jueves, 28 de octubre de 2010

Jesús y Zaqueo

Cuando Jesús llegó al lugar, levantó los ojos y le dijo: "Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa”. (Lc 19,5)

Jesús es el Buen Pastor, el que conoce una por una a todas sus ovejas y las llama por su nombre. Es también ese pastor que corre a buscar la oveja que se ha perdido y se llena de alegría cuando la encuentra.
Por eso, ante la perplejidad de la gente, él ha querido buscar y salvar a Zaqueo. Lo ha llamado por su nombre y ha querido hospedarse en su casa. El encuentro con el Señor de una forma tan cercana y tan íntima han cambiado su vida para siempre. Zaqueo se ha convertido en un hombre nuevo.
He querido comprender este hecho como un acontecimiento de mi vida. Yo soy también un pecador, bajo de estatura porque no soy nada. Jesús también ha aparecido en mi vida y para mi sorpresa me ha llamado por mi nombre, me conoce. Sabe de mí mucho más que yo, penetra lo más íntimo de mi corazón. Pero me conoce profundamente por lo mucho que me ama. Y por eso quiere hospedarse en mi casa. Sólo tengo que abrirle la puerta.
¡Qué alegría, tener al Señor en mi casa! Tendré que ponerme manos a la obra. Hay que limpiar y poner orden, hay que prepararle todo lo mejor porque he de presentarle una casa digna de él. Él mira sobre todo mi corazón y con sus palabras me va transformando. Me ha hecho conocer cuánto me ama mi Padre Dios, y todo lo que ha hecho por mí.
Con él puedo comprender que nada valen los apegos mundanos, que todos somos hermanos y que he de amar como él a todos mis semejantes, que tengo que perdonar de corazón y hasta comprender a los que andan por caminos diferentes del mío.
También a ti te llama por tu nombre. Prepárale tu casa para que venga a hospedarse en ella. Limpia todo tu corazón arrepintiéndote de tus pecados y confesando oportunamente. Pon orden en tu vida, haz las paces con quien tengas algún problema, no dejes de buscar ocasión para la oración y vive un compromiso serio con la causa de los más pobres. Prepárale al Señor una buena acogida en tu casa. Él te dará, como siempre, mucho más: encontrarás la Salvación.

Estaba perdido, una vez más, por mi falta de paciencia, por mi lentitud para el perdón, por tanto tiempo desperdiciado inútilmente. Estaba apegado a las cosas de este mundo y tú has vuelto a empeñarte en venir a mi casa. Me has transformado con tus palabras y me has fortalecido con tu perdón. Mi voluntad era débil, mis obras buenas eran escasas. Pero tu amor lo ha hecho todo grande.

sábado, 23 de octubre de 2010

El fariseo y el publicano

A unos que se tenían por justos y despreciaban a los demás les dijo esta parábola. (Lc 18,9)

Los fariseos se creían mejores que los demás, pensaban que merecían el favor de Dios porque ayunaban más y pagaban sus diezmos hasta lo más insignificante. Pero esa misma actitud los apartaba de la verdadera conversión. Recordemos cómo criticaban a Jesús por comer con los pecadores, o con qué facilidad condenaban a los demás. En cierta ocasión alguien dijo que la chusma que no conoce la ley estaba maldita.
Pero está bien que Lucas empiece a contar la parábola del fariseo y el publicano hablando de “algunos” que se tenían por justos. Al decirlo así está haciéndonos ver que esa actitud puede darse en cualquier momento y en cualquier religión.
Puede ser que también entre nosotros haya algunos que se tienen por mejores que los demás bien porque rezan más que nadie, o porque hacen más penitencia que nadie o porque están más que nadie con los pobres y excluidos… sea cual sea la razón, el que se cree justo o más santo que los demás se equivoca. Más aun cuando esta actitud lo lleva al desprecio de los demás: estos no rezan, estos no saben, estos no hacen nada por los pobres... porque esto es lo que Jesús condena con su parábola.
Según esto puedes revisar tu vida, tus actitudes cristianas para hacerte mejor juez de ti y no de los demás. Cuando juzgas tu vida con sinceridad lo único que puedes ver son tus pecados. Y hay que verlos sin miedo, con naturalidad. Porque así es como te puedes presentar ante Dios para pedir su misericordia.
¿Cómo voy a juzgar yo los pecados de los otros cuando veo los míos? Tal vez tengo que ayudar a mi hermano a descubrir su falta para animarlo a rectificar, pero lo haré con misericordia, porque sé que yo no soy mejor, yo también estoy marcado por el pecado. Yo también tendré que reconocer que mis actos, mis pensamientos o mis palabras no siempre han sido limpios y también que he perdido muchas oportunidades de hacer el bien. Así me puedo presentar humilde ante Dios para recibir de él su perdón gratuito, que esto es la Gracia. Así me pondré en situación de conversión y desearé cambiar mi vida para ser más fiel al Evangelio.

No soy más que un infeliz pecador. Pero he encontrado tu misericordia y he recibido la fuerza de tu Amor. Tú me has escogido y has hecho de mí un hombre nuevo para bendecir tu Nombre y proclamar a todos tu Salvación.

sábado, 16 de octubre de 2010

El juez injusto

Y el Señor dijo: "Considerad lo que dice el juez injusto. ¿Y no hará Dios justicia a sus elegidos,
que claman a él día y noche?
¿Les va a hacer esperar? (Lc 18,6-7)

Jesús te anima a orar constantemente sin desfallecer. Así explica Lucas la parábola del juez injusto.
¿Te has desanimado al ver que tu oración no obtiene resultados? Seguro que más de una vez has pasado por esa situación. Al final se puede llegar a la triste conclusión que ya denunciaban los profetas: ¿para qué orar si no nos haces caso?
Jesús pone un ejemplo muy elocuente: un juez injusto, malvado, en cambio hace justicia a una pobre viuda para quitársela de encima. A partir de esta breve parábola nos lleva a la reflexión. Si un hombre malo es capaz de hacer justicia ¿cómo no vamos a esperar de Dios que es un Padre bueno y lleno de Amor lo que le pidamos?
Así que tienes un motivo de gran peso para orar constantemente: Dios te ama, es bueno y desea complacerte. Si no ves el resultado inmediato no debes desanimarte, hay que insistir y esperar. Dios terminará por hacerte justicia, por responder a tus súplicas. No lo dudes.
Lo que pasa es que los caminos de Dios y sus tiempos son muy distintos de los humanos. Como dice el sabio refrán: Dios escribe derecho con renglones torcidos, y no hay más que ver la experiencia de la vida para comprobar que las cosas son así.
La pasión del Señor es un ejemplo claro de esta forma tan desconcertante de la acción de Dios. El Padre no impidió que se cometiera aquella tremenda injusticia. En cambio la oración de Jesús fue escuchada y la respuesta fue clara y evidente: El Señor Resucitó al tercer día. Todavía más: la pasión de Jesús y su muerte en la cruz se convirtieron en un sacrificio de expiación. Llegó a ser un acto de Amor tan inmenso que tuvo poder para alcanzar el perdón de los pecados de toda la humanidad.
Con este testimonio del mismo Jesús, con su ejemplo constante de vida de oración, déjate guiar por él y empieza a orar cada día, constantemente sin desfallecer. Pídele a Dios sin temor por todo lo que creas necesario y ten paciencia. Descubrirás lo inmensamente grato que es estar en su presencia y además verás cómo no te falla y te hace justicia sin tardar.

Yo he experimentado cuánto me amas. He sentido la fuerza de tu amor al verme libre de mis pecados, al saberme elegido por ti para una misión importante y también al comprobar cómo la oración es una fuerza para cambiar el mundo. Tú me inspiras confianza y en tu presencia haces que me sienta bien, que encuentre la paz y hasta que descubra lo que debo hacer en cada momento. Por eso, es para mí todo un regalo estar contigo y orar así cada día.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Los diez leprosos

Al entrar en una aldea, salieron diez leprosos a su encuentro, que se detuvieron a distancia
y se pusieron a gritar: "Jesús, maestro, ten compasión de nosotros". (Lc 17,12-13)


Los leprosos se encontraban en una situación desesperada. Lo tenían todo perdido y sólo les quedaba esperar un milagro. Puedo imaginarme la esperanza que debió surgir en ellos cuando oyeran hablar de Jesús y de los portentos que hacía. Tal vez no se lo encontraron por casualidad sino que anduvieron muchos kilómetros para dar con él. La enfermedad los ha hecho iguales. Y, en su desgracia, también hay lugar para un samaritano.
Jesús no necesita ni siquiera tocarlos, tampoco les manda que hagan ningún ritual. Basta que crean en su palabra. En el camino quedaron curados.
Pienso en nuestra iglesia. En estos últimos meses hemos oído hablar de pecados que la manchan y la hacen enferma, como los leprosos. Me ha dado alegría y esperanza la actitud valiente del papa que no se ha escondido ante estos escándalos, al contrario, los ha atajado personalmente acercándose a las víctimas y aplicando la ley a los corruptos. Él mismo ha reconocido que éste es el mayor daño que sufre la iglesia. No es tanto el daño que puedan hacer los medios de comunicación con sus manipulaciones sino los propios pecados y la corrupción de sus miembros.
Yo me siento impotente ante estas cosas. Cuando miro en mi interior descubro que yo mismo soy un pecador y comprendo que también mi vida anda muy lejos de la santidad que me propone el Evangelio. Por eso yo no juzgo los pecados de otros, bastante tengo con cargar con los míos.
El grito de los diez leprosos es hoy mi oración. Yo no puedo hacer nada, me encuentro en una situación desesperada pero el Señor es mi esperanza, Él puede salvarme y limpiarme la lepra del pecado. Él puede salvar a su iglesia del mal que la corrompe. Como dice Pablo, la palabra de Dios no está encadenada. Seguirá resonando por todo el mundo y transformando la tierra como la lluvia fecunda.

Jesús, maestro, ten compasión de nosotros. Devuélvenos la Santidad con el perdón que siempre nos otorgas; derrama sobre nosotros tu Espíritu para que vivamos fieles a tu Palabra. Llena nuestro mundo con tus beneficios para que todos te reconozcan y bendigan tu nombre.

sábado, 2 de octubre de 2010

Somos unos pobres siervos

Así también vosotros,
cuando hayáis hecho lo que se os haya ordenado, decid: Somos siervos inútiles;
hemos hecho lo que debíamos hacer". (Lc 17,10)

Cuando conocemos a Jesús y su Evangelio, sabemos que nunca pretenderá humillarnos sin más. Por eso estas palabras suyas nos pueden desconcertar. Pero así tenemos la oportunidad de reflexionar sobre ellas.
Recordemos que los fariseos presumían de ser hombres religiosos porque cumplían todas las normas escrupulosamente. De este modo sentían que eran merecedores de un premio por parte de Dios. No te debe extrañar que Jesús quiera corregir esa equivocación. Dios es mucho más grande que nosotros y nada podemos hacer para que él nos esté agradecido. Es mejor sentirnos ante su presencia como pobres siervos o siervos inútiles, cuando somos conscientes de nuestros pecados y nuestra incapacidad para obedecer sus mandatos.
Pero considera también todo lo que has recibido de Dios. Él te ha dado la vida, y le debes también todo lo que tienes y todo lo que eres. Por eso has de sentir la llamada a poner todo eso para el cumplimiento de su voluntad.
Pero puedes seguir considerando todo lo que has recibido de Dios. Porque Jesús nos lo ha revelado como Padre que tiene entrañas de misericordia. En la persona misma de Cristo hemos experimentado la inmensidad de ese amor. Tú podrías haberte sentido débil por tus pecados y Dios te ha regalado también la Salvación a través de la entrega total de su Hijo. Todo esto le debes a Dios. Así canta el salmista: ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?
Si Dios te lo ha dado todo hasta el punto que se ha dado a sí mismo, ¿qué le podrás dar tú para agradecérselo? Está claro que toda una vida a su servicio no bastará frente a ese río abundante de Gracia. Así que al comparar todo lo recibido sabemos bien que por mucho que entreguemos y por grandes que lleguen a ser nuestros sacrificios siempre nos habremos quedado cortos. Habrás podido entregar tu vida entera y sólo te quedará decir: somos pobres siervos.
Pero no olvides que el Amor del Padre y la entrega total de Cristo han querido que lleguemos a ser Hijos de Dios. Él no nos llama siervos sino amigos porque todo lo que sabe del Padre nos lo ha dado a conocer. Por pura Gracia y no por nuestros méritos, pero es así.

Yo no soy nada pero tú quieres contar conmigo para que tu Reino siga llegando a este mundo. Has puesto en mis labios tu Palabra y has consagrado mis manos para que por ellas llegue tu bendición y tu perdón. Todo es don inmerecido y me siento siempre sobrecogido ante algo tan sublime. No puedo más que dedicar toda mi vida a decirte Gracias.