sábado, 29 de noviembre de 2014

VIGILAD

Mirad, vigilad porque no sabéis cuándo es el momento. (Mc 13,37)

           El Señor viene y quiere encontrarnos dispuestos. Escuchemos su llamada.
          Hay que estar vigilantes para hacer siempre el bien, para mantenernos activamente ayudando a  los hermanos necesitados; con los ojos bien abiertos para descubrir a quien nos necesita antes de que nos lo pida.
        Hay que estar vigilantes para no dejarnos engañar por las seducciones del maligno, para no decaer en nuestra tarea por las dificultades, para no creer que es inútil nuestro esfuerzo, para no dejar de confiar en el Señor que nos ama y cuenta con nosotros porque confía en nuestra bondad. Vigilantes también ante las pruebas que nos pone el tentador, para no apartarnos nunca del bien y de la bondad, para no alejarnos de Dios.
         Estando vigilantes, en el momento que menos esperemos se presentará el Señor en nuestra vida. Algún día llegará nuestra hora final y podremos presentarnos ante Él con la alegría de haber hecho lo que nos pedía. Se presentará con gloria al final de los tiempos para juzgar a las naciones y nos invitará a entrar en su Reino. Y también, en cualquier momento de nuestra vida se está presentando ante nosotros en cada persona que nos busca y en cada acontecimiento de nuestra vida.


                Hoy grito una vez más: Ven Señor. Necesitamos de ti para salir adelante. Todavía no ha llegado la paz a nuestro mundo, todavía sigue existiendo la injusticia y la desigualdad, todavía nuestra vida no es completamente para ti. Pero tú vas a venir y nos vas a llenar de alegría. Ven pronto, Señor, ven Salvador.

viernes, 21 de noviembre de 2014

EL JUICIO FINAL

Señor, ¿Cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el Rey les dirá: Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos conmigo lo hicisteis. (Mt 25,37-40)

En esta parábola del juicio final aparecen los justos, que son los que han dedicado su vida a hacer el bien. Lo que los ha distinguido no han sido sus palabras bonitas o sus actos religiosos sino su amor desinteresado por los pobres.
Cuando ayudaban a los demás no estaban pensando en otra cosa  que aliviar sus sufrimientos y alegrar sus vidas, ni siquiera lo hacían para ganar el cielo. De su corazón lleno de amor y de misericordia salió como fruto el bien hacia el prójimo. Ni siquiera pretendían agradar a Dios o tranquilizar su conciencia. Querían sencillamente aliviar el sufrimiento de alguien a quien amaban sin más.
Así entiendo yo su sorpresa cuando el Rey de la Parábola les dice que lo estaban haciendo con él. Sin saberlo, estaban socorriendo a Cristo en persona.
Hoy me vienen a la mente las personas que se han arriesgado a socorrer a los enfermos de ébola. A pesar del miedo que causa en la sociedad la posibilidad del contagio de esta enfermedad sabemos que mucha gente han tenido más amor que miedo y han considerado más importante el bien de los enfermos que su propia seguridad. Algunos se han contagiado y otros no, pero creo que todos merecen mi reconocimiento, mi admiración y mi respeto. Algún día también ellos oirán la voz del Señor que les dirá: “lo estabais haciendo conmigo.”
Como estas personas sabemos que hay por todo el mundo mucha gente que es capaz de sacrificar su tiempo, su futuro o su vida entera por servir a los más pobres. Sabemos que también están entre nosotros muchas personas que tienen un amor grande y una generosidad digna de admiración.
Tenemos que animarnos a seguir este ejemplo. Tenemos que dejar que el Evangelio renueve así nuestras vidas para amar y dar la vida como Jesucristo la dio por nosotros. Así  escucharemos, al final de los tiempos, la invitación a heredar el Reino preparado desde el principio.


Señor, te haces presente constantemente en mi camino. Me pides ayuda, comprensión, paciencia. Vienes a mí y yo quiero acogerte y mostrarte el amor que necesitas. Posiblemente muchas veces, sin darme cuenta, te he asistido y otras he podido ser indiferente ante tus problemas. Por eso me dirijo a ti para pedirte que me abras los ojos para descubrir a mi hermano necesitado y que me ensanches el corazón para que esté siempre dispuesto a darlo todo. Por las veces que he pasado de largo te pido perdón y te ruego que me des la oportunidad de corregirme.

sábado, 15 de noviembre de 2014

LOS TALENTOS

Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes, he ganado otros cinco talentos sobre ellos. (Mt 25,20)

Como a los empleados de la parábola, el Señor nos ha dejado también a nosotros unos talentos para que obtengamos con ellos alguna ganancia.
A la luz de estas palabras de Jesús llega para mí el momento de meditar sobre todo aquello que tengo de bueno. No se trata de vanagloriarme de mis cualidades ni de caer en la soberbia, pero tampoco sería verdadera humildad dejar de reconocer lo que Dios me ha dado. Sobre todo, creo que es importante saber que lo que tengo es un don recibido. No hay motivos para la vanidad si reconozco que lo he recibido. Además, al reconocer que todo lo bueno que hay en mí es un don de Dios, tengo claro que debo emplearlo para su servicio, es decir, para construir su Reino y dar frutos de justicia y de paz.
Son dones de Dios mis cualidades y mis capacidades personales  pero también lo son mis posibilidades materiales, el cariño de la gente, el apoyo de mi familia y de mis amigos. Todo es un regalo de Dios. Por todo le tengo que estar agradecido y he de cantar continuas alabanzas. Al hacer este ejercicio puedo ver las cosas en positivo. El Señor me ha dado mucho más de lo que yo esperaba y todo ello sin merecerlo.
También es un gran don la fe en Él, por haberlo conocido desde pequeño. Poder rezarle cada día y sentir que está conmigo y que no me deja solo. Es un don que tengo que compartir con los demás para que también llegue a todos la alegría de sentirse salvados por Jesús.


Señor Jesús, me has dado el don de una vocación que supera todas las posibilidades humanas. Siendo un pobre pecador me has convertido en administrador de tu gracia y en portavoz de tu mensaje. Por ti lo dejaré todo y trabajaré para que esta gracia produzca mucho fruto.

sábado, 25 de octubre de 2014

Los dos mandamientos

Maestro: ¿Cuál es el mandamiento principal de la ley? (Mt 22,36)
   Jesús aprovecha una vez más la pregunta malintencionada para dar una enseñanza que se pueda quedar grabada fácilmente. Yo me atrevo a decir que es una de las más importantes.
   Los mandamientos que Moisés entregó a los israelitas en el desierto señalaban los pecados que había que evitar, decían sobre todo lo que no hay que hacer: no robarás, no matarás… ciertamente eran unos mandamientos elementales pero llenos de sabiduría, eran una ley que podría ayudar al pueblo a vivir en paz en la tierra que Dios les iba a dar. Sin embargo la ley se volvió en su contra. Al no cumplir estos mandatos se hicieron merecedores de la condena.
   Pero Jesús nos va a enseñar los mismos mandamientos desde un espíritu nuevo, el del amor. Por eso no nos señala las cosas que no hay que hacer, sino que sencillamente nos indica que amemos a Dios y al prójimo. Como diría San Pablo, el que ama ya tiene cumplida toda la ley.
   Al decir “Amarás” le está dando a la ley la plenitud. Porque el amor no se conforma con evitar el mal sino que busca positivamente el bien. El que ama no sólo se abstendrá de robar sino que estará dispuesto a darlo todo, no se conformará con no mentir sino que defenderá siempre la verdad… el amor siempre nos llevará mucho más lejos que la ley de Moisés.
   Por eso estos dos mandamientos los vemos hechos realidad en la persona misma de Jesús. Él ha sabido amar a Dios con todo su corazón y le ha obedecido plenamente aceptando su voluntad y Él ha sabido amar al prójimo hasta el extremo de entregar su vida para la salvación de todos.


Tus mandamientos son una propuesta maravillosa en la que puedo dedicar toda mi vida, es el ideal para superarme cada día y revisar el camino andado. Pero también me recuerdan constantemente mi debilidad y mi inclinación al pecado. Por eso siento que te necesito a ti para poder vivir así. Tú me ofreces tu compañía y me alimentas con tu propia carne y sangre para que se haga realidad un amor tan extraordinario.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

La justicia de Dios

"Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada". (Mt 20,12)

El Señor siempre nos desconcierta, de alguna manera, en sus parábolas. Seamos sinceros, a nosotros tampoco nos parece justo que un patrón pague lo mismo a quien ha trabajado todo el día, que a quien sólo ha trabajado una hora. Ciertamente todos funcionamos con los criterios de este mundo. Para nosotros la justicia significa recibir lo que te mereces por tu trabajo o por tu esfuerzo. Pero en la mente de Dios las cosas son de otra manera.
Dios se nos ha revelado como un Padre misericordioso, que nos mira como a hijos queridos. La justicia de Dios está marcada por el amor y no por los méritos personales. Un Padre así no da a sus hijos lo que se merecen sino lo que necesitan. Los obreros de la viña que han trabajado una hora necesitan el denario para su sustento y el de su familia y por eso, el dueño de la viña les da lo mismo que a los otros.
Cuando entiendo así la justicia de Dios, siento primero el agradecimiento. Porque sé que Dios no me va a juzgar según mis pecados sino que me mira con amor de Padre y está siempre atento a lo que necesito. Por eso ha entregado Cristo su vida para mi salvación sin que yo mereciera nada.
Pero al sentirme así amado por mi Padre tengo que aprender a mirar a los demás también con esta forma peculiar de entender la justicia. Tendré que ser paciente con el que no entiende o con el que se equivoca y hasta con aquel que hace el mal. A veces tendré que estar más cercano y más amable con quien menos se lo merece porque será el que más lo necesita. Y cuando soy capaz de actuar de esta manera estoy conociendo más profundamente a Dios y puedo llegar a comprender todo lo que ha hecho por mí.


Señor Jesús, has dado tu vida por mí sólo porque me amas como soy, a pesar de mis dudas, de mis pecados y de mis debilidades. Has puesto para mi beneficio todo el amor que yo no soy capaz de dar. Sabiendo mi torpeza y mi lentitud en responder no has dudado en contar conmigo para extender tu Reino y llevar tu amor y tu Palabra a los pobres. Nunca podré merecer tanto pero tú me lo das todo porque sabes que te necesito, que sin ti no soy nada.

sábado, 14 de junio de 2014

Dios rico en clemencia y lealtad

Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia y lealtad.(Ex 34,6)

   El papa Benedicto nos recordó que no se comienza a ser cristiano por una decisión personal sino por el encuentro con Dios que nos cambia la vida. El papa Francisco nos anima a todos a vivir la alegría del Evangelio y a salir para llevar a todos este encuentro que nos cambia y nos llena de alegría.
   Creo que va siendo hora de que descubramos una vez más el rostro amable de Dios. Olvidemos de una vez al dios terrible y justiciero y acerquémonos a este Dios que se ha revelado como rico en clemencia y lealtad.
   En la iglesia tenemos unos dogmas, celebramos el culto con una hermosa liturgia, tenemos también unas normas morales, pero sobre todo tenemos a un Dios que es Padre y nos espera para colmarnos de su amor;  tenemos a Jesús, el Hijo único que ha venido para dar su vida por nosotros y obtenernos el perdón de los pecados; tenemos al Espíritu Santo que nos llena de su fuerza y de su sabiduría para ayudarnos en nuestra debilidad. En definitiva tenemos una experiencia del encuentro con Dios que nos transforma y nos llena de esperanza. Este encuentro es el que me tiene que convertir en testigo alegre del Evangelio ante el mundo.
   El papa nos anima a salir. Esta experiencia preciosa del encuentro con Dios rico en misericordia y lealtad tiene que llegar a todos los rincones. Dios quiere hacerse el encontradizo con todos como ha hecho conmigo y mi testimonio ha de contribuir a provocar ese encuentro.
   Si he vivido la alegría de sentirme salvado y comprendo cómo mi vida se renueva con esta gracia, me siento llamado a compartir con todo el mundo esta Buena Noticia.

  Cuando observo la vida de la gente a la que tanto amas voy descubriendo poco a poco todo lo que estás haciendo por ellos. Me siento sorprendido y comprendo que también yo formo parte de tu proyecto salvador. Deseo obedecerte y dejarme moldear por ti, para convertirme en un instrumento en tus manos. Te doy las gracias por haber contado conmigo. Haz de mí lo que tú quieras.


sábado, 17 de mayo de 2014

Creer, a pesar de todo

No perdáis la calma, creed en Dios y creed también en mí. (Jn 14,1)

Los apóstoles iban a pasar por una prueba muy dura, la pasión de su Maestro. Allí iban a comprobar cómo los caminos de Dios son distintos de los planteamientos humanos. Sería el momento de descubrir el poder del mal y del pecado. Hasta ellos mismos quedarán marcados por su cobardía y su huida ante el arresto de Jesús. Pero también tendrían que comprender después que Dios convertiría todos estos hechos en un río de gracia y salvación.
Jesús, sabiendo todo lo que va a suceder los anima. Tal vez no comprendan ahora el alcance de sus palabras pero, después tendrán tiempo de reflexionar sobre todo lo que ha sucedido para comprender cómo Dios iba conduciendo todos los acontecimientos, cómo de la pasión del Señor nos iba a llegar a todos el perdón de los pecados, de su muerte nos llegaría la vida y de su Resurrección todos podríamos alcanzar la gloria.
Creer significa no perder nunca la esperanza a pesar de que las cosas parezcan indicar siempre lo contrario. Es confiar en Dios que conduce nuestros pasos aunque nos lleve por caminos tortuosos.
Así miro yo mi vida y trato de comprender el día a día. Así quiero mantener siempre viva la alegría para poder animar y consolar a los que pasan por momentos difíciles.

Nos has prometido que nos concederás lo que pidamos en tu nombre. Por eso me atrevo a orar para pedirte cosas materialmente imposibles pero necesarias. Tú sabes bien cuántas cosas hay que tengo que encomendarte y yo las pido en tu nombre para que me las concedas como tú creas oportuno. Sea lo que sea te doy las gracias y acepto siempre tu voluntad.

jueves, 1 de mayo de 2014

Reconocer a Jesús

Ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. (Lc 24,35)

     Tal vez el camino de los discípulos de Emaús se pueda parecer mucho a nuestro camino espiritual. Por eso es tan interesante su relato. Ellos estaban tristes, decepcionados por la muerte de Jesús. Sus expectativas eran muy distintas, eran deseos materiales. Esperaban que fuera el futuro liberador de Israel pero en un sentido político. Sin embargo, su Mesías había muerto en una cruz y llevaba ya tres días enterrado.
   Nos puede pasar a nosotros algo parecido. Muchas veces nuestras expectativas son sólo asuntos humanos y materiales. Acudimos al Señor esperando otras cosas muy distintas de lo que él nos quiere ofrecer. Por eso cuando llega la cruz, cuando vienen las dificultades o los sufrimientos también nos sentimos decepcionados.
     El Señor apareció en su camino y los fue acompañando. Les explicó las escrituras y les reprochó su falta de fe. Ellos no eran capaces de reconocerlo, pero lo escucharon con entusiasmo.
     También hoy el Señor camina con nosotros y es él quien nos ayuda a comprender lo que dicen las Escrituras. La Palabra de Dios nos va orientando y nos va haciendo ver las cosas con otro espíritu. Nos ayuda a descubrir que los caminos de Dios son diferentes de los nuestros y que el sufrimiento forma parte de nuestra vida, pero que todo ha sido transformado por la Resurrección del Señor. Hay que abrir el corazón y la mente a una forma diferente de entender la realidad.
     Cuando celebramos la Eucaristía el Señor parte de nuevo su pan con nosotros. Al contemplar a Jesús en el pan eucarístico también se pueden abrir nuestros ojos para reconocerlo. Tal vez seguiremos con muchas inquietudes y muchas dudas, pero sabemos que él está con nosotros y sentimos su presencia que nos fortalece y nos anima a seguir adelante con esperanza.
     Sería bueno que repasáramos nuestro propio camino para poder compartirlo con los demás.

Quédate con nosotros, que viene la noche y las dudas pueden ensombrecer nuestra vida. Entra en nuestra casa y pártenos el pan para que se abran nuestros ojos y podamos reconocerte y así, llenos de alegría, vayamos corriendo a contar a los hermanos que tú estás vivo.




sábado, 26 de abril de 2014

La alegría de ver al Señor

Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. (Jn 20,20)

En la vida nos tocan momentos de tristeza y momentos de alegría y esto se va repitiendo continuamente. Hoy toca encontrar al Señor resucitado y llenarse de alegría como aquellos discípulos. Sabemos que estaban confusos y llenos de miedo, porque su Señor había muerto en la cruz pero pudieron comprobar que todo lo que él les había anunciado era cierto. Que tenía que padecer para entrar en su gloria, que había que morir para resucitar y derrotar a la muerte. También les predijo que estarían tristes pero que su tristeza se convertiría en alegría. Al ver a su Señor Resucitado se llenaron de inmensa alegría, de una alegría que necesita compartirse con los demás y con entusiasmo le dijeron a Tomás que lo habían visto.
Seguro que todos tenemos inquietudes y motivos de tristeza o de preocupación. Y el Señor quiere estar en medio de nosotros para comunicarnos su alegría. No se trata de negar los problemas, sino de sentir la fuerza que nos da la presencia de Jesucristo vivo en nuestras vidas.
También vamos a escuchar su Palabra y a meditarla para comprender todo lo que nos está diciendo. Nos sorprendemos cuando vemos que está hablando con cada uno de forma muy personal. Descubrimos que es verdad que ha resucitado, que está vivo y que se interesa por nosotros y nos habla al corazón.
Lo vamos a contemplar en la Eucaristía, porque él ha querido que lo veamos y que lo comamos en ese pan eucarístico. Podremos decir con alegría que lo hemos visto y que lo hemos comido para que esté con nosotros.
Lo podemos servir en nuestros hermanos, porque él ha querido identificarse con cada persona y de un modo especial con los más pobres y necesitados.
Así, con entusiasmo podremos decir como los discípulos: Hemos visto al Señor. Es verdad que Jesús ha resucitado y que vive para siempre.


Cada día te siento junto a mí y haces que mi tristeza se convierta en alegría. Concédenos a todos los que te seguimos ser capaces de transmitir esta alegría de conocerte y con ella transformar el mundo.

jueves, 17 de abril de 2014

El amor hasta el extremo

Habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. (Jn 13,1)

¿Cómo podríamos llegar a entender todo la historia de Dios con la humanidad? ¿Cómo podríamos penetrar el interior de Dios para comprender el por qué de todo lo que ha sucedido? No hay ninguna otra razón que el Amor, así con mayúscula. El amor que mueve el corazón de quien ama para buscar siempre lo que más puede beneficiar al ser amado, el amor que está dispuesto al mayor de los sacrificios por aquella persona a la que se ama. Así podemos encontrar sentido a la presencia de Jesús, que es Dios, entre nosotros. Ha venido a este mundo para inundarlo de amor y transformarlo con la fuerza poderosa de ese amor. Además de pasar entre nosotros y de amarnos hasta el extremo nos ha puesto unos medios muy sencillos para que lo podamos sentir y así nos sintamos amados por él.
Nos ha dejado la Eucaristía para que lo recibamos a Él mismo en persona y le permitamos amarnos y colmarnos con su ternura. Así, al recibir a Jesús en el pan eucarístico nuestro corazón se va empapando de ese amor y se va haciendo capaz de darlo todo, de entregar la vida y hasta de sacrificarse por los demás como él hizo por nosotros.
Nos ha dejado un mandamiento nuevo que no podía ser otro que amarnos unos a otros como él nos ha amado, hasta las últimas consecuencias.
Si no experimentáramos el amor sería imposible para nosotros conocer a Dios. Pero porque amamos y sabemos lo que se siente por un ser querido, comprendemos fácilmente lo que Dios siente por nosotros y lo que ha movido a Jesucristo a entregar su vida para nuestra salvación.
El amor hasta el extremo de Jesús lo vamos a convertir en estos días en una celebración que durará hasta el domingo. Así haremos que sea una experiencia personal que vamos a vivir gracias a los sacramentos pascuales. Es el amor que lo da todo en la cruz, incluso a su propia madre, es el amor que llega a ser mucho más poderoso que el mal y puede triunfar sobre el pecado y la muerte.


Contemplando tu pasión me he sentido amado profundamente por ti, siento como se alejan de mí todos mis pecados porque tú los has perdonado para hacerme un hombre nuevo. Siento cómo me inunda un amor que arde como un fuego dentro de mí que no se extingue; y siento también que cuentas conmigo, a pesar de mi ingratitud y de mi indiferencia, para que sea testigo de tu amor en medio de mis hermanos.

sábado, 5 de abril de 2014

LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA

Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto? (Jn 11,25-26)

    Jesús llegó a Betania cuando Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Después de cuatro días, no había ya mucha esperanza de que pudiera suceder algo extraordinario. En esas circunstancias le pide a Marta que crea.
   Creer es una opción en la vida. Y cuando creemos no lo hacemos porque tenemos evidencias, si las tuviéramos no necesitaríamos creer. Más bien creemos porque hemos puesto nuestra confianza en alguien que lo puede todo, que está por encima incluso de la naturaleza.
    Marta hizo una confesión de fe en Jesús: “Yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”. En esas afirmaciones es donde ella podía encontrar el motivo profundo para confiar que todavía podría hacer lo que a todas luces es imposible.
    Jesús sabía también que su Padre no le fallaría y se confió en él. En la oración del huerto aceptó su voluntad y se entregó voluntariamente a la muerte. Pasaron tres días antes de que se anunciara la Resurrección. Los discípulos también dudaron y tuvieron miedo. Era difícil creer en lo imposible. Pero Él es el Señor de todo y puede transformar hasta la muerte.
    Hoy me veo, como siempre, envuelto en mis dudas y en mis miedos. Miro a mi alrededor y veo que no tengo razones para esperar nada, sin embargo contemplo a mi Señor en una cruz, entregando la vida por mí y siento que puedo confiar en él siempre. Cuando menos lo espere me volverá a sorprender mostrándome su gloria.


Tú has vencido al mundo obedeciendo al Padre hasta dar tu vida por amor. Así eres poderoso y grande. Contemplando tu cruz puedo entender el valor de una vida entregada. En la cruz está la verdadera sabiduría y la fuerza imparable que todo lo transforma.

sábado, 29 de marzo de 2014

Jesús es la luz del mundo

¿Crees en el Hijo del Hombre?

     Nos recordaba el papa Benedicto XVI que no se empieza a ser cristiano por una decisión personal sino por el encuentro con una persona. Porque es el encuentro con Jesucristo el que cambia para siempre nuestra vida y nos hace ver las cosas con otra mirada.
   En el episodio del ciego de nacimiento podemos ver también cómo el encuentro con el Señor ha transformado la vida de aquel hombre y ya no vuelve a ser como antes.
     Por una parte le ha dado la vista, le ha traído la luz. Ya no necesita ponerse a pedir limosna ni tiene que ser considerado hijo del pecado. Ha recobrado la dignidad que antes no tenía. Pero por otro lado se le ha complicado la vida: los judíos no dejan de hacerle preguntas, sus padres no quieren implicarse y ha terminado expulsado de la sinagoga.
     Después de este episodio Jesús vuelve ante él y le pregunta si cree. Me pregunto cómo debió de ser aquel encuentro con el Maestro. Después de todo lo ocurrido podría haber dado cualquier respuesta pero él se postró ante él y dijo: Creo, Señor.
    Siento la necesidad de encontrarme con el Señor para que él me ayude a superar mis dudas y mis tinieblas. Tengo muchos motivos para poner en él mi esperanza y confiar en el poder de su palabra, pero no faltan también razones para dudar porque también las dificultades y los sufrimientos se hacen presentes en mi vida. Delante de él, estoy seguro de que no podré dar otra respuesta que decir: Creo, Señor, y postrarme ante su presencia.

Tu Palabra es una luz en mi vida. A través de ella me revelas el inmenso amor que tienes por mí y pones ante mis ojos la gran dignidad con la que has querido revestirme. Me muestras así la belleza de tu proyecto de fraternidad.
Tu presencia viva es también una luz resplandeciente. Tú caminas conmigo y me muestras de muchas maneras tu cercanía, me tiendes tu mano para que me levante siempre que caigo y me haces sentir tu amor de forma concreta en los signos pequeños de cada día.
Lleno de tu claridad abandonaré las tinieblas del pecado, de la tristeza o de la duda y llevaré tu luz a mis hermanos.

sábado, 15 de marzo de 2014

LA TRANSFIGURACIÓN

Levantaos, no temáis (Mt 17,7)

              Los tres apóstoles elegidos tuvieron el privilegio de contemplar a Jesús con toda su gloria. Pudieron comprobar con sus propios ojos que aquel hombre sencillo era verdaderamente Dios. Pudieron entender que Dios no nos muestra su gloria con grandezas y espectáculos llamativos sino más bien se hace presente en lo escondido y hasta en lo débil y pobre. Ésta será la lección que necesitarán aprender cuando llegue el momento culminante de la pasión y la cruz.
          Es la lección que cada año tenemos que recordarnos nosotros con nuestras celebraciones pascuales. Jesús nos ha mostrado la grandeza de Dios y su amor por nosotros padeciendo y muriendo como un malhechor. Pero  viviendo ese amor tan grande que es capaz de dar la vida, viviendo ese amor que no se deja vencer por el odio sino que perdona en el último momento, nos ha mostrado la verdadera grandeza y el poder de Dios.
          A  a aquellos tres discípulos que cayeron al suelo asustados los animó a levantarse y no temer. Pienso que hoy me dirige a mí estas mismas palabras. Es como si me dijera que no me deje vencer por mis pecados, ni por mis miedos ni tampoco por mis debilidades: Él está aquí conmigo y me tiende la mano.
        Sintiendo esta llamada, me levantaré. Me pondré en sus manos para construir su Reino. Me arrepentiré de mis pecados y pediré perdón con confianza, sacaré fuerzas de mí mismo para no dejarme vencer por mis dudas y mis recelos, el Señor está conmigo y no dejará que me ocurra nada.
           Es verdad que la cruz está en el horizonte. El Señor no me va a evitar el sufrimiento, pero no caerá un pelo de mi cabeza sin que Él lo permita. Después de la noche siempre amanecerá un nuevo día. Después de la cruz vendrá la Resurrección y la gloria.


          Tú me has llamado a tomar parte de los duros  trabajos del Evangelio. Yo no soy nada pero te he dicho sí y estoy día tras día trabajando y dando la vida por cambiar este mundo, proclamando tu Palabra para que llegue al corazón de la gente. Son duros los trabajos del Evangelio porque en ellos se pone todo el corazón y tú haces que me sienta unido profundamente a todos mis hermanos, que me alegre con ellos y también que sufra con ellos. Pero no me has dejado solo. Vienes conmigo y me fortaleces con tu Espíritu Santo.

sábado, 8 de marzo de 2014

El desierto

Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al final sintió hambre.

Nuestra cuaresma está inspirada en esta cuaresma del Señor. Es como si hoy pudiéramos acompañar a Jesús al desierto. El desierto, en sentido espiritual, consiste en dejar de lado las preocupaciones cotidianas, intentar alejarnos del ruido y de las prisas de este mundo; hacer silencio interior para poder escuchar la voz de Dios.
Así, a solas con Dios, podemos reflexionar sobre todo lo que Él ha hecho por nosotros cada día y también sobre lo que quiere de nosotros. Es la oportunidad para hablar con Él de nuestras inquietudes y nuestras dudas, para pedirle lo que necesitamos de su gracia, para recibir el perdón de nuestros pecados, también para darle gracias por todos sus dones y para adorarlo y reconocerlo como nuestro único Señor y Dueño.
En estos cuarenta días también se nos proponen obras de penitencia. El ayuno como un signo de nuestro deseo de conversión que no es sólo la privación de algunos alimentos sino también privarnos de cosas superfluas y no tan superfluas para compartir nuestros bienes con los más pobres. De este modo nos vamos haciendo también más fuertes en nuestra vida espiritual.
El desierto es también un lugar de lucha, porque en esta batalla del encuentro con el Señor hay que enfrentarse al diablo. La tentación está también muy presente en nuestra vida de cada día y hay que estar alerta porque puede ser muy sutil. El diablo también tentó al mismo Jesús pero le dio la oportunidad de mostrarnos a todos la forma de vencer: manteniendo siempre la fidelidad al Padre que nos llama y nos envía.
La tentación es el deseo egoísta de triunfar, de tener cosas, de ser poderoso y evitar todo lo que nos pueda hacer sufrir. Es el engaño de Satanás que nos quiere hacer creer que no le importamos a Dios y nos inunda la mente de dudas.
Estos días pueden ser también una oportunidad para hacer más fuerte nuestra fe en el Señor, para recordarnos todo lo que recibimos de Él cada día y no dejarnos impresionar por las humillaciones o las dudas que son obra del diablo. Acercándonos a Dios saldremos fortalecidos de la prueba.
No olvidemos que estos cuarenta días son una preparación para vivir la Pascua del Señor. Todo este recorrido cuaresmal nos conduce a la celebración del Misterio que transformó el corazón del mundo para siempre.

Con tu obediencia has redimido mi pecado y me has mostrado el camino de la santidad. Tú eres la ofrenda que puedo presentar al Padre. Tú has puesto todo el amor que yo nunca tuve para llenar el mundo de luz. Con tu entrega has traído el perdón de los pecados para que a todos nos llegue la Salvación.


sábado, 1 de marzo de 2014

El Reino de Dios y su Justicia

Sobre todo buscad el Reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura. (Mt 6,33)

Al conocer al Señor y escuchar su mensaje sólo hay un objetivo en mi vida: su Reino. Y no me refiero a la vida eterna, que llegará después de la muerte, sino a su persona y su proyecto de vida para este mundo presente.
En primer lugar deseo buscarlo a Él, que es quien me sostiene en todo este esfuerzo. Estar con él y sentir que me siento respaldado en una tarea difícil, en muchos casos imposible. Yo sé que no puedo hacer nada, no sé perdonar de verdad, no me veo capaz de amar a mis enemigos, no tengo posibilidad de cambiar este mundo. Apenas puedo cambiar mi propia vida, ¡cuánto más difícil será cambiar la vida de los demás! Por eso busco a Jesús, mi maestro y mi Señor para sentir que no voy solo por el camino. Es su Reino lo que quiero construir en este mundo.
En segundo lugar tengo que hacer que llegue su justicia. Justicia quiere decir santidad, quiere decir amor. La justicia del Reino de Dios es la alegría de un mundo donde todos somos hermanos de verdad, donde nadie pasa necesidad, donde nadie se encuentra solo con su pobreza o su enfermedad. La justicia del Reino lleva consigo la lucha contra la injusticia, la denuncia de los que acumulan a costa de la pobreza de otros, de los que abusan de su poder para gozar de la vida y no se conmueven del sufrimiento de los pobres.
El papa nos propone una acción como iglesia que tiene que ser una luz para el mundo. Nos anima a “Primerear” a tomar la iniciativa, ser los primeros. Hay que dar antes de que te pidan, perdonar antes de que se arrepientan, ponerse a servir antes de que te busquen, porque así es la justicia de Dios que nos ha amado primero. “Involucrarse” y ponerse a lavar los pies de los pobres. No podemos esperar que otros hagan las cosas. “Acompañar”  porque no se trata de dar una ayuda puntual sino de estar al lado de la gente.  “Fructificar” dando la vida por el Evangelio y “Festejar” porque no podemos olvidar que el Reino de Dios es alegría.
En estas cosas es en las que quiero poner todas mis energías. Sé que también necesito comer y vestirme y todas esas cosillas materiales que a todos nos hacen falta, incluso algunas que son secundarias y las hemos hecho necesarias. Pero todo esto me dice el Señor que se me va a dar por añadidura. Porque es verdad, mi Padre Dios que alimenta a los pájaros y viste a las flores del campo no me va a dejar a mí abandonado porque para Él soy mucho más importante, soy su hijo querido.


La vida me va enseñando a confiar en ti y a superar día tras día las tinieblas. Tú me acompañas en silencio y, a veces, tengo dudas porque desearía ver las cosas con más claridad. Pero siempre llega el momento en el que descubro que nunca has dejado de acompañarme. Creeré sin ver y aceptaré tu voluntad para que seas tú quien sigas guiando mi vida hacia la plenitud de tu Reino.

sábado, 22 de febrero de 2014

Sed perfectos

Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. (Mt 5,48)

De una manera muy resumida se puede decir que esta es la meta de un cristiano: llegar a ser perfecto como Dios. Curiosamente la tentación de Adán en el paraíso fue ser como Dios pero se equivocó al desobedecer sus mandatos. Jesús nos propone que seamos como Dios, perfectos, pero siguiendo su ejemplo. Está claro que algo así  no lo podremos conseguir nunca en esta vida, que caeremos muchas veces a lo largo del camino, pero no debemos perder de vista nuestra meta. Si caemos tendremos siempre la oportunidad de levantarnos y continuar caminando.
En otros pasajes se nos dice que seamos santos como Dios es santo. Ser perfectos o ser santos, son la misma cosa: tener como modelo al mismo Dios que es el único santo.
Pienso que podríamos tener una forma equivocada de entender la santidad o la perfección. Podríamos pensar en una perfección moral, en no hacer nada malo y cumplir fielmente los mandamientos. Pero, si nos damos cuenta, esto era lo que hacían los fariseos y no gozaban por ello de la aprobación de Jesús. Podríamos entender la perfección en un sentido espiritual y dedicarnos intensamente a la vida de oración, alejados del mundo y sus vicios y  despojados de todo lo que nos aleje de Dios. En cambio Jesús no actuaba de esta manera, porque Él oraba constantemente pero estaba muy comprometido con la vida de la gente.
Yo creo que la perfección del Evangelio hay que buscarla mirando siempre al mismo Cristo. Si nos fijamos bien, nos daremos cuenta de que todo esto está dicho hablando del Amor. La verdadera santidad y la verdadera perfección vienen del amor al prójimo; de un amor sin límites que se entrega de forma total a hacer el bien, que bendice, que lo perdona todo, que no devuelve mal por mal y no responde nunca con violencia. Es el amor dispuesto siempre a dar y a sacrificarse por el otro, el amor que se da y no espera nada a cambio. En definitiva, ser santos es ser como Cristo que por amor entregó hasta su propia vida y oró por sus propios verdugos.
El Señor puede llegar a mandarnos algo tan sorprendente como amar a los enemigos. Porque el amor auténtico no conoce otra cosa. Después de haber conocido a Jesucristo sabemos bien que este es el camino. El enemigo se convierte para nosotros en hermano al que hay que servir, perdonar y amar de corazón. Es, como nos dice el papa, la revolución de la ternura. Este es el estilo de vida que puede cambiar nuestro mundo.


Cuando yo todavía era enemigo tú te empeñaste en dar tu vida por mí. Cuando yo andaba despistado en cosas mundanas tú me buscaste y me saliste al encuentro. Te adelantaste a amarme, me amaste primero. Después de conocerte y sentir todo lo que me has dado sin merecer nada siento dentro de mí la fuerza que me lleva a darlo todo por amor.

viernes, 14 de febrero de 2014

Mejores que los letrados y fariseos

Si no sois mejores que los letrados y los fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos. (Mt 5,20)

Jesús nos quiere proponer un estilo de vida que no se puede quedar en el mero cumplimiento de unas normas morales o de unas tradiciones religiosas. Por eso quiere que lleguemos a la plenitud de los mandamientos. Ya deja claro que no se trata de abolir ninguna norma sino de llevarlas hasta las últimas consecuencias.
El sentido de la ley que Moisés dio al pueblo de Israel era expresar la voluntad de Dios y dejar unos mandamientos básicos que permitieran al pueblo convivir en paz y ser felices en la tierra prometida. Pero cuando la ley se queda en el cumplimiento y no vive el espíritu que la sostiene termina convirtiéndose en esclavitud. Así, en lugar de mostrar la belleza y la bondad de Dios, termina por empañar su imagen.
Jesús nos lleva a la plenitud de la ley con su propia vida. Todo lo que nos dice en el sermón del monte lo veremos cumplido en él mismo. La plenitud de la ley, es decir, la voluntad de Dios no se queda en los mínimos de los diez mandamientos, sino que desea llegar al máximo de las bienaventuranzas. No se conformará con no matar sino que estará dispuesto a dar la vida, no se conforma con no robar sino que es capaz de desprenderse de todos sus bienes.
Jesús nos anima a vivir este espíritu superior a la práctica de los letrados y fariseos para poder entrar en el Reino de los Cielos. ¿Podremos cumplirlo?
Cuando vemos lo exigente que es su propuesta podemos asustarnos. Lo primero que descubrimos es que nadie cumple esta perfección, sólo Jesús y la Virgen María. Pero mirar a esta meta no debe desanimarnos sino, al revés, motivarnos para levantarnos de nuestras caídas y seguir superándonos cada día hasta llegar a la plenitud. Esta plenitud de la ley tiene un nombre: Amor. Se trata de vivir el amor con todas sus consecuencias. Para hacerlo realidad el Señor no nos deja solos sino que nos acompaña, nos ofrece la fuerza del Espíritu Santo y nos ayuda con los sacramentos.


Tú me has amado primero y has entregado tu vida por mí. Eres tú quien me ha buscado y eres tú quien se ha empeñado en hacerme vivir de tu amistad. Siento tu llamada no como un mandato sino como una necesidad de mi vida: necesito estar contigo, escucharte, sentirte y también presentarte a los demás. 

sábado, 8 de febrero de 2014

La sal y la luz

Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo.


El Señor apareció en la tierra en un momento muy concreto, cuando los romanos dominaban el mundo. Comenzó su ministerio en la periferia, en la Galilea de los gentiles. Tal vez allí la vida estaba marcada por la pobreza, por el sufrimiento de la gente y por la rutina del trabajo de cada día. Pero Él comenzó allí a hablar del amor del Padre, del Reino de los Cielos, de la alegría de los pobres porque Dios está con ellos. También realizó signos sorprendentes al curar a los enfermos o multiplicar los panes, al expulsar los demonios o detener una tempestad; también tuvo palabras de ánimo incluso para los pecadores y hasta fue a comer con ellos para ofrecerles la misericordia que Dios les quiere dar. Al aparecer Jesús en aquel lugar la vida de aquella región cambió por completo, se llenó de sabor, de sentido. Jesús se presentó así como la sal de la tierra, haciendo que la vida de cada día estuviera llena de contenido y participara de la alegría de tener a Dios.
También fue la luz del mundo. Porque sus palabras fueron una esperanza para los pobres y los excluidos y porque no dudó en denunciar las injusticias y condenar la manipulación de la religión por parte de los fariseos. La gente sencilla comprendió el camino que tenía que llevar en la vida y recibió esperanza en medio de sus sufrimientos porque la vida es más fuerte que el dolor y que la muerte.
A los que queremos seguirle nos llama sal de la tierra y luz del mundo. Porque hemos de estar en medio de la gente dándole sabor a la vida de cada día y llenando de esperanza hasta las situaciones más tristes y dolorosas. Ser sal y ser luz significa comunicar la alegría de tener entre nosotros al Señor que está vivo para siempre y nos permite vivir cada momento como una experiencia extraordinaria. Significa tener dentro de nosotros el fuego de un amor que no se puede apagar y que desea buscar el bien y la felicidad de toda la gente.
Una sal sosa o una luz apagada son cosas inútiles. ¿Cómo vamos a vivir nuestra fe de forma rutinaria o aburrida? ¿Cómo vamos a hablar de una religión que nos agobie con pecados y condenas y nos asuste con un Dios enfadado? ¿Nos conformaremos con cumplir unos preceptos y unos ritos y nos quedaremos encerrados sin hacer nada? Si hiciéramos esto, ya ves lo que dice el Señor: que no serviríamos para nada. La sal tiene que salar y la luz tiene que alumbrar. Que nuestras buenas obras den sabor y luz al mundo para que toda la gente pueda alabar a nuestro Padre Dios que es quien nos lo ha dado todo.


Qué lejos me siento del ideal que tú me propones. Sé que no soy nadie para alumbrar con mi mediocridad, que no tengo la alegría que debería llenar de sabor la vida de los que me rodean. Pero te tengo a ti. Tú eres quien llena mi vida de luz y de sabor; y contigo voy recorriendo las plazas y las calles para que vuelva el color y la vida a este mundo. Eres tú quien lo hace todo y por eso es a ti quien adoraré y cantaré alabanzas mientras viva.

sábado, 1 de febrero de 2014

"Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel. (Lc 2, 29-32)

Siguiendo las costumbres de su pueblo, también Jesús fue al templo para ser consagrado con un sacrificio ritual. Pero esta consagración tenía, sin lugar a dudas, un sentido mucho más profundo. A fin de cuentas los sacrificios rituales no tienen más que un valor simbólico, Jesús, se va a consagrar de verdad porque cuando entró en el mundo ya había ofrecido toda su vida para hacer la voluntad del Padre.
Simeón había deseado durante muchos años vivir este momento de tener en sus brazos al Salvador que habían anunciado los profetas y vio cumplido su sueño. Muchos profetas y justos murieron sin haber visto este momento, Simeón sabe que es afortunado por haber tenido a Cristo entre sus brazos.
Ha entrado en el templo el Salvador del mundo y es ahora cuando de verdad aquel lugar ha quedado consagrado por su presencia, pero ya será todo el mundo el que quede lleno de su santidad. A partir de ahora la relación con Dios será mucho más cercana y más amable.
Jesús ha consagrado su vida para poner en el mundo lo que nosotros éramos incapaces de hacer, así es como nos va a redimir de nuestros pecados. Él va a poner toda la obediencia, todo el amor, todo el sacrificio, todo el perdón. Así con la fuerza de esta entrega se va borrando el poder del pecado. Así nos deja limpios y puros preparados para entrar en la presencia de Dios.
El Señor nos va a mostrar también el camino a seguir: ofrecer toda la vida a la voluntad de Dios, que es lo que vale más que cualquier sacrificio ritual.


Yo he sido afortunado como Simeón. Muchos profetas y justos querrían haberte conocido como yo te conozco, haber hablado de ti y meditado tus palabras, haber contemplado tu cuerpo glorioso en la Eucaristía y no lo vieron. En cambio, me has dado a mí el honor de hablar en tu nombre, predicar tu Reino y tomar en mis manos el Sacramento que nos salva.

sábado, 4 de enero de 2014

La estrella de Belén

Hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo. (Mt 2,2)

                La salvación que Jesús ha venido a ofrecer al mundo es para todos los hombres. No tiene fronteras. El único Dios es el Dios de todos y quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.
                Dios tiene muchas formas, innumerables, de hacerse conocer por los demás. A los israelitas les habló por medio de los profetas, a los pastores les habló por medio de un ángel, a José le habló en sueños y a los magos los ha llamado haciendo brillar su estrella.
                Ellos no habían conocido las profecías que anunciaron la venida del Mesías pero supieron interpretar el significado de aquella estrella que los estaba llamando y sintieron la necesidad de ponerse en camino para encontrar a ese niño recién nacido y adorarlo. Cuando lo encontraron se llenaron de alegría y cayeron de rodillas, lo reconocieron como Dios, le ofrecieron sus regalos. Me imagino que debieron sentir algo tan grande dentro de ellos que se les quedaría grabado para siempre: ver a Dios en brazos de su madre. Reconocer a Dios en la persona de un niño pobre y comprender que en él vamos a encontrar la salvación.
                Estoy convencido de que también hoy brilla la estrella de Belén anunciando que Dios está entre nosotros. El Señor sigue dándose a conocer al mundo y llamando a todos los que quieren ponerse en camino para encontrarlo.
                En medio de las tinieblas del pecado resplandece la estrella de Belén. En medio de la desesperanza, de la pobreza o de la mirada pesimista al futuro, está brillando la luz de Jesús, en medio de la violencia o de la guerra, en medio de la soledad o tristeza, el Señor no deja de hacerse ver para que caminemos a su luz.
                Yo mismo me siento impresionado por el atractivo de Belén, de este niño recién nacido en brazos de su madre. Me siento fortalecido por sus palabras, por su amor inaudito, por su poder increíble, por esta grandeza tan inmensa que se muestra en la debilidad de un niño pobre recién nacido.
                Esta luz impresionante es una llamada a ponerse en camino. Yo siento esta necesidad de ponerme en camino hacia las periferias para encontrarme con el Salvador y caer de rodillas para adorarlo y ofrecerle mis regalos.


                Qué alegría tan grande siento al encontrarte y ver tu rostro en el rostro de los pobres. Te encuentro en los niños y en los ancianos, en los extranjeros que han venido a buscar una vida mejor, en los que dudan o están angustiados. En todos ellos he visto brillar tu estrella y he sentido tu llamada a adorarte y ofrecerte el oro de mi pureza, el incienso de mi oración y la mirra de mi vida entregada por amor.