sábado, 26 de mayo de 2012

El Espíritu Santo


"Recibid el Espíritu Santo.
A quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados;
 a quienes se los retengáis, les serán retenidos". (Jn 20,22-23)

Jesús vino al mundo enviado por el Padre y cumplió su misión llegando hasta el final. Con su obediencia nos ha abierto el camino para llegar a Dios, nos ha purificado de nuestros pecados y nos ha ofrecido la esperanza de superar todos los males de este mundo. Su presencia entre nosotros ha sido una Buena Noticia que ha llenado de alegría al mundo.
Jesús ha dejado de estar visiblemente entre nosotros pero su gracia no puede desaparecer de la tierra. A sus discípulos les encomendó la misión de seguir haciendo posible en el mundo la salvación. Como el Padre lo ha enviado a Él así es como Él ha enviado a sus discípulos.
Cualquiera de los apóstoles podría sentir que no era nadie para llevar a cabo este mandato. A fin de cuentas eran gentes sencillas y además en los momentos más importantes le habían fallado: habían huido y habían negado a su maestro. Pero Jesús cuenta con ellos y los envía.
Para hacer posible ese ministerio sopló sobre ellos el Espíritu Santo, el mismo Espíritu que Él había recibido en el Jordán el día de su Bautismo, el Espíritu que había inspirado a los antiguos profetas. Los apóstoles no eran nada por sí mismos pero con la presencia del Espíritu Santo sí que pueden actuar en el nombre de Jesús y transmitir al mundo su gracia.
La gracia de Dios es, sobre todo, el perdón de los pecados. Jesús derramó su sangre para el perdón de los pecados y a los apóstoles les dio este poder.
Después del paso de los siglos la Iglesia continúa transmitiendo el poder del Espíritu Santo. Así es como se hace posible que hombres débiles y pecadores lleguen a ser sacerdotes y puedan hacer presente a Jesucristo en la Eucaristía y perdonar pecados con el sacramento de la penitencia.
Tal vez tú también sientes que no eres nada y que llevar a Cristo es algo que te supera. También a ti te llama para que des testimonio de su amor y construyas su Reino de Fraternidad. No tengas miedo sólo debes decirle sí y el te dará su Espíritu. Con la fuerza del Espíritu Santo será posible vivir el Evangelio y comunicar la alegría del amor de Dios.

Envía tu Espíritu, Señor, que transforme mi mediocridad y llene mi corazón de entusiasmo para proclamar tus hazañas. Envía tu Espíritu, Señor, para que aparte de mi todo sentimiento malo y ponga en mí deseos puros de hacer tu voluntad. Envía tu Espíritu, Señor, para que viva un encuentro profundo contigo y la oración se convierta en el oxígeno de mi vida espiritual.
Envía tu Espíritu, Señor, y renueva la faz de la tierra.

sábado, 19 de mayo de 2012

Ascensión del Señor


A los que crean les acompañarán estos prodigios:
en mi nombre echarán los demonios;
hablarán lenguas nuevas;
 agarrarán las serpientes y,
aunque beban veneno, no les hará daño;
pondrán sus manos sobre los enfermos
y los curarán.(Mc 16,17-18)

Jesús había hecho grandes prodigios durante su vida y, antes de irse al cielo, quiere dejar a sus discípulos el encargo de continuar con su misión. Los apóstoles habían sido duros para creer en la Resurrección pero aun así el Señor sigue confiando en ellos. Porque no serán sus cualidades personales ni su buena capacidad para predicar sino el poder del Espíritu Santo que vendría sobre ellos.
Me ha llamado la atención que Jesús prometa todos estos prodigios con tanta naturalidad. Yo sólo he podido comprobar que en mi caso no se han hecho realidad: ni echo demonios, ni hablo lenguas ni curo enfermos y, desde luego, no voy a hacer la prueba de coger serpientes o beber veneno.
Tal vez si tuviera más fe podría ver esos prodigios que Dios realiza a través de mí. Tal vez lo que me falta es creer de verdad. Jesús ha dicho que estos signos acompañarán a los que crean. Ahí es donde posiblemente está mi fallo, en que me falta creer que puedo hacerlo.
Es verdad que no he podido echar demonios, ni he tenido oportunidad de toparme con ninguno, pero sí que he ido corrigiendo muchos pecados. Con la ayuda de la gracia he superado muchas tentaciones.
Y no hablo lenguas, ni siquiera me defiendo con las que aprendí en el colegio. Pero he tenido ocasión de comunicarme con gente de países muy diversos: rusos, italianos, ingleses, franceses, alemanes, africanos, americanos. Y nos hemos entendido por lo menos en lo básico. Tal vez el lenguaje de la amistad y la cercanía es algo universal que nos permite comunicarnos a todos.
Sobre coger serpientes o beber veneno es que no se me va a ocurrir comprobarlo. Pero tal vez se pueda entender como haber sido capaz de emprender aventuras que creía imposibles para mí y que se han hecho realidad, o haber afrontado peligros diversos y haberlos superado.
Y finalmente habla de curar a los enfermos. Sé que hay muchos creyentes que dedican mucho tiempo a estar con los enfermos y hacer que su sufrimiento sea más llevadero. No vamos a conseguir erradicar la enfermedad del mundo pero podemos estar al lado de los que sufren para que no se sientan solos en ese trance.
Si creo de verdad puedo contemplar los grandes prodigios que sigue haciendo el Señor a través de sus discípulos.

Estás en el cielo, Señor Jesús, a la derecha del Padre. Tienes todo el poder del universo como Dios que eres. Pero no nos has dejado, sigues con nosotros y actúas cada día para favorecernos. Nos sigues hablando por medio del Evangelio y de los acontecimientos, nos sigues salvando con los sacramentos, estás atento a lo que te pedimos y nos muestras tu cercanía y además te has quedado hecho pan en la Eucaristía para que podamos verte y adorarte.

viernes, 11 de mayo de 2012

Amigos y no siervos


Ya no os llamo siervos,
Porque el siervo no sabe lo que hace su señor:
A vosotros os llamo amigos,
Porque todo lo que he oído a mi Padre
Os lo he dado a conocer. (Jn 15,15)

Jesús ha venido a hacernos partícipes del amor del Padre. Él mismo nos dice que nos ha amado lo mismo que el Padre lo ha amado a Él. Por eso quiere tenerme como amigo.
Tal vez sea interesante tener un siervo que obedezca dócilmente todas tus órdenes por miedo al castigo. Pero eso no es lo que le interesa a Dios ni tampoco a su Hijo.
Dios se ha revelado como Padre y quiere que acuda a Él como hijo para darme todo su amor, para escuchar todo lo que quiera contarle y ofrecerme todo lo que me puede hacer feliz. Quiere que me sienta con confianza y familiaridad, que su presencia me llene de inmensa alegría.
Jesús tampoco quiere siervos sino amigos. Tiene un mandamiento que proponer pero es un mandamiento que no se puede cumplir por miedo o por servilismo. Su mandamiento es el amor y sólo se puede cumplir por un sentimiento profundo.
 Ha sido Él quien me ha amado primero, quien me ha llamado y elegido para que dé fruto abundante. Ha sido Él quien ha venido a mí para que yo lo conozca y sienta su gracia actuar dentro de mí.
Siento que todo lo que el Señor me manda es más un privilegio que una carga, es más un regalo que una tarea. Al acercarme a Él he experimentado la fuerza de un amor impresionante que no se puede expresar con palabras y es como un fuego que arde dentro de mí y que no puedo apagar.
Es un sentimiento de alegría que me impulsa a querer compartir con todo el mundo este gozo pleno, a desear que todos puedan ser felices, a mirar a cada persona como un hermano querido y no pasar indiferente ante nadie que se cruce en mi camino.
Si el encuentro con Jesucristo es capaz de producir estos sentimientos dentro de mí qué hermoso será el mundo cuando todos lo conozcamos y todos nos sintamos hermanos y todos experimentemos cómo arde dentro de nosotros esa llama inextinguible del amor.

Tú me has comunicado el amor del Padre con la entrega de tu vida. Nadie tiene amor más grande que el que tú has mostrado en la cruz. También me has dejado un mandamiento, un solo mandamiento que contiene todos los secretos de la felicidad: el Amor. Es un mandamiento que se puede cumplir siendo amigo y no siervo. Como tú me has amado yo he de amar también a mi prójimo para que el Amor siga extendiéndose por toda la tierra y haga llegar tu Reino.

sábado, 5 de mayo de 2012

La vid y los sarmientos


Mi Padre es glorificado
si dais mucho fruto y sois mis discípulos. (Jn 15,8)

Qué fantástica propuesta me hace Jesús: dar mucho fruto. Hace que sienta dentro de mí los deseos más puros y más nobles. Cómo quisiera dar fruto de verdad y ver que llega a este mundo la paz gracias a mi esfuerzo. Desearía proclamar a todos la Buena Noticia de Jesús con tanto entusiasmo que, al oírme, sintieran deseos de entregarle a Dios toda su vida. Desearía tener una fuerza de Caridad tan grande que todos los pobres y tristes pudieran venir a mí y encontraran consuelo y alivio en sus problemas. Sentiría que estoy dando fruto abundante.
Ahora me miro a mí mismo y veo que la realidad está muy distante de mis buenos deseos. Más bien veo que estoy dominado por la mediocridad y cada día tengo que luchar por superar mi pereza o mi falta de entusiasmo. Tal vez el fruto que Dios espera de mí no son los resultados llamativos. Si lograra tantas cosas buenas sentiría que soy grande y me llenaría de vanidad. Pero Dios me pide frutos que tengo que sacar de dentro de mí.
Tengo que dar fruto con la perseverancia en la fe. En medio de la sequía espiritual que nos toca vivir, mi fruto será seguir confiando en el Señor y alabándolo por todo el bien que me ha hecho; mantener vivo el espíritu de oración y no fallar ni un solo día en el encuentro personal y comunitario con Jesucristo.
Daré mucho fruto si soy capaz de superar mis rencores y perdono de corazón a quien me ha hecho algún mal, si me desprendo de mis apegos materiales y comparto mis cosas con los que no tienen nada, si me entrego más a las cosas del cielo que a las de la tierra.
En definitiva, daré fruto si le digo a Dios sí, aunque lo que me pide parece fuera de mi alcance y me dejo llevar por él en las cosas de cada día.
También sigue habiendo mucha distancia entre el deseo y la realidad. Pero el Jesús me recuerda que soy el sarmiento que tiene que estar unido a la vid. Por eso mi primer paso ha de ser unirme a él.

Tu Palabra me alimenta con la savia de tu sabiduría y con sólo escucharla ya está transformando mi vida. Tu perdón purifica mi corazón y me hace sentirme limpio y pone dentro de mí deseos de santidad. Tu cuerpo y tu sangre, entregados por mí, me llenan de tu amor y me fortalecen para que pueda superar todas mis flaquezas. Tú mismo has puesto en mi vida los medios que me permiten estar unido a ti para siempre y así dar fruto abundante.