viernes, 12 de abril de 2013

El Resucitado se aparece a los discípulos


Aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro: Es el Señor. (Jn 21,7)

Los discípulos habían decidido volver a su vida cotidiana y de nuevo vuelven a su tarea de siempre, a pescar. Pero cuando Jesús no está con ellos todo es triste: es de noche y no han pescado nada. De pronto Jesús aparece ante ellos. Con el Señor todo cambia. Ahora es de día, están llenos de alegría y de optimismo y la pesca ha sido abundante. Han comprendido que Jesús ha resucitado verdaderamente y que vive para siempre. Han comprendido que no están solos y que tienen una importante misión que llevar a cabo, porque tienen que proclamar a todo el mundo esta Buena Noticia.
Podemos apreciar en el libro de los Hechos de los apóstoles la transformación que llegaron a vivir en su espíritu. Con la certeza de la Resurrección y con la fuerza del Espíritu Santo, ya no tenían miedo a nada. Sabían que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres y se llegaban a sentir contentos por los ultrajes recibidos en nombre de Jesús.
Abramos nuestros ojos para contemplar la obra de Dios porque tenemos que animarnos y anunciar a todo el mundo el triunfo de la vida sobre la muerte. Si dejamos que la voz de Jesús cambie nuestras vidas, es posible todavía la alegría y la esperanza para todos. No nos dejemos impresionar por los que quieren que nuestra fe se esconda en lo privado; tenemos una buena noticia que proclamar al mundo y hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. Aunque esto nos llegara a costar incomprensiones o persecuciones tendremos que seguir transmitiendo la alegría de conocer a Jesucristo. Que no nos desanime la indiferencia ni el relativismo, porque si reconocemos al Señor en nuestra vida y le abrimos nuestra puerta, él podrá llenar también nuestra red de peces grandes: hará que reine la fraternidad, que seamos más solidarios, que entre nosotros haya más respeto, que brille la solidaridad… vencerá la luz a las tinieblas.
Cuando Jesús no está todo es triste, no hay pesca, es de noche: se pierde la esperanza, reina el egoísmo y todos salimos perdiendo. Pero Él está con nosotros. Nos sigue hablando a través de la Iglesia, nos sigue sanando de nuestras heridas, nos sigue acompañando en nuestros sufrimientos, nos sigue alimentando con  su propio cuerpo. Con él llega la luz y la alegría para todos.
A pesar de mis dudas y de mis quejas, a pesar de mi cobardía y de mis debilidades, a pesar de mis pecados, de mi egoísmo, de mi pereza y de mi soberbia… a pesar de todo esto yo sigo aquí, tratando de hacerme digno de la vocación a la que me has llamado. No soy digno de proclamar tu nombre, pero te amo y tú eres mi única fuerza. En ti encuentro la alegría y la esperanza de mi vida, tú eres un compañero  fiel; eres el perdón de mis culpas y el amor que aun no tengo. Tú pones la humildad que me falta y los méritos que necesito ante el Padre. Tú eres mi Señor y mi Salvador y mi vida te pertenece sólo a ti.

viernes, 5 de abril de 2013

Creer sin ver


Jesús dijo a Tomás: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo sino creyente.” (Jn 20,27)

Creo que puedo escuchar hoy las palabras de Jesús echándome en cara mi incredulidad como a Tomás. Por eso yo soy muy comprensivo con la actitud de Tomás, que me parece que es muy habitual entre nosotros. Porque cuando vemos que las cosas van bien es fácil alabar a Dios y darle gracias por todo lo que nos da. Pero otras muchas veces todo se vuelve oscuro, no vemos salida y Dios nos sigue llamando a la confianza en él.
Puedo entender que Tomás estuviera lleno de dudas habiendo visto al maestro morir en la cruz sin que Dios viniera a salvarlo. ¿Cómo es posible creer que alguien que ha muerto ante todos y que ha sido sepultado puede estar vivo?
Yo miro mi vida y también siento que estoy como muerto. Me doy cuenta de que ya no tengo el ardor de otros tiempos, de que la vida me ha hecho más realista y, tal vez, más pesimista. Llevo mucho tiempo viendo cómo mi trabajo pastoral resulta más bien estéril y todos estamos siendo testigos del declive de la fe cristiana en nuestra sociedad: baja la asistencia a misa, los niños abandonan en masa la iglesia después de hacer la primera comunión, se cierran conventos, los seminarios también van descendiendo… y en medio de esta oscuridad vital y espiritual, el Señor me dice que confíe en Él y no sea incrédulo.
También la vida social aparece poco esperanzadora. Estamos cada día oyendo hablar de crisis, de aumento del desempleo, vemos cómo cada día somos más pobres, cada vez más familias en situaciones de verdadera  necesidad… y el Señor sigue queriendo que seamos creyentes y que confiemos en Él.
San Juan estaba desterrado en la isla de Patmos, tenía muchos motivos para pensar que estaba todo perdido. Otros apóstoles habían muerto de forma violenta por anunciar el Evangelio y los cristianos estaban siendo perseguidos, condenados al exterminio. Jesús se le apareció para darle ánimos: Él también estuvo muerto pero ahora está vivo y es quien tiene las llaves de la muerte y del infierno.
En el libro del Apocalipsis de San Juan se nos presenta la historia como una batalla constante entre las fuerzas del bien y del mal, entre Dios y el diablo. Aparecen muchas pruebas, muchos sufrimientos. Pero la victoria final es siempre de Dios, del bien, de la vida.
Está claro que Dios no nos va a librar de la cruz, tampoco libro a su Hijo. Pero, en medio de la oscuridad de todas estas pruebas Jesús está con nosotros. Él ha vencido a la muerte y está vivo para siempre. Vamos a abrirle nuestra puerta para que pueda entrar en nuestra vida y nos transforme para siempre.

Yo también necesito ver para creer y tú me insistes cada día en que debo confiar y esperar en ti. Sé que eres tú quien conduce mi vida y que nada de lo que ocurre se queda fuera de tus planes. Ayúdame a ver la luz para que pueda ser un signo de esperanza para los pobres que buscan una palabra de consuelo.