domingo, 28 de febrero de 2021

LA GLORIA DEL SEÑOR

 

Se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. (Mc 9,2-3)

 

La transfiguración es una revelación de la gloria de Cristo, una manifestación clara de su divinidad. La sensación es tan extraordinaria que Pedro quiere quedarse ahí para siempre. El cielo ha bajado a la tierra y hasta los santos entran en acción, Dios mismo revela el misterio de su Hijo amado.

Pero la divinidad de Jesús no le va a impedir aceptar plenamente su condición de hombre mortal. Después de este momento de gloria hay que bajar a la realidad y enfrentarse a la cruz para llegar a la resurrección.

Y es que la gloria de Dios no tiene nada que ver con la forma humana de entender la gloria. Cristo mostrará su gloria también en la pasión y podemos llamarla por eso gloriosa pasión. Tan grande es esa gloria de Jesús en su muerte que el centurión que está cuidando de los condenados se rinde ante lo que está viendo y reconocerá a Jesús como Hijo de Dios

Porque la gloria del Señor se muestra en su entrega, en su obediencia al Padre y en su amor por todos.

Contemplemos a Cristo transfigurado también hoy en medio de nosotros. La voz del Padre, que escuchamos al proclamar la Palabra nos dice que es su Hijo amado y que lo escuchemos. Escuchemos, pues, al Señor Jesús que tanto tiene que enseñarnos.

La gloria del Señor se nos muestra en la oración, en la intimidad de nuestro corazón porque en medio del silencio nos permite entrar en el cielo y estar en la compañía de los santos.

La gloria del Señor se nos presenta también en la Eucaristía, cuando las palabras de la consagración ponen ante nosotros el cuerpo y la sangre de Cristo y hacen presente el sacrificio del Calvario.

La gloria del Señor está también muy viva en nosotros que somos capaces de amar y perdonar a los hermanos, que nos sentimos movidos a servir a los pobres y queremos cambiar este mundo con la fuerza del Evangelio.

La gloria de Cristo que aceptó la cruz, también la experimentamos en nuestros fracasos y en nuestras noches oscuras, que nos liberan de nuestro egoísmo y nos hacen confiar y creer en el amor de Dios por encima de todo.

Hoy resplandece el Señor con una blancura deslumbrante no perdamos la oportunidad de gozar de este resplandor.

 

¡Qué bien se está aquí, contigo, Señor! Dichosos los que viven en tu casa, alabándote siempre. Te doy gracias porque me has concedido este don de estar siempre cerca de ti y de poder alabarte, bendecirte y suplicarte.

domingo, 14 de febrero de 2021

JESUCRISTO SE COMPADECE


 

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme.»
Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero: queda limpio.»
La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio. (Mc 1,40-42)

 

La  petición del leproso es todo un acto de fe.  Se puso de rodillas porque reconocía que Jesús no era un simple hombre, lo reconoce como a Dios que está en medio de nosotros. Sabe que Jesús tiene poder para sanarlo y se lo dice en voz alta: si quieres, puedes. Jesús puede hacerlo todo, lo puede todo.

El Señor quiere, porque se rinde ante la fe del leproso y porque se compadece de su sufrimiento. Una enfermedad que, además de tenerlo lleno de llagas y dolores, lo obliga a estar aislado de la sociedad y alejado de la gente, haciendo aun más dura su enfermedad.

La Palabra de Jesús es muy poderosa, ha realizado la curación del leproso. Nos dice que quedó limpio. Quedó limpio de la lepra y limpio del pecado, que es el causante de todos los males.

Ante la pandemia que estamos viviendo, muchos enfermos están también padeciendo ese doble sufrimiento de la enfermedad y la soledad a la que se ven obligados para evitar los contagios.

Para salir de todo esto muchos expertos están trabajando buscando la forma de vencer al virus.

Tal vez es también el momento de buscar al Señor y confiar en su poder. Si él quiere puede hacer que todo cambie y que nos veamos liberados de este mal. Como creyentes lo buscamos para que sea él quien sane este mundo herido.

La limpieza de la que habla el texto, la entiendo yo en un doble sentido. Quedar limpio significa quedar también limpio del pecado. A fin de cuentas es el pecado el que ha hecho entrar el mal en el mundo y el que nos ha marcado con la enfermedad y la muerte. Jesucristo viene como salvador que nos limpia de todo mal, del mal de la enfermedad y del mal del pecado.

También siento la llamada a reavivar mi fe en el poder del Señor. Él lo puede todo y puede cambiar todo lo que me hace mal en mi vida, todo lo que me mancha o me tiene alejado de los demás. Las palabras del leproso se convierten para mí en una oración confiada.

 

Señor Jesús, mi salvador y mi Dios. Yo pongo en ti toda mi esperanza porque sé que lo puedes todo con solo desearlo. Si tú quieres puedes hacer de mí una criatura nueva. Si quieres puedes cambiar todo lo que hay oscuro en mí y llenarme de tu luz. Puedes llenarme de fe y de confianza en medio de las tormentas y las tinieblas. Limpia todo lo que estorba en mí para que pueda seguirte plenamente y entregue mi vida por completo al anuncio de tu Reino.