sábado, 16 de febrero de 2019

Dichosos


Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas. 
(Lc 6,20-23)

Yo creo, que siendo sinceros, nos cuesta mucho aceptar estas palabras de Jesús. Cuando vemos a los que tienen más, a los que son más reconocidos o disfrutan de las cosas porque no les falta de nada, pensamos que son felices de verdad y puede que sintamos que nosotros no lo somos. Ciertamente, Jesucristo, nos deja desconcertados con su mensaje que lo cambia todo y dice las cosas al revés.
Por eso, las palabras del Señor merecen ser meditadas despacio. Y es posible reflexionar sobre la vida de cada uno y descubrir qué es lo que nos hace dichosos y qué nos hace infelices. Yo, cuando pienso despacio en todo esto, me doy cuenta de que no ha sido el tener cosas o el disfrutar en un momento dado lo que me ha hecho feliz. Muchas de estas alegrías se han pasado y han dejado su espacio para un gran vacío. En cambio hay muchas pequeñas cosas de cada día que son las que de verdad llenan mi vida. Son las actitudes sencillas que reciben grandes recompensas. Yo creo que se cumplen las Bienaventuranzas de Jesús.
El Señor me ha ido guiando para que comprenda cómo no ha sido la riqueza ni el bienestar lo que me ha traído la felicidad. Ha sido la fidelidad a su Palabra, ha sido la confianza plena en él, muchas veces en medio de contradicciones muy grandes. Porque no han faltado muchos momentos difíciles, muchos sufrimientos y también incomprensiones. Pero en medio de todo esto el Señor me ha permitido descubrir que nunca deja de estar conmigo para sacarme adelante. He podido ver que para hacer grandes cosas basta con tener fe, porque la fe lo alcanza todo y va despejando el camino. El Señor me ha regalado madres, padres, hermanos e hijos, porque cuando se vive el amor que viene de él parece que te envuelve. Esta alegría no se logra con cosas de este mundo. Es un don.
Luego viene la segunda parte. Parece que también es un error. ¿Cómo no van a ser felices los que tienen, los que ríen y lo pasan bien? Pero también la vida me enseña. Hay que detenerse para ver la realidad. Gracias a los medios de comunicación vemos cómo los que estaban en lo más alto terminan en lo más bajo. No les sirvió de nada tenerlo todo.

La alegría me viene de haberte conocido, Señor Jesucristo. Cuando más soy capaz de desprenderme de todo más me puedo llenar de los bienes verdaderos, de lo que vale de verdad. Cuanto más me doy, más recibo, cuanto más muero a mí  mismo más vida tengo. Lo que parece imposible o ridículo, contigo se vive como lo más verdadero. Gracias, Señor Jesucristo por haber venido a buscarme y enseñarme tu camino.

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