sábado, 19 de octubre de 2013

Orar sin desanimarse

Pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas?
Os digo que les hará justicia sin tardar.
Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra? (Lc 18,8)

El Señor nos ha enseñado como es Dios. Con Él hemos aprendido que Dios es Padre, que nos ama profundamente como a hijos y por eso está siempre esperando que volvamos para abrazarnos y llenarnos de su amor. También sabemos que Dios lo puede todo porque todo lo que existe es obra suya. Esta es la razón de nuestra confianza en él. Podemos pedirle cualquier cosa que necesitamos porque sabemos que lo puede todo y que nos ama.
Esto es lo que hemos aprendido en nuestro camino de discípulos de Jesús. Él Es nuestro maestro y nos ha explicado con detalle cómo no tenemos nada que temer y cómo podemos confiar en aquel que alimenta a los pájaros del cielo y viste a las flores del campo. A nosotros nos ama mucho más y está dispuesto a darnos mucho más. Pero luego está la vida, el día a día. En nuestro camino cotidiano por este mundo lo que vemos muchas veces es que las cosas nos salen mal. Seguimos el consejo de nuestro Maestro y buscamos al Padre para suplicarle por aquello que necesitamos y, sin embargo, parece que no tenemos respuesta.
Como discípulos de Jesús tenemos que fijarnos siempre en su misma persona. También Jesús oró en el huerto de los olivos pidiendo que se apartara de Él el cáliz de la amargura. Pero culminó su obediencia entregando la vida y dándolo todo en la cruz. A pesar de todo la carta a los Hebreos nos dice que el Señor fue escuchado en su angustia. Que fue escuchado, no quiere decir que Dios le evitó el trago amargo de la cruz, pero sí que lo confortó y estuvo a su lado para que pudiera llevar hasta el final la redención de los hombres.
Así aprendemos la lección de orar siempre sin desanimarnos. Podemos tener la sensación de que Dios no nos escucha o de que no le importan nuestros problemas. Pero, en medio de estas dudas, hemos de mantener viva la fe. La realidad nos puede presentar el vacío o el fracaso de nuestra oración. La fe nos dice que Dios nos escucha y que no nos deja solos, aunque no se cumplan nuestros deseos según nuestra forma de entender. Dios tiene su ritmo y su forma de hacer las cosas y todo será siempre para nuestro bien.
Ya nos había dicho Jesús también que basta con que tengamos fe como un grano de mostaza y podremos cambiar este mundo por completo.
Yo he ido purificando mi fe y haciendo que mi oración sea más madura. Es verdad que muchas veces se hace duro el aparente silencio de Dios pero también puedo descubrir cuántas cosas he recibido y cómo ha respondido a todas mis plegarias.

Padre, Me pongo en tus manos. Haz de mí lo que quieras. Sea lo que fuere, Por ello te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo.
Lo acepto todo, Con tal de que se cumpla Tu voluntad en mí Y en todas tus criaturas. No deseo nada más, Padre.

Te encomiendo mi alma, Te la entrego Con todo el amor de que soy capaz, Porque te amo y necesito darme, Ponerme en tus manos sin medida, Con infinita confianza, Porque tu eres mi Padre. (Carlos de Foucauld)

viernes, 11 de octubre de 2013

Los diez leprosos

Uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, 
  y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y éste era samaritano. 
(Lc 17,15-16)

En la vida ordinaria sabemos que hay que ser agradecidos y demostramos nuestra buena educación aprendiendo desde pequeños a decir “gracias”. También es necesario mirar  a Dios con gratitud por todo lo que recibimos de Él.
Cuando damos gracias hacemos un acto de humildad porque reconocemos que hemos recibido algo que se nos ha regalado.  Nos damos cuenta de que lo que hemos recibido no era un derecho nuestro sino un don que se nos otorga. Y como todo es un don no podemos apropiarnos nada de forma egoísta sino que todo ha de servir para la gloria de Dios y el bien de los hermanos.
 En la parábola sólo vuelve dando gracias el samaritano. Los otros nueve tal vez pensaron que tenían derecho a ser curados por ser judíos. Por eso a él se le anuncia que su fe lo ha salvado. Todos han sido curados pero sólo uno ha sido salvado.
Cuando damos gracias estamos reconociendo el amor del Padre que se nos hace presente hasta en los más pequeños detalles. Podríamos orar reconociendo todo lo que Dios nos ha dado en nuestra vida. Pensar detalladamente en todos los dones recibidos: las cosas importantes como la vida, la familia, el amor… las cosas pequeñas de cada día como una sonrisa, un gesto de cariño, un saludo o una sencilla oración… las cosas materiales como la casa, el trabajo, el alimento… y también los dones espirituales como el perdón de los pecados, la oración, la fe, la esperanza en la vida eterna…
Son muchos bienes los que el Señor ha derrochado sobre nosotros.


Señor Jesús, yo también estaba manchado con la lepra del pecado y tú has tenido compasión de mí. Me has devuelto la carne sana con tus palabras de vida, con tu entrega hasta la muerte y con tu resurrección. Me has llamado para servirte y me has enviado tu Espíritu  para que actúe conmigo y me ayude a superar mis limitaciones. Me has rodeado de personas que me hacen llegar tu amor cada día con su cercanía. Todo lo que hay en mí es un motivo para darte gracias de todo corazón.

sábado, 5 de octubre de 2013

La fe

Auméntanos la fe (Lc 17,5)

El papa Benedicto XVI nos propuso vivir un año de la fe, por eso siguiendo su indicación toda la Iglesia ha puesto en marcha diferentes iniciativas para reanimar la fe de los cristianos. La verdad es que nos ha tocado vivir una época donde la vida religiosa no es muy valorada y, en algunos casos, es rechazada. Pero esto tiene que convertirse para nosotros en una llamada a vivir con mayor entusiasmo y con mayor vitalidad nuestra fe para poder testimoniar que es Jesús quién sostiene nuestra vida.
Es verdad que vivimos muchas veces experiencias frustrantes como la del profeta Habacuc, que está cansado de confiar en Dios y de pedirle auxilio para no recibir respuesta. Posiblemente cada uno de nosotros puede contar cosas muy concretas.
El Señor anima a Habacuc diciéndole que tenga paciencia porque todo llegará a su momento y le recuerda que el justo vivirá de su fe.
Tal vez, en la situación en la que muchos se encuentran de falta de recursos, por el paro o por los problemas diferentes que estamos viviendo, está haciendo falta que alguien tenga mucha fe para poder dar esperanza y animar con su entusiasmo a trabajar para cambiar las cosas. Alguien que sepa confiar en Dios que no te falla y que si te llama es el primero que está actuando para que todo funcione. Ahí está hoy nuestra responsabilidad. Tenemos un reto por delante: anunciar a Jesús con obras y palabras, y cambiar la vida de las personas para que todos seamos más felices. No se trata de voluntarismo, no es cuestión de embarcarse en muchas cosas para luego quedarse a medias, es más bien respuesta a la llamada del Señor. Por eso es necesaria la fe. Lo que nos mueve es el amor de Jesús que ha dado la vida por nosotros y su promesa de estar siempre a nuestro lado.

Soy un pobre siervo, tú me has llenado de dones y me has puesto ante los ojos todo el amor que nunca habría llegado a imaginar y yo he estado perdido en mi egoísmo, incapaz de descubrir lo que me estabas ofreciendo. Has contado conmigo, sabiendo mi pobreza y mi poca capacidad para llevar a cabo tu proyecto y tienes paciencia con mis quejas, con mi lentitud en el camino y mis tropiezos. Ni siquiera puedo decir que he hecho lo que estaba mandado, sólo puedo reconocer que soy un pobre siervo y que tú eres un gran Señor.