sábado, 24 de febrero de 2024

TRANSFIGURACIÓN



Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús:
«Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» 
Estaban asustados, y no sabía lo que decía. 
Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo amado; escuchadlo.» (Mc 9,5-7) 
 

Jesús se mostró ante aquellos tres discípulos con toda su gloria. Una visión que podría haberles ayudado a comprender, en su momento, el sentido de su muerte en la cruz.  

Ante aquella visión, Pedro se siente muy bien y desearía quedarse así para siempre. Estar ante Jesús lleno de gloria y con la compañía de los santos le hace desvariar y pedir algo que no tiene sentido. Inmediatamente Dios Padre interviene para revelar a Jesús como su hijo amado y exhortar a escucharlo. 


Merece la pena detenerse en este mandato del Padre. Las Palabras de Jesús son divinas, vienen de Dios y no hay que discutirlas. 

Cuando termina la visión Jesús vuelve a anunciar su muerte y resurrección. Será después de la resurrección cuando se pueda contar este episodio, porque será entonces cuando se pueda comprender en todo su sentido. 

En la Eucaristía podemos también experimentar, de forma sacramental, la gloria de Jesucristo. Los ritos y los cantos nos llevan también a entrar en el mismo cielo y a sentir con nosotros la presencia de los santos, como Moisés y Elías que aparecieron junto a Jesús.  

En la Eucaristía también escuchamos la Palabra de Dios que nos saca de nuestra comodidad para afrontar la cruz. 

Tú me has invitado a negarme a mí mismo, cargar con mi cruz de cada día y seguirte. Sé que es más fácil quedarse en la comodidad, pero tú mismo me has mostrado que el amor verdadero llega a dar la vida.  

 

 
 

sábado, 10 de febrero de 2024

SI QUIERES, PUEDES LIMPIARME

 En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme.» 

Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero: queda limpio.» 
La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio. (Mc 1,40-42) 


La vida de un leproso en el Israel de aquel tiempo era muy dura, tenía que vivir aislado de la gente y relacionarse sólo con otros leprosos. No había esperanza de volver a la normalidad. 

Por eso, el leproso del evangelio, después de mucho tiempo creyendo que no había solución para él, ha encontrado por fin la esperanza de volver a la normalidad, de recuperar su dignidad: Jesús tiene el poder de Dios para sanarlo.  

Se puso ante él de rodillas. Jesús no es un hombre cualquiera sino alguien ante quien hay que arrodillarse. 

Pienso que el leproso no se arrodilla ante Jesús como quien se podría arrodillar ante un emperador o alguien poderoso. Ante esos grandes del mundo la gente se arrodilla por miedo, pero posiblemente no sientan ningún respeto por sus personas. Ante Jesús, el leproso se arrodilla porque reconoce que es Dios y merece toda su alabanza. Aquí no hay miedo sino la esperanza de ser curado.  

El leproso también reconoce el poder de Jesús, sabe que puede y que sólo tiene que querer: si quieres, puedes. Es también un acto de fe en su persona. Sabe que está ante alguien que tiene el poder de Dios y puede liberarlo para siempre de su mal. Podría resumir esta actitud en adoración y fe. 

Jesús también nos da muestras de su forma de ser: lo tocó. Una de las carencias de un leproso era precisamente la falta de afecto. Nadie podía tocarlo para no quedar impuro, para no contagiarse. Nadie los abrazaba ni besaba. Jesús lo tocó, como una muestra de afecto, y ese tacto directo con la persona de Jesucristo lo ha sanado. 

Yo creo que este relato nos propone buscar a Jesús para que nos sane de nuestras enfermedades. No solo de las enfermedades físicas, sino también espirituales o psicológicas. Podemos tomar la doble actitud del leproso: adorarlo y tener fe en él. Suplicarle de rodillas que nos cure porque sabemos y creemos que él puede hacerlo. Recibiremos mucho más que lo que pedimos, porque el Señor nos tocará, nos mostrará su gran amor por nosotros y nos dirá quiero... quiero darte lo que me pides, quiero para ti todo lo que te permite crecer. Quiero sanarte de tu tristeza, de tus dudas, de tus sufrimientos, de tu soledad; pero también quiero sanarte de tu egoísmo, de tus mentiras, de tus ambiciones, de tu materialismo: Sanarte y llenarte de vida, de santidad y de alegría. 

Jesús nos sanará y nos limpiará y podremos contar a todos el bien que nos ha hecho. 

Del mismo modo, creo que el evangelio nos llama a mirar a Jesús como maestro que nos enseña a no rechazar a nadie, a mostrar nuestro afecto, con hechos concretos de amor, a todos los que están siendo rechazados, tal vez por su propia culpa, a los que se encuentran en las periferias existenciales. Miremos a todos con la mirada de Jesús. 


Sáname, Señor Jesús, cura mi mal, limpia mi alma y mi cuerpo y hazme un hombre nuevo. Yo te adoro, tú eres mi Señor y mi Dios y mi vida te pertenece. Proclamaré tu grandeza a mis hermanos y te alabaré toda mi vida.