sábado, 25 de noviembre de 2023

EL EXAMEN FINAL

 

Éstos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna. (Mt 25,46)

 


Jesús habla de castigo eterno y de vida eterna. Por lo tanto no es algo secundario lo que está en juego. En esta vida podemos tener momentos de alegría y de tristeza, todo es temporal. Pero después de esta vida nos espera la eternidad. La eternidad puede ser de felicidad o de desesperación. Es muy necesario que el evangelio nos cale porque podríamos recibir el castigo eterno y ya no hay vuelta atrás.

Lo que Jesús plantea en el juicio final no tiene nada que ver con pecados y mucho menos con los escrúpulos religiosos de normas o ritos. Lo que se va a juzgar es el amor al prójimo que es la forma de amar a Dios, es decir los dos mandamientos que sostienen la ley y los profetas.

El amor no es la prohibición de pecados sino el compromiso por la fraternidad, es la entrega silenciosa y generosa a los demás, y de una manera muy especial es la atención a los que sufren por cualquier motivo.

Jesús se identifica con los pobres porque él ha vivido la vida de los pobres; y lo que se haga con ellos se ha hecho con Jesús mismo. Los justos no estaban pensando en ganar el cielo, es lo que podemos entender ante su respuesta; vivían su amor al prójimo como algo natural y se sorprenden de lo que están escuchando: Era Cristo quien estaba siendo amado por ellos.

Los que son condenados no han tenido misericordia. Tal vez estuvieron al cuidado de no cometer ciertos pecados, pero su corazón estaba endurecido hacia los hermanos y, por eso, se llevan la sorpresa de que su indiferencia los lleva a la condenación. Era al mismo Cristo a quien dejaron de atender.

El juicio final pone en evidencia que durante la historia de la humanidad ha habido personas que han sembrado la alegría, que han tenido la lámpara encendida en medio de la oscuridad, que han puesto en rendimiento sus talentos y se han distinguido por reflejar las bienaventuranzas: siendo misericordiosos, trabajando por la paz, teniendo el corazón limpio. Por el contrario, otros no han hecho nada, no han sido luz, han enterrado su talento, por eso no han sido un reflejo de las bienaventuranzas y esto ha sido tan grave que los ha llevado a la condenación.

Jesús se presenta como rey, como pastor y como juez.

El evangelio siempre es buena noticia. No lo veamos como una amenaza sino como una invitación a vivir el amor, porque este será el examen final. Es verdad que hay que evitar el pecado y que tenemos que estar alertas para no pecar y no alejarnos de Dios. Esto no está en discusión. Hay que cumplir los mandamientos y no mentir ni robar ni hacer daño a nadie. Pero es mucho más importante vivir el amor al prójimo, sea quien sea. Como decía san Juan de la cruz: “Al atardecer de la vida me examinarán del amor”

 

Hoy te contemplo lleno de gloria y majestad. Tú eres el rey del Universo y el único poderoso. Se equivocan los poderosos de este mundo que te niegan y tratan de anularte. Tú eres el juez que separas a los justos de los malvados y das a cada uno según sus obras. Por eso tu Palabra es mi alimento cada día, por eso me corrijo continuamente para no desviar mi camino y por eso me acojo siempre a tu misericordia. Porque eres mi juez pero también eres mi Padre y me animas a mirar a todos los demás como mis hermanos.

 

 

sábado, 4 de noviembre de 2023

EL QUE SE HUMILLA SERÁ ENALTECIDO

 

El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido. (Mt 23,11-12)


 Las palabras de Jesús son una denuncia a la actitud de los escribas y fariseos. Desgraciadamente esta actitud no podemos decir que sea sólo algo de aquellas personas y de aquella época. A fin de cuentas el demonio nos sigue tentando con la hipocresía y con la vanidad de creernos por encima de los demás.

Jesús no dice que no escuchen lo que dicen. Reconoce que cuando explican la Palabra de Dios hay que escuchar su enseñanza, porque siempre será digno de escuchar y cumplir lo que viene de Dios. Lo que Jesús rechaza es lo que hacen: su deseo de buscar honores y privilegios y vanidades humanas como los títulos de honor.

Frente a esta actitud sólo cabe hacer lo contrario: buscar el último puesto y rechazar los títulos.

Según la profecía de Malaquías, si no lo hacen ellos, Dios mismo lo hará.

¿Es una desgracia que la iglesia de hoy esté perdiendo privilegios en la sociedad o es un don de Dios que sus discípulos puedan anunciar el evangelio siendo pobres y pequeños?

Yo lo veo más como un don de Dios, un signo de los tiempos. El papa ya  deseó una iglesia pobre para evangelizar a los pobres. La Palabra de Dios no va a llegar al corazón de la gente desde el poder y la grandeza sino desde la sencillez y el convencimiento de quien la proclama; desde el amor a este mundo herido por el pecado que puede salvarse por la sangre de Jesús.

Nuestro referente es siempre el mismo Cristo, no hay otro. Por eso tenemos que mirarlo a él y contemplar sus actitudes, sus gestos, su vida y sus palabras.

Él siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza; él se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo y Dios le dio el nombre sobre todo nombre; él obedeció hasta la muerte para darnos la vida y obtener para nosotros el perdón de los pecados, derramando su sangre; él se ha convertido en nuestro alimento, se ha hecho el mejor pan para nosotros, ha querido ser comido para quedarse siempre con nosotros y llenarnos así de su amor.

Esto nos enseña que Dios realiza prodigios increíbles cuando obedecemos su Palabra: que con nuestra pobreza podemos enriquecer a otros; que dando la vida podemos tener y dar más vida; que negándonos a nosotros mismos podemos llenar de amor y de alegría este mundo nuestro.

No cabe duda: el que se humilla será enaltecido. Lo hemos conocido en la persona de Jesús y también en su madre que aceptó ser la esclava del Señor y nosotros la aclamamos como la Reina del Cielo.

 Una vez más siento una gran admiración y un gran agradecimiento al contemplarte en el pesebre débil y pobre para que yo pueda acercarme a ti con ternura; al verte en la cruz herido y desfigurado para que yo encuentre en ti el ejemplo de todas la virtudes: obediencia, amor, renuncia a uno mismo… y al recibirte como pan en la Eucaristía para que yo pueda amar como tú y me sienta fortalecido para cumplir tus mandamientos. Yo te alabo, Señor, te doy gracias y te bendeciré en todos los momentos de mi vida.