sábado, 23 de abril de 2022

INCRÉDULOS O CREYENTES

 

Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.» (Jn 20,27)

 

    Tal vez muchas veces nos vienen también a nosotros las dudas sobre la verdad de nuestra fe. En estos días recordamos que Cristo ha resucitado, que está vivo para siempre y que está con nosotros hasta el fin del mundo. Pero ¿Lo creemos de verdad?
    Si Jesús está vivo y está con nosotros ¿Por qué sigue adelante la guerra cruel y el sufrimiento de tantas personas inocentes? ¿Por qué no vemos prodigios como antes que nos sirvan como pruebas evidentes del poder de Dios?
    A Tomás le pasaba lo mismo. Necesitaba ver para creer, y yo pienso que cualquier otro apóstol que hubiera estado ausente habría dicho algo parecido.
    Jesús volvió a aparecerse y retó a Tomás a comprobar que era verdaderamente él mismo el que estaba ante sus ojos. Ante esta presencia de Jesús, Tomás se rindió y lo adoró como Dios hecho hombre.
    No tengo una respuesta a las preguntas tan serias que me surgen ante la guerra o ante la muerte y el sufrimiento de los inocentes. Pero me siento llamado por mi Señor a ser creyente, a confiar en él. Él siempre nos dijo que es la fe la que puede hacer los milagros y en momentos como los actuales hace falta tener mucha fe para afrontar la realidad.
 
    Señor Jesús, tú ha resucitado, estás vivo y estás con nosotros para siempre. Es verdad que no nos evitas la cruz porque tú tampoco la esquivaste, pero nos prometes tu ayuda y tu presencia en este mundo y la gloria y la resurrección al final de los tiempos. Yo he decidido que creo en ti y confío en tu Palabra.
 
 

sábado, 16 de abril de 2022

CRISTO HA RESUCITADO

 

Regresando del sepulcro, anunciaron todas estas cosas a los Once y a todos los demás. Las que decían estas cosas a los apóstoles eran María Magdalena, Juana y María la de Santiago y las demás que estaban con ellas. Pero todas estas palabras les parecían como desatinos y no les creían. (Lc 24,9-12)

 

El relato del evangelio nos cuenta el camino de unas mujeres tristes y desanimadas. Ellas pensaban que todo estaba perdido porque su maestro era un cadáver, lo habían visto morir y llevaba tres días sepultado. Pero la voz de unos misteriosos hombres vestidos de blanco lo cambió todo. Jesús ha resucitado, no hay que buscar entre los muertos al que está vivo. Había que contar a los demás lo sucedido aunque no las creyesen.

Creo que las mujeres no tuvieron una respuesta clara a todas sus dudas pero pudieron recordar que Jesús ya había anunciado que todo esto tendría que suceder. Su misión fue también un aparente fracaso porque los discípulos consideraron que lo que decían era un desatino. Fue necesario que cada uno de ellos tuviera su propio encuentro personal con Jesús para que comprendieran que era verdad que está vivo y resucitado.

En esta Pascua no se terminarán nuestras tinieblas. Posiblemente no se nos anunciará el final de la guerra (ojalá que sí), no terminarán nuestros problemas personales, no habremos solucionado los grandes sufrimientos de la humanidad. Pero una vez más sabemos que Cristo está vivo y que está con nosotros para siempre. Cada uno de nosotros podemos hacer la experiencia de encontrarnos con él. Dejemos que sus palabras nos recuerden que siempre estuvo cercano y animémonos a ser fieles a Dios como él lo fue aunque no entendamos todo lo que ocurre. Él no se bajó de la cruz sino que afrontó la muerte y de este modo, con su amor y su obediencia, destruyó el pecado.

Por el bautismo hemos sido revestidos de Cristo, hemos pasado ya de la muerte a la vida. No volvamos a caer en las obras de la muerte y de las tinieblas, renovemos nuestro compromiso de vivir el evangelio que nos lleva a la resurrección y seamos una luz en medio de las tinieblas. Una luz por nuestra alegría y nuestra confianza en Dios, por nuestro amor y por nuestra entrega a los demás, por nuestra lucha contra el pecado y nuestro empeño por vivir la vida nueva del Evangelio.

 

Bendito seas, Señor Jesús, por haberte hecho uno de tantos y haber cargado sobre tus hombros el peso de todos los pecados.

Bendito seas por haber mantenido siempre tu confianza en el Padre que te envió y mostrar a toda la humanidad para todos los siglos el poder del amor y del perdón.

Bendito seas por mostrarte glorioso y resucitado ante el mundo que te busca y te necesita para seguir caminando.

 

sábado, 2 de abril de 2022

JESÚS, LOS FARISEOS Y LA ADÚLTERA

 

Quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: - «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?». Ella contestó: - «Ninguno, Señor». Jesús dijo: - «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más». (Jn 8,10-11)

 

La gente acude ante Jesús y él aprovecha la ocasión para enseñar. Sabe muy bien que la gente necesita esta instrucción para que nadie los manipule. Su enseñanza tiene como objeto a Dios, su amor y su misericordia, el perdón, el Reino de Dios…

Lo mismo que las palabras se puede decir que las acciones de Jesús son una enseñanza viva. Las situaciones que le van presentando se convierten para él en una oportunidad para instruir a unos y otros.

Una situación que le presentan sus enemigos con mala intención será al final una enseñanza extraordinaria sobre su misión como Mesías y su mensaje de salvación.

Los fariseos entendían la ley de forma cruel, porque no es una ley de vida sino de muerte, en cambio Jesús sabe bien que el Padre quiere que comunique al mundo la misericordia y la llamada a la conversión.

Sus palabras dejan en evidencia que todos somos pecadores. Nadie, pues, está autorizado a condenar a otra persona, por grave que sea su pecado. Aquellos que acusaban a la mujer tenían posiblemente muchos motivos para callarse y marcharse. Todos estamos heridos por el pecado, ésa es la realidad, y todos estamos necesitados de la misericordia de Dios para sanar y poder emprender una nueva vida. La salvación es gracia, es fruto del amor de Dios que quiere que todos se salven y no mira nuestros pecados sino nuestro deseo de hacer su voluntad.

Jesús le dice a la mujer: Yo tampoco te condeno. Está claro que él no ha venido a condenar sino a anunciar el perdón y la posibilidad de empezar un camino de conversión. Con su gesto está haciendo visible la misericordia de Dios con nosotros.

Después le dice: en adelante no peques más. Es como si le hiciera ver que el pecado la ha dañado y la ha humillado. El pecado ofende a Dios pero no porque le haga algo a él sino por el mal que nos hace a nosotros mismos que somos sus hijos.

A punto de entrar en la semana santa y casi a las puertas del triduo pascual no dejemos de aprovechar la oportunidad que se nos brinda de confesar y recibir sacramentalmente el perdón de los pecados.

Porque es una realidad que somos pecadores y necesitamos el perdón. Experimentar la misericordia de Dios nos hace sentirnos amados y consolados y nos anima emprender de nuevo el camino de la santidad y del encuentro con Cristo con renovada ilusión. Él no nos condena, nos perdona siempre,  pero nos anima a no pecar más porque el pecado nos daña y hemos de luchar contra él con todas nuestras fuerzas.

 

Conocerte a ti es el único objetivo de mi vida. Por eso me animas con tu bondad a dejar atrás todo lo que me estorba para poder estar cada día más cerca de ti.