sábado, 9 de abril de 2016

TÚ SABES QUE TE QUIERO

Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero. (Jn 21,17)

San Pedro fue un hombre débil. Sabemos que Jesús no escogió como apóstoles a un grupo de hombres perfectos sino a personas normales, y, por tanto, llenos de defectos. Pedro no era más que un pobre hombre que, en el momento de la pasión, no fue capaz de estar con el maestro porque tuvo miedo. No sólo no estuvo para defenderlo sino que además lo negó por tres veces.
Pero el Señor había venido a este mundo para redimirnos y no para condenarnos. ¿Tendría Pedro una nueva oportunidad? Está claro que sí.
Por tres veces, el Señor le pregunta a Pedro si lo ama para que con sus propias palabras pueda compensar las tres veces que lo negó. El amor lo sana todo, lo restaura todo.
Jesús ha querido que su iglesia se sostenga mediante hombres normales para que todos puedan tener un lugar en ella. Es verdad que muchas veces nos escandalizamos ante los pecados de los cristianos. Pecados que llegan a ser muy graves. Es que Jesús no ha elegido nunca a los perfectos. Por eso los cristianos somos pecadores que necesitamos constantemente de su misericordia.
Pero esto es lo que permite que yo también pueda formar parte de esta gran familia. Si la Iglesia fuese un grupo de santos y perfectos yo no podría estar en ella porque sólo soy un pobre pecador lleno de defectos. Pero nadie podría formar parte de un grupo así, porque todos somos imperfectos y todos estamos heridos por el pecado.
El Señor sale a nuestro camino y sólo nos hace una pregunta: “¿Me amas?”
Él está dispuesto a caminar a nuestro lado, a ayudarnos a  superar nuestras debilidades y a llenarnos de su gracia para purificarnos de los pecados. Ha derramado su sangre para eso. Conoce nuestra grandeza de corazón y también la debilidad de nuestra carne. Pero si lo amamos todo podrá ser superado.
Así pues, ser discípulo no tiene más exigencia que conocer al Señor y amarlo. Todo lo demás vendrá como consecuencia de este amor.


Tú me conoces mejor que yo mismo. No puedo esconderte nada. Sabes muy bien cuánta bondad encierro, cuántos deseos de lo mejor, cuánto amor por mi prójimo. Pero también conoces bien todo lo corrupto que hay en mí y todo lo que tengo que ir limpiando en mi vida. Nada se te oculta. Por eso no tengo miedo. Tú sabes bien que toda mi vida está entregada a ti y a tu evangelio.