sábado, 18 de enero de 2020

EL CORDERO DE DIOS


“Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu Santo”. (Jn 1,33)

Dos ideas importantes me brotan de este texto: Jesús es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Para vencer el pecado que llena el mundo de tinieblas no se puede usar el poder o la fuerza, porque esto sería entrar en su terreno. No se puede quitar el pecado con más pecado, no es posible usar la manipulación o la violencia. Al mal sólo se le puede vencer con el bien. Al pecado sólo se le puede vencer con el amor.
Así entiendo yo que Juan presente a Jesús como a un cordero, que es manso y humilde, el verdadero cordero pascual que nos anuncia la liberación de la esclavitud y el cumplimiento de las promesas de Dios. Él ha vencido al pecado muriendo en la cruz y derramando su sangre por todos. Por eso en el Apocalipsis aparece como el cordero triunfante que está de pie aunque ha sido degollado. Él es el verdadero vencedor.
La segunda idea que encuentro en este anuncio de Juan es que Jesús nos bautizará con Espíritu Santo. No sólo nos limpia el pecado sino que nos ofrece el gran don del Espíritu Santo que nos hace santos, que nos permite vivir esa vida nueva y ser discípulos del Cordero.
Veo aquí los dos sacramentos que son el fundamento de nuestra vida: el bautismo y la Eucaristía.
Nuestra vida en medio del mundo está marcada también por el pecado. El pecado que destruye nuestra convivencia y nos hace infelices y el pecado que está en cada uno de nosotros porque no somos perfectos y también nos apartamos de Dios movidos por nuestro egoísmo. Pero Jesús nos ofrece la liberación como un cordero. No entra en nuestra vida de forma violenta sino que se nos ofrece con ternura y humildad.
También nos anima a seguir sus pasos y nos llena del Espíritu Santo, el mismo Espíritu que lo ungió a él para llevar el Evangelio a los pobres. Llenos de este Espíritu podemos nosotros llegar a ser santos y luchar contra el poder de las tinieblas siendo pequeños y humildes como un cordero.

¡Qué asombroso misterio me descubres en la Eucaristía, Señor Jesús! Vienes a mí con gran sencillez y te haces el alimento de mi vida. Tú me liberas del pecado y me llenas de tu luz para que la Salvación, que ha llegado contigo siga extendiéndose hasta el fin de la tierra.