miércoles, 17 de septiembre de 2014

La justicia de Dios

"Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada". (Mt 20,12)

El Señor siempre nos desconcierta, de alguna manera, en sus parábolas. Seamos sinceros, a nosotros tampoco nos parece justo que un patrón pague lo mismo a quien ha trabajado todo el día, que a quien sólo ha trabajado una hora. Ciertamente todos funcionamos con los criterios de este mundo. Para nosotros la justicia significa recibir lo que te mereces por tu trabajo o por tu esfuerzo. Pero en la mente de Dios las cosas son de otra manera.
Dios se nos ha revelado como un Padre misericordioso, que nos mira como a hijos queridos. La justicia de Dios está marcada por el amor y no por los méritos personales. Un Padre así no da a sus hijos lo que se merecen sino lo que necesitan. Los obreros de la viña que han trabajado una hora necesitan el denario para su sustento y el de su familia y por eso, el dueño de la viña les da lo mismo que a los otros.
Cuando entiendo así la justicia de Dios, siento primero el agradecimiento. Porque sé que Dios no me va a juzgar según mis pecados sino que me mira con amor de Padre y está siempre atento a lo que necesito. Por eso ha entregado Cristo su vida para mi salvación sin que yo mereciera nada.
Pero al sentirme así amado por mi Padre tengo que aprender a mirar a los demás también con esta forma peculiar de entender la justicia. Tendré que ser paciente con el que no entiende o con el que se equivoca y hasta con aquel que hace el mal. A veces tendré que estar más cercano y más amable con quien menos se lo merece porque será el que más lo necesita. Y cuando soy capaz de actuar de esta manera estoy conociendo más profundamente a Dios y puedo llegar a comprender todo lo que ha hecho por mí.


Señor Jesús, has dado tu vida por mí sólo porque me amas como soy, a pesar de mis dudas, de mis pecados y de mis debilidades. Has puesto para mi beneficio todo el amor que yo no soy capaz de dar. Sabiendo mi torpeza y mi lentitud en responder no has dudado en contar conmigo para extender tu Reino y llevar tu amor y tu Palabra a los pobres. Nunca podré merecer tanto pero tú me lo das todo porque sabes que te necesito, que sin ti no soy nada.