sábado, 17 de marzo de 2012

El amor de Dios al mundo

Dios no envió a su hijo al mundo
para condenar al mundo,
sino para que el mundo se salve por él. (Jn 3,17)

Jesucristo ha venido al mundo enviado por el Padre para traernos la salvación. Éste es el Evangelio. Dios ha amado al mundo mucho, tanto como para enviar a su propio Hijo para salvarnos.
El amor de Dios se hace real, se hace de carne y hueso en la persona de Jesús. Pero se había hecho presente a lo largo de toda la Historia. ¿Por qué si no liberó a Israel de la esclavitud? ¿Para qué se formó un pueblo? ¿Por qué envió a los profetas? Todo esto era el signo de su amor y su empeño de Padre en ver a sus hijos queridos felices en la tierra que había creado para ellos.
Ha sido el pecado el que nos ha traído siempre la desgracia. Cuando no escuchamos la voz de Dios y nos dejamos llevar de nuestro egoísmo es cuando viene sobre nosotros el mal. Por eso los profetas advertían al pueblo para que volviera al buen camino. No se trata tanto de recibir un premio o un castigo. La vida del pecado nos acarrea divisiones, violencias y toda clase de sufrimientos. Podemos decir que el pecado por sí solo ya lleva el castigo.
Por el contrario, la vida en Dios y la respuesta a su llamada nos anima a ser solidarios, a vivir la Caridad, a entregarnos a los demás. Nos llena de alegría por saber que Dios nos acompaña y nos prepara una vida feliz en su Reino. Dejarse llevar por la gracia y por el amor lleva en sí también el premio de una vida feliz.
Para esto ha venido Jesús al mundo: para hacernos ver hasta dónde llega el amor de Dios y su empeño por salvarnos. Anunciar este mensaje de salvación le ha costado la vida pero Él la ha ofrecido generosamente como un sacrificio. Así por pura gracia hemos sido salvados. Jesús ha venido a salvar y no a condenar, a mostrar el camino y no a acusarnos de nuestros pecados.
Ahora, libres ya por haber sido perdonados y habiendo recibido la salvación como un don, como una gracia, no tenemos que andar agobiados pensando en qué hacer sino que estamos llamados a anunciar al mundo el camino del Evangelio, llamados a transmitir la gracia, a vivir con entrega y con generosidad y a ser un lugar donde todos encuentren un motivo para seguir esperando.
Tenemos que rogar a Dios que siga habiendo vocaciones, que sigan existiendo en el mundo profetas que hagan oír su Palabra. Tal vez si volvemos nuestro corazón a Dios y nos liberamos de nuestro egoísmo y de nuestros afanes mundanos podemos ver amanecer una nueva humanidad.

Quiero mirar este mundo en el que vivo con el amor que tú lo miras. Sentir deseos de ver felices a todos los que viven en este planeta, sentir dolor por todos los que sufren y buscar la manera de aliviar su sufrimiento; quiero poder ayudar al que anda extraviado para que recobre el camino y poder ser una luz por mi empeño en vivir el Evangelio. Enséñame a poner en la oración cada día todas estas inquietudes que me mueven por dentro. Amar a este mundo y desear dar mi vida para salvarlo, así es como quiero responder a tu llamada.




viernes, 9 de marzo de 2012

El templo

Jesús hablaba del templo de su cuerpo. (Jn 2,21)

Jesucristo es Dios en persona. Los discípulos llegaron a comprenderlo cuando resucitó de entre los muertos. Por eso su cuerpo era un templo, podemos decir que era el único y verdadero templo, ya que en él estaba Dios de una forma única.
Su cuerpo sería destruido y reconstruido en tres días. Jesús estaba anunciando su pasión y su muerte como el signo de su autoridad divina. Para el mundo que busca un signo claro de la existencia de Dios y de su poder se sigue presentando a Cristo que muere en la cruz y al tercer día resucita de entre los muertos. Es un signo que sigue estando escondido, hay que verlo desde la fe. Pero para quien abre los ojos sigue siendo un signo eficaz.
Es, como él mismo había dicho, el signo de Jonás. No podemos presentar ante el mundo hechos grandiosos, ni siquiera una comunidad santa y comprometida. Más bien tenemos el convencimiento de que Dios está en medio de nosotros que seguimos siendo mediocres y pecadores. Hay que abrir los ojos de la fe para descubrir esta presencia y sentir cómo nos sigue mostrando su gloria y su salvación.
Lo mismo que el cuerpo de Jesús es un templo sagrado, cada persona es también templo o sagrario de Cristo. Él ha querido estar identificado con los seres humanos, sobre todo con los pobres y los que sufren.
Es la hora de vivir de verdad el amor auténtico descubriendo a los demás como templos de Dios y estando dispuestos a rendir el culto verdadero que no consiste en rituales complicados sino en entregar la vida por los demás.
Es la hora de purificar el templo que somos nosotros mismos. Como Jesús expulsó de allí a los mercaderes ya los cambistas porque el templo es casa de oración, así también hemos de expulsar nosotros todo materialismo y toda falsedad. Nuestro cuerpo, nuestra persona es también casa de oración, es lugar de encuentro con Dios y para ello queremos en estos días presentarlo digno y limpio.

Señor Jesús, me has ayudado a comprender que tú eres la verdadera sabiduría. Conocerte y amarte es penetrar los secretos del universo, estar contigo es alcanzar los niveles más altos del conocimiento y dar la vida por ti es llegar a la plenitud.