sábado, 26 de noviembre de 2011

Estad en vela

Estad alerta; velad,
porque ignoráis el momento. (Mc 13,33)

El Señor va a venir para salvarnos. Creo que todos necesitamos en estos tiempos palabras que nos inviten a la esperanza.
Es verdad que no nos faltan problemas y que nos resulta difícil encontrar la solución. Nos vemos desbordados ante la crisis que nos domina y ante tantos males que encontramos en el mundo. Pero también esta situación es una llamada a mirar al Señor con esperanza.
Pienso que tenemos, una vez más, la oportunidad de repasar nuestra vida, nuestras actitudes, para descubrir todo lo que hay que mejorar y ponernos en serio a caminar.
El Señor va a venir y tenemos que estar preparados para recibirlo. No queremos que nos encuentre pasivos sin hacer nada. Al contrario, queremos preparar su venida para que llegue pronto a nosotros y nos traiga de nuevo la Salvación.
Reconoce tus pecados como una llamada a cambiar tu corazón, así sentirás el amor con que tu Padre te busca y te perdona. Mira tu debilidad y experimentarás la fuerza que el Espíritu Santo pone en ti para que puedas superarte.
Fíjate con cuantos dones te ha enriquecido el Señor. Todo es un regalo de su bondad, también el haberlo conocido y poder ser fiel a su Palabra y dar testimonio con tu vida.
Todos estos beneficios de Dios no pueden caer en saco roto. Por eso aprovecha este tiempo para llevarlos a la oración y en un diálogo amistoso con Él ir descubriendo todo lo que puedes hacer.
Es tiempo también para preparar tu espíritu confesando tus pecados y participando en la Eucaristía, para meditar la Palabra y tratar de llevarla a la vida cada día, para descubrir a Jesús que viene a ti en cada persona que te encuentras.
No tengas miedo al descubrir que eres poca cosa ante el reto tan grande que el tiempo te propone, no olvides la Buena Noticia: El Señor va a venir.

Ven, Señor, a salvarnos. Líbranos de la violencia y del egoísmo, pon tu amor en nuestros corazones para que entreguemos nuestra vida, levántanos de nuestras caídas. Ven, Señor, y guíanos con tu Palabra y sé nuestro compañero en el camino de la vida.

viernes, 18 de noviembre de 2011

El juicio final

Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre,
y todos los ángeles con él,
se sentará en el trono de su gloria,
y serán reunidas ante él todas las naciones. 
(Mt, 25,31-32)

La parábola del juicio final empieza mostrándonos la majestad y la gloria de Jesús como Hijo de Dios y por tanto rey y juez de todo el universo.
Jesús es aquel esposo que tardó en volver pero que al final llegó, es también el amo que repartió los talentos y después de mucho tiempo regresó y empezó a ajustar cuentas. El Señor va a volver de nuevo, al final de los tiempos. Así lo decimos en el Credo: de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos.
Mientras llega esa segunda venida gloriosa nosotros estamos en este mundo tratando de ser fieles a sus palabras. Queremos esperarlo teniendo el aceite preparado, queremos que nuestros talentos produzcan abundantes beneficios.
El Señor vendrá de nuevo y mostrará toda su gloria. Aparecerá acompañado de todos los ángeles, porque él es Dios y es el Rey del cielo y tiene a todo el ejército celestial a sus servicio.
Se sentará sobre el trono de su gloria, porque también es ya el único rey de todo el universo. Ya no habrá otro poder más que el suyo. Todos se someterán a él.
Reunirá a todas las naciones y comenzará el juicio. Un juicio que tendrá como único criterio el Amor. La gloria y la felicidad del Reino preparado serán para los que han practicado la Caridad con el prójimo: los que se han olvidado de sí mismos y se han puesto siempre al servicio de los pobres porque ellos han aliviado el sufrimiento de los pequeños y han contribuido a mundo más justo.
Por el contrario la condenación será para los que se han ocupado sólo de sus propios intereses y han pasado de largo ante los problemas de los demás.
Es que este rey lleno de gloria, al que se le someten los ángeles del cielo y todos los habitantes del mundo, ha estado viniendo a nosotros cada día en la persona de nuestros semejantes. Él es el pobre que pide ayuda, el enfermo que necesita quién lo acompañe y lo cuide o el preso que quiere verse consolado.

Quiero ser invitado a tu Reino, porque estoy seguro de que me tienes reservado un banquete excelente. Quiero gozar de esos manjares suculentos que estarán llenos de tu amor y tu gloria. Por eso voy a dejar que tu Palabra me transforme, que mi corazón se queme con tu Caridad y que todo mi ser se disponga a servir a los pobres y a los pequeños de este mundo.

sábado, 12 de noviembre de 2011

los talentos

Se acercó también el que había recibido un solo talento, y dijo: Señor, sé que eres duro, que cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has esparcido. Tuve miedo, fui y escondí tu talento en la tierra. Aquí tienes lo tuyo. (Mt 25,24)

Me he fijado en el argumento del empleado malo de la parábola porque me ha llamado la atención la definición que hace de su amo: lo considera duro y muy exigente. Además afirma que tenía miedo. Por tener esa idea tan terrible y por el miedo a equivocarse se quedó paralizado, improductivo.
He pensado que todavía hoy hay gente que entiende así a Dios. Cuando leemos el Evangelio Jesús nos presenta al Padre muy exigente, no hay más que pararse a meditar las Bienaventuranzas o la llamada a venderlo todo y entregarlo a los pobres y ¿qué decir de su invitación a tomar la cruz y seguirle?
Ahora bien, no se puede decir que esta exigencia de Dios signifique que haya que tenerle miedo. Lo que Jesús habla del Padre es siempre bueno. Nos habla de su amor, de su misericordia, de cómo se preocupa de darnos lo que nos hace falta; nos anima a orar con confianza sabiendo que nos escucha siempre y nos hará justicia sin tardar. No es para tenerle miedo sino para amarlo con todo el corazón ¿no te parece?
Pero desgraciadamente hay quienes todavía ven a Dios con miedo, pensando que los castigará severamente por sus pecados y temiendo equivocarse o hacer las cosas mal. El miedo paraliza, no nos permite ser creativos. Por eso el que actúa con miedo es improductivo.
Así que no mires a Dios con miedo. Como dice el papa, Dios no te quita nada y te lo da todo. Así que hay que actuar con alegría y con confianza. Si te llenas del amor de Dios sentirás dentro de ti una fuerza imparable y lo comunicarás a los demás.
Descubre los talentos que has recibido, reconoce que son dones para dar frutos de paz, de amor y alegría y ponte manos a la obra.

No me has llamado siervo, me has llamado amigo y me has revelado todos los secretos. Conocerte ha sido para mí un motivo de alegría y has llenado mi vida de sentido.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Las diez doncellas

Velad porque no sabéis el día ni la hora (Mt 25, 13)

Cuando menos esperemos llegará Cristo de nuevo, o llegará la hora de nuestra muerte. Por eso toda nuestra vida la tenemos que entender como una preparación para ese momento. Sabemos que aquí no nos vamos a quedar para siempre y los creyentes estamos convencidos de que nos espera un futuro de gloria junto al Señor.
La llamada de Cristo a velar, después de contarnos la parábola de las diez doncellas me ha llevado a examinar mi vida para comprender que tengo que cambiar todavía muchas actitudes para que todo lo que haga esté movido por el amor.
Siendo sincero conmigo mismo descubro que me dejo engañar por mis propias vanidades, porque muchas veces lo que hago con buena intención no busca más que mi propia satisfacción personal.
Por eso quiero velar como Jesús me pide, para que nunca falte el aceite en mi lámpara. Entiendo que el aceite es la fuerza del Espíritu.
Me esforzaré en tener siempre a Dios en mi mente para que Él vaya guiando todos mis pasos. Tendré que recordar constantemente lo Jesús ha hecho por mí. Es él quien me ha salvado y quien me ha llamado para anunciar su Palabra y ser instrumento de su Gracia.
Pienso que el Evangelio tiene que marcar toda mi vida, por eso no puedo dejar la oración y la meditación de la Palabra de Dios.
Debo reconocer también mis pecados con toda sinceridad. Sé que Dios no busca condenarme por ellos, porque Jesucristo ha venido a entregar su vida para purificarme. Dios me conoce y sabe que soy débil y así es como me ama y como cuenta conmigo para extender su Reino. Pero el reconocimiento de mi infidelidad me servirá siempre como llamada a la Conversión y me pondrá en camino para renovar mi vida.
Así, vigilante, alcanzaré la verdadera sabiduría, que no es otra cosa que tener a Cristo y dejarse llevar por él.

Quiero llegar a ti con la lámpara encendida: Con la ilusión de servir a tu causa, con la alegría de estar al lado de los pequeños, con un gran entusiasmo por todo lo que puedes hacer para transformar este mundo. La lámpara de mi alegría tiene que brillar entre las sombras de esta vida porque tú eres la luz que disipa todas las tinieblas.