sábado, 27 de agosto de 2011

Acoger o rechazar a Jesús

El hijo del hombre vendrá
en la gloria de su Padre con sus ángeles,
y entonces dará a cada uno según sus obras. (Mt 16,27)

¿Te has preguntado alguna vez porque existe un rechazo en ocasiones hasta violento hacia lo cristiano? Tal vez reflexionar sobre la pasión y la cruz de Cristo te puede ayudar a comprenderlo y a superarlo.
Muchas veces me pregunto por qué puede resultar tan molesto un mensaje de amor y de paz como es el Evangelio. Los que tratamos de seguir a Jesús hemos conocido con Él la plenitud del amor de Dios, la entrega por nosotros, el perdón de nuestros pecados y la promesa de un futuro de felicidad.
Nos ha ilusionado la propuesta de construir su Reino, de estar cerca de los pobres y luchar por transformar este mundo, por hacer que su Amor se haga realidad en la vida de los hombres.
Estas cosas pensamos que serían capaces de ilusionar a todo el mundo y, de pronto, encontramos una oposición, a veces feroz contra este mensaje. ¿Por qué?
Enseguida nos señalan nuestros pecados, que es verdad que los tenemos y nuestras contradicciones, que, sin duda, son muchas. Pero aun así, el mensaje del Evangelio debería despertar respeto e ilusión.
El profeta Jeremías se lamentaba de haberse convertido en oprobio y desprecio todo el día. Porque, al anunciar el camino del amor, los pecados del pueblo quedaban en evidencia.
La propuesta del Reino nos pide una vida intachable y para eso hay que tener la valentía de reconocer los pecados y tratar de superarse cada día. Por eso en ciertos ambientes gusta más el relativismo, que no nos quite nuestra libertad, entendida como hacer lo que quiera. Defender que existe la verdad se considera intolerancia y fanatismo, señalar el camino recto o denunciar el pecado es comprendido como imposición o dogmatismo.
Porque el mensaje es de amor y de paz, pero vivir estos grandes valores de la mano de Jesús supone también renovar la mente y no ajustarse a este mundo con sus contradicciones. No nos extrañe que el mundo siga odiando y persiguiendo un mensaje así. Pero recordemos la promesa de Jesús, “el que pierda su vida por mí, la encontrará”. A fin de cuentas este mundo es pasajero y ha de llegar el día en que el Señor manifieste su gloria. Que nos encuentre entregados a su causa.

En estos días he visto con dolor mucho odio hacia la Iglesia, muchas manipulaciones, muchas mentiras y burlas y me he llenado de tristeza. Pero tú con tus palabras me has dado luz para que comprenda el sentido de todo esto y lo pueda vivir con paz. Mirarte a ti, muerto y resucitado y escuchar tu promesa de gloria me llena de esperanza y me anima a seguir trabajando por difundir tu Evangelio.

sábado, 6 de agosto de 2011

Jesús camina sobre el agua

Jesús les dijo: "Tranquilizaos. Soy yo, no tengáis miedo". (Mt 14,27)

Los discípulos estaban llenos de miedo, tenían el viento en contra y ahora aparece ante ellos lo que piensan que es un fantasma. Pero Jesús, con su presencia los tranquiliza y les dice que no tengan miedo.
Otra vez le vuelve a entrar miedo a Pedro. Él ha ido muy decidido a caminar sobre el agua como Jesús, pero luego al sentir la fuerza del viento ha dudado. Cuando se está hundiendo sólo puede recurrir de nuevo al Señor.
Pienso que el viento contrario se puede entender como la situación que vive hoy la Iglesia. Anunciamos el Evangelio con su Buena Noticia de salvación en medio de una sociedad que está feliz con lo que tiene y no busca salvarse de nada, y tenemos que predicar una moral cuando la gente quiere mejor vivir sin normas. Así que nos toca ir con el viento en contra.
Encima tenemos que cargar con nuestra propia mediocridad, con los escándalos que se producen dentro de la Iglesia y por tanto por problemas que hemos creado nosotros mismos.
Pero Jesús está aquí, con nosotros y nos dice que no tengamos miedo.
Lo que pasa es que la presencia de Dios no viene de forma espectacular sino como un susurro. Y yo creo que también, de forma humilde es como se va transmitiendo el evangelio y cómo la fe va renovando a las personas.
El trabajo que estamos haciendo cada día, nuestra oración, nuestra participación en la Eucaristía, todo el bien que hacemos no quedarán sin fruto aunque el viento sea contrario, porque Jesús está con nosotros.
Todavía, a pesar de su presencia, podemos dudar y hundirnos, pero él siempre nos tenderá su mano para salvarnos.

Señor sálvame, porque siento que mi pobre ser es débil y las olas me hunden fácilmente, porque no he superado todavía mi condición de pecador, porque me aparto de ti fácilmente y me dejo atrapar por asuntos mundanos que no me hacen feliz. Sálvame porque necesito sentirme siempre apoyado por ti.