domingo, 19 de abril de 2020

LAS PUERTAS CERRADAS


AL anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. (Jn 20, 19-20)

Me ha llamado la atención la insistencia del evangelista en las puertas cerradas. Las dos veces que ha llegado Jesús en medio de los apóstoles estaban las puertas cerradas. Pero nos indica que les mostró las manos y el costado, con la marcas de la pasión. Incluso invitó a Tomás a tocar estas llagas en su cuerpo.
Nos está diciendo que Jesús no es un fantasma que atraviesa las paredes, pero tiene un poder inmenso y se presenta ante ellos con toda su gloria. La reacción de los discípulos es la alegría.
Las puertas cerradas me han sugerido también otra clase de cerrazón. La respuesta de Tomás diciendo que necesita ver para creer y el miedo a los judíos de todos los demás nos indican que habían cerrado otras puertas, no sólo las de la casa. Pero Jesús entra y se presenta ante ellos mostrando sus llagas, que ya no son signos de dolor y muerte sino señales de gloria.

También yo tengo mis puertas cerradas por miedo, por falta de fe. La verdad es que se lo pongo muy difícil al Señor. Pero su poder es muy grande y puede presentarse en mi vida, a pesar de todos los obstáculos que le pongo.
Una vez más, sé que lo hará, que volverá a irrumpir con fuerza en medio de nosotros, que nos mostrará su gloria a través de las llagas del sufrimiento y que nos tendrá que volver a reprochar nuestra incredulidad.

Señor mío y Dios mío: Devuélvenos la alegría de creer en ti y haznos testigos de tu Resurrección para que llevemos esperanza a tantos que necesitan ver tu luz.