sábado, 1 de febrero de 2014

"Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel. (Lc 2, 29-32)

Siguiendo las costumbres de su pueblo, también Jesús fue al templo para ser consagrado con un sacrificio ritual. Pero esta consagración tenía, sin lugar a dudas, un sentido mucho más profundo. A fin de cuentas los sacrificios rituales no tienen más que un valor simbólico, Jesús, se va a consagrar de verdad porque cuando entró en el mundo ya había ofrecido toda su vida para hacer la voluntad del Padre.
Simeón había deseado durante muchos años vivir este momento de tener en sus brazos al Salvador que habían anunciado los profetas y vio cumplido su sueño. Muchos profetas y justos murieron sin haber visto este momento, Simeón sabe que es afortunado por haber tenido a Cristo entre sus brazos.
Ha entrado en el templo el Salvador del mundo y es ahora cuando de verdad aquel lugar ha quedado consagrado por su presencia, pero ya será todo el mundo el que quede lleno de su santidad. A partir de ahora la relación con Dios será mucho más cercana y más amable.
Jesús ha consagrado su vida para poner en el mundo lo que nosotros éramos incapaces de hacer, así es como nos va a redimir de nuestros pecados. Él va a poner toda la obediencia, todo el amor, todo el sacrificio, todo el perdón. Así con la fuerza de esta entrega se va borrando el poder del pecado. Así nos deja limpios y puros preparados para entrar en la presencia de Dios.
El Señor nos va a mostrar también el camino a seguir: ofrecer toda la vida a la voluntad de Dios, que es lo que vale más que cualquier sacrificio ritual.


Yo he sido afortunado como Simeón. Muchos profetas y justos querrían haberte conocido como yo te conozco, haber hablado de ti y meditado tus palabras, haber contemplado tu cuerpo glorioso en la Eucaristía y no lo vieron. En cambio, me has dado a mí el honor de hablar en tu nombre, predicar tu Reino y tomar en mis manos el Sacramento que nos salva.

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