sábado, 23 de octubre de 2010

El fariseo y el publicano

A unos que se tenían por justos y despreciaban a los demás les dijo esta parábola. (Lc 18,9)

Los fariseos se creían mejores que los demás, pensaban que merecían el favor de Dios porque ayunaban más y pagaban sus diezmos hasta lo más insignificante. Pero esa misma actitud los apartaba de la verdadera conversión. Recordemos cómo criticaban a Jesús por comer con los pecadores, o con qué facilidad condenaban a los demás. En cierta ocasión alguien dijo que la chusma que no conoce la ley estaba maldita.
Pero está bien que Lucas empiece a contar la parábola del fariseo y el publicano hablando de “algunos” que se tenían por justos. Al decirlo así está haciéndonos ver que esa actitud puede darse en cualquier momento y en cualquier religión.
Puede ser que también entre nosotros haya algunos que se tienen por mejores que los demás bien porque rezan más que nadie, o porque hacen más penitencia que nadie o porque están más que nadie con los pobres y excluidos… sea cual sea la razón, el que se cree justo o más santo que los demás se equivoca. Más aun cuando esta actitud lo lleva al desprecio de los demás: estos no rezan, estos no saben, estos no hacen nada por los pobres... porque esto es lo que Jesús condena con su parábola.
Según esto puedes revisar tu vida, tus actitudes cristianas para hacerte mejor juez de ti y no de los demás. Cuando juzgas tu vida con sinceridad lo único que puedes ver son tus pecados. Y hay que verlos sin miedo, con naturalidad. Porque así es como te puedes presentar ante Dios para pedir su misericordia.
¿Cómo voy a juzgar yo los pecados de los otros cuando veo los míos? Tal vez tengo que ayudar a mi hermano a descubrir su falta para animarlo a rectificar, pero lo haré con misericordia, porque sé que yo no soy mejor, yo también estoy marcado por el pecado. Yo también tendré que reconocer que mis actos, mis pensamientos o mis palabras no siempre han sido limpios y también que he perdido muchas oportunidades de hacer el bien. Así me puedo presentar humilde ante Dios para recibir de él su perdón gratuito, que esto es la Gracia. Así me pondré en situación de conversión y desearé cambiar mi vida para ser más fiel al Evangelio.

No soy más que un infeliz pecador. Pero he encontrado tu misericordia y he recibido la fuerza de tu Amor. Tú me has escogido y has hecho de mí un hombre nuevo para bendecir tu Nombre y proclamar a todos tu Salvación.

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