sábado, 28 de enero de 2012

La autoridad de Jesús

"¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva con tanta autoridad!
¡Manda a los espíritus inmundos y le obedecen!". (Mc 1,27)

Jesús enseñaba con mucha autoridad y por eso la gente sentía una gran admiración por él y por su doctrina.
No hablaba como un docto maestro que sabe muchas cosas sino más bien como un hermano que siente un gran amor por sus oyentes y desea instruirlos para que encuentren la libertad, la paz y la felicidad.
No se quedaba sólo en palabras bonitas sino que todo lo que enseñaba estaba corroborado por su estilo de vida: por su amor a la gente, por su cercanía a los pequeños, por su aceptación de todos aunque fuesen tachados de pecadores.
Por otra parte, la gente contemplaba sus milagros que demostraban que él era alguien con un poder especial, pero de una manera más sorprendente descubrieron que hasta los espíritus inmundos le obedecían y temblaban de miedo en su presencia. Los demonios habían descubierto que Jesús había venido para acabar con ellos, lo que significaba que terminaba ya su dominio sobre los hombres. Él es el Santo de Dios mientras que ellos son inmundos.
¿Te has preguntado alguna vez por qué sigue adelante la fe cristiana a pesar de tantos obstáculos que ha tenido a lo largo de la historia: persecuciones, corrupción, falta de testimonio, manipulación de los poderosos?
Yo creo que la respuesta es bien sencilla: porque el Evangelio viene de Dios y nunca podrá ser derrotado por el poder del mal.
El poder de Satanás no es algo espectacular y monstruoso, es algo más bien cotidiano: es el afán de dinero o poder, es la búsqueda desenfrenada del placer y del bienestar, es el egoísmo o la envidia. Estas cosas no nos hacen más felices, no hay más que verlo, son más bien causas de la violencia y de las divisiones que no traen más que dolor y angustia.
Ante Jesucristo tiemblan los demonios porque la fuerza del amor es más grande, porque la Verdad apaga el poder de la mentira y el perdón es capaz de destruir el pecado para siempre.
Como puedes ver no se trata de la autoridad de la iglesia sino de la autoridad de Cristo y de sus palabras. Como creyente puedes hacer que se siga divulgando esta Buena Nueva para que el mal deje de atormentar a las personas de este mundo.

Quiero tenerte conmigo para que seas tú quien me poseas y domines mi vida. Aparta de mí todo espíritu inmundo: toda maldad, todo egoísmo, toda vanidad. Hazme tuyo solamente para que contigo expulse del mundo todos lo males que lo atormentan y haga resplandecer toda tu hermosura.


sábado, 14 de enero de 2012

Hemos encontrado al Mesías

Hemos encontrado al Mesías. (Jn 1, 41)

Dos discípulos de Juan quisieron conocer a Jesús porque el Bautista se lo había señalado como el Cordero de Dios. Pasaron con él aquella tarde y quedaron fascinados por su persona. Comprendieron que Jesús era verdaderamente el Mesías, el enviado de Dios para traernos la salvación.
Llevaban mucho tiempo esperando que Dios cumpliera sus promesas y por fin había llegado el momento. Tuvieron el privilegio de conocer a Jesús de cerca y de escuchar sus palabras de forma directa. Aquel encuentro, sin duda, los marcó y les transformó la vida, llegaron a sentir una felicidad tan grande que necesitaban compartirlo con los demás: con sus amigos y con sus hermanos. Hemos encontrado al Mesías, al que esperábamos, a aquel de quien hablaron los profetas.
Jesús es el Cordero de Dios. Es muy interesante esta presentación de Juan. Así no pueden llamarse a confusión. Jesús es el Mesías y también el Cordero de Dios. Podrían pensar en un Mesías rey al estilo humano, que busca el poder y somete mediante la violencia a sus enemigos; pero es el Cordero de Dios, es decir que viene a ofrecerse como sacrificio para el perdón de los pecados.
El Cordero es el animal que se inmolaba en la Pascua, al que no se le podía partir ningún hueso, para recordar la liberación de Egipto. Jesús es el Cordero que se sacrificará en Pascua para liberarnos para siempre de la esclavitud del pecado y para hacernos pasar de la muerte a la vida.
Es el Mesías, sí, pero entregado y sacrificado como el Cordero.
Gracias a la oración y a la meditación del Evangelio también yo voy conociendo a Jesús y siento cómo es quien me salva y me transforma. El encuentro con él y el diálogo permanente en su compañía me ayudan a conocerme mejor, a sentir el amor de Dios y también a tratar de vivir el amor. Conocer a Jesús y estar con él se convierte en una experiencia de alegría que necesito compartir con los demás.
No basta con lo que otros me hayan contado. Es necesario conocerlo por mí mismo, por tener con él una relación constante y dejarme llevar por él.
La oración no es mero espiritualismo, es el encuentro con alguien que está vivo de verdad y que no me deja indiferente.

Tú eres mi Salvador. Has venido a mi vida para sacarme de las tinieblas y llevarme a la luz, has venido para llenarme de alegría y de esperanza, para ayudarme a descubrir todo lo bueno que existe dentro de mí y para purificarme de todos mis pecados. Tú eres el Mesías, el que trae la Salvación y la alegría para todo el mundo. Conocerte a ti es llegar a la meta más grande de la vida.