sábado, 8 de febrero de 2014

La sal y la luz

Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo.


El Señor apareció en la tierra en un momento muy concreto, cuando los romanos dominaban el mundo. Comenzó su ministerio en la periferia, en la Galilea de los gentiles. Tal vez allí la vida estaba marcada por la pobreza, por el sufrimiento de la gente y por la rutina del trabajo de cada día. Pero Él comenzó allí a hablar del amor del Padre, del Reino de los Cielos, de la alegría de los pobres porque Dios está con ellos. También realizó signos sorprendentes al curar a los enfermos o multiplicar los panes, al expulsar los demonios o detener una tempestad; también tuvo palabras de ánimo incluso para los pecadores y hasta fue a comer con ellos para ofrecerles la misericordia que Dios les quiere dar. Al aparecer Jesús en aquel lugar la vida de aquella región cambió por completo, se llenó de sabor, de sentido. Jesús se presentó así como la sal de la tierra, haciendo que la vida de cada día estuviera llena de contenido y participara de la alegría de tener a Dios.
También fue la luz del mundo. Porque sus palabras fueron una esperanza para los pobres y los excluidos y porque no dudó en denunciar las injusticias y condenar la manipulación de la religión por parte de los fariseos. La gente sencilla comprendió el camino que tenía que llevar en la vida y recibió esperanza en medio de sus sufrimientos porque la vida es más fuerte que el dolor y que la muerte.
A los que queremos seguirle nos llama sal de la tierra y luz del mundo. Porque hemos de estar en medio de la gente dándole sabor a la vida de cada día y llenando de esperanza hasta las situaciones más tristes y dolorosas. Ser sal y ser luz significa comunicar la alegría de tener entre nosotros al Señor que está vivo para siempre y nos permite vivir cada momento como una experiencia extraordinaria. Significa tener dentro de nosotros el fuego de un amor que no se puede apagar y que desea buscar el bien y la felicidad de toda la gente.
Una sal sosa o una luz apagada son cosas inútiles. ¿Cómo vamos a vivir nuestra fe de forma rutinaria o aburrida? ¿Cómo vamos a hablar de una religión que nos agobie con pecados y condenas y nos asuste con un Dios enfadado? ¿Nos conformaremos con cumplir unos preceptos y unos ritos y nos quedaremos encerrados sin hacer nada? Si hiciéramos esto, ya ves lo que dice el Señor: que no serviríamos para nada. La sal tiene que salar y la luz tiene que alumbrar. Que nuestras buenas obras den sabor y luz al mundo para que toda la gente pueda alabar a nuestro Padre Dios que es quien nos lo ha dado todo.


Qué lejos me siento del ideal que tú me propones. Sé que no soy nadie para alumbrar con mi mediocridad, que no tengo la alegría que debería llenar de sabor la vida de los que me rodean. Pero te tengo a ti. Tú eres quien llena mi vida de luz y de sabor; y contigo voy recorriendo las plazas y las calles para que vuelva el color y la vida a este mundo. Eres tú quien lo hace todo y por eso es a ti quien adoraré y cantaré alabanzas mientras viva.

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