sábado, 17 de octubre de 2015

LA VERDADERA GRANDEZA

Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros nada de eso: el que quiera ser grande sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos. (Mc 10, 42-45)

Es normal que sintamos el atractivo del poder o de la riqueza. Es algo humano. Nos gustaría poder conseguir fácilmente todo lo que nos proponemos. Los mismos apóstoles, a pesar de escuchar constantemente las enseñanzas de Jesús y de haber oído que hay que hacerse como un niño o que es mejor vender todo lo que uno tiene y repartirlo entre los pobres, a pesar de todo, ellos también soñaban con el poder y la gloria de este mundo.
El Señor en cambio nos propone otra grandeza muy distinta. Las grandezas de este mundo son pasajeras y engañosas. Puedes mirar a tu alrededor y verás cómo muchos grandes han quedado en nada, o no significan nada para ti. Pero el Señor nos habla de una grandeza como la suya. Si somos capaces de descubrirla  encontraremos la alegría que nadie nos puede arrebatar, es la alegría de tener a Dios y poder vivir para los demás.
La grandeza de mandar y ser obedecido o de tener muchas cosas es muy falsa. Los que ostentan este tipo de grandeza no son valorados por su persona sino por lo que se puede lograr a través de ellos.
La grandeza de estar al servicio del más pequeño y de hacer las cosas sin llamar la atención, sólo por amor es la que puede llenar por completo la vida de una persona. Aquí sí se valora como grande al que vive de este modo.  
Además las grandezas humanas sólo las consiguen unos pocos y a muchos no les satisfacen. Pero esta grandeza divina está al alcance de todos.
Así tenemos el testimonio vivo del mismo Jesucristo. Su grandeza no fue la de un poderoso que somete a todos a su arbitrio sino la del servidor que lo da todo y entrega su vida. Ahora se ha convertido para todos los que creemos en él en el centro de nuestras vidas, no entenderíamos nuestra vida sin él. No es su poder lo que nos atrae, no es lo que podemos alcanzar con él sino su persona que tanto nos ha dado. Es la alegría de sentirme amado a pesar de mis defectos, es la certeza de estar junto a alguien que nunca me fallará, pase lo que pase.
Para nosotros Jesús es el más grande de todos y junto a Él su madre, María, la mujer más grande de la historia. Esta es la grandeza que tenemos que anhelar.


No sé si seré capaz de beber tu cáliz, sé que quiero seguirte y obedecerte y que te voy dando mi vida día tras día, aunque a veces me cueste mucho mantenerme firme en la fe que me pides. Puedo afirmar que no entendería ni un solo instante de mi vida si no es porque te tengo a ti y cuento contigo para todo. Nada de lo que hago tiene ningún valor si no es porque lo hago para obedecerte y responder a tu llamada. Por eso siento cómo tú me acompañas en este camino, me vas indicando cada día el paso que he de dar y me respondes a todo lo que te pido. Siempre estás ahí. 

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