Dichosos
vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por
mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en
el cielo. (Mt 5,12)
Llevo mucho tiempo
reflexionando sobre el peligro que esconde el victimismo, es una actitud que
pretende justificar la violencia contra otros. Se podría resumir en decir algo
cómo: “Me están haciendo tanto mal que no me queda más remedio que defenderme
de estos que me hacen víctima.” Este argumento, a lo largo de la historia ha
significado la justificación de la violencia más atroz y de las guerras más
crueles. Recordemos: Los cristianos han incendiado Roma, tenemos que
defendernos y aniquilarlos a todos; los judíos lo controlan todo y van a
terminar con nuestra raza y nuestra cultura, tenemos que defendernos; los
comunistas nos van a quitar la libertad, tenemos que defendernos… argumentos
que han servido para justificar la violencia más injustificable.
Hoy día no falta también el
mismo argumento victimista para justificar actos violentos. El terrorismo se ha
sustentado de este tipo de actitudes y me resulta preocupante que se repitan
muchos mensajes de este tipo que señalan a diferentes grupos como causantes de
nuestros males. Me preocupa porque esto sirve para justificar la violencia
contra personas inocentes bajo el pretexto de una legítima defensa.
El Señor, que es un
verdadero maestro nos enseña cual tiene que ser la actitud ante la calumnia, la
persecución, incluso la muerte injusta. Es lo que Él mismo vivió y padeció en
su vida terrena: La actitud ha de ser la
alegría.
El Evangelio es así de
contradictorio, ¡qué le vamos a hacer! El Señor dice cuando os persigan, os
calumnien os insulten… (Pienso que esto sería motivo para hacerse víctimas y
decir: tengo que defenderme) alegraos.
Esto es imposible si no se vive desde el Evangelio. Para comprenderlo hay que
estar muy unidos al Maestro. Contemplar cómo a Él, que pasó haciendo el bien, lo
insultaron, lo calumniaron y hasta lo traicionaron y lo condenaron a muerte
como a un criminal. Esto fue la prueba para demostrar que el amor no se apaga
cuando es verdadero. ¿Qué hizo él? ¿Se hizo la víctima? No. No se defendió y no
justificó la violencia contra los que le hicieron mal. Se puso en las manos del
Padre y se acogió a él, miró a aquellos infelices y oró para pedir por ellos el
perdón: porque no saben lo que hacen.
¿Qué haré yo si me
encuentro en una situación semejante? La verdad es que no lo puedo saber,
porque nunca llegamos a conocernos a nosotros mismos. Pero entiendo el mensaje.
No puedo mirar a nadie como enemigo, no puedo justificar el odio ni el rencor
ni la violencia contra otros, aunque me estén haciendo verdadero mal, aunque me
estén insultando o calumniando o persiguiendo, aunque me lleven a la muerte. Ante
una situación así tengo que alegrarme de poder compartir el destino de
Jesucristo, mi Maestro y mi Señor; esperar la recompensa que vendrá después de
esta vida, la del cielo, que es la más importante; y mirar siempre con amor a
los demás y saber perdonar como yo también he sido perdonado. Sólo con el amor
se vence al mal, no hay otro camino.
Tuya
es siempre la Victoria, Padre celestial: Tú eres el único poderoso y ningún ser
se te puede comparar. El mal no podrá nunca vencerte. Tú, Señor Jesucristo,
cordero manso y sencillo, pequeño y débil, eres el vencedor del pecado, del
odio y de la muerte. Tú, Espíritu Santo eres la fuerza del amor y la santidad
en todos los que te reciben. Gloria y alabanza a ti, Dios eterno.
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