domingo, 9 de diciembre de 2018

PREPARANDO EL CAMINO


La Palabra de Dios vino sobre Juan, el hijo de Zacarías, en el desierto. Y se fue por toda la región de Judea predicando que se convirtieran y se bautizaran para que se les perdonaran los pecados. (Lc 3, 2-3)


Cuando el cumplimiento de la promesa de Dios está a punto de despuntar aparece Juan el Bautista. El es el precursor que va a preparar el camino para recibir al Mesías. San Lucas nos dice que vino sobre él la Palabra de Dios. Juan no se ha lanzado al desierto por su cuenta. Ha sido el Espíritu Santo que lo ha inundado con la Palabra de Dios para convertirlo en un profeta que comunique al pueblo el mensaje. Juan no habla de lo que a él le parece, está transmitiendo un mensaje que ha recibido y que tiene que comunicar a los demás. Es el cumplimiento de la profecía de Isaías: preparad los caminos del Señor. El cumplimiento también del anuncio de Baruc: los montes se abajarán para allanar el camino.
El Señor viene y podemos ponérselo más fácil. Por eso Juan comienza llamando a la Conversión y ofreciendo el bautismo como signo del perdón de los pecados.
Necesitamos que el Señor venga. Cada año, por estas fechas recordamos todo aquello que nos hace gritar: ven Señor y sálvanos. Porque todavía hay muchas cosas en este mundo que se tienen que arreglar, porque todavía sigue la violencia y todavía no somos hermanos y necesitamos que vengas a cambiar nuestros corazones, que intervengas para que toques lo más íntimo de la gente y todos se vuelvan a ti.
Podemos encontrar muchos signos de luz en medio de la oscuridad, sí. Podemos descubrir a muchos creyentes que han encontrado a Jesucristo y han descubierto en el Evangelio la razón de su vida. Podemos descubrir a mucha gente sencilla, que pasa desapercibida pero que confía en las promesas del Señor y lucha por limpiar sus pecados y trabaja por el Reino de Dios, muchas personas dispuestas a hacer el bien y a alegrar la vida de su prójimo, muchas personas que encuentran fuerza en la oración y que celebran la Eucaristía con verdadero entusiasmo descubriendo a Cristo vivo entre nosotros. Los montes se abajan y los valles se levantan. El Señor está cerca, muy cerca de nosotros y podemos abrirle nuestra casa.
Como san Pablo que descubre al Señor en la vida de los filipenses y sabe que llevará a término la buena obra que ha comenzado en ellos y también que ora y pide a Dios por su comunidad, yo también me alegro por todo lo que Dios está haciendo y elevo mi oración.

Yo también quiero prepararte el camino. Haré más oración, me despojaré más de mis apegos, miraré más hacia ti y te daré gracias por todo lo que me das constantemente.
Ven pronto, Señor. Haz conocer tu gloria para que todos puedan mirar hacia ti y crean en tus palabras, para que se aleje la violencia de entre nosotros y crezca el amor y la fraternidad, para que aprendamos a amarnos por encima de todas las diferencias y sepamos valorarnos y respetarnos.
Ven pronto, Señor y deja al mundo contemplar tu gloria para que no perdamos la esperanza en los momentos difíciles, para que tengamos claro que ni la muerte puede apartarnos de ti y gocemos al saber la gloria y la felicidad que nos espera.
Ven pronto, Señor, para que nos ilusionemos con tu mensaje y no dejemos de trabajar por tu Reino.

viernes, 7 de diciembre de 2018

INMACULADA


Alégrate, Llena de Gracia, el Señor está contigo. (Lc 2,28)
                        
El ángel Gabrial se dirigió a María con un nombre nuevo: Llena de Gracia, después insiste: has encontrado gracia ante Dios. Es una hermosa forma de presentar a María como la elegida para la misión más importante, dar a luz al Salvador del mundo.
Al llamarla Llena de Gracia, nos está explicando que ha recibido de Dios algunos privilegios especiales, siempre mirando a la muerte y Resurrección de Jesucristo: ha sido liberada definitivamente del pecado. En ella no ha tenido efecto el pecado original. Por eso podemos celebrar su fiesta para contemplar en ella a la mujer que aplastó la cabeza de la serpiente.
El demonio había conseguido engañar a Eva y con la desobediencia de los primeros padres tuvo entrada en el mundo para traernos el mal. Desde entonces el pecado nos ha ido enfrentando y destruyendo. Desde entonces el pecado ha bloqueado nuestras posibilidades de vivir plenamente felices.
Pero María le ha aplastado la cabeza, según el anuncio que Dios mismo hizo en el comienzo de la historia. Ante ella ha perdido todo su poder, se ha quedado desarmado.
Dios ha convertido a María en un verdadero escudo contra los ataques del demonio. Ella es la llena de Gracia y el pecado no ha podido tocarla. Pero este privilegio especial de María no se le ha concedido para su grandeza sino para que todos podamos beneficiarnos junto con ella y con Hijo Jesucristo.
Yo no tengo duda de cómo tantos pecados que oscurecen la vida humana tienen como origen al diablo que seduce al hombre y le hace creer que sin Dios alcanzará más libertad y será más feliz. Luego ocurre lo contrario, que se avergüenza ante su desnudez y se siente caído y desgraciado. Yo no tengo duda de cómo el diablo ha entrado incluso en la misma iglesia, en la vida de los creyentes, animándonos a no vivir de verdad las exigencias del Evangelio y a compaginar la vida religiosa con un estilo de vida mundano y alejado de Dios. Yo no tengo duda de que es el diablo el que nos instiga a dividirnos y enfrentarnos entre nosotros mismos, y también el que me engaña cada día y me propone el camino del egoísmo y del bienestar, me muestra como un logro de la libertad la desobediencia a Dios, para que me aleje del sacrificio, de la cruz y del amor verdadero que es el que da la vida.
María es el escudo seguro. De su mano puedo vencer a Satanás, porque ella es la que ha aplastado la cabeza de la serpiente y es muy poderosa contra el maligno.
Celebrar hoy la fiesta de la Inmaculada no es sólo poder admirar a María por los privilegios que Dios le ha concedido para ser la madre de Jesucristo sino unirme fuertemente a ella para que me defienda de los engaños del maligno y me lleve hacia Jesucristo el Salvador.

¡Qué admirable es tu presencia, Virgen Inmaculada. En ti todo es belleza, en ti deslumbra el amor, contigo brilla la santidad y lo iluminas todo con la luz de tu Hijo Jesucristo.

sábado, 1 de diciembre de 2018

VIGILANTES


Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y manteneros en pie ante el Hijo del hombre». (Lc 21,36)

Tal vez, echando una mirada a tu alrededor, tengas la impresión de que hay muchas cosas que van mal y que no se van a solucionar. Los pobres siguen clamando justicia y parece que no hay respuesta. Todavía vemos muchas guerras y muchas injusticias, todavía vemos como triunfan los corruptos y sufren los inocentes.
Pero mirando a la iglesia encontramos que en su seno también está la contradicción. Mucha gente ya desconfía ante los escándalos que van apareciendo cada día y parece también que prospera la mediocridad y la superficialidad, mientras que nuestro mundo se conforma con una espiritualidad que no se compromete y con una religión de actos bonitos.
Y no me voy a quedar sin mirarme a mí mismo. Porque ante todas estas cosas no puedo pensar que yo estoy libre de estos males. También dentro de mí está la contradicción y el pecado. Es verdad, me puede el materialismo, me inunda el pesimismo y no tengo la fe que tendría que ser un testimonio para los demás. Yo también me quedo sin aliento ante lo que se le viene al mundo.

Pero el Evangelio quiere ser un motivo para recuperar la alegría. Jesús, con sus expresiones apocalípticas, no pretende meternos miedo sino todo lo contrario, hacernos una llamada a la confianza y a la alegría. Que sí,  que Dios se ha comprometido con nuestras vidas, que lo ha prometido y lo ha repetido muchas veces por medio de los profetas y que lo ha cumplido enviando a su Hijo amado para que nos salve. A pesar de lo que vemos y de todo lo que nos puede hacer desesperar, Dios no nos va a fallar. Como dice nuestra sabiduría popular, después de la tormenta viene la calma. Las situaciones de confusión son el anuncio de algo nuevo y maravilloso que está a punto de llegar.
Por eso, lo que hay que hacer no es quejarse y mucho menos lamentarse. No vale el pesimismo ni el derrotismo. Estos momentos difíciles son la prueba a la que estaremos siempre sometidos, pero esta prueba se vence manteniendo firme la fe y la unión con Jesucristo. Es necesaria la oración, pidiendo fuerza para escapar de todo esto y la confianza en la ayuda constante de Dios. Es muy importante la fidelidad a la Iglesia, la comunión entre nosotros, la celebración de los sacramentos. Y buscar constantemente al Señor, que en el encuentro con él y en la meditación de sus palabras encontraremos siempre el apoyo y la fortaleza en todas nuestras dificultades.

Señor Jesucristo, en medio de la tiniebla te busco a ti que eres la luz del mundo. Camina a mi lado, lléname de tu luz, fortalece mis pasos y concédeme la paz de quien confía en ti. Aleja de tu Iglesia el poder del diablo para que en ella reine la luz del Evangelio y pueda ser la luz de las gentes. Llena el mundo de tu gloria y que tu presencia traiga el amor y la fraternidad entre los hombres.


domingo, 18 de noviembre de 2018

EL EJEMPLO DE LA HIGUERA


Aprended de esta parábola de la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta. (Mc 13,28-29)


Jesús anuncia el momento final de la historia como días de gran angustia. La verdad es que me resulta muy difícil entender bien el significado de estas palabras. Pero está claro que nos está advirtiendo que no va a ser fácil. Ciertamente la vida de los creyentes ha sido muy difícil en la historia. En nuestro tiempo también es posible que muchos cristianos sientan la fuerza de estas palabras porque sufren toda clase de persecuciones y discriminaciones por razón de su fe. Hace unos días teníamos la noticia de que Asia Bibi había sido puesta en libertad después de mucho tiempo condenada a muerte por blasfemia. Aun así todavía no lo tiene fácil. Podríamos imaginar el sentimiento de estos cristianos sufriendo tanto por pretender ser fieles al Evangelio. Son días muy difíciles, es como si los astros se tambalearan.
En nuestra vida concreta tal vez no tenemos este tipo de sufrimientos, pero tampoco nos faltan las contradicciones y las situaciones difíciles que nos pueden hacer dudar. Yo pienso en los escándalos que van saliendo cada día y que ponen en cuestión la credibilidad de la iglesia, en los ataques al papa de muchos católicos, en la mediocridad en la que nos hemos instalado o en la batalla contra ideologías concretas que nos despista de nuestra verdadera vocación, que es el anuncio del Evangelio y la unión con Jesucristo. Para mí, estos son también momentos de tribulación.
Tal vez tú estás atravesando algún momento difícil: una enfermedad, una traición, la muerte de alguien muy querido, algo que no comprendes o que te hace dudar.
Pero Jesús no quiere victimismo sino alegría, siempre alegría. Cuando veamos todas estas cosas, que nos podrían desanimar, tenemos que alegrarnos porque está cerca el momento de su venida gloriosa. Estos son los signos que nos permiten reconocer que Jesucristo está muy cerca y que pronto nos va a permitir llenarnos de alegría por su triunfo.
En su vida fue una realidad muy clara: padeció y fue crucificado, pero al tercer día resucitó y se cubrió de gloria.
Así que en todo momento hay que permanecer fieles, en todo momento seguir confiando en él y seguir escuchando su palabra, mantenerse firmes en la oración, celebrar la Eucaristía con alegría, arrepentirnos de nuestros pecados y tratar de levantarnos de nuevo porque el Señor está a la puerta y ante él daremos cuenta de nuestra vida.

Bendito y alabado seas siempre, Señor Jesucristo por todo lo que haces para salvarnos; por el sacrificio de tu vida, por tu obediencia total al Padre y por el amor que te ha llevado a derramar tu sangre para redimirnos. A ti siempre la gloria y el honor, tú eres el único señor y mi vida te pertenece.


domingo, 11 de noviembre de 2018

LOS ESCRIBAS Y LA VIUDA


«¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos rezos. Éstos recibirán una sentencia más rigurosa.» (Mc 12,38)

En el relato del Evangelio aparecen dos actitudes. Una es la de los escribas, contra la que Jesús nos advierte y la otra, la de una pobre viuda a la que Jesús alaba ante todos.
Los escribas eran hombres muy religiosos y muy respetados por la gente, pero sólo buscaban grandezas humanas. Su religiosidad y su buena posición ante los demás les servía como excusa para ganar dinero.
Esta advertencia de Jesús no es una simple crítica. Jesús conoce el corazón humano y sabe que todos estamos expuestos a este peligro. Para evitarlo tenemos que cuidar mucho de no dejarnos atrapar por este espíritu.
Para defendernos bien de estas actitudes, Jesús nos anima con claridad a buscar el último lugar, a humillarnos, a ser pobres y darlo todo, a actuar siempre con gratuidad. En esto sí que tenemos que esforzarnos cada día y estar muy vigilantes, porque en la humildad, en la pobreza y en el amor con que tratamos a los demás es donde se muestra el testimonio de la Vida Nueva del Evangelio. Pienso que no hay que tener miedo de ser muy críticos con las actitudes de vanidad que el mismo Jesús condena, pero sobre todo hemos de ser muy exigentes con nosotros mismos para no dejarnos arrastrar por estas vanidades, que sólo pueden proceder del diablo.
La actitud de la viuda, sin embargo, ha merecido la alabanza del Señor. La viuda ha pasado desapercibida ante los demás pero para el Señor, que ve en el corazón del hombre, no. Ella es un ejemplo de los pobres que confían siempre en Dios. Ella pasa necesidad pero sabe que hay quienes pasan más necesidad todavía y está dispuesta a dar lo poco que le queda para ayudar. Ella confía en que Dios, que lo puede todo y es un Padre, no la dejará abandonada. Ésta es la actitud que Jesús nos propone a nosotros. La sencillez, la pobreza y la caridad de esta mujer frente a la vanidad y la búsqueda de honores de los escribas.
Como siempre, es el mismo Jesucristo quien se convierte para nosotros en el modelo de lo que predica. En él, que también era apreciado por mucha gente, no hay ninguna vanidad. Llegado el momento se pondrá a lavar los pies de los apóstoles como un esclavo. Pero todavía más, a la hora de darlo todo entregará su propia vida para la salvación del mundo. Su muerte en la cruz será el anuncio más claro de su confianza absoluta en el Padre, que al tercer día lo rescatará de la muerte.
                                                                                    
Te contemplo lleno de gloria en el cielo, sentado a la derecha del Padre. Estás ahí para interceder en nuestro favor. Hay razones para no perder nunca la confianza. La tentación puede ser grande, pero tu oración ante el Padre es muy poderosa y nos librará en todo momento. Tú has llegado hasta el cielo renunciando a todo, incluso a tu dignidad y a tu vida, porque tu amor es más grande que todas las grandezas humanas. Tú vendrás en el último día con toda tu gloria para juzgar lo que hemos hecho con los dones que recibimos.
 Fortaléceme, Señor, en medio de mis pruebas. Ayúdame a descubrir el valor de los bienes eternos que tú me prometes y a tener el valor de despojarme de todo, a ocuparme de tu Reino y de tu Amor y confiar que tú me darás todo lo demás.


jueves, 1 de noviembre de 2018

DICHOSOS


Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. (Mt 5,12)

Llevo mucho tiempo reflexionando sobre el peligro que esconde el victimismo, es una actitud que pretende justificar la violencia contra otros. Se podría resumir en decir algo cómo: “Me están haciendo tanto mal que no me queda más remedio que defenderme de estos que me hacen víctima.” Este argumento, a lo largo de la historia ha significado la justificación de la violencia más atroz y de las guerras más crueles. Recordemos: Los cristianos han incendiado Roma, tenemos que defendernos y aniquilarlos a todos; los judíos lo controlan todo y van a terminar con nuestra raza y nuestra cultura, tenemos que defendernos; los comunistas nos van a quitar la libertad, tenemos que defendernos… argumentos que han servido para justificar la violencia más injustificable.
Hoy día no falta también el mismo argumento victimista para justificar actos violentos. El terrorismo se ha sustentado de este tipo de actitudes y me resulta preocupante que se repitan muchos mensajes de este tipo que señalan a diferentes grupos como causantes de nuestros males. Me preocupa porque esto sirve para justificar la violencia contra personas inocentes bajo el pretexto de una legítima defensa.
El Señor, que es un verdadero maestro nos enseña cual tiene que ser la actitud ante la calumnia, la persecución, incluso la muerte injusta. Es lo que Él mismo vivió y padeció en su vida terrena: La actitud ha de ser la alegría.
El Evangelio es así de contradictorio, ¡qué le vamos a hacer! El Señor dice cuando os persigan, os calumnien os insulten… (Pienso que esto sería motivo para hacerse víctimas y decir: tengo que defenderme) alegraos. Esto es imposible si no se vive desde el Evangelio. Para comprenderlo hay que estar muy unidos al Maestro. Contemplar cómo a Él, que pasó haciendo el bien, lo insultaron, lo calumniaron y hasta lo traicionaron y lo condenaron a muerte como a un criminal. Esto fue la prueba para demostrar que el amor no se apaga cuando es verdadero. ¿Qué hizo él? ¿Se hizo la víctima? No. No se defendió y no justificó la violencia contra los que le hicieron mal. Se puso en las manos del Padre y se acogió a él, miró a aquellos infelices y oró para pedir por ellos el perdón: porque no saben lo que hacen.
¿Qué haré yo si me encuentro en una situación semejante? La verdad es que no lo puedo saber, porque nunca llegamos a conocernos a nosotros mismos. Pero entiendo el mensaje. No puedo mirar a nadie como enemigo, no puedo justificar el odio ni el rencor ni la violencia contra otros, aunque me estén haciendo verdadero mal, aunque me estén insultando o calumniando o persiguiendo, aunque me lleven a la muerte. Ante una situación así tengo que alegrarme de poder compartir el destino de Jesucristo, mi Maestro y mi Señor; esperar la recompensa que vendrá después de esta vida, la del cielo, que es la más importante; y mirar siempre con amor a los demás y saber perdonar como yo también he sido perdonado. Sólo con el amor se vence al mal, no hay otro camino.

Tuya es siempre la Victoria, Padre celestial: Tú eres el único poderoso y ningún ser se te puede comparar. El mal no podrá nunca vencerte. Tú, Señor Jesucristo, cordero manso y sencillo, pequeño y débil, eres el vencedor del pecado, del odio y de la muerte. Tú, Espíritu Santo eres la fuerza del amor y la santidad en todos los que te reciben. Gloria y alabanza a ti, Dios eterno.

domingo, 28 de octubre de 2018

El ciego bartimeno



El ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.» (Mc 10,46-47)

Un hombre está al borde del camino, su ceguera lo ha postrado y tiene que vivir de limosnas, de la caridad de los demás. Pero de pronto hay una esperanza de que todo puede cambiar, de que no tiene porque pensar que el resto de su vida será estar en el borde del camino pidiendo limosna. Esa esperanza está puesta en Jesús, que pasa por ahí. No puede dejarla escapar y empieza a gritar hasta el punto de que los demás intenta callarlo, pero ¡cómo va a callar!, no puede dejarse sujetar por los que intentan impedirlo, grita más fuerte.

Llama a Jesús “Hijo de David”. Lo está reconociendo como Mesías. No sólo es un curandero que hace cosas extraordinarias, es el esperado, el enviado de Dios para salvarnos. Cuando lo llama da un salto y deja el manto para ir con él; cuando recupera la vista y su vida ha cambiado toma una gran decisión: a partir de ahora será un discípulo y acompañará a Jesús por el camino.

La historia de Bartimeo me hace recordar a tantas personas que conozco bien, que estaban al borde del camino y un día dijeron que no; que su vida tenía que cambiar y que había muchas posibilidades para llenarla de sentido. De estas personas he tenido siempre un testimonio de fe y de confianza en el poder del Señor. Sus problemas los han llevado a la oración y han puesto mucha fe en el que saben que los escucha y los salva. Es una mirada que me recuerda una vez más que Jesucristo nos sigue sanando de nuestras heridas y que nos permite empezar una nueva vida cada día; que los problemas no deben ser un motivo para perder la fe sino todo lo contrario, son una razón para gritarle fuerte que necesitamos su ayuda y que seguimos confiando en Él,  porque Él hará siempre posible que nuestra vida cambie.

Señor Jesucristo, tú eres mi Señor y mi salvador y a ti me acojo en todos los momentos de mi vida. Sé que nunca me has dejado y que puedo confiar en ti. Mira mi debilidad y mi pobreza y lléname con el poder de tu gracia. Sáname de todas las heridas que me hacen débil y pobre y permite que vaya siempre contigo como un discípulo.


domingo, 14 de octubre de 2018

HEREDAR LA VIDA ETERNA


¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. (Mc 10,18)



Aquel joven rico del Evangelio quería ganar la vida eterna por sí mismo, quería ser bueno. La pregunta, siendo muy sincera, no dejaba de demostrar su voluntarismo. ¿Qué tengo que hacer yo? Era también la actitud de los fariseos y de los cumplidores de la ley. El deseo está también centrado en sí mismo: quiero ganar yo la vida eterna. Jesús, antes de responder le hace cambiar la mirada: Sólo Dios es bueno. Podríamos entender nosotros que la Vida eterna será una herencia regalada por Dios, que es bueno. No es algo que nosotros podamos alcanzar con nuestro comportamiento, no será algo merecido sino un don. Sólo Dios es bueno, los demás somos pobres pecadores necesitados de misericordia.

La primera respuesta de Jesús se limita a recordar los mandamientos. Es lo mínimo. Los mismos mandamientos que cumplían rigurosamente los escribas y fariseos.

Otro elemento interesante es la mirada de Jesús. Nos dice que lo miró con cariño. Me imagino la sensación del joven ante esa mirada, que fue tan irresistible para los primeros discípulos, que lo dejaron todo para seguirle. Enseguida viene la segunda propuesta para ese corazón inquieto: Vende todo lo que tienes y dale el dinero a los pobres y luego sígueme. Es otra llamada, es la oportunidad de convertirse en uno de sus discípulos.

Pero una renuncia como ésta es imposible para los hombres. No es algo que pudiera hacer el joven con su voluntarismo. Una renuncia como esta es también un don de Dios, que es quien lo puede todo. Pero el que es capaz de darlo todo recibe como recompensa el ciento por uno y en la edad futura, vida eterna.

El Evangelio no nos cuenta nada más. Pero ¿Pudo aquel joven olvidar la mirada de Jesús? ¿Se fue para nunca más volver? No puedo pensar que esto fuera así. Me gusta más creer que el tiempo lo fue haciendo más desprendido, que no dejó de seguir a Jesús y de escucharlo, hasta comprender que él no tenía capacidad para ser bueno, y abrirse al don de Dios. Me gusta más pensar que el Señor le fue transformando poco a poco el corazón y que terminó siendo un verdadero discípulo que lo dio todo.

Porque no puedo evitar en ver que ese joven soy yo mismo, tan apegado a las cosas de este mundo, con mis afanes personales de querer hacer muchas cosas, para sentir que soy bueno, que soy capaz; que después no haga nada y  lo único que me demuestran es que yo no soy bueno y no puedo desprenderme de mis cosas, que no son muchas riquezas sino unas cuantas cosas materiales. Pero no quiero dejar de escuchar a Jesucristo, de caminar con él, de aprender de él, de sentirlo como compañero de camino y tengo la esperanza de que será él quien me irá transformando. Su Palabra penetrará profundamente en mí y ella misma hará el trabajo.



Suplico, Señor Jesucristo, la sabiduría que sólo puede venir de ti. Concédeme conocerte y amarte para comprender que tú eres la verdadera riqueza y el mayor bien al que puedo aspirar. Contigo lo tendré todo y ya nada más será necesario.

viernes, 12 de octubre de 2018

JESÚS Y MARÍA


Se terminó el vino, y la madre de Jesús le dijo: "No tienen vino". (Jn 2,3)


En este pasaje he querido fijarme en María. Al contemplar su actuación veo que tiene una palabra para Jesús y otra para los organizadores de la boda.
A Jesús le plantea el problema: No tienen vino. Ella parece ser la que está más cercana de los problemas concretos de la gente para ponerlos delante de su Hijo. Tiene corazón de madre y siente la preocupación por cualquier necesidad de sus hijos. Por otro lado tiene fe en su Hijo, sabe con certeza que él puede solucionarlo todo. Así que observa el problema, no espera a que acudan a ella para buscar ayuda sino que busca a Jesús para que lo solucione.
Luego tiene también unas palabras para los organizadores de la boda, que son los que se encuentran en la situación de haberse quedado sin vino. A ellos les dice: Haced lo que él os diga.
Ha quedado claro que ella se ha tomado en serio su problema y ha actuado para encontrar una solución, ahora todo queda entre ellos y Jesús. La solución está siempre en hacer lo que Jesús les diga.
María se ha convertido en intercesora nuestra. La buscamos como un hijo busca a su madre para encontrar una respuesta a sus problemas. Y antes de que nosotros le hayamos contado lo que nos inquieta o lo que nos preocupa ya ella lo ha visto y lo ha puesto en manos de Jesús. Es la madre atenta que con una sola mirada ya lo sabe todo y no duda en actuar.
También ella se vuelve a nosotros para animarnos a la confianza. Jesús es la respuesta a nuestros problemas. María nos dice: haced lo que él os diga. Es como decir escuchad sus palabras y ponerlas en práctica.
Claro esto ya lo sabemos, pero al ser María la que nos lo dice podemos sentir que ella está a nuestro lado, como madre, para acompañarnos en el empeño por vivir el evangelio. Ella se nos ha adelantado a poner ante Jesús nuestra causa y ella también ha ido delante de nosotros para escuchar y obedecer a su Hijo.

Siempre encuentro en ti, Virgen Bendita, a una madre que me comprende y me sostiene. Tú haces que no me sienta solo y perdido, tú me muestras tu ternura y me haces mirar a tu Hijo que siempre tiene palabras de perdón y de esperanza.