sábado, 31 de octubre de 2015

LA MULTITUD DE LOS SANTOS

Vi una muchedumbre inmensa que nadie podría contar, de toda nación razas pueblos y lenguas, de pie delante del trono y del cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en las manos. (Ap 7, 9)

El libro del Apocalipsis nos sumerge con sus visiones en la vida del cielo y nos interpreta así la historia de lo que sucede en la tierra. Todo  se encamina hasta el final definitivo que será victoria de Dios. La sangre de Jesús se ha derramado para la salvación del mundo y el diablo ha sido derrotado definitivamente. Mientras llega ese final los creyentes se verán sometidos a pruebas muy diversas y en ocasiones muy duras, muchos llegarán a derramar también su sangre.
Llegado el momento, el vidente ve a una multitud innumerable. Son los que vienen de la gran tribulación. Han sido sometidos al sufrimiento, al desprestigio y a la muerte. También nos dice que han lavado sus mantos en la sangre del cordero. Eran pecadores y su vida no había sido del todo perfecta, pero por la entrega de Cristo en la cruz han sido redimidos de sus pecados. Estos son los santos.
En medio de este mundo brillaron por su amor a Dios y a los demás. Muchas veces fueron incomprendidos, o perseguidos o asesinados. Otras veces tuvieron que sufrir pruebas interiores por su condición de pecadores, casi todos ellos padecieron incluso por las envidias y las manipulaciones de los propios cristianos. Pensemos que ya Pablo en sus cartas nos deja testimonio de estas tensiones dentro de la iglesia. Pero al final salieron victoriosos.
Son los que fueron capaces de perdonar, los que dieron su vida y sus bienes a los pobres, los que se desprendieron de todo por amor a Dios. Ellos, siendo débiles e imperfectos imitaron a Cristo en su vida y dejaron un testimonio para la posteridad.
Muchos de ellos han pasado a la historia y los recordamos con veneración. Pero la inmensa mayoría fueron desconocidos. No sabremos nunca nada de su vida, ni siquiera conoceremos su nombre. Pero su huella quedó en el mundo haciendo que hoy también nosotros queramos llevar a la vida el Evangelio.

Señor Jesucristo, tú eres el único santo entre los santos. Me has llamado para que siga tus huellas y llene de tu gracia este mundo. Has escrito mi nombre en el cielo para que pueda alegrarme de formar parte de tu gran familia. Yo sé que no soy nada y me siento inundado de temor al ver la obra magnífica que llevas a cabo con mis torpes manos. Tú eres el santo y con tu sangre nos has convertido a todos en santos. Ayúdame a vivir con dignidad la vocación a la que me has llamado.

sábado, 17 de octubre de 2015

LA VERDADERA GRANDEZA

Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros nada de eso: el que quiera ser grande sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos. (Mc 10, 42-45)

Es normal que sintamos el atractivo del poder o de la riqueza. Es algo humano. Nos gustaría poder conseguir fácilmente todo lo que nos proponemos. Los mismos apóstoles, a pesar de escuchar constantemente las enseñanzas de Jesús y de haber oído que hay que hacerse como un niño o que es mejor vender todo lo que uno tiene y repartirlo entre los pobres, a pesar de todo, ellos también soñaban con el poder y la gloria de este mundo.
El Señor en cambio nos propone otra grandeza muy distinta. Las grandezas de este mundo son pasajeras y engañosas. Puedes mirar a tu alrededor y verás cómo muchos grandes han quedado en nada, o no significan nada para ti. Pero el Señor nos habla de una grandeza como la suya. Si somos capaces de descubrirla  encontraremos la alegría que nadie nos puede arrebatar, es la alegría de tener a Dios y poder vivir para los demás.
La grandeza de mandar y ser obedecido o de tener muchas cosas es muy falsa. Los que ostentan este tipo de grandeza no son valorados por su persona sino por lo que se puede lograr a través de ellos.
La grandeza de estar al servicio del más pequeño y de hacer las cosas sin llamar la atención, sólo por amor es la que puede llenar por completo la vida de una persona. Aquí sí se valora como grande al que vive de este modo.  
Además las grandezas humanas sólo las consiguen unos pocos y a muchos no les satisfacen. Pero esta grandeza divina está al alcance de todos.
Así tenemos el testimonio vivo del mismo Jesucristo. Su grandeza no fue la de un poderoso que somete a todos a su arbitrio sino la del servidor que lo da todo y entrega su vida. Ahora se ha convertido para todos los que creemos en él en el centro de nuestras vidas, no entenderíamos nuestra vida sin él. No es su poder lo que nos atrae, no es lo que podemos alcanzar con él sino su persona que tanto nos ha dado. Es la alegría de sentirme amado a pesar de mis defectos, es la certeza de estar junto a alguien que nunca me fallará, pase lo que pase.
Para nosotros Jesús es el más grande de todos y junto a Él su madre, María, la mujer más grande de la historia. Esta es la grandeza que tenemos que anhelar.


No sé si seré capaz de beber tu cáliz, sé que quiero seguirte y obedecerte y que te voy dando mi vida día tras día, aunque a veces me cueste mucho mantenerme firme en la fe que me pides. Puedo afirmar que no entendería ni un solo instante de mi vida si no es porque te tengo a ti y cuento contigo para todo. Nada de lo que hago tiene ningún valor si no es porque lo hago para obedecerte y responder a tu llamada. Por eso siento cómo tú me acompañas en este camino, me vas indicando cada día el paso que he de dar y me respondes a todo lo que te pido. Siempre estás ahí. 

sábado, 10 de octubre de 2015

EL JOVEN RICO

Anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme. (Mc 10,21)

Nos cuenta el Evangelio cómo un joven entusiasmado quiso saber qué hacer para ganar la vida eterna. Después su entusiasmo aumentó al recordar que él había estado cumpliendo los mandamientos desde pequeño. Jesús lo miró con cariño y le hizo una propuesta inaudita… y se terminó el entusiasmo.
Tal vez podemos decir que fue muy egoísta porque era muy rico y no quiso desprenderse de sus bienes. Pero piensa que hoy te dice a ti Jesús que vendas lo que tienes y repartas tus bienes a los pobres. ¿Qué harás?
En realidad todos reaccionamos lo mismo que aquel joven. A nadie le gusta desprenderse de lo que tiene, a veces, algo que se ha conseguido con mucho esfuerzo. No es normal ver a gente que lo deja todo para seguir a Jesús.
He pensado que tal vez esta historia podría tener una segunda parte que no ha quedado recogida por los evangelios. Si este joven estaba tan entusiasmado con Jesús no pudo dejarlo para siempre sin más. Es posible que, después de un proceso más tranquilo de seguimiento, empezara a valorar de otra forma sus cosas materiales y fuera capaz de repartir todos sus bienes entre los pobres. Como el hombre que encontró un tesoro en el campo y sabía que ya nada tenía ningún valor comparado con aquel tesoro.
El mismo Jesús reconoce ante sus apóstoles que para los hombres es imposible. Pero Dios lo puede todo. Confía en Él.

Me has propuesto algo que desborda todas mis capacidades y cada día me exiges algo más. Siento que nunca llego a estar a la altura de la misión que me has encomendado. Pero también voy comprendiendo cómo tú estás conmigo en este camino y, con tu ayuda, puedo ir superando cada día mi propio materialismo. Has puesto ante mí los medios sobrenaturales que realizan en mi persona cambios impresionantes: La oración que me permite experimentar tu cercanía, la Eucaristía que se convierte en el alimento que me llena de vida sobrenatural y la Reconciliación que me libra de mis pecados y me llena de tu gracia para vivir en santidad.

sábado, 3 de octubre de 2015

DEJAD A LOS NIÑOS


Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis; de los que son como ellos es el Reino de Dios.(Mc 10,14)



El los Evangelios está nítidamente claro que Jesús  tenía una preferencia por los pobres y por los que no cuentan para nada. No nos puede extrañar que también tuviera un afecto muy especial por los niños. Porque los niños son pequeños e irrelevantes, normalmente no se les tiene en cuenta para decisiones importantes y ellos viven muy felices sabiendo que no cuentan para nada. Jesús nos los propone como modelo para entrar en el Reino de Dios.

A mí me llama la atención el deseo de Jesús de que no les impidamos a los niños acercarse a él. Me ha hecho pensar. Yo he visto cómo los niños se entusiasman fácilmente con las enseñanzas de Jesús y puedo decir que, a pesar de su inconstancia, ellos responden a su manera y tratan de llevarlo a la práctica. Sin embargo también he visto cómo los mayores les impedimos muchas veces esa cercanía con el Señor.

Somos los mayores los que los llenamos de ocupaciones para que no tengan tiempo que dedicar a su vida cristiana, los que valoramos más otras cosas que la misa del domingo, los que los despistamos con cosas secundarias.

Pero en esta reflexión me llama también la atención la responsabilidad que tenemos las personas de iglesia en este asunto. A veces hacemos que la vida cristiana sea algo agobiante y ponemos más acento en los pecados que en el amor de Dios, hacemos demasiado serias las cosas santas y no vivimos los sacramentos como una fiesta gozosa de encuentro con Dios y con los hermanos. Y ¿Cómo no? Nuestros pecados, nuestras incoherencias también son un obstáculo para que los niños se acerquen a Jesús.

Estamos ya comenzando un nuevo curso de catequesis y creo que esta llamada del Señor es muy oportuna para que planifiquemos qué vamos a hacer para que los niños se puedan acercar al Maestro que quiere abrazarlos y bendecirlos.



Señor Jesús, yo sé que tú deseas tener a los niños cerca de ti, tú en persona estás dispuesto a entrar en sus vidas para llenarlos con tus bendiciones. Aquí me tienes, contando siempre con tu ayuda, para colaborar contigo en este propósito.