sábado, 17 de enero de 2015

El encuentro personal con el Señor

Hemos encontrado al Mesías (Jn 1,41)

Nos cuenta el Evangelio de Juan cómo los primeros discípulos conocieron a Jesús. Primero fue el Bautista quien le indicó a dos de ellos que Jesús es el Cordero de Dios. Aquellos dos discípulos se animaron a ir con él y a ver donde vivía. Sin duda aquel encuentro con Jesús fue para ellos algo extraordinario, se les quedó muy grabado hasta el punto de recordar mucho tiempo después la hora en la que todo comenzó.
Conocer a Jesús fue algo tan impresionante que produjo en ellos una alegría inmensa y sintieron la necesidad de contárselo a los demás. Así, nos cuenta el Evangelio cómo Andrés fue a buscar a su hermano Simón para decirle que habían encontrado al Mesías y cómo Simón fue corriendo a conocer de forma personal a Jesús.
Simón Pedro y los demás discípulos vivieron con Jesús momentos trascendentales. Se estaba cumpliendo todo lo que los profetas habían anunciado y ellos fueron los protagonistas de los acontecimientos que nos alcanzaron la salvación.
También hoy hay muchas personas que buscan una respuesta a sus preocupaciones y tal vez, en muchos casos, la buscan por caminos equivocados. Lo sabemos bien, no es el dinero, no es el placer y tampoco nada mundano quien nos puede salvar. Nosotros lo sabemos muy bien, es Jesús quien viene a traernos la Buena Noticia con la entrega de su vida.
Por eso nos sentimos contentos en su presencia. Alguna vez alguien nos llevó a Él y nos acercamos a conocerlo. Sentimos la alegría de su amor, sentimos la emoción de estar con Él, supimos que sus palabras nos animaban en todo momento y el ejemplo de su vida lo convertimos en un ideal para toda nuestra vida.
Esta alegría de conocer al Señor no se puede guardar, sentimos la necesidad de compartirla con todos, de gritar a todos los que andan buscando una respuesta que es Jesús el que nos trae la Buena Noticia. Es necesario que lleguemos a ser testigos de esta vida nueva, para que otros se animen a buscar a Jesús y a dejarse encontrar por Él. A su vez ellos llevarán a otros ante su persona y seguirá creciendo nuestra gran familia cristiana. Cuantos más hermanos somos, mayor también es nuestra alegría.

No me has librado de mis problemas pero te has comprometido a estar conmigo para ayudarme a afrontarlos y a superarlos. Sentir tu presencia salvadora en mi vida y saber que estás siempre que te necesito es la energía que me permite afrontar las dificultades. Sé que estás dispuesto a ayudarme a levantarme siempre que caigo, sé que nunca me fallas pase lo que pase. Yo también te digo: Aquí estoy, haz de mí lo que quieras.


sábado, 3 de enero de 2015

La llegada de la Gracia

De su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia, porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. (Jn 1, 17)

La presencia de Jesús en nuestro mundo ha dado comienzo a la era de la gracia. Ya el ángel Gabriel había saludado a María con un nombre nuevo, la llamó llena de Gracia. Y es que comenzaba una nueva era en la historia de la humanidad. Hasta entonces la ley había tratado de expresar la voluntad de Dios para animar a los hombres a ser santos, pero había fracasado porque al quebrantarla todos quedaron marcados por el pecado. Pero la Palabra se ha hecho carne; el Hijo de Dios ha venido a nuestro mundo para traernos la luz que disipa toda oscuridad. Él llama a nuestra puerta y podemos abrirle o no. Si lo recibimos nos otorga el poder de ser Hijos de Dios.
Es un poder diferente de los poderes de este mundo. No es el poder de someter a los demás, tampoco el poder de controlar la naturaleza. Es el poder de ser libres como Él, el poder de amar intensamente y de entregar la vida, el poder de afrontar los problemas con paz y de comunicar a los demás esta esperanza. Es el poder de animar, de consolar y de acompañar. En realidad es un poder muy grande que se percibe cuando se cree. Es la verdadera sabiduría.
María, la Llena de Gracia, participó como nadie de este poder. Así ha llegado para todos nosotros la posibilidad de recibir la gracia que Cristo nos ofrece a todos. No podríamos lograrlo por nuestros méritos, porque a nosotros nos cuesta mucho vivir el amor, nos cuesta mucho sacrificarnos o desprendernos de nuestras  cosas. Sabemos bien cómo nos sentimos apegados a lo material. Pero la gracia hace posible que seamos santos. Es la fuerza del Espíritu Santo que actúa en nosotros y pone todo el amor que nos falta; es el poder de la Eucaristía que nos mantiene fuertemente unidos al Señor, es la limpieza de la purificación de nuestros pecados. Todo lo hemos recibido de la plenitud de Jesucristo, la Palabra hecha carne.


El mundo se ha llenado una vez más de tu gloria. Tal vez a muchos le haya pasado desapercibido. Pero tú estás aquí, en medio de nosotros sosteniendo nuestras vidas.