sábado, 29 de marzo de 2014

Jesús es la luz del mundo

¿Crees en el Hijo del Hombre?

     Nos recordaba el papa Benedicto XVI que no se empieza a ser cristiano por una decisión personal sino por el encuentro con una persona. Porque es el encuentro con Jesucristo el que cambia para siempre nuestra vida y nos hace ver las cosas con otra mirada.
   En el episodio del ciego de nacimiento podemos ver también cómo el encuentro con el Señor ha transformado la vida de aquel hombre y ya no vuelve a ser como antes.
     Por una parte le ha dado la vista, le ha traído la luz. Ya no necesita ponerse a pedir limosna ni tiene que ser considerado hijo del pecado. Ha recobrado la dignidad que antes no tenía. Pero por otro lado se le ha complicado la vida: los judíos no dejan de hacerle preguntas, sus padres no quieren implicarse y ha terminado expulsado de la sinagoga.
     Después de este episodio Jesús vuelve ante él y le pregunta si cree. Me pregunto cómo debió de ser aquel encuentro con el Maestro. Después de todo lo ocurrido podría haber dado cualquier respuesta pero él se postró ante él y dijo: Creo, Señor.
    Siento la necesidad de encontrarme con el Señor para que él me ayude a superar mis dudas y mis tinieblas. Tengo muchos motivos para poner en él mi esperanza y confiar en el poder de su palabra, pero no faltan también razones para dudar porque también las dificultades y los sufrimientos se hacen presentes en mi vida. Delante de él, estoy seguro de que no podré dar otra respuesta que decir: Creo, Señor, y postrarme ante su presencia.

Tu Palabra es una luz en mi vida. A través de ella me revelas el inmenso amor que tienes por mí y pones ante mis ojos la gran dignidad con la que has querido revestirme. Me muestras así la belleza de tu proyecto de fraternidad.
Tu presencia viva es también una luz resplandeciente. Tú caminas conmigo y me muestras de muchas maneras tu cercanía, me tiendes tu mano para que me levante siempre que caigo y me haces sentir tu amor de forma concreta en los signos pequeños de cada día.
Lleno de tu claridad abandonaré las tinieblas del pecado, de la tristeza o de la duda y llevaré tu luz a mis hermanos.

sábado, 15 de marzo de 2014

LA TRANSFIGURACIÓN

Levantaos, no temáis (Mt 17,7)

              Los tres apóstoles elegidos tuvieron el privilegio de contemplar a Jesús con toda su gloria. Pudieron comprobar con sus propios ojos que aquel hombre sencillo era verdaderamente Dios. Pudieron entender que Dios no nos muestra su gloria con grandezas y espectáculos llamativos sino más bien se hace presente en lo escondido y hasta en lo débil y pobre. Ésta será la lección que necesitarán aprender cuando llegue el momento culminante de la pasión y la cruz.
          Es la lección que cada año tenemos que recordarnos nosotros con nuestras celebraciones pascuales. Jesús nos ha mostrado la grandeza de Dios y su amor por nosotros padeciendo y muriendo como un malhechor. Pero  viviendo ese amor tan grande que es capaz de dar la vida, viviendo ese amor que no se deja vencer por el odio sino que perdona en el último momento, nos ha mostrado la verdadera grandeza y el poder de Dios.
          A  a aquellos tres discípulos que cayeron al suelo asustados los animó a levantarse y no temer. Pienso que hoy me dirige a mí estas mismas palabras. Es como si me dijera que no me deje vencer por mis pecados, ni por mis miedos ni tampoco por mis debilidades: Él está aquí conmigo y me tiende la mano.
        Sintiendo esta llamada, me levantaré. Me pondré en sus manos para construir su Reino. Me arrepentiré de mis pecados y pediré perdón con confianza, sacaré fuerzas de mí mismo para no dejarme vencer por mis dudas y mis recelos, el Señor está conmigo y no dejará que me ocurra nada.
           Es verdad que la cruz está en el horizonte. El Señor no me va a evitar el sufrimiento, pero no caerá un pelo de mi cabeza sin que Él lo permita. Después de la noche siempre amanecerá un nuevo día. Después de la cruz vendrá la Resurrección y la gloria.


          Tú me has llamado a tomar parte de los duros  trabajos del Evangelio. Yo no soy nada pero te he dicho sí y estoy día tras día trabajando y dando la vida por cambiar este mundo, proclamando tu Palabra para que llegue al corazón de la gente. Son duros los trabajos del Evangelio porque en ellos se pone todo el corazón y tú haces que me sienta unido profundamente a todos mis hermanos, que me alegre con ellos y también que sufra con ellos. Pero no me has dejado solo. Vienes conmigo y me fortaleces con tu Espíritu Santo.

sábado, 8 de marzo de 2014

El desierto

Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al final sintió hambre.

Nuestra cuaresma está inspirada en esta cuaresma del Señor. Es como si hoy pudiéramos acompañar a Jesús al desierto. El desierto, en sentido espiritual, consiste en dejar de lado las preocupaciones cotidianas, intentar alejarnos del ruido y de las prisas de este mundo; hacer silencio interior para poder escuchar la voz de Dios.
Así, a solas con Dios, podemos reflexionar sobre todo lo que Él ha hecho por nosotros cada día y también sobre lo que quiere de nosotros. Es la oportunidad para hablar con Él de nuestras inquietudes y nuestras dudas, para pedirle lo que necesitamos de su gracia, para recibir el perdón de nuestros pecados, también para darle gracias por todos sus dones y para adorarlo y reconocerlo como nuestro único Señor y Dueño.
En estos cuarenta días también se nos proponen obras de penitencia. El ayuno como un signo de nuestro deseo de conversión que no es sólo la privación de algunos alimentos sino también privarnos de cosas superfluas y no tan superfluas para compartir nuestros bienes con los más pobres. De este modo nos vamos haciendo también más fuertes en nuestra vida espiritual.
El desierto es también un lugar de lucha, porque en esta batalla del encuentro con el Señor hay que enfrentarse al diablo. La tentación está también muy presente en nuestra vida de cada día y hay que estar alerta porque puede ser muy sutil. El diablo también tentó al mismo Jesús pero le dio la oportunidad de mostrarnos a todos la forma de vencer: manteniendo siempre la fidelidad al Padre que nos llama y nos envía.
La tentación es el deseo egoísta de triunfar, de tener cosas, de ser poderoso y evitar todo lo que nos pueda hacer sufrir. Es el engaño de Satanás que nos quiere hacer creer que no le importamos a Dios y nos inunda la mente de dudas.
Estos días pueden ser también una oportunidad para hacer más fuerte nuestra fe en el Señor, para recordarnos todo lo que recibimos de Él cada día y no dejarnos impresionar por las humillaciones o las dudas que son obra del diablo. Acercándonos a Dios saldremos fortalecidos de la prueba.
No olvidemos que estos cuarenta días son una preparación para vivir la Pascua del Señor. Todo este recorrido cuaresmal nos conduce a la celebración del Misterio que transformó el corazón del mundo para siempre.

Con tu obediencia has redimido mi pecado y me has mostrado el camino de la santidad. Tú eres la ofrenda que puedo presentar al Padre. Tú has puesto todo el amor que yo nunca tuve para llenar el mundo de luz. Con tu entrega has traído el perdón de los pecados para que a todos nos llegue la Salvación.


sábado, 1 de marzo de 2014

El Reino de Dios y su Justicia

Sobre todo buscad el Reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura. (Mt 6,33)

Al conocer al Señor y escuchar su mensaje sólo hay un objetivo en mi vida: su Reino. Y no me refiero a la vida eterna, que llegará después de la muerte, sino a su persona y su proyecto de vida para este mundo presente.
En primer lugar deseo buscarlo a Él, que es quien me sostiene en todo este esfuerzo. Estar con él y sentir que me siento respaldado en una tarea difícil, en muchos casos imposible. Yo sé que no puedo hacer nada, no sé perdonar de verdad, no me veo capaz de amar a mis enemigos, no tengo posibilidad de cambiar este mundo. Apenas puedo cambiar mi propia vida, ¡cuánto más difícil será cambiar la vida de los demás! Por eso busco a Jesús, mi maestro y mi Señor para sentir que no voy solo por el camino. Es su Reino lo que quiero construir en este mundo.
En segundo lugar tengo que hacer que llegue su justicia. Justicia quiere decir santidad, quiere decir amor. La justicia del Reino de Dios es la alegría de un mundo donde todos somos hermanos de verdad, donde nadie pasa necesidad, donde nadie se encuentra solo con su pobreza o su enfermedad. La justicia del Reino lleva consigo la lucha contra la injusticia, la denuncia de los que acumulan a costa de la pobreza de otros, de los que abusan de su poder para gozar de la vida y no se conmueven del sufrimiento de los pobres.
El papa nos propone una acción como iglesia que tiene que ser una luz para el mundo. Nos anima a “Primerear” a tomar la iniciativa, ser los primeros. Hay que dar antes de que te pidan, perdonar antes de que se arrepientan, ponerse a servir antes de que te busquen, porque así es la justicia de Dios que nos ha amado primero. “Involucrarse” y ponerse a lavar los pies de los pobres. No podemos esperar que otros hagan las cosas. “Acompañar”  porque no se trata de dar una ayuda puntual sino de estar al lado de la gente.  “Fructificar” dando la vida por el Evangelio y “Festejar” porque no podemos olvidar que el Reino de Dios es alegría.
En estas cosas es en las que quiero poner todas mis energías. Sé que también necesito comer y vestirme y todas esas cosillas materiales que a todos nos hacen falta, incluso algunas que son secundarias y las hemos hecho necesarias. Pero todo esto me dice el Señor que se me va a dar por añadidura. Porque es verdad, mi Padre Dios que alimenta a los pájaros y viste a las flores del campo no me va a dejar a mí abandonado porque para Él soy mucho más importante, soy su hijo querido.


La vida me va enseñando a confiar en ti y a superar día tras día las tinieblas. Tú me acompañas en silencio y, a veces, tengo dudas porque desearía ver las cosas con más claridad. Pero siempre llega el momento en el que descubro que nunca has dejado de acompañarme. Creeré sin ver y aceptaré tu voluntad para que seas tú quien sigas guiando mi vida hacia la plenitud de tu Reino.