jueves, 28 de mayo de 2015

El envío

Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. (Mt 28,18-19)

El Señor Jesús tuvo un momento muy duro en su pasión, donde parecía que todo estaba perdido. Pero a través de su abajamiento total Dios nos mostró el camino para llegar a Él: el amor hasta el extremo.
Después de su resurrección y ascensión al cielo ha sido constituido Señor de todo el universo. A Él se le ha dado todo el poder. Ahora llega el momento de los discípulos. Hay que llevar este mensaje de salvación por todas partes, hay que poner a todas las gentes en contacto con el Señor para que puedan también alcanzar la salvación, hay que sembrar la semilla de la Palabra para que produzca sus frutos de fraternidad y justicia por todos los rincones de la tierra. Es una misión extraordinaria, por la que merece la pena dedicar toda la vida y gastarse en ella.
Para llegar a ser discípulos hay que recibir el bautismo que nos libra del pecado y nos une a Cristo, nos consagra a Dios para formar parte de su pueblo santo, pero también hay que aprender todo lo que Jesús enseñó y guardar esos mandamientos. Los mandamientos del Señor se concentran en el amor a Dios y al prójimo. Pueden ser palabras muy sencillas y fáciles de aprender pero también se puede decir que es la Palabra más grande que jamás se haya podido decir en este mundo.

Yo soy de los que muchas veces dudan porque me inquietan los vaivenes de la vida. Pero tú estás ahí con todo el poder que se te ha otorgado y me dices que estarás con nosotros siempre, hasta el fin del mundo. 

sábado, 16 de mayo de 2015

La Ascensión

Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación (Mc 16,15)

Nos cuenta el Evangelio cómo Jesús se apareció a los apóstoles y les reprochó su falta de fe, porque no creyeron a los que habían sido testigos de su resurrección. Durante toda la vida pública de Jesús, los Doce se habían caracterizado por ser duros en comprender lo que les decía y entre ellos había discusiones sobre quién era el más importante. Podríamos decir que no eran precisamente los más selectos para una misión tan importante como es llevar por todo el mundo la Palabra de Dios. Pero fue a estos a quiénes envió como mensajeros del Evangelio.
Lo que habían vivido con Jesús es la Buena Noticia. Ya sabían ellos que Dios es un Padre, que ha entregado a su propio Hijo para la remisión de los pecados, que después del duro trance de la muerte viene la Resurrección, que es posible vivir una vida nueva porque hemos recibido el Espíritu Santo. Es la Buena noticia que tiene el poder de transformar el mundo.
Pero para que esta Palabra de vida pueda ser eficaz necesita ser acogida y para ello tiene que ser predicada. A Jesús no le ha importado que los predicadores sean impecables, él conoce el interior de cada uno y sabe que no encontrará nunca a nadie a la altura del mensaje que ha de anunciar. Pero él estará siempre junto a ellos y confirmará con signos y prodigios la Palabra que se anuncia.
Hoy me ha elegido a mí y también a ti. Cada uno desde nuestro lugar hemos de colaborar con esta misión de iluminar a toda la creación con el poder del Evangelio. No estamos a la altura de este mensaje porque no es posible, nunca podremos llegar a la santidad que corresponde una Palabra que viene de Dios. Pero la Palabra misma realizará grandes prodigios porque es el mismo Cristo quien va unido a ella. Aunque te sientas torpe o te cueste comprender, el Señor ha querido que seas colaborador necesario para impregnar el mundo de su Evangelio.

¡Qué grande y qué poderoso eres, Señor! Tan sólo tengo que pensar en ti y ya estás aquí, junto a mí decidido a darme todo lo que necesito y a hacer grandes cosas con mi pobre persona. Tú me has buscado y has hecho que te encuentre, me has renovado la vida por completo y me dejas admirado del inmenso poder de tu Palabra.

viernes, 8 de mayo de 2015

El mandamiento del amor




Vosotros no me escogisteis a mí, sino que yo os he escogido a vosotros y os he encargado que vayáis y deis mucho fruto, y que ese fruto permanezca. Así el Padre os dará todo lo que le pidáis en mi nombre. (Jn 15,16)

    Jesús nos ha elegido como amigos y no como siervos. Nos ha elegido para comunicarnos el amor del Padre que se traduce en el perdón de nuestros pecados, en la cercanía a nosotros para todo lo que necesitamos y en la entrega de su vida hasta derramar su sangre; para devolver al mundo la santidad con la fuerza de un amor capaz de llegar hasta el final. Podemos sentir este amor tan grande en los pequeños detalles de cada día: en el mundo que nos rodea, en la gente que nos quiere y que nos ayuda y también escuchando estas palabras de vida y celebrando los sacramentos. Cuando encontramos tiempo para el silencio y dejamos que Jesús nos hable al corazón, podemos comprender que es verdad, que nos quiere hacer experimentar el amor del Padre y que llena así nuestro pequeño corazón con la inmensidad del suyo.
    Nos ha llamado amigos. Él no necesita siervos que le obedezcan por miedo a un castigo, sino que quiere amigos a los que hacer felices con su amistad y que esa alegría los anime a corresponder con generosidad, por amor y no por miedo. ¡Qué equivocados están los que entienden a Dios como un juez severo o los que piensan que deben pasarlo mal para contentarlo! Jesús nos quiere como amigos para revelarnos los secretos más ocultos y ponerlos a nuestro alcance. Para enseñarnos que la forma de conocer a Dios es amando, porque Dios es Amor.
    Quiere que demos fruto abundante y para eso nos deja un único mandamiento: que nos amemos unos a otros. La forma de corresponder a la amistad de Jesús es amándonos unos a otros. Por tanto, todo consiste en ser amigos de todos, ser amigos de verdad, capaces de dar la vida porque ése es el amor más grande. Estar disponibles, saber perdonar, compartir las alegrías y las preocupaciones, vivir el amor que hemos recibido de Él.

Al sentir cómo tú me has elegido siendo yo tan poca cosa he podido descubrir un amor que me supera. Yo soy un instrumento torpe y tú me has acompañado para hacer de mí algo eficaz. Tú me has elegido a mí y tú me has hecho capaz de dar fruto abundante. Nada tengo que presumir, porque todo lo que tengo y lo que soy lo he recibido de ti. Ahora sabiendo que todo lo que pida en tu nombre el Padre me lo dará, voy a orar y pedir por todo aquello que necesita el mundo y por todas las personas que me has encomendado.