sábado, 2 de septiembre de 2017

PENSAR COMO DIOS

Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios. (Mt 16,23)

Cuando Jesús marchó al desierto, después de ser bautizado por Juan, se tuvo que enfrentar al diablo. Las tentaciones que le proponía consistían en hacerle elegir el camino más fácil del triunfo y la gloria. Allí tuvo que resistir para mantenerse firme en la misión que el Padre le había encomendado: salvar al mundo del pecado; para esto era necesario cargar con todo el peso del pecado para ser solidario con todas las víctimas del pecado.
Cuando Pedro, con su mejor voluntad, intenta convencerlo de que no le suceda algo tan terrible, Jesús lo llama Satanás, porque está viendo en él la misma actitud del diablo: la propuesta de triunfar por el método más cómodo. Pero él tiene que cumplir una misión y la llevará hasta el final.
Pedro piensa como los hombres, así que piensa como yo, como todos nosotros. Nuestra meta no es nunca terminar en una cruz como un fracasado, no puede ser buscar el sufrimiento y hasta perder la propia dignidad. Nuestros pensamientos, más bien, nos llevan a buscar el bienestar, la ganancia, el respeto de los demás y el reconocimiento de todo lo bueno que aportamos. En el pensamiento de Pedro no cabe que su Maestro termine en una cruz como un criminal.
Jesús piensa como Dios. Dios no quiere el sufrimiento de nadie, no hay que confundirse. Lo que Dios busca es la felicidad de todos, la gloria de todos y la dignidad de todos. Pero alcanzar este objetivo pasa por la renuncia a todo y la disposición a llegar incluso a la muerte. Dios tiene una mirada mucho más amplia que la nuestra, por eso su voluntad puede resultarnos tan desconcertante.
La pasión y la muerte del Señor son un paso necesario para que a todos nos llegue la Redención. Así quedará de manifiesto el inmenso poder que tiene el amor. Cuando triunfa el amor quedan borrados los pecados y empieza a germinar una nueva humanidad.
Así que ahora toca empezar a pensar como Dios. Eso, la  verdad, es imposible. No está en nuestras manos. Pero por eso hay que pasar mucho tiempo con él para conocerlo bien, hay que hablar mucho con él como con el mejor amigo, hay que escuchar también todo lo que nos está diciendo. Así iremos entrando en su pensamiento y poco a poco podremos llegar a entender el pensamiento de Dios.


He puesto en tus manos mi vida, por eso puedo aceptar todo lo que tú decidas sobre mí. Sé que todo será para mi bien y para el bien de mis hermanos. Por eso te doy gracias por todo y acepto todo lo que tú decidas.