miércoles, 20 de marzo de 2013

La muerte de Jesús


Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen (Lc 23,34)

Sobre Jesús han caído todos los pecados. Es como si el furor del diablo se cebara con Él al saberse vencido. Para condenarlo se ha tomado el nombre de Dios en vano, se han levantado falsos testimonios, han comprado a un traidor, han dictado una condena injusta; sobre Jesús ha venido la cobardía de sus amigos, los insultos y burlas de sus enemigos, lo han humillado, lo han maltratado con una violencia atroz, le han robado lo único que tenía: su ropa; y lo han matado convirtiéndolo en un espectáculo ignominioso.
El pecado es un veneno mortal pero existe un antídoto que puede neutralizarlo y Jesús lo ha aplicado en todo momento. Ese antídoto es el Amor. A todas estas afrentas, Jesús responde con amor.
Es capaz de curar la oreja del soldado, de animar a Pedro y a los otros discípulos, de consolar a las mujeres que lloran, de darle esperanza al malhechor arrepentido y, sobre todo, de orar por sus enemigos y pedir para ellos el perdón. La forma de derrotar el pecado es ofreciendo el perdón, de todo corazón.
Para culminar este acto supremo de amor, Jesús se encomienda al Padre y pone en sus manos esta obra redentora.
El pecado ha sido perdonado, Satanás ha quedado derrotado.
Acércate a la cruz para poder enriquecerte de todos sus beneficios. En ella encontrarás el perdón de tus culpas, en ella tendrás el consuelo de tus sufrimientos y en ella encontrarás a Jesús que te enseña la lección del amor a Dios y al prójimo.

En la cruz está la vida y el consuelo y ella sola es el camino para el cielo. (Santa Teresa de Jesús)

viernes, 15 de marzo de 2013

La adúltera


Tampoco yo te condeno; anda, y en adelante no peques más. (Jn 8,11)

El apóstol Pablo, a pesar de su carácter fuerte, era un místico y su fuerte experiencia espiritual lo convirtió en el testigo que llegó a ser. El conocimiento de Jesús le había transformado la vida por completo hasta el punto de entregarse por completo a darlo a conocer a todos. Su experiencia espiritual lo llevó a compartir los padecimientos y morir su muerte para alcanzar así la Resurrección.
Por eso, al acercarnos al Evangelio, no debemos quedarnos sólo en un recuerdo emotivo de las cosas que hizo el Señor durante su vida pública sino que hemos de meditarlo y contemplarlo como un encuentro vivo, como una relación personal con Jesús que también nos quiere transformar como a San Pablo. La meditación del Evangelio es una forma de conocer a Jesucristo y descubrir que este conocimiento es lo único verdaderamente valioso en la vida.
Jesús, que ha venido a revelar el gran amor del Padre, se presenta en el Evangelio cercano a los pecadores y misericordioso con todos. Él no condena, sino todo lo contrario, viene a perdonar y a llamar a la conversión.
Al escuchar este episodio de la adúltera hay  que contemplar a Jesús para conocerlo mejor. Vemos cómo no pierde la calma. Mientras los otros callan el escribe algo sobre la arena y espera. Podemos imaginar que conoce el interior de cada uno, tal vez ellos también lo saben y por eso, al final, deciden marcharse. Podemos imaginar a aquella mujer completamente asustada recibiendo de Jesús esas palabras llenas de misericordia, sintiéndose amada a pesar de su pecado.
Después de esta contemplación yo me miro a mí, delante de Jesús, también acusado por mis pecados y me siento amado y perdonado. Este encuentro me transforma la vida, como a Pablo. Puedo decir que es verdad que este conocimiento es lo único que vale, que todo lo demás es una pérdida.
Así es cómo siento la necesidad de anunciar a todos esta verdad. También me siento llamado a mirar a los demás con misericordia, a tratar a todos con  el mismo amor y la misma bondad con la que a mí me ha tratado mi Señor.

Después de perdonar mis pecados me has invitado a no pecar más. Me has devuelto la alegría y la ilusión por cambiar el mundo cambiando mi propia vida. Ven en mi ayuda para que pueda ser testigo de tu presencia entregando mi vida por amor.

sábado, 2 de marzo de 2013

Llamada a la Conversión

¿Creéis que aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre de Siloé y los mató eran los únicos culpables entre todos los vecinos de Jerusalén? Os digo que no. Todos pereceréis igualmente si no os arrepentís". (Lc 13,4-5)

El tiempo de Cuaresma nos llama a la Conversión. Para nosotros se trata de prepararnos espiritualmente para celebrar la Pascua. La participación en los misterios de la Muerte y Resurrección del Señor será una renovación de nuestra vida y merece la pena que nos preparemos seriamente durante este tiempo.
Jesús se vale de unos acontecimientos trágicos que han sucedido para llamar la atención de sus oyentes sobre la necesidad de la Conversión. Estas cosas no son consecuencia de los pecados personales de la gente, por lo tanto le pueden ocurrir a cualquiera. Por eso, lo mejor es estar siempre preparados.
Si tu corazón está sólo apegado a este mundo: al dinero, al bienestar, a la familia o a las cosas meramente terrenales, de pronto puede suceder algo que haga que todo se derrumbe. Por eso lo mejor es acercarse a Jesús y dejarse orientar por él.
Jesús, como el buen labrador, ha preparado tu vida como una planta querida. Te ha quitado los matorrales y las piedras, porque se ha entregado por ti para librarte de tus pecados. Te ha purificado y te ha preparado un corazón limpio. También te ha abonado, porque puedes alimentarte con su Palabra y puedes recibirlo a Él en persona al comer su Cuerpo en la Eucaristía. Ahora espera que produzcas fruto, y ese fruto es la Conversión. Transforma tu vida, escucha su llamada y respóndele entregándote a los demás.

Señor tú escuchas siempre el grito de los pobres que te buscan y te piden ayuda. Tú quieres responder a sus oraciones y me has elegido a mí para que vaya en tu nombre y les muestre tu amor entrañable. Yo sé que no soy nada, pero tú me ofreces la fuerza de tu Espíritu, por eso me atrevo a responder: aquí me tienes para hacer tú voluntad.