domingo, 24 de febrero de 2019

AMAD A VUESTROS ENEMIGOS


Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida que midiereis se os medirá a vosotros». (Lc 6,36-38)

La serpiente que engañó a Eva la invitó a comer del fruto prohibido para que llegara a ser como Dios en el conocimiento del bien y del mal. Ciertamente, llegar a ser como Dios es un gran deseo. Y el mismo Jesucristo es quien nos anima también a ser como Dios. Pero no nos confundamos, lo que caracteriza a Dios no es ser todopoderoso ni saberlo todo ni verlo todo; estas cualidades de Dios son grandes pero no son las más importantes. Lo que de verdad define a Dios no es su poder o su sabiduría sino su amor. Así que podemos volver a sentir el deseo que tuvo Eva: llegar a ser como Dios. Para eso hay que tener el corazón de Dios y mirar a cada persona como Dios la mira. No es de extrañar que Jesús hable de amar incluso a los enemigos y de responder incluso a las agresiones desde el amor.
Hoy día, con las redes sociales y el anonimato que se nos permite a través de internet, podemos leer muchos mensajes de odio. A veces de odio gratuito. Pienso también en el odio que se siembra señalando y acusando a unos y otros de grandes maldades o echándoles la culpa de los males que tenemos. Esto no es nada nuevo, ya lo hizo Nerón con los cristianos o Hitler con los judíos.
Estos discursos de odio lo que hacen es recibir más odio como respuesta y entramos así en la espiral del odio: si tú me has hecho esto yo estoy legitimado para hacerte lo mismo. Y no acabamos nunca.
Jesús fue víctima del odio de mucha gente. Recordemos cómo lo calumniaban y lo acusaban de estar endemoniado, de promover la rebelión o de ser un blasfemo; recordemos a la gente burlándose de él cuando estaba en la cruz, a los soldados que lo golpeaban, a Judas que lo besó para entregarlo o a los apóstoles que salieron corriendo y lo dejaron solo porque tuvieron miedo. Pero él no quiso encerrarse en la espiral del odio y sus palabras fueron: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.
Así que estamos llamados a ser como Dios. A ver si es verdad que somos capaces de hacer la revolución de la ternura.
Y para alcanzar esta meta de ser como Dios tenemos que seguir al verdadero experto, tenemos que dedicar mucho tiempo a conocer a Jesús en el Evangelio y en el encuentro personal con él en la oración.
 Cómo me gustaría ser sembrador de amor a todos, cómo me gustaría que saliera adelante un movimiento social que nos fuera haciendo descubrir todo lo bueno que hay en las personas que tenemos alrededor para que lo que más brille sea todo lo bueno y bello que estamos aportando unos y otros a este mundo. Y que los mensajes de odio y rechazo dejen paso a mensajes de amor y de acogida.

Señor Jesucristo, verdadero maestro en hacer la voluntad del Padre, verdadero experto en el amor. En ti hemos recibido el mayor testimonio y has hecho ver que tus palabras son verdad y vida. Nosotros somos débiles y estamos heridos por el pecado pero tú nos llenas con el poder del Espíritu Santo. Por tu sangre derramada nos has concedido la posibilidad de entrar en la divinidad y nos has enviado tu Espíritu Santo para que con su ayuda superemos todo lo que nos ata a este mundo. Concédenos tu amor para que seamos la sal y la luz capaz de cambiar el corazón humano.

sábado, 16 de febrero de 2019

Dichosos


Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas. 
(Lc 6,20-23)

Yo creo, que siendo sinceros, nos cuesta mucho aceptar estas palabras de Jesús. Cuando vemos a los que tienen más, a los que son más reconocidos o disfrutan de las cosas porque no les falta de nada, pensamos que son felices de verdad y puede que sintamos que nosotros no lo somos. Ciertamente, Jesucristo, nos deja desconcertados con su mensaje que lo cambia todo y dice las cosas al revés.
Por eso, las palabras del Señor merecen ser meditadas despacio. Y es posible reflexionar sobre la vida de cada uno y descubrir qué es lo que nos hace dichosos y qué nos hace infelices. Yo, cuando pienso despacio en todo esto, me doy cuenta de que no ha sido el tener cosas o el disfrutar en un momento dado lo que me ha hecho feliz. Muchas de estas alegrías se han pasado y han dejado su espacio para un gran vacío. En cambio hay muchas pequeñas cosas de cada día que son las que de verdad llenan mi vida. Son las actitudes sencillas que reciben grandes recompensas. Yo creo que se cumplen las Bienaventuranzas de Jesús.
El Señor me ha ido guiando para que comprenda cómo no ha sido la riqueza ni el bienestar lo que me ha traído la felicidad. Ha sido la fidelidad a su Palabra, ha sido la confianza plena en él, muchas veces en medio de contradicciones muy grandes. Porque no han faltado muchos momentos difíciles, muchos sufrimientos y también incomprensiones. Pero en medio de todo esto el Señor me ha permitido descubrir que nunca deja de estar conmigo para sacarme adelante. He podido ver que para hacer grandes cosas basta con tener fe, porque la fe lo alcanza todo y va despejando el camino. El Señor me ha regalado madres, padres, hermanos e hijos, porque cuando se vive el amor que viene de él parece que te envuelve. Esta alegría no se logra con cosas de este mundo. Es un don.
Luego viene la segunda parte. Parece que también es un error. ¿Cómo no van a ser felices los que tienen, los que ríen y lo pasan bien? Pero también la vida me enseña. Hay que detenerse para ver la realidad. Gracias a los medios de comunicación vemos cómo los que estaban en lo más alto terminan en lo más bajo. No les sirvió de nada tenerlo todo.

La alegría me viene de haberte conocido, Señor Jesucristo. Cuando más soy capaz de desprenderme de todo más me puedo llenar de los bienes verdaderos, de lo que vale de verdad. Cuanto más me doy, más recibo, cuanto más muero a mí  mismo más vida tengo. Lo que parece imposible o ridículo, contigo se vive como lo más verdadero. Gracias, Señor Jesucristo por haber venido a buscarme y enseñarme tu camino.