viernes, 2 de septiembre de 2011

La corrección fraterna


Si tu hermano ha pecado contra ti,
ve y repréndelo a solas;
si te escucha, habrás ganado a tu hermano. (Mt 18,15)

La Iglesia no es una comunidad de perfectos, nunca lo ha sido. Por eso no debes sorprenderte ni escandalizarte cuando tengas noticias de pecados cometidos por los creyentes. Todos somos pecadores. Lo importante es que sepamos reconocerlo para que rectifiquemos y empecemos de nuevo. Así nuestra vida se desarrolla a base de caer y levantarnos. Somos pecadores pero siempre hay lugar para el arrepentimiento.
Del mismo modo el pecado está presente en el mundo. No tienes más que echar una mirada para ver el egoísmo, la violencia, la mentira, la injusticia… y todo esto hace que seamos infelices. Si sueñas con una nueva humanidad escucha a Dios y conviértete en su pregonero.
Denunciar el pecado no es fácil, porque el mal arremete con fuerza contra los que quieren erradicarlo. Pero piensa bien que si ayudas a tomar conciencia de todo lo que hay que cambiar en este mundo estás contribuyendo a la llegada del Reino de Dios.
¿Cómo no gritar que la violencia o la mentira nos llevan a la ruina? ¿Cómo no advertir que la droga o la promiscuidad sexual conducen a la frustración? El Evangelio nos muestra el camino que de verdad nos puede hacer felices: el amor. Y el amor supone muchas cosas: respeto, compromiso, sacrificio por el otro, gratuidad, rechazo del pecado y también búsqueda de Dios que es el Amor con mayúscula.
Ahora bien corregir a los demás es muy arriesgado porque sería algo así como hacernos jueces. Por eso la mejor manera de proponer una vida intachable es con el testimonio personal. El mismo Jesús nos enseña a quitar primero la viga de nuestro propio ojo. Así que el primer paso es estar alerta a los propios pecados. Así, viviendo una conversión personal podrás proponer una vida limpia.
Y no olvides que Dios condena el pecado porque es la causa de nuestra infelicidad. Pero enseguida está ofreciendo su perdón para que puedas comenzar de nuevo a vivir tu entrega total.

Me prometes que si dos estamos de acuerdo para pedir algo nuestro Padre del Cielo nos lo concederá. Por eso quiero pedirte hoy por todas las cosas necesarias para el mundo y la Iglesia: por la paz, por el fin de la pobreza y del hambre, por el aumento de las vocaciones religiosas y por todas esas intenciones personales que la gente me encomienda. Confío en ti y sé que no quedaré defraudado.