domingo, 14 de junio de 2020

LA COMUNIÓN


El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. (Jn 6,56-57)

Jesucristo ha querido estar tan cerca de nosotros que se ha convertido en pan y vino para que podamos comerlo, ha hecho que su carne sea verdadera comida y su sangre verdadera bebida. Esto es lo que significa la palabra comunión, estar tan unidos que él está en nosotros y vive en nosotros.
La comunión por eso hace posible que podamos superar nuestras dificultades para vivir la vida nueva del evangelio. Como diría san Pablo: ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí.
Si hemos podido admirar que a lo largo de los siglos muchos santos han hecho cosas grandes, porque han amado de verdad al prójimo, porque han dado la vida por Cristo o porque han vivido siempre para Dios y para los demás, todo esto ha sido posible gracias a la Eucaristía. Al recibir este alimento celestial han estado tan unidos a Cristo que la vida de Jesús ha actuado en ellos haciendo posible la entrega total por amor.
La comunión con el Señor nos lleva también a la comunión con los hermanos. San Pablo dice que todos formamos un solo cuerpo porque comemos de un mismo pan. La Caridad es una consecuencia directa de la Eucaristía. Porque por ella estamos unidos a Jesucristo y también unidos fuertemente a los hermanos.
También  nos dice el Señor que de esta comida y bebida nos viene la vida eterna y la resurrección final. Porque nuestra vida ya no es una simple vida mortal sino que llega a ser la misma vida de Cristo Resucitado en nosotros. Así nuestro deseo más profundo que es vivir para siempre también se realiza al recibir a Jesucristo en la Eucaristía.

¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura! (Antífona de vísperas)

domingo, 7 de junio de 2020

DIOS Y EL MUNDO


Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. (Jn 3,16)

El mundo está lleno de seducciones y de engaños que nos pueden apartar de Dios. Jesús nos dijo que estamos en el mundo pero no somos de este mundo. En realidad nuestra patria definitiva está en el cielo.
Pero el mundo no ha sido rechazado por Dios sino amado por él, hasta el punto de enviar a si Hijo único para que lo salve. Dios no ha querido condenar al mundo sino salvarlo por medio de Jesucristo.
Si Dios ha amado al mundo de una manera tan extraordinaria, los que deseamos hacer su voluntad no podemos dedicarnos a juzgar y condenar al mundo, esto no tendría sentido, más bien tendremos que aprender a amar al mundo con sus grandezas y sus miserias. Desde este amor le anunciaremos el evangelio como medio de salvación.

Alabado seas Señor, Padre Santo, que has amado al mundo y le has enviado a tu Hijo para salvarlo.
Alabado seas Señor, Hijo amado del Padre, Jesucristo, que has derramado tu sangre para el perdón de los pecados y has sellado la Nueva Alianza.
Alabado seas Señor, Espíritu Santo, que animas a tu Iglesia y la enriqueces con tus dones.