viernes, 14 de febrero de 2014

Mejores que los letrados y fariseos

Si no sois mejores que los letrados y los fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos. (Mt 5,20)

Jesús nos quiere proponer un estilo de vida que no se puede quedar en el mero cumplimiento de unas normas morales o de unas tradiciones religiosas. Por eso quiere que lleguemos a la plenitud de los mandamientos. Ya deja claro que no se trata de abolir ninguna norma sino de llevarlas hasta las últimas consecuencias.
El sentido de la ley que Moisés dio al pueblo de Israel era expresar la voluntad de Dios y dejar unos mandamientos básicos que permitieran al pueblo convivir en paz y ser felices en la tierra prometida. Pero cuando la ley se queda en el cumplimiento y no vive el espíritu que la sostiene termina convirtiéndose en esclavitud. Así, en lugar de mostrar la belleza y la bondad de Dios, termina por empañar su imagen.
Jesús nos lleva a la plenitud de la ley con su propia vida. Todo lo que nos dice en el sermón del monte lo veremos cumplido en él mismo. La plenitud de la ley, es decir, la voluntad de Dios no se queda en los mínimos de los diez mandamientos, sino que desea llegar al máximo de las bienaventuranzas. No se conformará con no matar sino que estará dispuesto a dar la vida, no se conforma con no robar sino que es capaz de desprenderse de todos sus bienes.
Jesús nos anima a vivir este espíritu superior a la práctica de los letrados y fariseos para poder entrar en el Reino de los Cielos. ¿Podremos cumplirlo?
Cuando vemos lo exigente que es su propuesta podemos asustarnos. Lo primero que descubrimos es que nadie cumple esta perfección, sólo Jesús y la Virgen María. Pero mirar a esta meta no debe desanimarnos sino, al revés, motivarnos para levantarnos de nuestras caídas y seguir superándonos cada día hasta llegar a la plenitud. Esta plenitud de la ley tiene un nombre: Amor. Se trata de vivir el amor con todas sus consecuencias. Para hacerlo realidad el Señor no nos deja solos sino que nos acompaña, nos ofrece la fuerza del Espíritu Santo y nos ayuda con los sacramentos.


Tú me has amado primero y has entregado tu vida por mí. Eres tú quien me ha buscado y eres tú quien se ha empeñado en hacerme vivir de tu amistad. Siento tu llamada no como un mandato sino como una necesidad de mi vida: necesito estar contigo, escucharte, sentirte y también presentarte a los demás. 

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