domingo, 28 de octubre de 2018

El ciego bartimeno



El ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.» (Mc 10,46-47)

Un hombre está al borde del camino, su ceguera lo ha postrado y tiene que vivir de limosnas, de la caridad de los demás. Pero de pronto hay una esperanza de que todo puede cambiar, de que no tiene porque pensar que el resto de su vida será estar en el borde del camino pidiendo limosna. Esa esperanza está puesta en Jesús, que pasa por ahí. No puede dejarla escapar y empieza a gritar hasta el punto de que los demás intenta callarlo, pero ¡cómo va a callar!, no puede dejarse sujetar por los que intentan impedirlo, grita más fuerte.

Llama a Jesús “Hijo de David”. Lo está reconociendo como Mesías. No sólo es un curandero que hace cosas extraordinarias, es el esperado, el enviado de Dios para salvarnos. Cuando lo llama da un salto y deja el manto para ir con él; cuando recupera la vista y su vida ha cambiado toma una gran decisión: a partir de ahora será un discípulo y acompañará a Jesús por el camino.

La historia de Bartimeo me hace recordar a tantas personas que conozco bien, que estaban al borde del camino y un día dijeron que no; que su vida tenía que cambiar y que había muchas posibilidades para llenarla de sentido. De estas personas he tenido siempre un testimonio de fe y de confianza en el poder del Señor. Sus problemas los han llevado a la oración y han puesto mucha fe en el que saben que los escucha y los salva. Es una mirada que me recuerda una vez más que Jesucristo nos sigue sanando de nuestras heridas y que nos permite empezar una nueva vida cada día; que los problemas no deben ser un motivo para perder la fe sino todo lo contrario, son una razón para gritarle fuerte que necesitamos su ayuda y que seguimos confiando en Él,  porque Él hará siempre posible que nuestra vida cambie.

Señor Jesucristo, tú eres mi Señor y mi salvador y a ti me acojo en todos los momentos de mi vida. Sé que nunca me has dejado y que puedo confiar en ti. Mira mi debilidad y mi pobreza y lléname con el poder de tu gracia. Sáname de todas las heridas que me hacen débil y pobre y permite que vaya siempre contigo como un discípulo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario