sábado, 18 de septiembre de 2021

 

Acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: «El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.» (Mc 9,36-37)

 

Jesús anunciaba su muerte y resurrección pero los discípulos andaban discutiendo entre ellos sobre quién era el más importante. Una vez más se ve el contraste entre pensar como Dios y pensar como los hombres. El Señor tenía una tarea complicada para poder hacer entender a sus seguidores el mensaje que estaba transmitiendo, porque se trata de hacer las cosas al revés de lo que el mundo nos ofrece. Es decir, que no hay que buscar grandezas sino hacerse pequeños, que el esfuerzo en la vida no tiene que buscar ser más o tener más o llegar más alto sino todo lo contrario, ser menos, hacerse más pobres y quedarse en el último puesto. Pero ¿quién puede entender algo así? Esto es lo que Jesús está viviendo y es lo que está enseñando. Hay que transformar la mente por completo para alcanzar a comprenderlo y esto requiere un trabajo constante que nos lleva toda la vida.

Por eso Jesús propone a un niño como ejemplo. Él se siente identificado en los niños. No sólo por su inocencia (que sabemos que también hay niños con maldad) sino porque es pequeño e insignificante. Un niño no nos va a conseguir un puesto importante ni nos va a lograr mucho dinero. En aquella época era todavía más claro. Así es Jesús, como un niño y así quiere que lo acojamos en los pequeños y en los que no tienen ninguna relevancia. Acoger a un niño es como acoger a Dios. ¿Qué significa esto?


Me da mucho que pensar. Porque a veces también busco a Dios para beneficiarme de todo lo que me promete, podría decir que busco a Dios porque me conviene. Estando cerca de Dios me puedo sentir más seguro, descubro un amor que me sobrepasa y recibo mucha paz y consuelo para mi vida. Y Dios quiere que lo acoja en un niño que no me va a lograr nada, incluso puede traerme complicaciones en mi vida.

Ya decía san Juan que el amor a Dios se demuestra amando al hermano, pues del mismo modo, acoger a Dios se demuestra cuando acogemos a los niños, a los pequeños e irrelevantes que no sólo no nos van a dar nada sino que además nos pueden complicar bastante la existencia.

Así lo vivió Jesús, su vida se complicó hasta el punto de ser condenado a la cruz y experimentar la más terrible soledad. Porque en el mundo además de los buenos y sencillos existen también los malvados y manipuladores y se siente molestos con el que es fiel a Dios y sigue sus caminos. Pero  no nos engañemos, la sabiduría sólo viene de Dios de los que le son fieles. Aunque el justo se vea sometido a la tortura y a la muerte ignominiosa no será abandonado de Dios, que es un Padre y sólo desea lo mejor para sus hijos.

Vivimos tiempos de confusión. Se nos quiere hacer creer que da lo mismo una cosa que otra, que todo es cuestión de lo que cada uno vea como bueno o malo, pero eso no es así. No es lo mismo vivir el amor que sembrar el odio, no es lo mismo darse a los demás que aprovecharse de ellos, no es lo mismo sacrificarse por el bien de todos que dejarse llevar por el propio egoísmo y vivir sólo para sí mismo. No es lo mismo.

Siempre habrá quien no quiera escuchar un mensaje de paz y amor, que no quiera saber que Dios es Padre misericordioso porque eso significa también esforzarse en vivir una vida nueva. Siempre habrá quien persiga y calumnie al que vive de forma intachable porque pone en evidencia el mal y la mentira.

Por eso hoy también es necesario hacerse pequeños para entender a Jesús. Hay que acoger a los niños para conocer a Dios más de cerca.

 

Siento que mi razón y mis sentimientos están también contaminados por mi condición de pecador. Señor yo no siento deseos de buscar humillarme, de no ser  nada. Todo mi ser está corrompido y por eso tengo que pedirte que vengas tú a renovarlo todo. Tú puedes entrar en mi vida y hacerte dueño de mi razón y también de mis sentimientos. Es la única forma que veo que me puede liberar de mis afectos desordenados para llenarme de toda la luz que hay en ti. Así será posible que me sienta feliz siendo pequeño e insignificante y que no me importe perderlo todo porque sólo tú eres mi riqueza y mi felicidad.