jueves, 1 de noviembre de 2018

DICHOSOS


Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. (Mt 5,12)

Llevo mucho tiempo reflexionando sobre el peligro que esconde el victimismo, es una actitud que pretende justificar la violencia contra otros. Se podría resumir en decir algo cómo: “Me están haciendo tanto mal que no me queda más remedio que defenderme de estos que me hacen víctima.” Este argumento, a lo largo de la historia ha significado la justificación de la violencia más atroz y de las guerras más crueles. Recordemos: Los cristianos han incendiado Roma, tenemos que defendernos y aniquilarlos a todos; los judíos lo controlan todo y van a terminar con nuestra raza y nuestra cultura, tenemos que defendernos; los comunistas nos van a quitar la libertad, tenemos que defendernos… argumentos que han servido para justificar la violencia más injustificable.
Hoy día no falta también el mismo argumento victimista para justificar actos violentos. El terrorismo se ha sustentado de este tipo de actitudes y me resulta preocupante que se repitan muchos mensajes de este tipo que señalan a diferentes grupos como causantes de nuestros males. Me preocupa porque esto sirve para justificar la violencia contra personas inocentes bajo el pretexto de una legítima defensa.
El Señor, que es un verdadero maestro nos enseña cual tiene que ser la actitud ante la calumnia, la persecución, incluso la muerte injusta. Es lo que Él mismo vivió y padeció en su vida terrena: La actitud ha de ser la alegría.
El Evangelio es así de contradictorio, ¡qué le vamos a hacer! El Señor dice cuando os persigan, os calumnien os insulten… (Pienso que esto sería motivo para hacerse víctimas y decir: tengo que defenderme) alegraos. Esto es imposible si no se vive desde el Evangelio. Para comprenderlo hay que estar muy unidos al Maestro. Contemplar cómo a Él, que pasó haciendo el bien, lo insultaron, lo calumniaron y hasta lo traicionaron y lo condenaron a muerte como a un criminal. Esto fue la prueba para demostrar que el amor no se apaga cuando es verdadero. ¿Qué hizo él? ¿Se hizo la víctima? No. No se defendió y no justificó la violencia contra los que le hicieron mal. Se puso en las manos del Padre y se acogió a él, miró a aquellos infelices y oró para pedir por ellos el perdón: porque no saben lo que hacen.
¿Qué haré yo si me encuentro en una situación semejante? La verdad es que no lo puedo saber, porque nunca llegamos a conocernos a nosotros mismos. Pero entiendo el mensaje. No puedo mirar a nadie como enemigo, no puedo justificar el odio ni el rencor ni la violencia contra otros, aunque me estén haciendo verdadero mal, aunque me estén insultando o calumniando o persiguiendo, aunque me lleven a la muerte. Ante una situación así tengo que alegrarme de poder compartir el destino de Jesucristo, mi Maestro y mi Señor; esperar la recompensa que vendrá después de esta vida, la del cielo, que es la más importante; y mirar siempre con amor a los demás y saber perdonar como yo también he sido perdonado. Sólo con el amor se vence al mal, no hay otro camino.

Tuya es siempre la Victoria, Padre celestial: Tú eres el único poderoso y ningún ser se te puede comparar. El mal no podrá nunca vencerte. Tú, Señor Jesucristo, cordero manso y sencillo, pequeño y débil, eres el vencedor del pecado, del odio y de la muerte. Tú, Espíritu Santo eres la fuerza del amor y la santidad en todos los que te reciben. Gloria y alabanza a ti, Dios eterno.

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