que sacie a toda la multitud.


Qué gran honor es poder celebrar este misterio admirable, pronunciar tus palabras y sentir tu propio cuerpo y tu propia sangre entre mis manos. Haz, Señor Jesús, que mi sacerdocio sea también verdadero y lléname de tu gran Caridad para que entregue día tras día mi vida por los hermanos sin reservarme nada.

sábado, 9 de abril de 2016

TÚ SABES QUE TE QUIERO

Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero. (Jn 21,17)

San Pedro fue un hombre débil. Sabemos que Jesús no escogió como apóstoles a un grupo de hombres perfectos sino a personas normales, y, por tanto, llenos de defectos. Pedro no era más que un pobre hombre que, en el momento de la pasión, no fue capaz de estar con el maestro porque tuvo miedo. No sólo no estuvo para defenderlo sino que además lo negó por tres veces.
Pero el Señor había venido a este mundo para redimirnos y no para condenarnos. ¿Tendría Pedro una nueva oportunidad? Está claro que sí.
Por tres veces, el Señor le pregunta a Pedro si lo ama para que con sus propias palabras pueda compensar las tres veces que lo negó. El amor lo sana todo, lo restaura todo.
Jesús ha querido que su iglesia se sostenga mediante hombres normales para que todos puedan tener un lugar en ella. Es verdad que muchas veces nos escandalizamos ante los pecados de los cristianos. Pecados que llegan a ser muy graves. Es que Jesús no ha elegido nunca a los perfectos. Por eso los cristianos somos pecadores que necesitamos constantemente de su misericordia.
Pero esto es lo que permite que yo también pueda formar parte de esta gran familia. Si la Iglesia fuese un grupo de santos y perfectos yo no podría estar en ella porque sólo soy un pobre pecador lleno de defectos. Pero nadie podría formar parte de un grupo así, porque todos somos imperfectos y todos estamos heridos por el pecado.
El Señor sale a nuestro camino y sólo nos hace una pregunta: “¿Me amas?”
Él está dispuesto a caminar a nuestro lado, a ayudarnos a  superar nuestras debilidades y a llenarnos de su gracia para purificarnos de los pecados. Ha derramado su sangre para eso. Conoce nuestra grandeza de corazón y también la debilidad de nuestra carne. Pero si lo amamos todo podrá ser superado.
Así pues, ser discípulo no tiene más exigencia que conocer al Señor y amarlo. Todo lo demás vendrá como consecuencia de este amor.


Tú me conoces mejor que yo mismo. No puedo esconderte nada. Sabes muy bien cuánta bondad encierro, cuántos deseos de lo mejor, cuánto amor por mi prójimo. Pero también conoces bien todo lo corrupto que hay en mí y todo lo que tengo que ir limpiando en mi vida. Nada se te oculta. Por eso no tengo miedo. Tú sabes bien que toda mi vida está entregada a ti y a tu evangelio.

viernes, 5 de febrero de 2016

El temor de Dios

Al ver esto, Simón Pedro cayó de rodillas delante de Jesús y le dijo: ¡Apártate de mí, Señor; soy un pecador! (Lc 5,8)

Recuerdo que muchas veces me he preguntado por qué se habla tanto del temor de Dios cuando Dios es amor y no es precisamente temible. Y creo que he comprendido lo que esto significa al meditar sobre estos textos que nos muestran el sentimiento humano ante la grandeza y la santidad de Dios.
San Pedro al descubrir que tiene delante de él a un hombre santo se siente inundado de santo temor. Es como si se preguntara ¿quién soy yo para estar ante el mismo Dios? Creo que es la misma experiencia de Isaías : cuando se vio en el santuario y contempló la grandeza y la majestad de Dios, se sintió sobrecogido de este santo temor; o también el mismo Pablo que se considera indigno de ser llamado apóstol por su pasado fanático.
Creo yo que, desde este punto de vista, es lógico hablar del temor de Dios. No significa tenerle miedo a Dios, sino sentirnos pequeños ante su grandeza y su santidad. Pero Dios ha querido hacerse cercano para que podamos acudir a él con confianza: a Isaías le tocó los labios con un ascua y borró sus pecados, a Pablo lo llenó de su gracia para que realizara su apostolado y a Pedro Jesús lo animó y lo convirtió en pescador de hombres.


Ante la Eucaristía yo me siento también inundado de santo temor. Te contemplo en tu santidad y grandeza, te descubro tan cercano, experimento tu amor que me redime y siento tu llamada a seguirte. Entonces descubro que soy pequeño y débil, que mis pecados me hacen indigno de ti y que no puedo estar a la altura de mi vocación. Tú me confortas y me animas; me recuerdas que siempre estás conmigo y que tu amor es mayor que mis pecados, que tu sangre ha purificado mi alma y que tu Espíritu me hace cada día capaz de anunciar tu Palabra.

sábado, 23 de enero de 2016

EL PROGRAMA DE JESÚS

El Espíritu del Señor está sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; A pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; A poner en libertad a los oprimidos; y a proclamar el año de gracia del Señor. (Lc 4,18-19)

En la sinagoga de Nazaret, Jesús recibió un mensaje del Padre a través del texto del profeta Isaías. Era el programa de su actividad pública. Ha venido al mundo como salvador y su mensaje no puede ser de condena. Viene a traer la Buena Noticia, es decir a recordar el empeño que tiene Dios por buscar y salvar al pecador, y no a acusar ni a amenazar con castigos. No será un profeta de los que se pasan el tiempo regañando por lo mal que se hace todo sino un mensajero de Dios que quiere animar a vivir con alegría y confianza, que quiere mostrarnos un motivo para empezar a vivir con ilusión la vida nueva del Evangelio.
El papa Francisco nos ha insistido en este estilo positivo para la Iglesia de nuestro tiempo. Nos anima a mirar con ilusión todo el trabajo que tenemos por delante y nos impulsa a llevarlo a cabo con confianza porque Dios nos limpia de nuestras miserias.
Muchas veces queremos educar a los niños a base de regañinas señalando constantemente todo lo que hacen mal. Con esto podemos terminar dañando su autoestima y haciendo que se sientan malos y torpes; mejor será que les ayudemos a superar sus fallos haciendo ver todo lo que pueden lograr cuando se esfuerzan por hacer las cosas bien.
Creo que en la Iglesia nos pasa muchas veces lo mismo: nos quejamos de lo mal que está todo y empezamos a regañar;  porque hemos perdido los valores, porque dejamos de lado a Dios o porque somos muy mediocres como cristianos y no damos testimonio. Al final, con este mensaje tan negativo lo que conseguimos es desanimarnos todos por completo y sentimos que no somos capaces de cambiar nada.
El Señor quiere anunciar a los pobres la Buena Noticia. Aquí no tiene sentido condenar nada y mucho menos pasar el tiempo quejándose. Jesús ha venido al mundo para liberar, para dar la vista y traer el perdón y la gracia. Vamos a dejarnos de lamentos y miremos al Señor con esta oferta tan interesante que nos trae; en vez de criticar tanto lo mal que está todo vamos a hablar de todo lo bueno que recibimos del Señor y de lo que podemos llegar a lograr con su ayuda. ¿Será muy difícil ser positivos? Yo creo que no; me parece, más bien, que éste es el camino para emprender el trabajo por el Reino con ilusión y así transmitir alegría y optimismo. Tenemos un proyecto precioso para este mundo, una meta extraordinaria que es construir la fraternidad universal, como nos propone el papa: hacer la revolución de la ternura, y para esto contamos con la colaboración del Señor en persona que nos sigue liberando y sanando. ¿No es ésta una razón fuerte para la alegría? Con esta alegría es como podremos dar ánimos a los pobres y tal vez contagiar a todos los que desean darle un sentido profundo a su vida.


Te pido, Señor, que tú me abras camino y me llenes de tu gracia para que me sienta fuerte por conocer tu salvación que es el gozo para mi alma. Que la alegría que tú comunicas con tu presencia sea la luz de la Iglesia para el mundo.