viernes, 18 de noviembre de 2011

El juicio final

Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre,
y todos los ángeles con él,
se sentará en el trono de su gloria,
y serán reunidas ante él todas las naciones. 
(Mt, 25,31-32)

La parábola del juicio final empieza mostrándonos la majestad y la gloria de Jesús como Hijo de Dios y por tanto rey y juez de todo el universo.
Jesús es aquel esposo que tardó en volver pero que al final llegó, es también el amo que repartió los talentos y después de mucho tiempo regresó y empezó a ajustar cuentas. El Señor va a volver de nuevo, al final de los tiempos. Así lo decimos en el Credo: de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos.
Mientras llega esa segunda venida gloriosa nosotros estamos en este mundo tratando de ser fieles a sus palabras. Queremos esperarlo teniendo el aceite preparado, queremos que nuestros talentos produzcan abundantes beneficios.
El Señor vendrá de nuevo y mostrará toda su gloria. Aparecerá acompañado de todos los ángeles, porque él es Dios y es el Rey del cielo y tiene a todo el ejército celestial a sus servicio.
Se sentará sobre el trono de su gloria, porque también es ya el único rey de todo el universo. Ya no habrá otro poder más que el suyo. Todos se someterán a él.
Reunirá a todas las naciones y comenzará el juicio. Un juicio que tendrá como único criterio el Amor. La gloria y la felicidad del Reino preparado serán para los que han practicado la Caridad con el prójimo: los que se han olvidado de sí mismos y se han puesto siempre al servicio de los pobres porque ellos han aliviado el sufrimiento de los pequeños y han contribuido a mundo más justo.
Por el contrario la condenación será para los que se han ocupado sólo de sus propios intereses y han pasado de largo ante los problemas de los demás.
Es que este rey lleno de gloria, al que se le someten los ángeles del cielo y todos los habitantes del mundo, ha estado viniendo a nosotros cada día en la persona de nuestros semejantes. Él es el pobre que pide ayuda, el enfermo que necesita quién lo acompañe y lo cuide o el preso que quiere verse consolado.

Quiero ser invitado a tu Reino, porque estoy seguro de que me tienes reservado un banquete excelente. Quiero gozar de esos manjares suculentos que estarán llenos de tu amor y tu gloria. Por eso voy a dejar que tu Palabra me transforme, que mi corazón se queme con tu Caridad y que todo mi ser se disponga a servir a los pobres y a los pequeños de este mundo.

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