sábado, 3 de agosto de 2013

Así será el que amasa riqueza para sí y no es rico ante Dios. (Lc 12,21)

Las noticias nos ponen muchas veces ante los ojos hasta dónde es capaz de llegar mucha gente por su afán de dinero. Todos nos sentimos indignados cuando vemos a los que se han enriquecido con métodos injustos, muchas veces a costa del sufrimiento de otras personas. Parece que el dinero actúa como una droga que te va pidiendo cada vez más y te obliga a hacer lo que sea para lograrlo. Al final acaba siendo una esclavitud y nos priva de las cosas buenas de verdad.
Puede ocurrir que sintamos admiración por los que logran el éxito limpiamente y convertimos en un ejemplo a los que tienen muchos bienes. En el fondo, deseamos tener más. Tenemos que reconocer que se nos pega el espíritu del mundo con mucha facilidad.
Jesús es muy claro en su mensaje. Para él son felices los pobres y por eso nos anima a tener nuestro tesoro en el cielo, a vender nuestros bienes y repartirlos en limosnas.
Recientemente, el papa Francisco expresó su deseo de tener una iglesia pobre para evangelizar a los pobres. Así que tenemos mucho trabajo por hacer para lograr esa meta, porque la tentación del dinero es grande y hay que vencerla con mucho desprendimiento de las cosas de este mundo.
Ser ricos ante Dios es todo un ideal para dedicar la vida entera. En lugar de buscar bienes terrenales hay que aspirar a los bienes del cielo. Es mejor despojarse del hombre viejo y revestirse de Cristo: tener sus sentimientos y mirar al otro como él lo mira. Jesús ha entregado la vida por todos, miremos a cada persona como alguien por quien Cristo se ha ofrecido en la cruz. Esto es hacernos ricos para Dios. Por eso más que buscar riquezas o grandezas hay que mirar el bien de los otros, hacerse servidores de los demás, desprenderse de los bienes aspirando a bienes mucho más grandes.


Señor Jesús, tú has sido mi buen samaritano deteniéndote ante mí y curando mis heridas, me has cuidado y me has devuelto la vida con tu entrega. Así me has dejado abierto el camino de la verdadera riqueza. Vivir el amor sin reservas y estar así siempre cerca de Dios que es Amor.